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7. El Labrador, el Pastor inglés, el Chow chow...

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7. El Labrador, el Pastor inglés, el Chow chow, el Crestado chino, dos gatos... y un hámster

Ana-banana duerme sin percatarse de que en la habitación de junto vive un demente mucho peor que Ricardo III.

Kev no me permitió abandonar su territorio hasta que casi desbarato con mis garras la parte inferior de su puerta. Dejo salir un suspiro. «Al nacer, lloramos porque venimos a este inmenso escenario de locos». ¿A quién encargo mantener a Kev lejos de mi fragilidad emocional?

Me hallo recostado frente a la ventana de Ana, aunque las cortinas color rosa no están cerradas lo suficiente como para protegerme de la vista de curiosos. El primero es un perro en extremo lanudo echado sobre el pórtico de la casa de en frente; este hace saltar su enorme cabeza a ratos, pendiente de mí y el segundo fulano que me vigila: un hámster con sombrero ridículo y exagerada respiración entrecortada. Roedor que, a mi pesar, tiene su jaula sobre el alféizar de una ventana de la casa situada a la derecha de la del perro y lleva horas sin apartar sus ojos saltones de mí; manteniendo, en todo momento, la misma posición: de pie sobre sus dos patas traseras y patas delanteras a los costados. El último es un gato de pelaje café, negro y blanco sentado sobre un balcón de la casa a la izquierda de la del perro, y que ríe al pasar su atención de uno al otro. Ignoro a los tres. He tenido suficiente por esta noche.

«¡Oh! ¡Si esta demasiado sólida masa de carne pudiera ablandarse y liquidarse, disuelta en lluvia de lágrimas!» Es claro que extraño a mi anciana. A esta hora tejía hasta que el sueño le obligaba a cambiar el sofá por la cama.

En eso pienso cuando veo que al perro en extremo lanudo, cuya mirada continúa al tanto de todo lo que hago, se le aproximan otros cuatro: un labrador con apariencia imponente que, irónicamente en mi nada humilde opinión, sostiene sobre su lomo a un gatito; un Chow chow que no deja de sacar la lengua, y por último un horroroso Crestado chino. Una vez el labrador intercambia un par de palabras con el lanudo, que prestándole más atención reconozco como un Pastor inglés, se escandaliza y gira sobre sus patas sin dejar caer al gatito. Luego, de igual modo, ve de mí al hámster que, por otro lado, insiste en ignorar cualquier cosa que no sea yo. ¿Por qué los perros y los roedores son tan impresionables? Es eso o nunca habían visto un gato tan excepcional como yo.

Luego, sin sorprenderme porque estoy al tanto de la mala educación de los canes, el labrador ladra en mi dirección. Al mismo tiempo golpea sus sucias patas contra el piso. En definitiva lo impresioné.

—¡GATO! —grita—. ¡VEN ACÁ, GATO!

Sí. «Guau, Guau, Guau» Lo que sea.

El Pastor inglés, el Chow chow y el Crestado chino se le unen.

¿Creen que los gatos, al igual que ellos, doblegamos la cola al recibir órdenes? De nuevo los ignoro y ladran con mayor fuerza. «Eso es, reconozcan a quien es superior a ustedes». Después relamo mis patas y dejo caer mi cabeza para, una vez más, tratar de conciliar el sueño. «Adiós, perros.»

Me vuelve a despertar la insistencia del labrador, ahora dando vueltas frente a mi casa.

—¡Baja de ahí ya, gato! —repite.

¿Busca pelea?

¿No puede resolver esto dialogando?

—¡Es de vida o muerte! —asevera, furioso.

¿Muerte? Oh perro, los cobardes mueren muchas veces antes de enfrentar su propia muerte. Pensamiento que me obliga a cuestionarme si me consideran un cobarde por no bajar. Es posible, aunque poco me importa. No me expondré frente a cuatro perros. Por otro lado, no dejo de pensar en el gatito que continúa recostado sobre el lomo del labrador. ¿Es su prisionero? ¿Lo proteje?

—¡Ven ya, gato, que no tenemos toda la noche! —me llama esta vez el Crestado chino.

Para que se calmen señalo con la cabeza mi ventana. Está c. e. r. r. a. d. a. Cerrada. «No puedo salir de cualquier manera, perros». No obstante, en seguida el gato del balcón empuja con sus patas los vidrios de su propia ventana hasta abrirla, entra y después vuelve a salir. Intenta decirme que yo puedo hacer lo mismo.

Pero no.

NO.

—¡Si no bajas entraremos a traerte de la cola! —amenaza el labrador y mi pelaje se eriza.

El gato del balcón asiente insinuando que los pulguientos dicen la verdad. Oh, Divina Verona. ¿No hay pobladores civilizados en este vecindario? Sin otra alternativa, empujo el vidrio de mi ventana y consigo abrirla. Luego salgo al tejado de la casa que hace de techo y observo las esquinas preguntándome «¿Ahora cómo bajo?»

—¡Salta! —indica el labrador.

