6. Los Delvecchio: Kev
Capítulo dedicado a KathyMazaRe :)
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6. Los Delvecchio: Kev
Mi ubicación actual es la sala y mi posición la siguiente:
Kev está en cuclillas riendo sin parar mientras grita "¡Eres un genio, gato!"
Elisa está cruzada de brazos decidida a asesinarme sin piedad.
Terminator sostiene un pedazo de hielo contra su entrepierna.
Ana, que fue despertada por los gritos de Elisa y Terminator, me protege con sus manos.
—¡Te mataré, gato! —me grita Elisa. Lo ha hecho desde hace una hora.
A ver. En primer lugar la experiencia fue más traumática para mi que para Terminator. Tengo un mal sabor en mi lengua y llenas de pelos mis garras. Además, fui echado de la habitación de Elisa de forma denigrante.
—¿Qué fue exactamente lo que hiciste, Skipy? —me pregunta Ana con voz de censura.
Mira, niña, que es tu culpa por hacerme pasar hambre.
—Nada, Ana —continua riendo Kev. Es el único que parece disfrutar esto—. Y tú, Elisa —señala a su hermana—, si le haces algo al gato, les contaré todo a mamá y a papá.
Terminator y Elisa gruñen en mi dirección, pero Kev ha hablado. Creo que Kev es quien me cae mejor de esta familia.
La reunión concluye entre más gritos y amenazas. "¡No quiero volver a ver a ese gato!" . Como sea, cuando Terminator y Elisa se marchan, Ana me lleva de regreso a su habitación:
—No sé qué hiciste, pero tuvo que ser algo muy malo para que Elisa y su amigo estén tan molestos, Skipy —me regaña—. Hoy no vas a cenar.
Mis patas tiemblan y mi cuerpo se empieza a descompensar. ¿Hoy no hay comida? La tortura de mis secuestradores ha alcanzado su nivel máximo. Sin otra alternativa, me zafó de los brazos de Ana y corro escaleras abajo.
No lo soporto.
—¡Skipy! —me llama Ana—. ¡VEN, SKIPY!
¡Que mi nombre es Shakespeare!
—¡REGRESA, SKIPY!
Te visitaré de igual forma que a Hamlet su padre.
Buscando por dónde escapar, al llegar al pie de las escaleras recorro con mi mirada el vestíbulo y la sala. ¡Una ventana abierta! Salto a un sofá y después a esta... ¡LIBERTAD! Y que me dura cinco segundos porque Kev me atrapa cuando estoy a punto de escapar.
—¿Qué pasa, gato? ¿Estás huyendo de Ana? —ríe—. Ven, yo te esconderé.
Kev se saca su suéter y me envuelve con este. Así, escondido, subimos otra vez las escaleras.
—Ven, Skipy —escuchamos que me llama Ana—. Ven...
Entramos a la habitación de Kev y él cierra la puerta. Lo primero que llama mi atención es el olor. Yum Queso... Tiene que haber comida en la habitación de este chico. Él me coloca sobre su cama y se sienta frente a la pantalla de un televisor. Mi primer humano también estaba obsesionado con ese aparato. Sin embargo, el de Kev es diferente: Un objeto que él desliza de un lado a otro con su mano, hace que las imágenes cambien. Oh, un ratón. Cojo impulso y salto al escritorio de Kev para intentar cazarlo.
El ríe. —No, gato. Este ratón no está vivo. ¿Tienes hambre?
¿Tú qué crees? Pero no me des queso, prefiero la carne.
Él se pone de pie y busca dentro de una bolsa.
—Te compartiré de lo que robo de la cocina —explica y me arroja carne seca. Oh, larga vida a Kev—. Ahora trata de mantenerte en silencio —pide.
Nada de que preocuparse, niño. Con el estómago lleno hago tanto silencio que me vuelvo uno solo con el universo.
Kev camina de vuelta a su televisor, acomoda una silla y se sienta frente a este.
—¿Me escuchas, Tiburón? —pregunta minutos después. Yo estoy ocupado comiendo.
—Aquí estoy, Piraña —lo saluda una voz ronca.
Miro de soslayo la pantalla del televisor. Es otro humano.
