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#9

El gran millonario 2

Cada lágrima que cae de sus ojos es un torrente de dolor y melancolía que se desborda desde su corazón destrozado. Su rostro, una vez lleno de vida y alegría, ahora está cubierto por el velo oscuro de la tristeza más profunda.

Cuando ella recibe la devastadora noticia de la muerte de su esposo, su mundo se desmorona. Las lágrimas comienzan a brotar sin control, como una tormenta imparable que amenaza con inundar su alma.

Su cuerpo se encoge en señal de desesperación, sus sollozos se escuchan angustiosamente por toda la habitación. Cada llanto emitido es un eco de los recuerdos compartidos, de esos momentos de complicidad y amor que se desvanecen con su partida.

Sus ojos, una vez repletos de luz y esperanza, ahora están llenos de vacío y desamparo. El brillo de su mirada se ha apagado, reemplazado por la sombra de la pérdida. Su pecho se contrae con cada respiración entrecortada, sintiendo el peso de la ausencia de su compañero de vida.

No hay palabras que expresen adecuadamente su dolor. Solo quedan los sollozos entrecortados y las lágrimas que se deslizan por sus mejillas, llevándose consigo el tormento de su tristeza. Cada lágrima es una expresión silenciosa de amor eterno y una despedida dolorosa.

Sus manos temblorosas buscan alguna forma de aferrarse a lo que ha perdido, pero solo encuentran el cruel vacío que ha dejado su partida. Las fotografías, los objetos personales y las cartas escritas con amor se convierten en tesoros invaluables, que solo aumentan su dolor al recordar los momentos irrepetibles que ya solo existen en su memoria.

Gracias a la solidaridad de nuestros vecinos, mi hermano y yo logramos evitar el hambre que nos amenaza. Cuando le pedíamos a mamá que nos preparara algo para comer, ella simplemente se quedaba en cama durante horas y días, sin cumplir su promesa de levantarse.

Mi hermano y yo éramos demasiado jóvenes como para saber cómo prender el horno, por lo que dependíamos de la comida que generosamente nos proporcionaban nuestros vecinos y seres queridos que aún admiraban a nuestro padre. Sin embargo, yo extrañaba ver la gran sonrisa que solía iluminar el rostro de mi madre.

Bañar a mi hermana se había convertido en todo un desafío, ya que era una niña llena de energía que disfrutaba salpicar agua por todas partes, incluso en mis ojos. Cada vez que esto sucedía, no podía evitar exclamar de dolor, pero mi hermano siempre trataba de tranquilizarme.
 

—Tranquilo —dice mi hermano—. Sé que esta situación es difícil.

Observo toda la habitación mientras estoy sentado al lado del retrete.

—Eso significa que tendremos que trabajar —pienso en las posibilidades. Apenas tengo la edad suficiente para buscar un trabajo formal, ni siquiera sé cómo prender un simple horno.

—¿Y si vendemos nuestras cosas? —dice mi hermano, mirando a mi hermana.

—¡No! Son cosas que nos regaló papá —respondo.

—¿Qué? ¿Aún conservas los juguetes? —pregunta él.

—No, ya soy un niño grande —digo con un tono de resignación.
."un niño grande", sabía que esos juguetes tenían un gran valor sentimental para nosotros, y no podía separarme de ellos tan fácilmente.

Sin embargo, la necesidad apremiante y la responsabilidad de cuidar de mi hermanita nos guían hacia una posible solución. Decidimos que, en lugar de vender nuestras cosas, podríamos buscar otros objetos que no tengan tanto valor sentimental y ofrecerlos en venta. De esta manera, podríamos obtener algo de dinero para ayudar a nuestra familia y asegurarnos de tener algo de comida en casa.

Suspiramos y nos sumergimos en un silencio incómodo. La realidad de nuestra situación se hace cada vez más evidente. Nos preguntamos cómo podemos encontrar una solución a esta difícil realidad que enfrentamos.

—Quizás podríamos buscar algún tipo de empleo a medio tiempo —propone mi hermano, tratando de encontrar una solución.

—Sí, pero no sé dónde podríamos trabajar. Tal vez en algún negocio local, haciendo mandados o ayudando a alguien con tareas del hogar —contesto, considerando todas las posibilidades.

