Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 10

Capítulo 10

Cuando Zoey salió del cuarto con su mochila al hombro, Zack apenas si le dirigió una mirada furibunda. Ambos pares de ojos, enfurecidos, se cruzaron durante segundos, justo antes de que ella cerrara la puerta de un portazo. La única razón por la que se sentía segura saliendo así sin él era por el bendito escudo que Zack empleaba cuando no la seguía.

Y eso no quería decir que no siguiera enfadada con él.

No se habían hablado nada en esos dos días y parecía que ninguno iba a dar el brazo a torcer. Ella nunca imaginó que el chico pudiera ser tan terco, pero no iba a hacerle caso a sus caprichos y acusaciones.

Era hora de ocuparse de otros asuntos. Había quedado con sus padres para un almuerzo de despedida. Tenía que enfocarse en ellos y en dejarlos tranquilos de una vez por todas. Su madre tenía fama de ser histérica de corazón y a Zoey le quedaba apelar a la lógica de su padre.

Puso los ojos en blanco cuando los vio en la rotonda del colegio. Justamente, su mamá estaba casi brincando en su lugar, como si quisiera secuestrar a su hija y abandonar el país.

Papá Scott, en cambio, sonreía suavemente, como si no se diera cuenta de lo insoportable que se estaba poniendo su mujer.

—Mamá, ¿quieres calmarte? —preguntó, deteniéndose frente a ellos—. La gente pensará que tengo una familia extraña.

—¿Y eso es lo único que te preocupa? —exclamó la señora Scott, lanzándose sobre ella y besándole la cabeza un sinfín de veces—. ¡Creí que jamás volvería a verte!

—Oh, por Dios...

—Hija, tienes que entender que hemos estado preocupados.

Zoey apartó a su madre de un manotazo y se dirigió a su padre con seriedad.

—Punto número uno. Lo de Zack fue un accidente. No soy tan estúpida como para ir a jugar al lado de una maquina vieja, y menos después de todo esto. Punto número dos, lo de la flecha en el bus fue raro, pero algo de uno en un millón. ¿Qué creen? ¿Qué hay un loco asechando al colegio?

—¡SI! —gritó la señora Scott—. ¿Cómo es que no entiendes eso?

Zoey prefirió callarse la boca y poner los ojos en blanco. Su padre la imitó.

Bueno, tal vez sí había un loco asechando a los alumnos, pero su madre no tenía forma de saber, ¿o sí? La miró a la cara y estudió su expresión convulsionada.

«Nah».

Se subió al auto y siguió con los labios apretados hasta que se detuvieron en el restaurante de mejor fama. El pequeño pueblito tenía su turismo. Había una gran catedral a la que muchos peregrinos concurrían en fiestas cristianas, lo que le proporcionaba a la ciudad una gran entrada de dinero. Había pequeños restaurantes en las esquinas y estaba repleto tiendas de santería. Los fines de semana la plaza principal se llenaba de puestos ambulantes que vendían manualidades a los visitantes.

Sin embargo, en día de semana, la actividad disminuía mucho. Zoey se sentó en la mesa junto a la ventana, mientras sus padres se sentaban del otro lado, frente a ella. Pidieron las bebidas y algo de entrada, y antes de que la comida llegara, el señor Scott suspiró.

—Todo ha estado tranquilo.

—Sí, casi no hemos tenido clase —respondió Zoey con soltura.

—¿Con todo lo que pagamos? —chilló su madre.

—Se normalizará —dijo su padre con ese tono amable que lo caracterizaba.

—Sí, y por eso quiero quedarme —replicó ella.

—Hija, no solo te han puesto en la horrible situación del accidente con ese chico, ¡sino que casi pierdes la cabeza! —chilló su madre, conteniendo un poco la voz—. ¿Sabes que en una semana tendrás que ir a declarar? ¡Eres la que encontró el cuerpo! ¡Accidente o no te han puesto en una situación difícil! ¿No sería mejor ir a otra escuela? ¿Una más cerca de casa?

Zoey tragó saliva. Oh, no, no lo sabía hasta ese momento. Y no, eso sin duda no sería mejor.

—Ya sé que encontré el cuerpo, no lo olvido —contestó, recalcando las palabras—. Eso también fue una situación de la vida, mamá. Nadie tiene la culpa.

—¡Yo sabía que enviarte a estudiar tan lejos sería malo para ti! —lloriqueó la mujer y su padre suspiró lentamente.

