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21 - Noche de bodas

—¿Tú...? —murmuró Akanemi asombrada, dando unos pasos hacia atrás, mientras Seiken le dedicaba una mirada de molestia que daba miedo. Su cara no lucia para nada, como la del hombre amable que había conocido el día que había llegado al palacio, parecía alguien totalmente diferente. Se veía aún más grande que cuando lo había conocido, parecía un oso a punto de devorar a su presa, un pequeño conejo que solo podía temblar esperando lo inevitable.

Akanemi dio otro paso atrás, intimidada por tan fuerte presencia y trago en seco. Sin mediar una palabra, Seiken avanzo y sin previo aviso la alzó con sus fuertes brazos, seguía tan ligera como cuando la había cargado por primera vez. Akanemi ahogo un grito de manera involuntaria por la sorpresa de ser cargada sin previo aviso, sintiendo un casi imperceptible olor a alcohol que provenía del príncipe invadiendo su nariz, mientras que él a su vez sentía un delicioso aroma a rosas que emanaba el cabello de ella. La acostó en la cama y con una de sus fuertes manos agarró las de Akanemi sobre su cabeza, evitando así cualquier intento de resistencia.

Ella luchó por un instante intentando zafarse del fuerte agarre que la mantenía cautiva sin éxito, no tenía pensado resistirse, pero esta acción de su esposo la había tomado por sorpresa y la había molestado. En Jensgerhd la habían preparado para sí, era la candidata elegida, y una de las cosas que le habían advertido de antemano era que una vez que estuviera casada, el matrimonio debía de ser consumado. Así que tenía que entregarse a su esposo sin protestar y obedecerlo todo el tiempo, pero nadie le había explicado exactamente en que consistía el acto de esta noche. Sin detalles, esto que estaba sucediendo era totalmente nuevo, sorpresivo e invasivo para ella.

La mano libre de Seiken se deslizó bajo su vestido blanco. No disfrutaba en absoluto de lo que estaba haciendo, esto era solo un compromiso del matrimonio, algo que debía hacer para que la unión quedara finalizada, algo para salvarle la vida. Uso su rodilla para separar de manera brusca las piernas de Akanemi. Apartó su mirada de la cara de ella mientras la hacía suya a la fuerza, tomando su virginidad. No quería ver su rostro, no quería ver la inocencia que estaba tomando, no quería ver el dolor que estaba causando. Las cortinas de seda roja de los altos ventanales comenzaron a moverse con una repentina brisa y un olor a tierra mojada lleno la habitación. Lo que parecía un suave goteo se convirtió en una fuerte lluvia. El sonido del agua cayendo afuera, chocando contra el suelo, el techo y el agua del lago parecía casi irreal, era como si el cielo estuviera llorando por ellos.

Akanemi no gritó, no profirió casi sonido alguno, excepto alguna que otra fuerte exhalación provocada por el dolor que estaba sintiendo con cada embestida, se mordió el labio inferior con fuerza, probando el sabor de su propia sangre, cerró los ojos, apretó sus manos alrededor de la Seiken y le clavo sus cortas uñas con fuerza sintiendo como el dolor aumentaba y parecía durar una eternidad. Este era su esposo, su amo y no parecía disfrutar en absoluto de lo que estaba haciendo. Parecía como si él también hubiera sido forzado a aceptar esta alianza, era un sacrificio mutuo, el hecho de que no quisiera mirarla era una prueba de ello.

Seiken se detuvo de repente, todo había terminado por hoy. Miro a Akanemi quien pudo ver nuevamente la tristeza asomada en sus ojos. El príncipe se levantó lentamente, ella lo miraba fijamente, entre enojada y derrotada. Aparto la mirada y se alejó cerrando la puerta tras él.

Ese silencio había sido terrible, él esperaba gritos, súplicas para que se detuviera, incluso hasta que llorara, pero esto había sido peor, mucho peor. La mirada de sorpresa en su cara, esos ojos verdes cargados de enojo, era algo que no esperaba. En esa cama esa noche sentía como si hubiera librado una batalla en la cual ella había sido un digno adversario que lo había enfrentado con honor hasta el final, cargando contra él con un silencioso orgullo.







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