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Capitulo 4

Capítulo 4

Zoey lo miró con la boca abierta. ¿Qué clase de familia tenía? ¿Lloraban su muerte pero lo habían entregado a ella?

—¿Es... en serio? —tartamudeó—. ¿Te entrenaron? ¿Para morir? —dijo, con la voz unas octavas más arriba—. ¿Ni si- quiera te dejaron elegir?

—Era muy pequeño. —Zack bajó la cabeza—. Mi familia ha cuidado el collar por varias décadas, casi estaba en la obligación de tenerlo. Soy el único hombre. No podían dejarles eso a mis hermanas. Y si no lo hacía, los malos lo obtendrían. ¿Entiendes?

—¿Y ahora? ¿Ellos saben que lo tengo? —preguntó la chica con un susurro.

Él sacudió la cabeza y luego levantó los ojos para verla.

—¿Quiénes? ¿Mi familia o los malos?

—Ah... ambos.

—Mi familia seguro que no, tal vez buscan el collar como locos. Y los malos... algunos ya deben saberlo.

Zoey se estremeció. Evitaba pensar que muchos querían cazarla como una liebrecilla por ese estúpido pedazo de cris- tal, porque, si no, estaría aterrada día y noche, oculta bajo las sábanas de su cama. Aferró con fuerza el bolsito para canalizar el miedo.

—¿Qué me va a pasar? —susurró, por primera vez en esos dos días. Zack suspiró, pero no contestó—. ¿Realmente voy a morir?

El muchacho se rascó la cabellera rubia mientras se mordía el labio inferior, tal vez lleno de dudas.

—Yo voy a cuidarte —afirmó.

Pero eso no era suficiente. Ella asintió con la cabeza y no contestó; iba a morirse pronto y no tenía escapatoria. Tragó saliva evitando mirar a Zack. ¿Su muerte sería tan horrible y sangrienta como la de él? Cerró los ojos, mientras trataba de quitar el pavor.

De pronto las manos de Zackary cayeron pesadas sobre sus hombros. Zoey abrió los ojos y encontró su sonrisa.

—Vamos, ten fe en mí, ¿sí? Sé que no soy un buen ejemplo, pues... ya acabaron conmigo, pero esta vez será diferente. Antes era solo un mortal.

—No puedes estar detrás de mí toda mi vida —gimió ella.

¡No quería ni imaginárselo! Ella con veinte años y Zack de diecisiete a su lado. Zoey con veinticinco y su novio, y Zack como conejo en el mismo cuarto. Zoey con treinta y cinco, tres hijos y ellos jugando con el peluchito en medio de la sala. ¡Ella con sesenta años con sus nietos y él aún de diecisiete años! ¡No! Era intolerable hasta de pensar, principalmente por la invasión a la vida que no compartiría con él como hubiera deseado. ¿Cómo iba a hacer para enamorarse de alguien más? Debería aprender a ser su amiga más que otra cosa.

—Pues sí —admitió él y ella frunció el ceño.

—¡No, tú debes irte! No puedes vivir mi vida. ¿No quieres descansar en paz? —añadió con voz suave.

Zack hizo una mueca.

—Por ahora estoy feliz de estar aquí un rato más. Pero en alguno momento, te soy sincero, querré irme de una vez.

—No es justo que estés aquí por mi culpa.

—No entiendes, Zoey —dijo él seriamente, soltándola. Ella negó.

—Claro que entiendo. Tomé el collar y es mi culpa

—¡Que no! —insistió él en voz alta—. ¡Es mi culpa! ¡Yo lo dejé caer!

—Dijiste que se desprendió solo antes de que murieras. ¿Cómo pudo haber sido tu culpa, eh?

Ambos juntaron las cejas.

—¡Porque no fui lo suficientemente bueno para el dije! ¡Él prefirió elegir a un nuevo dueño! ¡Por eso es mi culpa!

Zoey frunció los labios.

—Me confundes. Ayer dijiste que no tenías idea de por qué se había caído.

—Es que no la tengo, ¡yo creo eso! Como el collar se liberó antes de mi muerte, pensé que quizás se había aburrido de mí —contestó él, otra vez con angustia—. Volví para cuidarte porque el dije era mi responsabilidad y ahora está en manos inocentes; buenas, pero inocentes.

Se miraron sin decir más nada. Zoey tenía claros deseos de replicar, de decirle que no tenía fundamentos para creer eso, pero tampoco sabía demasiado sobre el dije como para contradecir sus palabras. Eso podía llegar a convertirse en un gran problema. Se dio cuenta de que debía aprender sobre esa cosa lo más pronto posible. Por lo menos, para saber por qué iban a matarla, ¿no?