—Quedamos en que una educación privada la formaría mejor para una universidad, querida.

—¡Pero no puedo cuidarla de esta manera!

—Mamá, nunca salgo de la escuela. ¡Por favor!

—Y ahora menos —terció la señora Scott—. ¡No firmaré nuevamente el permiso de salidas mensuales!

En ese momento, Zoey dejó caer la mandíbula y se preparó para hacer un berrinche.

—¿Qué? —despotricó—. ¡No hablarás en serio!

Ese permiso era su única ilusión. Solo los mayores de dieciséis años podía salir una vez al mes al cine del pueblito o a los museos históricos. ¡Y había esperado tanto para tener la edad!

—¡Sí! Quién sabe que pueda pasarte.

—¡Eres totalmente injusta! ¿Y qué si quiero ir a la biblioteca, eh? ¡Lo de Zack fue un accidente, mamá!

—Tienes la biblioteca del colegio.

Zoey puso los ojos en blanco y señaló hacia la ventana.

—Necito cosas que están en la del pueblo, ¡y lo de Zack fue un accidente!

—¡No voy a discutir al respecto! —siguió su madre y el señor Scott suspiró derrotado.

Zoey sabía que así no llegarían a ningún lado y que tampoco valía hacer una escena en el restaurante.

—Bien, genial, de acuerdo —murmuró. Lo mejor iba a ser esperar unos días hasta que ella se diera cuenta de que era idiota—. Entonces ahora llévenme a la biblioteca y déjenme en paz allí por un rato.

—No actúes como si estuviera loca.

—No, claro que no. Solo actuó como si estuvieras demente. Estás exagerando.

—No, ¡casi mueres!

—Todos casi morimos alguna vez —contraatacó la chica—, solo que a veces no nos damos cuenta.

Convencer a sus padres para que la dejaran en la biblioteca, sola, fue más difícil que insistir sobre su permanencia en el colegio. Quedaron en que ellos se irían y que regresarían la semana entrante para acompañarla a declarar por el hallazgo del cuerpo de Zack. Eso era mejor que nada, así que Zoey asintió sin chistar, antes de escabullirse por las viejas puertas de la biblioteca del pueblo.

Todo allí era demasiado viejo, incluso el bibliotecario. Se trataba de un ancianito delgado, de espeso cabello blanco y cara escuálida. Caminaba muy despacio y las manos le temblaban cuando acomodaba los libros.

Zoey observó, arqueando una ceja, al hombre sacar un libro de un estante y, en lo que pareció siglos después, ponerlo en otro. Allí nadie desacomodaba los libros. Parecía que, en realidad, nadie había atravesado la puerta en años.

El viejito tardó en percatarse de la presencia de la niña parada en la puerta. La miró a través de sus anteojos algo sorprendido.

—Bienvenida, señorita —dijo con voz suave—. ¿En qué puedo ayudarla?

Zoey decidió que era mejor pedirle ayuda sobre lo que buscaba al viejito, antes de perderse y desacomodarle todos los libros.

—Hola, busco libros sobre idiomas antiguos.

El viejito comenzó a bajar la escalera sobre la que estaba parado.

—¿Que tan antiguos? —preguntó.

—En realidad, no lo sé. Supongo que viejo como el latín o el griego antiguo. También quería libros sobre la historia del pueblo, si es que tiene algo.

El hombre sonrió súbitamente.

—Es la primera vez que me piden eso en treinta años. —Parecía emocionado. Se dio la vuelta y se perdió entre las estanterías y pilas de tomos en el suelo.

Zoey continuó parada cerca de la puerta, mirando el viejo edificio. No era tan grande como la biblioteca del colegio, pero tenía tantos que parecía más abarrotada de lo que estaba. El viejito reapareció minutos después con cuatro ejemplares sobre sus manos.

—Por aquí —le dijo, señalándole unas mesas apartadas junto a unas ventanas—. Aquí hay: «Lenguajes de la humanidad», «Idiomas perdidos», «El latín y sus contemporáneos» —nombró—. Y aquí, la biografía del pueblo, escrita por uno de nuestros residentes. —Y le tendió un tomo nuevo y pequeño.

—Gracias. —Zoey tomó los cuatro libros y se sentó en una de las sillas de madera, que chirriaba con su peso. El viejito anunció que le buscaría más opciones y se giró, blandiendo un dedo y hablando sobre un libro viejo que había visto por ahí hacía tres años.

