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Chapter 21, (III)


Al percatarme de la presencia de la pelinegra, me levanté del sillón y entrelacé mis manos por detrás de mi espalda, tal como acostumbraba siempre. Luego, inquirí con extrañeza por su repentina aparición y sin la compañía de Elena.

- ¿Abigail? ¿Y Elena? Creí que vedrías con ella.

Llevó una de sus manos hacia su pecho mientras trataba de normalizar su respiración agitada. Cuando esta se normalizó, declaró

-Tienes que irte.

-¿Qué? No puedo, Leonor...

Ella me interrumpió para proseguir con su justificación y la misma inquietud que refleba en su voz, podía apreciarse en sus gestos.

- Leonor está furiosa y no creo que tenga ganas de verte. De verdad, no es buena idea que permanezcas aquí. Tienes que irte ¡Ahora!

--Pero... Tengo que hablar con ella Abigail. No puedo dejar las cosas tal y como están. ¡Tengo que hablar con Elena! - Insistí varias veces, tratando de convencer a la duquesa. Sin embargo, ella seguía reacia a cambiar su postura.

- Y lo harás. Solo que no en este momento.

Los músculos de mi barbilla se tensaron tras oír las palabras que salieron de la boca de la chica.

«No me quería ir, no hasta que arreglara este malentendido con Lena»

Me crucé de brazos y sin moverme de ese lugar, la encaré con el ceño fruncido.

- Sé lo que tienes en mente y aún así no pienso cambiar de opinión.

Me mantuve en la misma posición por un buen rato hasta que la pelinegra finalmente desistió, o al menos eso pensé.

Ella bufó exasperada y tiró de mi brazo izquierdo, llevándome a la entrada principal. Después, cogió una de mis manos y colocó en esta un pedazo de papel. La cerró en un puño y mencionó demandante.

- Léelo en cuanto estés dentro del auto.

Asentí sin pronunciar ni una frase y me dí la vuelta, dirigiendo mis pasos hacia el exterior.

Seguí el consejo de Abigail y al entrar al vehículo desdoblé aquel pedazo de hoja arrugado.

Hoy a las 8:00 p.m Torre de Londres. Más vale que compres un traje y lleves contigo una máscara.

«¿Una máscara? ¿Para qué?»


« Él no te quiere Marie, te está usando. Ese muchacho solamente busca aventajarse de tu posición y así poder ser condonado por sus superiores para regresar a su antiguo cargo en la Fuerza Aérea.»

-¿Len, me escuchas?

Borré de mi mente aquellas hirientes palabras que Leonor había pronunciado durante el desayuno para concentrarme en lo que la morena decía. Regresé mi mirada a sus ojos, los cuales me observaban aprehensiva y fingí una sonrisa, tratando de tranquilizarla, pero esto no consiguió hacerlo, pues mantenía sus mismas facciones inertes. Más tarde, se atrevió a cuestionar.

- ¿Pasa algo?

- ¿Qué?... ¡Para nada! - Hice un gesto con la mano, como si este pudiera restarle importancia al asunto.

Su vista perduró posada en mí y por la forma en que me observaba sabía perfectamente que iba a insistir hasta que lo admitiera.

- ¡Mientes!

- ¡Claro que no! - Proferí con indignación mientras me cruzaba de brazos y fruncía el entrecejo con exageración.

- Len, si no te conociera desde hace mucho tiempo te creería, pero lo hago e incluso mejor que tu madre y conozco cuando tratas de evadir cualquier cosa que te martiriza.

Abigail cogió mi mano y la estrujó con fuerza mientras una sincera sonrisa cincelaba su rostro.

Dirigí mi vista hacia abajo con la mirada sobre las blancas sábanas con bordado en hilos de oro mientras meditaba lo que posiblemente soltaría. Enseguida, recosté mi cabeza sobre el respaldo de la cama, tomé una bocanada de aire y cuestioné dubitativa.

- Abi, ¿crees que Sebastien me quiere?

- ¿Cómo? - Clamó rígida y con estupefacción. Segundos más tarde recompuso su gesto hasta dejarlo totalmente calmo y se dispuso a opinar con el mismo tono apacible que usualmente utilizaba para reconfortarme.

- ¡Claro que él te quiere!

- Entonces, ¿por qué nunca me lo ha dicho?

- Len, a veces las palabras están de sobra. Tan solo date cuenta por la forma en que te mira a los ojos y se pierde en tu mirada. La boba sonrisa y su actitud que mantiene cuando tú estás presente. Él te quiere, e incluso me atrevo a decir que te ama, solo que no ha encontrado el momento apropiado para profesar lo que siente por tí.