Sé que para yo escribir las cosas tienen que suceder, obviamente es un diario, pero siento que las cosas aquí se están haciendo repetitivas. Cuento anécdotas y recuerdos sin terminar, cuento lo que pasa en el búnker y así sucesivamente. Será porque aquí abajo en el búnker no hay nada que hacer más que ver el color rojo de la cámara de seguridad.

Como si la persona de arriba escuchara nuestros pensamientos, nos trajo algo que tal vez cambiará todo. Gabriel me llama para decirme que hay algo en la habitación roja.

Intrigado, me dirijo hacia allí, mi curiosidad va en aumento mientras camino por los pasillos oscuros y fríos. Al llegar, puedo ver a Gabriel parado frente a la puerta, con una expresión de incredulidad en su rostro.

—¿Qué es lo que hay aquí?—pregunto, mi voz temblando de adrenalina.

Gabriel me mira con los ojos abiertos como platos y señala hacia el interior de la habitación. Me acerco lentamente, notando que la puerta está entreabierta. Empujo suavemente y la abro por completo.

Lo que veo dentro me deja sin aliento. En medio de la habitación hay un señor,pero si no fuera por mi modales,sería una persona más anciana,y veo que está en sillas de ruedas,amarrado en el asiento

Sin pensarlo dos veces, Gabriel y yo tomamos la silla con ruedas y la llevamos rápidamente a la cocina, colocándola cerca de la mesa. El hombre desconocido, aún sin saber su nombre, yace inconsciente con la cabeza inclinada, pero vistiendo elegantemente.

— Gabriel, ¿por qué no lo trajiste a un lugar seguro cuando lo viste primero? — le recrimino mientras intento desatar las muñecas del hombre inconsciente.

— Lo siento, pero quería avisarte antes de actuar — responde Gabriel mientras se sienta en otra silla.

— Parece que nos hemos convertido en un asilo improvisado — dice gabriel con una ligera risa.

— No estoy tan viejo como para estar en un asilo — replico, desviando la mirada hacia el hombre en la silla.

— ¿Deberíamos despertarlo? — sugiere Gabriel, señalando al desconocido.

"Me invade el miedo al pensar en despertar al hombre. No quiero que su primer pensamiento al abrir los ojos sea que lo estamos secuestrando. Observo su rostro, marcado por arrugas y con un tono de piel moreno. Parece estar bastante delgado".

Enfrento mi temor y decido intentarlo. Con delicadeza, toco su hombro y lo sacudo suavemente. No pasa mucho tiempo antes de que sus ojos parpadeen y se despierte lentamente.

— ¿Dónde estoy? — preguntó el hombre desconcertado, mirándonos con cautela.

— Tranquilo, todo está bien. Te encontramos inconsciente decidimos traerte aquí para asegurarnos de que estuvieras a salvo — le explico tratando de transmitirle confianza.

El hombre nos examina con escepticismo, pero eventualmente parece tranquilizarse cuando ve nuestro gesto de preocupación genuina y empieza a observa detalladamente la habitación donde el esta

— Gracias, no sé qué me pasó. Me siento un poco mareado y débil — confiesa con voz temblorosa.

— Debes haber sufrido algún desmayo. ¿Te duele algo en particular? ¿Cómo fue tu secuestro? ¿Algún recuerdo antes de perder la conciencia? — Gabriel le cuestiona , tratando de obtener más información sobre su estado.

— Primero tenemos que esperar a que se recupere Gabriel— le digo, manteniendo mi mirada en sus ojos.

— ¿Quiénes son ustedes? — pregunta mientras se frota la mano donde estaba amarrado.

— Soy Alexander y él es Gabriel — respondo, señalando a mi compañero, quien levanta la mano en un saludo —. Y es posible que nos encontremos en un búnker subterráneo.

El hombre nos examina detenidamente, tratando de procesar la información.

— ¿Quién nos ha traído a este lugar? — pregunta, su mirada llena de sospecha.

— Aún no lo sabemos con certeza, pero sí sabemos que estamos siendo vigilados por alguien — respondo con cautela.

El hombre escucha atentamente, asintiendo con comprensión.

— Iré a buscar agua — dice Gabriel, dirigiéndose a la cocina.