Con una sonrisa tirando de sus labios, ella abrió la primera opción, pero solo encontró más de lo mismo. Sentía una leve esperanza conforme a «Idiomas perdidos», pero terminó com- probando que el idioma que ella buscaba no parecía existir. Revisó «El latín y sus contemporáneos», pasando las hojas con rapidez y, al ver imágenes de palabras talladas en piedra, sacó de su bolsillo el papel con las letras que había copiado. No se parecían. Desanimada, cerró el libro.

El bibliotecario apareció en ese momento con otra tanda para ofrecerle y sus ojos azules llenos de cataratas se fijaron en el papel.

—¿Buscas estas letras? —preguntó, dejando los libros sobre la mesa.

Zoey se mordió el labio inferior, pero asintió despacio.

—Yo creo... —El hombre se llevó un dedo a la frente rugosa—. Sí... Tendré que buscarlo... pero sí.

—¿Qué cosa? —inquirió ella, casi saltando en su silla.

—Espérame aquí —puntualizó el anciano, como temiendo que se fuera antes de que él volviera.

Zoey esperó hasta que estuvo a punto de dormirse bajo el rayo tibio del sol que entraba por la ventana. El anciano le tocó el hombro y llamó su atención.

—¿Sí? —dijo, sobresaltada. El viejo la miraba expectante con un librito pequeño y tan viejo que parecía deshacerse en sus manos.

—Lamento la tardanza —se disculpó el hombre, acomodándose los anteojos—, pero este libro es tan viejo que nadie jamás lo ha pedido. Además, nadie sabe lo que dice. —Se lo tendió, despacio—. Me parece... —dijo con elocuencia—, que este es el correcto.

Ella lo miró confundida. Si nadie entendía lo que decía, ¿cómo podía ser el correcto? Pero lo comprendió en cuanto lo abrió:

Estaba escrito a mano y las hojas eran gruesas. Estaba segura de que era pergamino, que la tinta era vegetal y que las frases habían sido plasmadas con una pluma de buena calidad. Estaba escrito todo con ese mismo idioma extraño que ella había anotado en su mano, pero aquel pequeño libro parecía ser más viejo que el edificio en el bosque.

No decía nada que pudiera entender, pero era un descubrimiento genial. El anciano observó su mirada sorprendida con verdadero placer, el placer de haberle dado a su cliente lo que buscaba.

—Este libro ha estado aquí desde siempre —explicó—. Tengo noventa y cuatro años y trabajo aquí desde los once, junto con mi abuelito. Cuando él era el bibliotecario, este libro ya estaba aquí.

Zoey pasó las hojas con cuidado.

—Es increíble —susurró.

—Quédatelo —dijo él con una sonrisa. Ella levantó la cabeza.

—¿Qué? ¿Qué cosa?

—Que te lo quedes. Eres la primera persona en más de cien años que viene por él. Debes necesitarlo.

Zoey lo sostuvo como si se tratara de un recién nacido, sin poder creer que alguien le obsequiara una reliquia como esa. Debía valer muchísimo, pues era una verdadera obra histórica; las ornamentaciones de las páginas eran precisas y hermosas. Algunas de ellas estaban todas escritas y otras tenían extraños dibujos que no podía descifrar tampoco.

—¿De verdad? —preguntó con un hilo de voz.

—Claro que sí, llévalo. Si necesitas algo más, no dudes en volver.

La chica se paró de un salto y le estrechó rápidamente la mano al bibliotecario.

—¡Gracias! ¡De verdad!

El viejito estaba encantado.

—De nada, jovencita. Espero verte pronto por aquí, quizás hasta puedas decirme qué tan interesante es ese libro. —Y lo señaló con un movimiento de cabeza.

Bueno, ese ancianito que le caía bien.

Entró a su cuarto, en donde Zack estaba todavía sentando en la esquina más apartada, dándole la espalda; solo esta vez tenía forma humana. No se movió, como si no hubiera oído nada o como si fuera una estatua. Sin que él se diera cuenta, ella fue hasta la cama, metió el libro pequeño y marrón debajo de la almohada y luego marchó al baño para darse una ducha antes de la cena.

No tenía prisa por salir, ni mucho menos por cambiarse a gran velocidad al terminar. Se secó el cabello con la toalla, apretándolo para que se formaran los rizos al natural, y renegó cuando eso no dio resultado.

