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Chapter 21 (II), Marie's POV


— Discúlpeme es que... No pude soportarlo. Ya sabe. — Acercó su mano empuñada hacia su boca para carraspear unas cuantas veces, recuperando el recato.

«Usted» Ese maldito tono distante que empleaba cada vez tras enojarse conmigo, era como una patada en mi estómago o en alguna otra parte de mi cuerpo, produciendo un dolor más fuerte que el atropello.
Simplemente no lo soportaba, odiaba la manera en la que siempre me trataba después de reñir por algo tan insignificante.

— No tiene de qué disculparse, al fin y al cabo no es la primera vez que lo hace. — Alcé mis hombros, restándole importancia a lo ocurrido minutos antes.

El pelinegro asintió sin decir nada y metió sus manos dentro de sus bolsillos del pantalón color caqui. Llevó su mirada hacia la decoración del techo y posteriormente, en la periferia del salón.

Imité su gesto mientras jugueteaba con mis manos por detrás de mi espalda y me balanceaba sobre las puntas de mis pies.

«Duele estar tan cerca y no poder decirle que lo amo y que deseo con toda mi alma volver a sentirme querida, protegida entre sus brazos.»

Aunque mi mente divagara en lo más profundo de mi subconsciente, podía sentir sus ojos observándome detenidamente.  Cuando volví mi vista hacia él, me crucé con esta.

El color de sus ojos, esos enigmáticos ojos de los cuales me obsesioné desde la primera vez que los ví, era de un marrón opaco y el brillo que usualmente mantenía en ellos, no estaba.

Puede que de nuestros labios no saliera ni un solo sonido, pero nuestras miradas expresaban todo lo que acallabamos desde el interior. Aquello que pedía a gritos ser liberado. Aquel añoro, necesidad de sentir la calidez de nuestro cuerpo y el sabor de nuestros labios.

«Maldita sea viene para acá, actúa normal y no te olvides de respirar. Ya sabes que hacer: inhala, exhala, inhala...»

Cada paso que Sebastien daba, cada paso que mi corazón golpeaba estrepitosamente en mi pecho, amenazando salirse de su cavidad. Las manos me temblaban cuán gelatina y las piernas... ¡Por Dios! No podía sentirlas. 

—¡Lena!— La morena de nueva cuenta consiguió importunar nuestro momento.

Sus tacones resonaban por toda la sala mientras se pavoneaba por la habitación. 

—Len, tía Leonor te está esperando para desayunar y por lo que entendí es que quiere hablar contigo sobre algo.

— Pero... — Quedé viendo a Sebastien y luego devolví mi mirada hacia Abigail. Después, tiré de su brazo para llevarla lo más lejos del pelinegro y dije por lo bajo. — ¡Ahora no! Trata de distraerla.

— ¿Y qué le digo?

—¡Yo que sé! se supone que tú eres especialista en eso.

— Lena, no puedo. Leonor está hecha una furia y si no vas pronto, esto se puede tornar serio.

— Y entonces... ¿Qué excusa puedo darle a Sebastien?

Ella puso sus manos sobre sus caderas mientras arrugaba la frente. Pensativa.

—¡Ya sé! Me quedaré con el mientras tú vas y arreglas aquello con tu madre.

—¿Qué? Ni en sueños te dejaré con él a solas. — Respingué de inmediato, delatando mis celos.

—Oye... Pero... ¿Qué tiene de malo? ¿Acaso desconfías de mí? — Llevó su mano izquierda hacia su pecho y articuló de manera dramática.

—No. — Disentí con la cabeza y declaré cortante.

—Claro que sí... — Denotó con una chillante e insoportable voz aguda.

—¡Bueno ya! Sí. — Aseveré rendida.

—Len, ¡tranquila! No te robaré a "Don perfecto" si eso es lo que te aterroriza. Es más, ni siquiera lo considero guapo.

— ¿Ah no? Porque yo te he visto comiéndotelo con la mirada. — Lancé irónicamente.

— Bueno... Sí es algo. — Sonrió como boba mientras cruzaba los brazos y levantaba los hombros. Admitiéndolo.

— ¿Vico? — Alargué la última letra de esta frase y alcé una ceja.

— ¡Ay ya lo admito! Es ardiente, pero no por eso voy a andar adulándolo. — Dejó caer sus brazos para luego volver a posicionarlos sobre sus caderas, tomando la postura inicial.

— ¿Y bien? ... — Alzó ambas cejas, mirándome expectante.

— De acuerdo. — Suspiré exasperada. —Pero si me entero que dijiste o hiciste algo, te aseguro que no tendré piedad y desearás estar en otra parte.

— ¡Okay! No hace falta ser tan drástica. —  Los ojos de Abigail reflejaban el terror en estado puro.

—No soy drástica. Solo reclamo lo que es mío.

La morena guardó absoluto silencio mientras mantenía su vista fijada en mí, con cierto temor.

—¡Estoy bromeando!

«No podría hacerle daño ni a una mosca, eso estaba claro. Sin embargo, no bromeaba en cuanto al tema de Sebastien.»

Ella sonrió incómoda y se encaminó rumbo a la sala principal para acompañar al pelinegro.

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