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2 - Malas noticias

La emperatriz lanzó una mirada gélida a la joven doncella que acababa de ponerle el cinturón, lo había apretado más de lo usual. La muchacha notó el desagrado de su ama y con el terror asomado en su cara se retiró sin decir palabra. Sabía que molestar a la emperatriz era algo grave, era una mujer de muy malas pulgas, y no era para menos, para estar al lado del emperador tenía que ser alguien muy fuerte de carácter.

Su esposo estaba de humor muy cambiante estos días, sobre todo con el regreso de Seiken, quien había provocado gran revuelo en el palacio. No era el mismo muchacho obediente pero malhumorado que había dejado el palacio unos diez años atrás. Ahora era un hombre temible, incluso la emperatriz tembló de solo pensarlo, más temible que su padre. Su mirada parecía la de una bestia salvaje, su carácter crudo y su cuerpo fuerte y lleno de cicatrices asustaba a todo el que lo veía pasar. Literalmente había expulsado a todos los sirvientes del palacio del fuego, lugar donde residía. Apenas unos pocos tenían permitida la entrada allí, para dejar su comida y limpiar.

Había dejado el palacio con sus quince años recién cumplidos y apenas había venido al palacio más de seis veces en diez años. Sus estancias siempre eran cortas y evitaba todo contacto con cualquiera que no fuera su consejero o sus hermanos. Se había convertido en una persona totalmente inaccesible que odiaba el contacto con el palacio y sus residentes.

Francamente esta idea del emperador de un casamiento no animaba mucho a la emperatriz, dudaba que este príncipe que había regresado cediera tan fácilmente ante los deseos de su padre. Y había un detalle que le llamaba la atención: que su esposo no tomara cartas en el asunto y simplemente dejara a Seiken hacer lo que quería sin cuestionar su autoridad, cuando ninguno de sus hijos podía tomar ninguna decisión sin que el gran emperador lo autorizara. A veces pensaba que no había cosa en el palacio o incluso reino que se le escapara a ese hombre. ¿Acaso estaría dejando a su hijo hacer lo que quisiera hasta ver sus verdaderas intenciones? Era difícil saber lo que pasaba por su mente, así que solo sacudió la cabeza tratando de alejar los pensamientos que la rondaban.

A pesar de ya no ser tan joven, aún con sus cuarenta años recién cumplidos, la emperatriz mantenía su belleza y su elegante figura, la cual resaltaba con los más finos adornos y vestidos. Se miró en el espejo admirando su atuendo mientras una sirvienta con uniforme lila de enfermera entraba. La cara de la emperatriz se ensombreció de repente, sabía de lo que se trataba.

En su salón privado de descanso la esperaba un señor vestido de azul claro, era el doctor del palacio de las nubes, donde su hijo el príncipe Jun vivía. Con un gesto de su mano sus doncellas se retiraron de inmediato dejándolos solos.

- Su majestad – dijo con una profunda reverencia

- ¿Algún cambio? - preguntó tratando de mantener la calma

- No, el nuevo tratamiento no funcionó y su cuerpo cada día está más débil

La emperatriz bajó la cabeza pensativa, sabía que esto era un castigo de los cielos por su mal comportamiento en el pasado hacia Seiken, ese pequeño niño que había perdido a su madre, y que había buscado en ella ese amor maternal que ya no tenía y que le negó brutalmente. Estaba recién casada con el emperador en ese momento y su vanidad era más importante en ese momento, sobre todo sentir el poder de ser la emperatriz y reinar por encima de todo y todos. Cerró los ojos y suspiró profundamente mientras alzaba la cabeza y recuperaba su compostura de siempre.

- Recuerda que solo puedes informarme a mi acerca del estado de la salud de Jun, bajo ningún concepto nadie y mucho menos el emperador puede enterarse de nada – le lanzó una fría mirada al doctor que provocó que tragara en seco – tu vida depende de ello – añadió con un amenazante tono de voz

- Disculpe mi atrevimiento, pero ya hemos agotado todos los remedios existentes en el palacio y el reino – su voz temblaba por el nerviosismo - Sé que lo que estoy a punto de decirle podría ser tomado como alta traición por el emperador, pero aun así me arriesgare, quizás... quizás debería pensar en la manera de buscar medicinas fuera de Tsubekami – los ojos de la emperatriz se abrieron mucho por la sorpresa al escuchar esto pues sabía que la preocupación del médico siempre había sido sincera más allá de la devoción que le tenía a su hijo como uno de sus más fieles sirvientes, pero esto era una idea suicida, nunca imaginó que algo como esto podría ocurrírsele precisamente a él - En mi profesión el objetivo principal es salvar vidas y llevo al lado del segundo príncipe desde el momento de su nacimiento, desde que respiró por primera vez en este mundo, así que nada me haría más feliz que devolverle su salud y verlo correr al menos una vez por los jardines del palacio.

- Eso sería muy peligroso para Jun, si alguien se enterara de que busco una medicina para él fuera del país podrían sospechar acerca de su situación real de salud y eso lo pondría en desventaja con sus hermanos y hasta podría provocar intentos de acabar con su vida – dijo con cautela viendo la expresión en la cara del médico que aunque no podía mirar a la emperatriz directamente a los ojos por ser parte de la realeza mantenía su posición sin moverse demostrando su manera decidida de afrontar lo que pudiera suceder si alguien llegara a enterarse de su idea – sin hablar de las consecuencias para mi y para usted si el emperador se enterara de que le hemos estado ocultando durante años la verdad acerca de la salud de mi hijo

- Sé que es una idea muy peligrosa y solo lo pensé como recurso final ante la desesperada situación en la que estamos

- Entonces lo pensaré – dijo dándole fin a la conversación con un gesto de su mano indicándole al doctor que no había nada más que hablar

El doctor se retiró rápidamente mientras la emperatriz se dejaba caer sobre los cojines con pesadumbre. Desde su nacimiento,Jun había sido un niño débil que se enfermaba continuamente. Como era el cuarto príncipe no significaba un peligro en la sucesión al trono, así que su debilidad había sido ignorada. Pero todo había cambiado cuando el doctor le había informado que Jun no viviría hasta la adultez, si llegaba a los diez años iba a ser un milagro. Sin embargo recién había cumplido doce en contra de todos los pronósticos. Desde que lo supo hizo todo para que nadie se enterara acerca de la gravedad de su enfermedad. Si las concubinas o sus hermanos mayores ponían sus manos sobre esta información sería fatal, tembló solo de pensar en lo que podrían hacerle a su amado hijo. Él se convertiría en el cachorro que ya no es necesario en la manada, algo que debería ser desechado lo antes posible. Miró hacia la ventana sintiendo su pecho oprimido rogándole a las deidades que le otorgaran un poco más de tiempo con su hijo.








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