Se puso un pantalón liviano y una camiseta sencilla y salió del baño echándose el molesto pelo hacia atrás. Entonces, se paró en seco al ver a Zack parado junto a su cama, sosteniendo su almohada con una mano y el pequeño libro viejo con la otra.

—Fuiste al bosque —dijo, fulminándola con la mirada.

Zoey tragó saliva.

—Por favor, ¿qué crees? —soltó, aunque fuera obvio.

«Y que eres tonta, niña», se dijo. «En serio es más que obvio». Pero prefería actuar como si nada que empezar a pelear nuevamente y de mal modo. Zack puso los ojos en blanco y abrió el libro para mostrarle la hoja doblada en la que había copiado las letras y que ella había guardado entre las páginas

—No me trates de idiota, por favor. ¿Por qué lo hiciste? —Soltó el libro en la cama y se acercó a ella con los ojos grises ardiendo—. ¡No te preocupa ni un bledo tu vida!

«¡A la mierda la paz!».

—¡Claro que me preocupa! —Zoey avanzó hasta él con la misma ira—. ¡Por eso fui!

—¡No puedes ir al templo! ¡Pudiste haber muerto, tonta!

—¡Pero habría entendido por qué! Tú no me dices nada, ¿no crees que es extraño que todos me pidan que me aleje de ese lugar? ¿No te das cuenta de lo difícil que es esto para mí?

—¿No crees que tiene lógica? —gritó Zack blandiendo los brazos—. Por algo será, ¿no, Zoey?

—¡Pero no me lo dices! ¡Y no puedo seguir así sin saber exactamente qué es lo que tengo en el cuello y por qué pasan estas cosas! ¡Yo soy la portadora del dije ahora y merezco saber qué pasa, qué hay detrás de todo esto! Pero se ve que a ti te importa más tu propia muerte que decirme una estúpida verdad que podría salvar la mía. —Y sin dejarlo contestar, se dio la vuelta y volvió al baño, cerrando la puerta tras de ella y echando el pestillo hacia abajo para evitar que él entrara.

Zack abrió la puerta, después de destrabarla con un movimiento mágico de sus dedos. Empujó con cuidado, justo para descubrir que Zoey estaba dormida hecha un bollito en el piso contra la madera, trabándola.

Habían pasado tres horas y él se sentía tan culpable como preocupado.

Terminó de abrir la puerta y, con cuidado de no despertarla, la alzó en brazos. Zoey se removió y escondió la cara en su pecho. La dejó en la cama, le quitó los zapatos y estaba punto de taparla con el acolchado cuando ella abrió los ojos y se fijó en él.

—¿No te duele todo? —le preguntó Zack, suavemente. Se sentó en el borde de la cama y la miró con tranquilidad.

—Sí —respondió Zoey, frotándose los ojos—. ¿Por qué entraste? Había trabado la puerta —se quejó.

—Lo sé —suspiró él—, pero pasaron las horas...

—¿Y qué? —cuestionó la chica, empujándolo con la pierna disimuladamente. Zack bajó la vista hasta la pierna y arqueó las cejas.

—Oye, de verdad... Ya basta.

—Basta tú —musitó, pero Zack le atajó la pierna y su tacto la perturbó. Se quedó dura, mirándolo.

—Zoey, sé que sabes que ir a allí de verdad es peligroso.

Yo no voy a apañarte en eso.

—Tú preferiste dejarme sola mientras renegabas en la esquina. No quisiste escucharme ni un poco. No te pusiste en mi lugar para nada.

—¡Nunca saqué el escudo de tu alrededor! Y además... Además te seguí hoy hasta el restaurante. Ya intuía que habías hecho algo prohibido...

Ella se cruzó de brazos, todavía muy enojada. Eso no salvaba su actitud y sus malas mañas. Tal vez ella había sido imprudente, pero él había sido egoísta también.

—Te lo dije, necesito respuestas. Y sabes que tengo razón en eso. Tengo derecho a saber qué pasa y qué puedo hacer por mí misma. Me he visto envuelta en todo esto y no entiendo nada de ello.

Él miro el techo y, despacio, soltó su pierna.

—Sí, tienes razón.

Zoey estrechó los ojos, todavía incrédula.

—¿Y vas a decírmelo?

Él asintió y sonrió un poco.

—Te lo debo. Tienes razón, eres la nueva portadora. Te diré todo lo que sé y entiendo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro