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14. El mundo es un teatro

Shakespeare aseguró que el mundo entero es un teatro, y todos los hombres y mujeres simplemente comediantes. Tienen sus entradas y salidas, y un hombre en su tiempo representa muchos papeles, y sus actos son siete edades. Primero, es el niño que da vagidos y babea en los brazos de la nodriza; luego, es el escolar lloricón, con su mochila y su reluciente cara de aurora, que, como un caracol, se arrastra de mala gana a la escuela. En seguida, es el enamorado, suspirando como un horno, con una balada doliente compuesta a las rejas de su adorada. Después, es un soldado, aforrado de extraños juramentos y barbado como un leopardo, celoso de su honor, pronto y atrevido en la querella, buscando la burbuja de aire de la reputación hasta en la boca de los cañones. Más tarde, es el juez, con su hermoso vientre redondo, rellene de un buen capón, los ojos severos y la barba de corte cuidado, lleno de graves dichos y de lugares comunes. Y así representa su papel. La sexta edad le transforma en el personaje del enjuto y embabucado pantalón, con sus anteojos sobre la nariz y su bolsa al lado. Las calzas de su juventud, que ha conservado cuidadosamente, serían un mundo de anchas para sus magras canillas, y su fuerte voz viril, convertida de nuevo en atiplada de niño, emite ahora sonidos de caramillo y de silbato. En fin, la última escena de todas, la que termina esta extraña historia llena de acontecimientos, es la segunda infancia y el total olvido, sin dientes, sin ojos, sin gusto, sin nada.

Y todo tiene que ver con que el día siguiente sea un caos. Esto parece llegar demasiado pronto a su fin hasta para la mejor puesta en escena.

Durante el día, bajo la mirada amarga de todos, papá empezó a sacar sus cosas de la casa. Se marcha.

¿Qué papel está representando? ¿Si se muda a otro lugar dejará de ser papá? ¿Aún quiere ser papá?

Anoche, preocupado de que Americano saltara hasta la ventana de Ana para continuar con el entrenamiento, me escondí dentro de la habitación de Elisa. Y aunque temí ser sacado a empujones como la última vez, lo que hizo fue colocarme sobre su regazo, abrazarme y... llorar. Elisa lloró un largo rato sobre mí. Inclusive le pidió permiso a Ana para quedarme con ella toda la noche.

Esta no es la Elisa que yo conozco.

Por otro lado, cuando duerme lo hace diferente a Ana. Elisa no concilia rápido el sueño. Sin contestar a nadie, sin poner atención a lo que pasa, deja sonar el aparato al que llama móvil en lo que, por ratos, mira un punto lejano; y, al conseguir por fin cerrar sus ojos, intranquila, los aprieta con miedo. No... duerme en paz.

Al despertar tampoco sale rápido de la cama: observa con odio el reloj sobre su mesa y cuando lo escucha sonar vuelve a cerrar sus ojos con dolor para, a continuación, ponerse de pie y comenzar a prepararse.

Terminator la llama desde temprano; sin embargo, constantemente pelean porque ella, según él, le contesta con «monosílabos». La acusa de no quererle lo suficiente. El chico no ve lo que yo: una Elisa que en lugar de poner atención a lo que él dice, se vuelve a acurrucar sobre su cama y, seria, continúa viendo con odio al reloj hasta que mamá le pide que baje a desayunar.

A Kev lo observo cuando salgo al techo. Su ventana, al igual que la de Ana, da a la calle. Kev es diferente a Elisa. Lo suyo es esconder cosas bajo su cama. De ahí saca mapas, guantes, un par de botas estilo militar, una gabardina; vestimenta color negro en general que, se prueba junto con unas gafas de sol. Sé lo que es cada cosa porque suele preguntar a Tiburón si ambos tienen lo mismo. Ellos hablan mucho por teléfono. Luego alcanza una caja y de esta saca objetos que no advierto qué son. No obstante, al igual que los héroes de Shakespeare con las espadas, Kev los empuña con una mano y esconde dentro de su capa... gabardina, en este caso.

Cuando me ve suele apuntarme con estos.

—Hazte el muerto, gato —pide antes de exclamar un discreto «¡BAM!». Porque así es Kev: discreto—. Solo doce días —repite, después—. Doce.