¿Cómo?

—¡Sí! —celebra feliz el gato del balcón erizando su pelaje café, negro y blanco—. ¡Salta! ¡Salta! ¡SALTA!

¿Por qué suena tan emocionado?

Me encojo donde estoy.

—Pero... —Les hago ver cuán nervioso me siento. ¡Oh! ¡Cielo y tierra! No soy un animal de calle como ellos. Soy... Soy...

—¡Será peor si no lo haces! —asegura Crestado chino. Todos hablan al mismo tiempo.

—¡SALTA! ¡SALTA! ¡SALTA!

Antes palpo con mis patas la esquina del tejado. ¿Si intento dar una voltereta...

—¡YA! —insiste el labrador y me dejo ir.

Irremediablemente caigo de bruces sobre el césped y a eso le siguen risas.

Las más estridentes provienen del gato de pelaje café, negro y blanco, todavía sobre el balcón.

—¡Así caigo yo! —explico. Oh, mi invaluable dignidad.

—Ya era hora, gato —me recibe el labrador indicando que a continuación le siga hasta el otro lado de la calle. Ahí nos esperan los demás.

—Que gordo —dice el Crestado chino al verme de cerca. En serio tienen que parar de repetir eso.

—Es lo menos importante ahora —advierte el labrador a todo el grupo—. Escúchame gato, porque primero nos voy a presentar. Mi nombre es Americano y soy el encargado de proteger el vecindario —Abro mucho mis ojos—, él es Almirante —señala con su hocico al Chow chow—, mi mano derecha, y él Sir Lancelot —Ahora señala al Pastor inglés—, nuestro vigía —Sir Lancelot me saluda con un ladrido—. Y este de acá es Guzmán —El Crestado chino asiente—, él lo sabe todo... Todo.

Miro hacia el balcón del gato con pelaje café, negro y blanco.

—Ah, él es Elvis, solo salió a burlarse de ti —contesta Americano sin dar importancia.

—«¡Así caigo yo!» —ríe Elvis imitando mi aparatosa caída.

Muevo mi hocico con enojo y después doy mi atención al micho que aún descansa sobre el lomo de Americano, cuya presencia despierta más mi curiosidad.

—¿Y el gatito?

—No te refieras a Teniente Devastación como «gatito» —me regaña Americano—. Está a cargo de todo acá. Es nuestro líder —Su tono de «Sálvese quien pueda» me hace retroceder dos pasos.

—Meow —maulla quedito, muy quedito, Teniente Devastación manteniendo la mirada perdida.

—De acuerdo... —Por salud mental busco centrar mi interés en otra cosa.

—¡¿Qué dice, Teniente Devastación?! —grita con preocupación Almirante—. ¿Torturarlo sujetándole de las orejas hasta que se le desangren los ojos? —Miro del Chow chow al gatito con horror—. ¡Dele una oportunidad, por favor —ruega—, es nuevo en el vecindario!

—Meow —vuelve a maullar el micho todavía con la mirada fija en la nada.

—Eh. Bien... Yo tengo que irme —Empiezo a dar la vuelta recordándome no volver a bajar aunque me insistan.

—Todavía no te hemos dicho por qué estás aquí —me advierte Americano—. Aún no te hemos hablado del individuo cuya importancia supera con creces la nuestra.

—¿Y ese es? —Decido darle un minuto más de mi tiempo. Solo un minuto.

—Chifus —contesta Americano mirando de mí a la ventana más alta de la casa a nuestra derecha. El estúpido hámster, increíblemente, continúa de pie sobre sus patas traseras..., vigilándome—. Se ha encargado de aterrorizar al vecindario desde mucho antes que nosotros llegáramos.

—El hámster —repito.

—Sí. Y ha estado observándote —dice Sir Lancelot mientras yo miro a Chifus respirar de forma entrecortada... Y sí, pendiente de mí—. Suponemos que desviará toda su ira hacia ti.

¿Toda su...?

—El hámster —vuelvo a repetir viendo con desinterés de uno a otro.

—Sí. El hámster. ¿No nos crees? —me encara con enojo Americano. Relamo frente a él mi pata izquierda como respuesta—. Bien —Se echa hacia atrás para darme mi espacio—. Entonces regresa a tu casa a continuar como amo y señor de tus humanos.

«Este sí sabe».

—No lo dudes —giro hasta darles la espalda—. El Cielo os guarde —me despido.

—Insisto en que por el momento debe tener piedad, Teniente Devastación —escucho decir a Almirante al nomás llegar yo al césped de mi casa—. Es solo un novato.

«¿Ahora cómo subo?», me cuestiono viendo con preocupación el tejado.

—¡A ver si como cae sube! —escucho carcajearse a Elvis mientras tanto.


«Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, que todas las que pueda soñar su filosofía»

William Shakespeare.


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Nos queda un capítulo hoy. Nota: Al inicio de la historia hay fotos de cada perro y gato en caso no reconozcan esas razas c: ♥¡Gracias por votar! 

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