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11. No me gustan los extraños

Capítulo dedicado a NadiaVictoriaToledoP. ¡Gracias por tu apoyo! 

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11. No me gustan los extraños

Día 5 de secuestro:

—¡Tu gato estuvo molestando hasta tarde a mi Agatha! —le grita Jamal a Elisa, Kev y Banana en lo caminamos de la puerta de nuestra casa a la máquina infernal.

—De nada —le contesta Kev sin dar importancia.

—¡Ese comportamiento no es propio de un gato decente! —Jamal realmente está molesto.

—¿Por qué Jamal opina que Skipy no es un gato decente, Elisa? —pregunta Banana a su hermana y yo hago girar mis ojos. ¡Los muros de los Capuleto no son obstáculos! Enamorarse, a fin de cuentas, es un acto subversivo.

—No preguntes, enana.

—Su gata tampoco es una monja —le discute Kev a Jamal—, porque todos sabemos que aquí el único afectado será Skipy.

«¿Afectado?», pienso. Banana abre la puerta trasera de la máquina infernal, me coloca sobre el asiento y después entra ella. Elisa y Kev ocupan los asientos delanteros.

—¡No hables mal de mi Agatha! —regaña Jamal a Kev desde la cerca de su casa.

—Si no quiere que otros gatos la visiten, enciérrela.

¿Otros gatos? Debe referirse a tiernos compañeros de juegos.

Con Elisa al volante, la máquina infernal sale del aparcadero. Lo último que veo es a Jamal caminando hacia el pórtico de Sir Lancelot con un plato de comida en la mano.

Elisa pide a Kev colocarse el cinturón y lleva su mano hasta algo que llama «la radio». Ninguno de estos tres salió de casa hoy, aseguran estar de descanso y, por consiguiente, mamá, también lo está y les pidió llamar para pedir comida. Elisa, cansada del encierro, dijo que prefería salir por ella y Kev la siguió; sin embargo, mamá, al no confiar en ellos, les ordenó llevarse a Banana y ella me añadió al grupo pese a gustosamente estaba por tomar mi octava siesta del día.

¿No es injusto?

Lo noto. Sé que nos pasa algo. Aunque selles tus labios. El mal rollito entre los dos. Lo noto

—Quita eso —le pide Kev a Elisa.

—Lo tenía puesto ella.

—Que patético.

—¿Qué es patético? —les pregunta Banana.

—Tus padres, renacuaja —le contesta Kev y Elisa lo codea. Kev emite un suspiro y, ya más calmado, se vuelve hacia Ana—: Pero no digas eso frente a ellos.

«Patético» Me gusta esa palabra. Define bien lo que opino de estos seres inestables llamados humanos.

Durante el trayecto hacia el lugar que Elisa y Kev llaman «la plaza» Banana y yo miramos por la ventana mientras ella canta una canción distinta a la que eligieron sus hermanos «Yo era una niña del pueblo era feliz, de pronto una princesa me volví...» y me abraza a pesar de que yo intento mantenerla alejada. «Eres demasiado expresiva, niña»

—¿Compraremos pizza para nosotros y una lata de paté para Skipy? —pregunta Banana.

«Eso es niña, muy bien, piensa en ambos.»

—Compraremos lo que esté disponible en la plaza —se niega Elisa.

—Pero podemos ir directo a la pizzería.

—No, yo necesito ir a la plaza.

Banana se resigna, se deja caer sobre el asiento y, sin emoción, vemos a Kev indicar a Elisa hacia dónde virar y estacionarse. La máquina infernal es colocada junto a muchas otras y una vez quieta salimos.

—Nos vemos aquí en veinte minutos —avisa Kev tomando su propio camino.

—¡¿Qué?! ¡No! —Elisa está molesta—. Te dije que necesito hacer algo. Tú ve con Ana a comprar la comida.

Banana, conmigo en brazos, los sigue mientras ellos discuten.

—Ves a Terminator en la prepa.

—Hoy no.

—Pero yo también necesito hacer algo.