—¿Las conseguiste?
—Sí. Estaba en lo correcto —responde Tiburón—. Mi tío escondía dos escopetas calibre 12. Con esas y las 9 milímetros juntamos buen armamento.
—Perfecto — Miro a Kev frotar sus manos—. Quiero cambiar la fecha, Tiburón.
El denominado Tiburón gruñe. —¿Otra vez?
—Te encantará créeme.
—Pero dijimos que el último día de clases.
—Pero eso impediría que se miren las caras entre ellos los siguientes días —argumenta Kev—. Quiero que huelan la sangre, Tiburón. Porque derramaremos tanta que el conserje no podrá sacarle el olor a las baldosas por meses.
Tiburón guarda silencio unos segundos.
—Tienes razón—dice, por fin.
—¡Lo sabía! —Kev aplaude—. Y quiero empezar con la profesora de Inglés. Maldita vieja.
—No. No. No. Estás cambiando demasiado los planes.
Umm. Adoro la carne seca.
—Será cuando ella esté en nuestro salón.
—Ya consensuamos una hora.
—Las nueve y empezaremos con nuestros compañeros. Listo. Eso no cambió... Solo estoy acomodando lo de la vieja de Inglés.
—Explícate.
—Yo me encargaré de que ella esté ahí cuando empecemos.
—Pero no cambies más los planes.
—No, ya no —promete Kev y se pone de pie para sacar dos hojas que esconde dentro de una caja debajo de su cama—. Aquí está el plano del instituto —le señala a Tiburón cuando está devuelta frente al televisor—. Pondremos un explosivo aquí, otro aquí y tres más en la cafetería.
—¿Estás seguro de que no hay nadie escuchándote? —pregunta Tiburón con voz temblorosa.
Kev mira su hombro.
—Nah. Cerca únicamente está el gato de mi hermana.
Kev se hace a un lado para que el otro me vea.
—Que gato tan gordo —dice Tiburón.
¿Por qué todos dicen eso? De cualquier manera yo no quiero saber por qué a ti te llaman Tiburón.
—Pero es el puto amo —ríe Kev—. Deberías ver lo que le hizo a la polla del mequetrefe que se acuesta con mi hermana. Anda, sigamos con esto.
Ambos estudian las hojas que Kev sostiene en sus manos.
—Pasado mañana haremos la primera prueba con los explosivos. ¿Usamos al gato?
¿QUÉ?
Tiburón en definitiva no es de mi agrado.
—Nah, hoy se ganó vivir. Hay que robarle el perro a Isa. Así se llama la puta que te rechazo, ¿no?
—Sí, esa puta.
—Lo explotamos y le enviamos la cabeza.
Los dos ríen.
Siento escalofríos al escuchar cómo cambia la voz de Kev entre más habla con Tiburón. Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, que todas las que pueda soñar su filosofía.
—Serán los minutos más fascinantes de mi vida, Tiburón —dice—. No puedo esperar para matarlos a todos. ¡A todos!
Mi piel se eriza. Bien, ya terminé de comer. Ahora, si no es mucha molestia, quiero volver a la habitación de Ana. Camino lentamente hacia la puerta.
—¡PA! ¡PA! ¡PA! —empieza a gritar Kev, colocando sus manos de forma extraña y yo intento correr. Lo más lejos que llego es la puerta—. ¡MIRA A CUÁNTOS MATO, TIBURÓN! ¡PA! ¡PAAAA!
Definitivamente quiero irme.
—¡¿Qué te pasa, gato?! ¡¿Estás asustado?! —me pregunta Kev, haciendo una mueca que me asusta—. ¡¿Alguien te está molestando?! —Escucho a Tiburón reír—. ¡¿Alguien te acosa en el instituto y te pone apodos, gato?! ¡¿Alguna chica te humilló frente a todos?! ¡¿ALGUNA PROFESORA ESTÁ APUNTO DE REPROBARTE?! ¡Podemos acabar con ellos, gato! ¡TIBURÓN Y YO PODEMOS MATARLOS!
Ay, mamá.
«Por el cosquilleo de mis pulgares sé que algo maligno viene hacia mi»
—William Shakespeare.
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