A pesar de todo, suele sorprenderme cuando, al finalizar alguna llamada con Tiburón, se sienta junto a su cama, dobla sus piernas hasta rodearlas con sus brazos y... comienza a llorar. «Las heridas que no se ven son las más profundas». Kev está tan roto como lo está Elisa. Después sostiene uno de los objetos contra su pecho repitiendo entre sollozos «Solo hazlo», pero termina dejándose caer.

¿Son o no comediantes los humanos?

—¿Por qué te marchas? —le pregunta Ana a papá con el corazón roto. Por fin se da cuenta de que las cosas van mal. Elisa y Kev observan la escena. Mamá, por otro lado, desde temprano avisó que pasará el día en casa de la abuela.

—No estaré lejos y vendré diario a verte —promete papá a Ana—. Cuiden a Ana —pide a los mayores pero ellos no contestan. No le dirigen la palabra desde ayer.

Escuché que mamá llama a esto «arreglo», pero ninguno parece conforme, ninguno parece feliz. Cada uno llora en silencio. Solo.

—¿Hay más cajas? —pregunta quien ayuda a papá a sacar todo. Elisa, Kev y Banana lo llaman «tío Nelson», pero yo lo identifico como mi secuestrador. Él me sacó de casa de mi anciana. Él me trajo aquí. Papá contesta la pregunta negando con la cabeza—. Ah, hola gato —me saluda el susodicho—. ¿Cómo era tu nombre? —esboza un circunspecto gesto de duda—. ¿Shakespeare?

—No, su nombre es Skipy —le corrige Ana como si lo contrario fuese una ofensa.

«¿En serio, niña? Por lo visto tengo que aclarar una vez más que yo no me llamo...»

—¿Qué pasó con los dueños? —inquiere Kev interrumpiendo mis pensamientos. Aunque me hace saltar, hablarán de «ella», mi humana, mi anciana.

—Dueña —aclara «Nelson» limpiando su frente. Se queja de haber cargado muchas cajas hoy—. Era una anciana que padecía alzheimer —informa.

—¿Era? —repite Elisa. Pese a que ella y Kev guardaban silencio con tal de no dirigir la palabra a papá, este tema si les interesa.

—Sí... murió —aclara Nelson tomando por sorpresa—. Estaba abandonada por sus hijos. Por todos. Si no es por una vecina que le llegaba a cocinar, ninguno se hubiera dado cuenta de su partida.

—Qué triste —lamenta Elisa.

«Murió.»

La palabra se repite en mi mente mientras que a lo dicho por tío Nelson le siguen comentarios de lamentación.

¿Murió?

Sé lo que es la muerte. En sus obras, Shakespeare la describe de muchas maneras, enmarcan grandes tragedias; pero nunca... Yo pensé que... ¡Ella no estaba abandonada, señor! Me tenía a mí... ¡Nos teníamos el uno al otro!

Regreso a esa noche: yo sobre su regazo, procurando despertarla para que continúe leyendo o me alimente; pero no pasó...

Ella, la de las manos temblorosas, memoria despistada y almibarado olor a jabón... Cálida, paciente y afectuosa... Ella... Ella no merecía morir sola.

«Ven acá, Shakespeare. En lo que va del día no he rascado tu pequeña cabeza»

«Oh, pequeño Shakespeare, lamento haberte despertado con el ruido de la llave»

«Eres una gran compañía mi adorado gato»

No volverá.

Sintiendo desesperación, que algo dentro de mi duele al punto de quebrarse, corro hacia la ventana de la sala de estar y salgo de la casa.

—¡Skipy! —grita Ana, persiguiéndome—. ¡Skipy, regresa!

«¡No, mi nombre no es Skipy!»

El mundo entero es un teatro, y todos los hombres y mujeres simplemente comediantes, dijo Shakespeare. Tienen sus entradas y salidas, y un hombre en su tiempo representa muchos papeles... hasta llegar a la segunda infancia, el total olvido, sin dientes, sin ojos, sin gusto, sin nada.

—¡SKIPY, VUELVE!

«Mis propios dolores ya eran carga excesiva en mi pecho»

—William Shakespeare.

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¿Skipy o Shakespeare?

Se están yendo a pique los Delvecchio </3

Quiero agradecer a todos y todas las/os que participaron en el concurso. En la siguiente actualización daré a conocer a los ganadores, pues como lo dije previamente, el premio es participar en un capítulo :') ♥

¡Gracias por votar!