Capítulo 30
Capítulo 30
—Por favor, para.
Todo cesó abruptamente. El viento dejó de soplar, la lluvia dejó de caer y los rayos se esfumaron. Zoey contempló la repentina tranquilidad incrédula, con la boca abierta. El cauce del río se normalizó y descendió sus crecidos niveles hasta correr veloz, pero no amenazadoramente. La luz en su pecho también se extinguió.
Jadeó sorprendida. Ni siquiera voló un insecto.
Se sostuvo como pudo en pie. El lodo le llegaba por las pantorrillas, dejándola bien hundida en la tierra. Los únicos rastros de esa terrible tormenta quedaban en el terreno: las ramas arrancadas, los árboles rotos, incluso las nubes que se estaban alejando. La otra prueba era ella misma, tan bañada en agua y barro como nunca en su vida.
—¡Zoey!
Zack la estaba buscando, obviamente. Ahora con todo en silencio, era fácil distinguir desde dónde venía su voz.
—¡Estoy aquí!
Él llegó enseguida, con Jessica en sus brazos. A pesar de que él cargaba a una chica herida, Zack dejó en el suelo a Jess solo para tener las manos libres para ella. La atrajo a su pecho aliviado, feliz.
—Gracias a Dios —murmuró en su oído—. Estás bien.
Zoey lo rodeó con los brazos también, suspirando. Aquello había terminado.
—Sí, lo estoy.
Volver al cuarto con Jessica inconsciente fue complicado. El terreno estaba irregular, pantanoso y aguado. Tardaron más de lo necesario en llegar hasta el jardín del colegio. Al pasar por la ventana de la habitación, solo pudieron suspirar agotados.
Como primera medida, Zoey se sacó toda la ropa mojada. Zack abrió la ducha mientras ella desvestía a Jessica —en esos momentos, daba igual que él las viera en ropa interior—. Con su ayuda, llevó a Jess a la ducha y se metió con ella debajo del agua caliente.
Se quedó allí, tumbada en la bañera durante unos cuantos minutos, agradecida por el calor reconfortante. Afuera, con el agua y el frío, se le habían puesto los dedos morados. Pasó, entonces, las manos por la herida en la cabeza de Jessica y ella se quejó suavemente.
A pesar de todo, estaba preocupada por su salud. ¿Y si estaba muy lastimada? Iban a tener que llevarla a un hospital. La inconsciencia no era buena señal después de un golpe así.
Suspiró acongojada.
—Oh, Jess, por favor, abre los ojos —pidió.
Detuvo sus dedos sobre la herida que ya no sangraba, y entonces, Jessica abrió los ojos.
—¿Zoey?
—¡JESS! —Feliz, Zoey la abrazó—. ¡Estaba tan preocupada!
—¿Qué pasó? —Jessica miró el cuarto de baño, confundida. Claramente no esperaba despertar allí—. Vi a Adam en el bosque y fui por él. Luego me perdí... creo. Apareció un tipo y no... no me acuerdo qué...
Zoey se mordió el labio inferior. Así que ella recordaba...
—El tipo te golpeó en la cabeza —le explicó—. Adam me avisó que te habías metido en el bosque. Él te vio perseguirlo. Me dijo que planeaba emboscarte para convencerte de que volvieras al colegio, pero solo halló tu móvil. Me llamó y fui a buscarte. Luego se desató una tormenta y... por eso estamos en la ducha.
—¿Una tormenta? —preguntó la morena con una mueca—. ¿Y Adam?
Zoey negó con la cabeza.
—No lo sé. Cuando se largó la tormenta lo perdí de vista.
Te traje aquí como pude.
—Él no... ¿Él no te ayudó?
Ella volvió a negar y Jessica bajó el mentón. Ni siquiera preguntó por el tipo que la había golpeado; mucho menos cómo habían logrado volver al colegio y a la habitación así de sucias. Se quedó callada, debajo de la ducha hasta que a ambas se le arrugaron los dedos. Zoey la ayudó a levantarse para salir de la bañera, y luego se secaron con cuidado con varias toallas.