Palmeó varias veces la mano que sostenía desde hace rato y se levantó del colchón, acomodando su corto vestido guinda para colocarse los tacones nuevamente. Más tarde se dirigió a la puerta en absoluto silencio y sin voltear a ver.

Quedé viendo a la nada, reflexionando lo anterior mencionado por mi prima hasta que el ruido del cuco de madera a un costado de mi mesa nocturna, me había sacado del trance; este marcaba la una menos cuarto, hora en que tenía que bajar las escaleras para reunirme con el resto en el comedor principal.

Bajé los escalones, sosteniéndome de la refinada herrería forjada. En cuanto arribé al comedor, pude notar al resto de la familia ocupando sus respectivos asientos y esperando a que la comida fuera servida.

Tomé asiento a lado del rubiales, sitúe la servilleta de tela sobre mis piernas y apoyé mis codos sobre la mesa. Cuando mi madre se percató de esto, carraspeó varias veces mientras me apuntalaba con su pérfida mirada.

- ¿Es así como te he enseñado a comportarte en la mesa?

- No. - Repliqué cabizbaja, bajando estos de la superficie.

Durante unos instantes la tensión se podía respirar en el ambiente, todos se mantenían al margen de la situación y sin intercambiar ni una sola palabra o mirada hasta que la matriarca decidió romper con el silencio que reinaba en los alrededores del salón.

- Cameron, ¿cómo están las cosas entre Isabelita y tú?

- Van de maravilla. De hecho, consideramos que ya es tiempo para consumar nuestro amor y unir nuestros lazos en santo matrimonio.

- ¡Oh! - Alzó ambas cejas denotando sorpresa.

- Me llena de júbilo saber que dentro de esta familia aún existe un miembro con la suficiente madurez para asumir sus obligaciones de noble. No cómo otros. - Posó sus penetrantes orbes verdes sobre Maximilien y sobre mí, jactándose de los logros de mi primo Cameron junto a Lady estúpida de Cornualles.

- Acabo de perder el apetito. Con permiso. - Me retiré de la mesa para dirigirme a cualquier otro sitio que no fuera mi habitación.
Con paso presuroso caminé hacia el exterior y me adentré en los jardines, hasta llegar al árbol donde Sebastien y yo dimos nuestro primer beso.

«O al menos yo había dado mi primer beso»


Había quedado profundamente dormida sobre los verdes pastos y debajo de la agradable sombra del frondoso árbol de manzanos. No sabía a qué horas eran, pero por la puesta del sol podría deducir que ya era tarde. Me incorporé con pereza mientras bostezaba y alzaba mis brazos, estirando cada músculo de mi cuerpo.

Retorné a mis aposentos y al arribar a estos, me despojé de mis prendas para entrar a la regadera. Luego, envolví mi cuerpo en la bata y me encaminé rumbo al dormitorio.

Mamá había posado la indumentaria, el estuche de la joyería y la máscara que usaría en el baile.

Elegí unos sencillos tacones a juego con el color del vestido de satén rosa y un abrigo del mismo tono.

Con las prendas puestas, fui hacia la alcoba de Leonor para que los asistentes de peinado y maquillaje dieran el toque final al conjunto.

Abandonamos el sitio para reunirnos con Cameron y el rubiales, quienes nos esperaban impacientes en el gran salón.

« Estúpidos niños pretenciosos. Los aborrezco. »

No aguanté ni un segundo más dentro de la estúpida fiesta y me largué de la pista de baile. Cogí una copa de champaña de una de las bandejas que los meseros sostenían y me dirigí al balcón para tomar un respiro.

Mientras contemplaba las estrellas que cubrían los mantos nocturnos, bebí el contenido de la copa de un sorbo y dejé escapar un suspiró melancólico.

«Me pregunto que estará haciendo Sebastien en este momento. »

«¿Qué hace una bella señorita, sola en este balcón cuando puede estar disfrutando del baile?»

La voz familiar proveniente detrás mío cautivó mi atención; volteé a ver por encima de mi hombro izquierdo y divisé la figura de un hombre de metro noventa, cabello oscuro y con una máscara que tapaba su rostro por completo.

- Mire, no estoy de humor para... - Ni bien terminé de enunciar aquella frase cuando aquel caballero retiró aquella cáratula, desvelando su identidad secreta.
Había quedado perpleja, estupefacta y como si mi lengua hubiera quedado adormecida.

«No puede ser... »






















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