Mientras Gabriel se aleja, aprovecho para explicarle al hombre lo que hemos descubierto desde que nos despertamos en este extraño lugar subterráneo. Le cuento sobre las cámaras de seguridad que vigilan cada rincón y cómo hemos estado buscando pistas para descubrir quién puede ser el responsable de este confinamiento.

El hombre, cuyo nombre aún desconocemos, escucha con atención mientras continúa frotándose la mano.

— Dime, ¿recuerdas algo antes de despertar aquí? — le pregunto, esperando que pueda arrojar algo de luz sobre nuestra situación.

El hombre frunce el ceño, intentando recordar.

— Solo recuerdo estar caminando por el parque y luego... todo se vuelve borroso. No tengo idea de cómo he terminado aquí y con un traje — responde con frustración en su voz y se mira la mangas de su smoking

Nuestra conversación se ve interrumpida por el regreso de Gabriel, trayendo consigo un vaso de agua.

— Aquí tienes, espero que te ayude a sentirte mejor — dice Gabriel, ofreciéndole el vaso al hombre.

El hombre agradece, toma un sorbo del agua y parece sentirse un poco más aliviado.

— Necesitamos encontrar la manera de salir de aquí, pero no podemos hacerlo solos. Necesitamos unir fuerzas y encontrar a otros en la misma situación — digo, enfocando mi atención en el hombre.

El hombre asiente, comprendiendo la urgencia de nuestra situación.

— Estoy dispuesto a colaborar. Si esto implica encontrar respuestas y escapar de esta pesadilla, cuenten conmigo — afirma con determinación en su voz.

Nos sentimos alentados al escuchar su compromiso y saber que no estamos solos en esta extraña situación. Juntos, nos preparamos para enfrentar los desafíos que nos esperan y descubrir qué nos ha llevado a este lugar subterráneo vigilado.

Mantuvimos una conversación animada, intercambiando nuestras teorías y pensamientos acerca de nuestra situación. El hombre, cuyo nombre finalmente descubrimos que era Antonio, resultó ser un hombre astuto y perspicaz. A medida que compartíamos nuestras experiencias y conocimientos.

— Creo que lo primero que debemos hacer es explorar este lugar en busca de pistas — sugirió Antonio, con determinación en su voz.

— Estoy de acuerdo. Pero tenemos malas noticias,ya hemos hecho eso.
Hasta ahora, solo hemos estado merodeando por las mismas habitaciones sin llegar a ninguna parte. Necesitamos encontrar una salida y averiguar quién nos ha confinado aquí — respondí, apreciando su iniciativa.

Gabriel asintió en acuerdo mientras se unía a la conversación.

— ¿Alguna idea de por dónde podemos empezar? — preguntó Gabriel, mostrando su curiosidad y deseo de contribuir.

Antonio miró a su alrededor, evaluando las puertas y las paredes del búnker subterráneo.

—Pues supongo que solo queda esperar — dijo Antonio, cruzando los brazos.

Yo también detesto cuando el tiempo pasa sin ninguna novedad, especialmente estando en este lugar. Solo deseo poder mirar a la gente desde afuera, respirar aire fresco en lugar de estar atrapado en este ambiente tóxico.

Decido llevar a Antonio a dar un paseo por cada habitación, mostrándole el reloj de arena que había llegado anteriormente. Le pregunto si sabe cómo se usa, pero él niega con la cabeza en señal de desconocimiento. Le muestro las distintas habitaciones en silencio, creando un ambiente incómodo.

— ¿Y cómo llega la comida aquí? — pregunta Antonio.

— A través de la habitación roja — le explico cómo funciona.

— Así que, por una especie de magia, todo llega por escrito — comenta, con una mirada que trata de asimilarlo todo.

— Sí... Es bastante extraño, muy bondadoso el que está arriba — respondo.

— No creo que sea tan bondadoso. Es una persona enferma por tenernos aquí. No sabe el daño que está causando afuera — comenta Antonio con seriedad.

— ¡Tenemos noticias de nosotros! — exclamo sorprendido.

— Solo del muchacho. Su familia hizo una súplica al secuestrador en una entrevista afuera de su casa, prometiendo pagar el rescate necesario, pero nunca hubo respuesta — responde Antonio.

La ansiedad comienza a apoderarse de mí al darme cuenta de que, al parecer, no hay nada de mí allá arriba.

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