—Me duele la cabeza. —Jess se tocó el chichón que tenía en la frente. Debajo de las toallas ya no tenía nada, por lo que al salir del baño, Zoey le hizo señas al conejo Zack para que no mirara.
Él se movió lentamente, hasta taparse con el acolchado que caía de su cama.
—No puedes decirle a nadie que viste a Adam. Menos que salimos de aquí —le dijo Zoey, buscando ropa seca—; nos castigarán si saben que fuimos al bosque.
Su amiga asintió quedamente mientras intentaba vestirse. Al final, ambas cayeron rendidas sobre la cama, cansadas y agarrotadas. Zoey se acurrucó entre las sábanas, disfrutando de la sensación. En cuanto apagó la luz del velador, Zack se subió a la cama para acostarse a su lado.
—Ya, descansa. Ha sido mucho por hoy —le susurraron sus labios en el oído. Allí ella supo que estaba en su forma humana, y lo confirmó cuando él acarició su mejilla con cuidado.
Exhaló, pensando lo mismo que él. Que en esos dos días ya había pasado por demasiadas cosas. Solo quería descansar.
Jessica seguía tocándose la frente cuando le tendió a Zoey su examen corregido.
—Por favor, si reprobé, solo golpéame —le pidió.
Zoey se rió y después de ver la nota, golpeó a su amiga en la cabeza, en el lado contrario donde ella aún tenía el chichón.
—Te fue bien, mensa.
Jessica dejó salir un gran suspiró. La temporada de exámenes y recuperatorios había finalizado de una vez por todas.
Durante unos cuantos días no volvieron a tener noticias de Adam o de Jude, lo que suponía un alivio para Zoey. Después de esas sesiones agitadas de acción, drama y pelea, solo deseaba ser una adolescente medianamente normal. Pero dentro de lo normal, para ella, estaba volver a concentrarse en el cuaderno, el dije y los pocos pergaminos que tenían.
Seguían estando estancados, y por más que Zoey buscaba J. D Clarence en todos los libros, jamás hallaba algo. Estuvo pensando en el bibliotecario del pueblo, aquel ancianito que hacía noventa y cuatro años que andaba por allí. Tal vez él supiera algo, pero Zack no creía que salir del colegio fuera buena idea. De alguna forma, el instituto volvió a ser un punto seguro sin Adam y con el túnel cerrado.
Le parecía increíble lo muy idiota que había sido al creer que nadie más conocía ese pasadizo. ¿Cuántas veces Jude pudo haber pasado por allí? Era más que seguro que él había utilizado ese camino para preparar la muerte de Zack en el sótano, del otro lado de la pared. Además, las sombras habían literalmente desaparecido desde que el hueco había sido sellado. ¿Coincidencia? Tal vez, pero ahora las preguntas eran: ¿Por qué con el túnel cerrado las sombras no podían entrar? ¿Por qué el colegio era un sitio seguro? ¿Qué relación había entre el templo, la iglesia, el colegio y el dije?
—No conozco ese nombre —dijo Zack, leyendo J. D Clarence en el libro—. Realmente no tengo idea de quién es.
Zoey suspiró. En la terraza ya no hacía tanto frío como días atrás, pero aun así, estaba bastante abrigada.
—Estaba pensando —dijo—... ¿Crees que Adam sepa más de lo que dice saber? —Zack alzó los ojos del libro—. Él sabe del dije, sabe de Jude, de ti... Pero la otra vez me dijo que incluso tú eras muy inocente en este asunto. Que te entregaron al dije sin decirte cosas importantes.
Zack bajó el libro, serio.