Abrió la boca para pedirle información, pero un extraño ruido a sus espaldas le hizo girar la cabeza; era como un rasgueo. Fijó los ojos en el mausoleo a dos metros con extrañeza, ante el sonido que provenía de su interior.

Zack observó, también confundido, el panteón a medida que el ruido subía de volumen. Las puertas de la pequeña ca- silla, con perillas imitación de oro y dos pequeños vidrios sucios, temblaron ligeramente cuando algo comenzó a empujar- las. Unos dedos dejaron marcas en la tierra del vidrio y desde allí pudieron ver qué tan secos y huesudos estaban.

Sabiendo que aquello no debía ser posible, pero que de alguna forma los muertos podían volver a la vida, ella se retiró hacia atrás. Zack la sujetó del brazo, al tiempo en que ambos miraban absortos al cuerpo muerto que pujaba por salir del mausoleo.

—Esto es más creepy que mi vuelta a la vida —susurró él con los ojos como platos.

Zoey clavó las uñas en su piel, a medida que su miedo aumentaba. En ese momento, del mausoleo que ahora estaba a sus espaldas, un grito seco se hizo notar, seguido por otro so- nido metálico; uno que coincidía muy bien con la descripción de una puerta saliéndose de su lugar.

Se giraron velozmente. Un hombre que no debía tener mucho tiempo de muerto, al menos tres semanas, sacaba brazos y cabeza por el agujero que había quedado con la puerta mitad caída.

—Esto no es normal —gruñó Zack, al tiempo en que otro zombi empujaba con menos esfuerzo aún la puerta de su guarida y otros rompían las ventanas.

—¿Tú crees? ¡Esto es un asco! —chilló Zoey, tapándose la boca con las manos para contener los deseos de vomitar. No quería ver eso, para nada.

—¡Nos vamos!

Él tiró de su brazo y corrieron por los pasillos llenos de mausoleos que estaban repletos de muertos que morían, literalmente, por perseguirlos.

—¡Espera! —gritó ella, antes de que llegaran al gran par- que donde estaban las tumbas en tierra y todos sus compañeros de colegio—. Si te ven...

Zack se detuvo y echó un vistazo hacia atrás. Unos pares de muertos habían logrado ya escapar y se movían lenta pero eficientemente hacia ellos.

—¡Diablos! Esto es un cementerio, si no salen de allí

—señaló las criptas—, saldrán de la tierra. Tampoco tiene mucho sentido que te lleve con los chicos, ¿qué podrían hacer todos esos ineptos con un par de zombis?

—Tengo miedo —contestó la chica, apretando más su brazo. Zack no se quejó, puesto que no sentía dolor—. ¿Van a comerse nuestros órganos?

—¡Los tuyos, no los míos! No tengo —soltó él, sin dejar de vigilar con la mirada a su alrededor—. ¡Tengo que pensar! —Se quedó junto a ella, mirando a un lado y a otro, intentan- do decidir cómo obrar. Si la dejaba con los alumnos, podía ser que los zombis atacaran a todo el grupo. Bueno, tal vez en veinte minutos lograran llegar hasta ellos, pero podía ser posible—. Bien —gruñó de mala gana. Con un movimiento rápido de sus manos, la alzó hasta ponerla boca abajo sobre su hombro.

Ella pegó un gritito ahogado al quedar fuera de equilibrio e, involuntariamente, pataleó y agitó los brazos. Con disimulo, y cómo quien no quiere la cosa, Zack pasó una mano por la falda escolar de la niña, para acomodarsela.

—¡Oye! —gimió Zoey, con la cara roja como un tomate.

—No hables, debo patear estos traseros huesudos antes de que el que los controla decida salir a divertirse.

Contrariada, Zoey puso ambas manos en su espalda y se estiró hacia arriba. No había absolutamente nadie cerca de ellos, sacando de lado a los muertos que se acercaban con paso lento. ¿Había alguien oculto entre las sombras de los panteones?

Entonces, mientras intentaba vislumbrar algo, Zack se lanzó contra los zombis, logrando que perdiera el equilibrio que había logrado con sus manos y que su cabeza bailara y golpeara contra sus costillas. Se movía tan rápido que apenas veía a los cuerpos volar metros por encima de ellos. Se concentró en tratar de no vomitar y terminó cerrando los ojos, aferrándose a su torso para encontrar estabilidad. Pero era complicado, muchísimo. La cabeza le daba tantas vueltas que podía estar desenroscándose.

Cuando se quedó quieto, tuvo ganas de saltar de la felicidad. Abrió los ojos y observó cómo los cadáveres habían terminado, algunos en pedazos, metros más allá. Otros volvían a levantarse lentamente.

Zack tiró de sus piernas hacia abajo y la paró en el suelo, frente a él. Zoey lo miró expectante, mientras él todavía tenía sus manos en su cintura, quizás muy cerca de su trasero

—Ahora mismo correrás hacia el grupo y te subirás al bus, ¿bien?

Ella arqueó las cejas mientras miraba su falda levantada, aquella que había quedado corrida al dejarla en el piso.

—De acuerdo, vas a... —señaló sus manos. Zack suspiró con una sonrisa boba en la cara.

—¿Te dije que no solo tenías unas piernas de infarto, sino también unas curvas bien sexys? —Zoey abrió la boca para decir algo, lo que sea, pero él la giró y la empujó hacia el grupo de alumnos—. ¡ANDA! ¡Corre!

Con un puf se convirtió en un conejo. Ella lo sujetó en el aire y sin mirar atrás, corrió tan fuerte como pudo, adentrándose en el parque. Así, mientras arrastraba los zapatos negros contra el césped, se preguntó cuánto podría demorarse un cuerpo en salir de su tumba y cavar tierra arriba. Seguro que mucho, ¿verdad?

Zack la retó.

—¡No dejes de correr! —Entonces notó que había aminorado la marcha. Volvió a ponerle potencia y visualizó a sus compañeros, al fin caminando hacia el bus para regresar al colegio.

Apresuró el paso y notó, de lejos, cómo Jessica la miraba estrechando los ojos.

—Genial —murmuró, anteponiéndose a la que le esperaba.

—¡Vamos! ¡Vamos! —La instó Zack, girando su cabeza de conejo hacia atrás—. ¡Y ni se te ocurra mirar!

Con una expresión horrorizada, solo alcanzó a mirarlo a él a la cara.

—¿A qué te refieres con eso? —gritó impresionada, tentada de mirar hacia atrás.

—¡Ni lo sueñes! —Zackary se trepó a su nuca y se sujetó a su cabello con una de sus patas—. Quiero que te des cuenta de esto: atacarán a todo el grupo sin problema alguno, tienes que apurarlos a subir al micro. ¡Debemos irnos! Lo más pro- bable es que si estos zombis no llegan a tiempo, el señor que anda detrás se encargará de traer algún otro truco para matar- nos a todos. Bueno... a ustedes, me refiero.

Asustada por lo que estaba pasando a su espalda, llegó al grupo e ignoró los grititos incesantes de Jessica para llegar a la directora.

—¿Zoey? —La mujer la miró extrañada; se veía agitada, despeinada y tenía la falda doblada. Además de fijarse en ella, miró con interés el muñeco de conejo, inmóvil en su nuca—.

¿Estás bien? ¿Qué pasa?

—N-no me siento bien... —gimió rápidamente—. Creo que tengo fiebre, ¿podemos irnos rápido?

Bien preocupada, la señora le puso una mano en la frente.

—Estás transpirando. Vamos, ¡mejor antes de que la brisa te haga mal! —La empujó suavemente hacia el micro y en unos largos minutos, que pusieron a Zack y Zoey más nerviosos, todos estuvieron dentro y bien sentados. Jessica se colocó, cruzada de brazos, a su lado.

—¿A dónde diablos habías ido? —le increpó—. ¿Estás loca? ¿Qué demonios te está pasando?

Zoey se mordió el labio inferior, mirando alarmada por la ventana. Zack, que seguía en su cabeza, apenas se movió para susurrarle al oído.

—Hubiera sido mejor que te sentaras lejos de los cristales.

—¡ZOEY! —Jessica perdió la paciencia—. ¡Te estoy hablando! ¿Qué pasa contigo? ¡Me asustas!

—¿Qué? —Ya tenía demasiado estrés encima como para también pelearse con Jessica; se giró hacia ella de mala gana—. Me fui porque no podía soportarlo, necesitaba un tiempo a solas, ¿sí? Por favor, ya deja de atosigarme.

Jessica frunció el ceño, visiblemente ofendida.

—Ah, ¿yo te atosigo? —dijo con frialdad.

Zoey se pasó las manos por la cara. ¿En serio tenía que pasar eso ahora?

—La muerte de Zack ha sido demasiado para mí. Necesito estar tranquila. Y no te lo reprocho, entiendo que estés preocupada, pero no... no debes hacerlo. Estoy bien, solo necesito pensarlo y asimilarlo. Si estás retándome por todo...

Jessica se cruzó de brazos, miró hacia adelante y no le contestó, muy enojada. Zoey suspiró y volvió a mirar el cementerio por la ventana. No veía nada de zombis a los lejos, pero eso no quería decir que las cosas estuvieran bien.

—Apúralos —insistió Zack, hablándole al oído.

—Ay, no —gimió ella casi inaudiblemente—. ¡Profesora! ―gritó, levantándose del asiento. Todos voltearon la cabeza. Ante la atención, se le enredó la lengua—. ¿Podemos apurar- nos? Creo que me voy a desmayar —fingió.

La directora asintió y apuró al conductor a encender el motor. Cuando el autobús comenzó la marcha lentamente, ocurrió algo terrible: la ventana de Zoey se partió con un estruendo y miles de pedacitos de cristal cayeron sobre ella y Jessica. Todo el mundo gritó y las chicas se encogieron en el asiento, tapándose las cabezas.

Con un chillido, la directora le ordenó al chofer que acelerara y este no perdió el tiempo. Arrancó por las calles de tierra del cementerio y, casi haciendo rally en ellas, salió del lugar a una velocidad alarmante, tras la estela que habían dejado los demás buses apenas unos minutos antes.

Zoey alzó la cabeza y vio cómo el conejo de peluche estaba clavado entre las ventanas del otro lado del bus por una flecha de madera en la cabecita. Milagrosamente, ninguna estaba herida por los vidrios rotos.

Mientras todos salían de la confusión y comprendían que alguien los había atacado, corrió a desclavar al muñeco. No gritó su nombre como hubiera querido; entre los chillidos de sus compañeros, las profesoras llegaron hasta ella.

—¡Por Dios, niñas! —gritó la profesora de Literatura—. ¿Están bien? —dijo, mientras la directora marcaba el 911. Jessica, pálida como una tiza, asintió con la cabeza.

Los adultos los obligaron a todos a esconderse bajo los asientos y no se detuvieron en todo el camino. El bus iba de prisa y había demasiado pánico en el aire.

Aun abrazando el muñeco, Zoey se escondió junto con Jess. Ambas se miraron con un gesto de disculpa por haber peleado justo antes de tener grandes posibilidades de morir.

—¿Estás bien? —gimió ella.

—Sí.

—¡Casi te da a ti! —susurró su amiga, con el labio inferior tembloroso—. Esto es horrible. ¡Primero lo de Zack y ahora atacan a un bus escolar! ¿Es que el mundo se volvió loco?

Zoey se encogió de hombros y miró al muñeco de peluche que ahora reposaba en el suelo. Zack le guiñó un ojo para demostrarle que estaba bien y, algo más tranquila, pensó en las palabras de Jessica. No era que el mundo se hubiera vuelto loco, era solo que ellas acababan de descubrir qué tan loco estaba.

Ya era casi de noche para cuando llegaron al instituto y, apenas llegaron, el comedor abrió para dar de cenar a los alumnos. Como ambas estaban demasiado conmocionadas, no bajaron a cenar.

Muchos de sus compañeros habían llamado a sus padres para pedir que vinieran por ellos, a causa de lo vivido. Nadie quería quedarse allí y el miedo flotaba en el aire. La muerte de Zack y el ataque para muchos no parecían ser cosas sin conexión al- guna; pensaban que se trataba de un mal augurio. Los más imaginativos inventaron historias, como que Zack quería vengarse del colegio y por eso los atacaba durante su funeral.

La realidad de los adultos era menos fantástica. La policía del pueblo llegó al colegio para hablar con los profesores y dejar custodios en las entradas de los terrenos. Hasta donde se enteraron los chicos, la policía se había contactado con los encargados del cementerio para aclarar lo sucedido, pero nadie tenía idea de quién podría haber disparado una flecha. El objeto punzante ahora estaba con los oficiales como prueba del delito. Por ahora, lo atribuían a vandalismo.

Deseosa de hablar a solas un poco con el foco del conflicto, Zoey se encerró en el baño una vez en la habitación y argumentó una ducha que no se daría. Jessica sí notó que se llevaba el muñeco a la ducha, pero guardó silencio y se limitó a mirarla hasta que desapareció de su vista.

Todavía nerviosa, abrió el agua caliente y simuló ruidos con los frascos de champú, para ocultar el sonido del seguro de la puerta. A salvo con Zack, preguntó lo que moría por preguntar desde hacía horas.

—¿Estás bien?

Él asintió. No había rastro alguno en su cabecita de haber sido atravesado por una flecha.

—Tranquila, no debes preocuparte por mí. —La miró con el ceño fruncido—. ¡Fue un milagro que me diera! De casualidad el tipo tenía mala puntería.

—¡Lo sé! —La tensión que tenía encima le sobrevino en ese momento. Se dejó caer en el suelo junto a él y ahogó un gemido en sus manos—. ¡Casi muero!

—Fue una mala idea. No podía transformarme para protegerte como es debido. Estoy haciendo todo mal. No sé cuidar de alguien más, solo sé cuidar de mí mismo.

Zoey frunció el ceño.

—Y así te fue —murmuró sin intenciones de ser malvada. El conejo se cruzó de brazos.

—Morir cae sobre mis hombros, no tiene nada que ver contigo —se quejó—. Ahora debo hacerlo bien. No morirás, Zoey, lo juro.

Pasándose las manos por la cara, ella se levantó del suelo. Poco sentido tenía ponerse a llorar allí mismo.

—No prometas cosas que no puedes cumplir —le indicó. Suspiró y se dispuso a terminar su treta del baño—. ¡Esa cosa también pudo herir a Jessica!

—Siendo alguien tan buscada, es normal que pongas en peligro a los demás. —Zack se sentó en el suelo contra una pared. Se frotó la frente blanca en el lugar donde había sido el impacto, mientras ella metía la cabeza bajo la ducha.

Zoey quería mojarse también otras partes del cuerpo, pero recién en ese momento se daba cuenta de que estaba encerrada con un chico en un baño y que no podía salir con la misma ropa con la que había entrado.

—Zack... —susurró, sabiendo que él no iba a hacer lo que ella le pidiera.

—¿Sí? —contestó él, con un gruñido involuntario.

—Voltéate.

Aquella palabra llamó su atención. Sus rayas negras brillaron con malicia en el momento en el que ella le dio la espalda para quitarse el suéter, que aún tenía pedacitos de vidrio.

—¿Qué cosa dijiste? No te oí —replicó con un tono alegre.

Zoey enrojeció hasta la coronilla y se giró, enfadada.

—¡No juegues! Tengo que sacarme el uniforme, ¡así que voltéate!

El conejo bajó las orejas.

—Oblígame.

Se miraron en silencio durante unos escasos segundos, hasta que Zoey se lazó sobre él. Lo tomó de las orejas y corrió hasta el cesto de la ropa sucia que tenían en un rincón del baño. Lo metió dentro y, enseguida, echó su suéter encima y cerró la tapa.

—¡Y quédate ahí!

Escuchó a Zack bufar y saboreó su victoria. Rápidamente, se quitó los zapatos, la falda y las medias. Haciendo todo un bollo, abrió la tapa del cesto y tiró todo de vuelta encima de su cabeza. El chico se quejó nuevamente y se removió por debajo de la ropa.

Sonriendo, ella desabrochó su camisa. Ya se la había quitado y estaba a punto de sacarse el corpiño y las bragas para ponerse la bata encima cuando él emitió un sonido divertido.

—¿Sabes que aún puedo verte a través de esto, no?

Zoey se tapó con las manos y se giró a ver el cesto. Era de mimbre y, por supuesto, distinguía dos rayitas negras, bordadas y malignas, a través del mismo. Zack había logrado sacar la cabeza por entre todo el revoltijo de ropa.

Maldiciendo su olvido, tomó una toalla y se la echó encima.

—¿Quieres que te recuerde también que aún puedo transformarme y salir fácilmente de aquí? —Añadió el chico con tono burlón—... ¡MIERDA!

—¿Qué te pasa? —dijo ella, temiendo que cumpliera su amenaza y tuviera que patearlo baño afuera, justo donde es- taba Jessica. Zack no le respondió enseguida. El cesto tapado con la toalla se quedó inmóvil y en silencio.

Allí fue consciente del cambio de tono de voz empleado y se dijo que algo había sucedido, ¿verdad? Un poco asustada, esperó la respuesta tapándose con la bata.

—¿Zack?

—La flecha no era para ti —dijo—. Era para mí.

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¡SÍ! ¡COMO LO VEN! El dije vuelve a Wattpad por tiempo limitado y estaré subiendo un capítulo nuevo cada sábado :D Hoy empezamos con el cuatro y estoy ansiosa y emocionada de saber que hay nuevos lectores esperando por esto. ¡Espero que lo disfruten muchísimo!


¡RECUERDEN: CAPÍTULO NUEVO CADA SÁBADO!

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