3. Los Delvecchio: Ana
Capítulo dedicado a JuanaDeArco819 ♥
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3. Los Delvecchio: Ana
—Dueños de sus destinos son los hombres. La culpa, querido Bruto, no está en las estrellas, sino en nuestros vicios —lee la humana anciana y deja caer el libro sobre regazo. De inmediato yo me acomodo sobre este.
Quiero que acaricie mi cabeza.
—Tu haces tu propio camino, pequeño Shakespeare —aconseja—. Tus decisiones, tus consecuencias.
Y tiene razón. Por eso elijo dormir más de veinte horas al día y así evitar no meterme en problemas.
—Y ella es Kim y ella es Lucy —La voz de Ana-enana me despierta —. Ambas son mis favoritas.
Llevo una hora intentando volver a dormir pero ella interrumpe mi sueño de belleza para presentarme a todas sus muñecas.
Bostezo.
Oye, niña, no soy un perro para que pretendas tener mi atención todo el tiempo.
Mi primera noche secuestrado fue pacifica una vez Ana-enana dejó de llorar porque van a echar al otro gato.
Descansé bien y por la mañana me despertó para darme de comer una ración de paté extremadamente pequeña.
—El veterinario dice que estás a dieta, Skipy —justificó.
¡Jum! Dieta debe ser un método de tortura empleado por mis secuestradores.
Todavía tengo hambre. Pero si no voy a comer, por lo menos quiero disfrutar mi sueño. Aunque a Ana-enana no le importa eso.
—Te quiero, Skipy —dice, abrazándome.
¡Mi nombre es Shakespeare!
Y necesito mi espacio. No me abraces.
Observo de cabo a rabo mi prisión. Es toda color rosa y hay peluches y muñecas por doquier.
La cama de Ana es pequeña. Sin embargo, para mi sorpresa y placer, comprendió bien que debe cederme más de la mitad, pues me gusta dormir estirando lo más posible mis patas.
Aprendes rápido, humana. Muy bien.
Es enana. Eso es lo primero que diré sobre mi carcelera. Dice tener siete años, amar las flores, las muñecas y el color rosa. El pelaje que tiene sobre su cabeza es castaño, tiene dos ojos verdes, un poco más oscuros que los míos, y nariz y boca pequeñas. No creo que sirva para cazar ratones.
Aunque a decir verdad yo tampoco sirvo para cazar ratones. Estoy acostumbrado a que alguien esté a mi servicio.
No obstante, de momento me preocupa que esta niña parlanchina que eligieron no llene los requisitos. ¿Sabrá a qué hora me gusta comer mi paté? ¿Dónde acariciarme para que me duerma? ¿Cuántas horas de sueño merezco?
No lo creo.
Alguien toca su puerta.
—¿Ana?
Llama la voz que gritó anoche hasta muy tarde.
—Es papá, Skipy —me susurra Ana-enana. Sus ojos se tornan tristes—. Él no quiere que te quedes.
Perfecto. De ser ese el cambio de planes, tampoco necesito quedarme. ¿Qué no mencionaron que ya está aquí otro gato? ¡Llévame de vuelta con mi humana!
—Ana, por favor —insiste en que abra el humano que ella llama "papá".
Ana-enana suspira y camina hacia su puerta. Pero antes de abrir se vuelve a mi:
—Pon tu mejor cara y pórtate bien, Skipy —me pide con su vocesita—. Trataré de convencerlo de que te quedes.
¡Que mi nombre es Shakespeare, no Skipy!
Ana-enana finalmente abre.
—Hola, papá —saluda.
"Papá" escudriña la habitación con su mirada de halcón hasta encontrarme.
—No puede quedarse, Ana —dice, mirándome con desagrado.
Señor, papá, disculpe, pero entre nosotros dos es usted el que causa más desagrado.
Lo huelo... ¡Puaj!
Nunca he comprendido por qué los humanos no disfrutan su olor natural y se echan encima otros más extraños.
—Es un gatito huérfano, papá —le dice Ana.
Suena triste.
Lo lamento, niña, pero esto no funcionará. Mis cuidados deben estar a cargo de un adulto no de un enano.
—¿Gatito? —pregunta papá, sentándose sobre nuestra cama—. Eso más bien parece un oso pequeño. Está extremadamente gordo.
Miro a papá entecerrando mis ojos. No estoy gordo, humano tonto, estoy lleno de amor.
Eso dice mi anciana.
—Dejame quedármelo —suplica la niña—. Por favor, papi, que sea mi regalo de cumpleaños.
—Ana —Papá me mira con molestia—. Lo lamento. No me gustan los gatos.
Y a mi no me gustan los humanos.
—Le puse un lazo rosa, ¿ves?
Ella me señala y le muestra la cosa ridícula que colocó alrededor de mi cuello.
—Tu mamá dijo que es macho —dice él.
—Sí, pero —Ana-enana me mira de forma tierna—. Se mira adorable con su lazo. ¿Verdad que si, papi?
Como si hubiera pedido tu opinión. Un cambio de nombre y un lazo. ¿Qué sigue? ¿Bañarme?
Ana-enana mira a su papá a la vez arruga de forma adorable sus labios y abre muchos sus ojos.
Intenta convencerlo.
—Ay, Ana.
—Que sea mi regalo —le pide con ojos llorosos.
Ya me aburrió esta plática. Cierro mis ojos y otra vez procuro echar una siesta.
—A ti no puedo negarte nada —escucho ceder a papá.
—¡Gracias, papi! ¡Gracias!
—Está bien —accede—. Skipy puede quedarse siempre y cuando se porte bien y antes lo bañes.
Abro otra vez mis ojos. ¿Bañar?
No sólo me bañó. Me peino, me perfumó y colocó alrededor de mi cuello una vez más el ridículo lazo.
—Lo bueno de que seas gordito, es que no puedes correr rápido, Skipy —dice Ana, terminando de ajustar el lazo.
Y es que intenté escabullirme tres veces de la bañera y las tres veces fracasé.
¡Por qué!
"Hay puñales en las sonrisas de los hombres; cuanto más cercanos son, más sangrientos."
-William Shakespeare.
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