—Bueno, a veces... yo también lo creo. Es cierto que no sé un montón de cosas. —Señaló el cuaderno—. Esto es una prueba de eso. Pero no creo que Adam sepa en verdad algo de este cuaderno, el templo y el dije. Él debe saber lo mismo que yo.
Con los días, Zoey se fue convenciendo de eso. Adam había desaparecido, o huido, del claro del bosque en cuanto las cosas se complicaron con la tormenta. Jude había hecho lo mismo, gracias a Dios. Pero lo importante, lo que le decía eso, era que su ex compañero del colegio era un charlatán.
Y sí que lo era. Fruncía el ceño cada vez que recordaba a Adam diciéndole que le había roto el corazón. ¿Cómo podía ser eso posible? Antes de la muerte de Zack, ella nunca le había prestado atención a Adam, nunca había hablado con él. Y luego de su muerte... tampoco le había dado muestras de... algo. Adam estaba loco, sin duda alguna, y esperaba no verlo jamás.
Pero, a pesar de eso, lamentaba no haberle dicho todo lo que detestaba que él quisiera decidir por ella. Muchas veces Adam la había tratado como un objeto, empecinado en que sabía qué era lo mejor para mantenerla con vida. Y, sin embargo, era capaz de diferenciar su actitud con la de Zack, que generalmente era bastante sobreprotector; eso se debía, a fin de cuentas, a que él ya había muerto y sobre sus hombros pesaba su seguridad.
A diferencia de Smith, tenía mucho que agradecerle a Zackary Collins.
Cuando la primavera llegó, tranquila y liviana, hacía tiempo que nada extraño pasaba. Pudo relajarse y asistir a clase con normalidad. Hasta Jessica parecía más feliz que antes, como si Adam nunca hubiera existido. Ella también olvidó las extrañas confesiones de ese chico y se concentró más bien en intentar formular una relación con Zackary que rayara en lo amistoso.
Sus alergias anuales también llegaron con alegría, aunque Zoey las detestó con toda su alma. Su madre le envió el medicamento necesario, lo que apaleó el goteo nasal y los estornudos durante los primeros días en que el polen deambulada por el medioambiente.
Una noche, mientras ella gastaba todo el papel higiénico en su nariz, Zack le comentó algo de su abuela.
—Ella debe saber algo —le dijo—. Hace rato que lo vengo pensando.
—¿Por qué no lo pensaste antes? —preguntó Zoey, por simple curiosidad.
—Bueno, sí lo había pensado, es lo que te digo. El punto es que mi abuela me cree muerto, no es que pueda ir a preguntarle cosas sobre el dije y mi abuelo cuando quiera.
Ella se sonó la nariz una vez más.
—Pero yo sí puedo, ¿no?
Zack se quedó viéndola, estudiando su respuesta.
—Tú si puedes —repitió.
—Claro, tendrías que llevarme a lo de tu abuela. Y habría que salir del colegio e ir de noche —siguió Zoey.
—Sí, habría... pero...
—Pero podría hacerse con cuidado.
Ambos lo pensaron. La abuela de Zack efectivamente de- bía de saber cosas sobre el dije, cosas que le habría dicho su marido alguna vez. Pero para obtener esa información, Zoey debía entrar en la casa, hablar con la mujer casi ciega y exponerle su necesidad de respuestas sin asustar a la vieja.
La abuela Collins vivía sola con un mayordomo y dos empleadas en una vieja casa, no lejos del pueblo, pero sin duda alguna, había que hacer toda esa excursión de noche.
Zoey se mostró entusiasta con eso y lo único que Zack pensó fue que, después de tanto tiempo, ella añoraba la acción.
Al final, decididos, planearon cuidadosamente el día, la hora y cómo llegarían a la casa de la abuela Collins, y cuando el momento llegó, Zoey se encargó de verter algunas gotas del antialérgico en el agua de Jessica.
