Chapter 8
Jueves 3, 1939
Querido diario,
No quería hacer uso de ti para desahogar mi cúmulo de emociones; sin embargo, me he visto obligada a hacerlo, mas no puedo aguantarlo y tú eres el único apoyo que me ha quedado.
Me encontraba sentada debajo del frondoso árbol de manzanos que proporcionaba una basta sombra. En mis manos, portaba mi tan preciado diario y una pluma Montblanc Meisterstück; regalo de mi prima Abigail.
Mientras plasmaba mis pensamientos a pulso fuerte contra el frágil papel, una persona se acomodó a mi lado. Cuando intenté mirar para saber de quien se trataba, este sin previo aviso me arrebató el cuadernillo de las manos.
─¡Oye, devuélveme mi diario! ─ Al notar el rostro del presunto ladrón, mi sangre se heló, pues era Sebastien quien lo había hecho.
─¿Por qué me has estado evitando Elena?
─¿Qué dices? ─Abrí los ojos como platos ante su pregunta, pero la rabia contenida era superior a mi asombro, por lo cual solté aquellas palabras
─¡Dame mi maldito diario Sebastien, no estoy de humor para tus estúpidos juegos!
─¡Huy! no sabía que la pequeñita de mamá usaba ese lenguaje. ─Soltó con sorna y una sonrisa burlona en su rostro.
Intenté arrebatarle el cuaderno de sus manos, no obstante, este al divisar mi acto se incorporó de golpe y alzó sus brazos para que no pudiera alcanzarlo, pues era el doble de alto a comparación conmigo.
─ Sebastien esto no es divertido, por favor devuélveme mi diario.
Debido al agotamiento producido por los repetidos saltos para alcanzar la libreta, decidí parar. Hice una mueca de fastidio y soplé uno de mis mechones de cabello que habían salido de aquél desaliñado chongo.
El pelinegro, por otra parte, se regocijaba ante esto; ignoró mi petición y, en lugar de entregarme el cuaderno, comenzó a ojear el contenido de este hasta toparse con una página que logró captar su atención. Carraspeó dos veces y se dispuso a leer los enunciados en voz alta.
En determinadas ocasiones me era complicado atender las palabras de tan atractivo caballero, puesto que, sus hermosos e impactantes ojos eran los causantes de mi falta de concentración. Era díficil identificar el color de estos, pues a veces con el reflejo de la luz del sol se tornaban verdes y en la obscuridad, se podían apreciar destellos marrones y miel. Por otra parte, la belleza de su rostro era indiscutible y sus labios ¡Dios! Por momentos, me había saltado la loca idea de descubrir que se sienten al ser besados.
« Tierra no seas tan cruel y trágame antes de que pueda burlarse de mí o de mis tonterías escritas en esas páginas.»
Oculté mi rostro entre la cabellera despeinada, ya que no quería que el viera mi bochornoso sonrojo. El pelinegro, se acercó hacia mí para colocar el diario en mis manos.
Tenerlo tan cerca me proporcionaba un sinfín de sensaciones e interrogatorios, pues no sabía con exactitud que era lo que este quería lograr.
El nerviosismo se hacía presente al tenerlo tan cerca de mí y mi corazón no paraba de latir súbitamente.
«¿Qué demonios pasaba por su cabeza? ¿Qué pasaba por la mía?»
Mi subconciente seguía cuestionándome mientras mantenía mi vista en el suelo; mi rostro ardía por la vergüenza, las manos me temblaban y mi pulso era incontrolable.
Sebastien, levantó mi barbilla con suavidad empleando el dedo índice para colocar un casto beso en mis labios. Él se apartó para poder contemplar mis ojos, aunque estos tenían la total atención de sus rosados y un tanto carnosos labios. No pude evitar la tentación de aquellos y, sin demorar un minuto más, rodeé mis brazos en su cuello para volver a unirlos con los míos.
Inicialmente, nuestros labios se topaban torpemente; choque de dientes y pequeños mordiscos involuntarios. Pero a medida que nuestro deseo crecía, la intensidad de ambos incrementaba; nuestras agitadas respiraciones se entremezclaban mientras que estos a su ritmo se fundían en una danza prohibida para devorarse ávidamente. Su leve tacto al entrar en contacto con mi piel hacía estremecerme, el olor de su colonia sosegaba mis sentidos hasta el punto de embriargarme y sucumbir ante ese preciado momento.
Poco a poco nos separamos para poder divisar las facciones del otro; Sebastien mantenía una pequeña sonrisa y a su vez un casi imperceptible rubor sobre sus mejillas. Yo aún conservaba aquel escandaloso color en mi cara, y una boba sonrisa se asomaba en mi boca. Ambos habíamos permanecido así durante unos instantes; admirando las facciones del otro sin mencionar ni una sola palabra. Solo disfrutando del cómodo silencio que se había creado entre los dos.
"Los besos son como pepitas de oro o de plata, halladas en tierra y sin un gran valor, pero preciosas porque revelan que cerca hay una mina". George Villiers (1592-1628) Duque de Buckingham. Político Inglés
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