—Llévate a Ana.

—No, le va a chismosear todo a papá.

—¿Qué es chismosear, Skipy? —me consulta a mi renacuaja. «Que cierres el pico, niña»

—Tampoco puedo llevarla a donde voy —asegura Elisa.

Los dos nos miran.

—Hay... Hay un área de juegos dentro de la plaza —agrega Elisa acomodando muchas veces su cabello—. Nos puede esperar ahí unos minutos.

Entrecierro mis ojos en dirección a ella.

—No podemos hacer eso —dice Kev.

—Entonces llévala contigo.

A continuación lo vemos pasar una mano sobre su cara para luego mirar a Ana con enojo.

—Pero no te vas a salir de ahí, renacuaja —le advierte y, si bajo mi cabeza, puedo mirar el pequeño zapato de Ana moverse de un lado a otro incómodo.

Seguimos a Kev y Elisa hasta la plaza.

El lugar donde nos quedaremos tiene un castillo de colores, un resbaladero, columpios, una caja de arena, un sube y baja y todo lo recorre una reja con forma de oruga. Elisa sobre todo destacada eso para que Banana muestre entusiasmo. Le entregan unas monedas a la niña, le vuelven a repetir que no debe salir de aquí y los vemos irse al mismo tiempo que tomamos asiento en una banca.

—No tardan, Skipy —me consuela Banana a mí.

Hay más niños dentro del lugar pero Ana no se aproxima a alguno. Mejor porque uno es acompañado por un poodle que no deja de ladrar en mi dirección.

—¡No te acerques a mi niño! —me amenaza.

Levanto mi cola con elegancia:

—Ni lo estoy mirando —aseguro y después lo sigo ignorando.

—No tardan, Skipy —repite Ana abrazándome con más fuerza. Sus manos sudan.

De ese modo, vemos niños salir y entrar del enrejado acompañados por sus padres. Yo siento mis parpados caer. Mi siesta fue interrumpida una hora antes y necesito retomarla. Es importante que...

Bostezo.

Cierro mis ojos.

«Morir, dormir... ¿dormir? Tal vez soñar.»

—Es un bonito nombre —escucho decir a una voz estertórea después de que Ana pronuncia el apodo que me asignó.

Vuelvo a abrir mis ojos y, a mi pesar, descubro a un humano en cuclillas frente a nosotros. Él pone su mano sobre mi cabeza. «No, no me gustan los extraños.»

—Mi tío me lo regaló —le cuenta Banana y él le sonríe.

«No, no me regaló, corrijo. Me secuestró.»

—No parece contento.

«Porque no lo estoy.»

—Pero es muy cariñoso cuando es la hora de comer.

—Sin duda.

Después él le platica que tiene una caja llena de gatitos dentro de su máquina infernal. A Banana eso le emociona. «Oye niña, con uno basta, ¿de acuerdo?» y le pregunta si quiere acompañarle a verlos.

—Pero mi hermano me dijo que me quedara aquí.

—A él también le podemos enseñar los gatitos.

A eso le sigue duda.

—No sé... —Ana mira hacia la derecha—. Él... ¡Ahí viene! —salta.

Me coloca a un lado y corre hacia Kev. «¡Por fin!»

—Siempre si iremos por pizza, renacuaja —avisa Kev dejando caer dos bolsas. Parecen pesadas.

Ana lo abraza y después se gira hacia la banca.

—Pero antes podemos... —Y quiere señalar al humano pero él ya no está. Yo mismo lo busco con la mirada.

—No —Kev en cualquier caso mira hacia otro lado buscando a Elisa—, tu patética madre no tarda en llamar para preguntar dónde estamos. Coge al gato y vamos.

«Ni que fuera una de tus bolsas»

—¿Qué es patética? —insiste en saber Ana.

—Nada. Ve por Skipy. 

Y lo que sigue es buscar a Elisa.


«El pasado es un prólogo»

—William Shakespeare. 

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¿Impresiones? 

Continuamos el domingo ♥

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