—Tiene un efecto somnífero —le explicó a Zack cuando vieron cómo Jessica se quedaba dormida después de un largo rato sobre el escritorio—. Me pasó igual la primera vez que lo tomé. Ahora estoy acostumbrada.
Metieron a Jessica en la cama y se alistaron.
Salir del colegio siempre era simple. Esta vez optaron por brincar desde la terraza. Los jardines los encontraron apacibles, sin ninguna muestra de peligro en el aire. Así avanzaron con cuidado, rápidamente hasta el puente. Había un guardia del otro lado de la ribera del río, sentado sobre un banco medio dormido, pero Zack saltó por el aire, fuera de su vista.
Corrió por el pueblo hasta la carretera estatal que se dirigía al sur, hacia la casa de la abuela. Había que dar gracias a los santos porque las temperaturas fueran más agradables en las noches, pues con esa corrida en medio de la oscuridad, Zoey podría haber terminado como una paleta helada.
Aminoraron la marcha al entrar a la zona residencial donde vivía la nana Collins, que estaba en penumbras. Se dirigieron rápidamente a la casa, grande y tenebrosa, que parecía una construcción de película.
No era todavía muy tarde. Habían tenido la precaución de pensar en los horarios de la anciana, para no asustarla en la cama, así que Zoey golpeó la puerta, temerosa, y el mayordo- mo que abrió la miró de arriba abajo desconcertado.
—¿Sí?
—Am... —balbuceó ella, apretando el peluche de conejo en sus manos—. Estoy buscando a la señora Cosette Collins.
—A estas horas la señora ya está en la cama —contestó el hombre, torciendo el gesto.
—Oh, es que... yo vengo desde lejos y no tengo otro momento. Vengo del colegio al que iba su nieto Zackary. Yo necesitaba hablar con ella.
El hombre se detuvo.
—¿Por qué? ¿Conocía usted al joven Zackary?
—Bastante, demasiado —susurró—. Hay algo que debo preguntarle. ¿Podría decirle si puede verme solo unos minutos?
El hombre dudó, pero al final la hizo pasar al hall de entrada. Le pidió que esperara allí, entre las viejas escaleras de robles con alfombras rojas, los jarrones antiguos y los cuadros centenarios.
—Recuerda —dijo Zack—. Qué sabe del dije, del templo, del idioma secreto y del túnel del colegio.
—Sí, sí. Lo tengo.
El mayordomo regresó minutos después, con su expresión imperturbable.
—La señora Collins solo podrá verla unos minutos, efectivamente.
La guio por una sala con lindos sillones y a través de un comedor enorme, hasta una habitación más pequeña con es- tanterías llenas de libros y un hermoso piano de cola.
La señora Collins era una mujer muy anciana. Era delgada, arrugadita como una pasa, de un aspecto ceniciento pero engalanado.
El mayordomo se retiró con una reverencia y las dejó solas.
—Ah, buenas noches, señora Collins —saludó, sin siquie- ra moverse.
—¿Y quién eres tú, eh? —dijo con voz suave la mujer.
—Mi nombre es Zoey Scott, yo... era amiga de su nieto. La mujer estiró los dedos hacia ella, pidiéndole que se acercara.
—¿Y qué quieres saber de mi nieto que te ha traído hasta aquí, a estas horas? Norberto me dijo que eras del colegio de Zackary. Si es así, ¿qué haces fuera del instituto, querida?
Zoey titubeó, acercándose a la anciana, mientras apretaba el conejo con más fuerza.
—Hay un asunto, señora. —La abuela esperó—. Yo quería preguntarle sobre... sobre su esposo.
—¿Mi esposo?
—Su esposo y... el collar que él le legó a su nieto.
La anciana señora Collins se quedó callada, tal vez observándola, tal vez no. El silencio duró más de lo que Zoey esperaba, fue casi tan aterrador para ella como la apariencia de la casa.
—¿El collar...?
—El dije —aclaró Zoey—, el dije por el cual mataron a Zack.
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