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10. Bola de fuego


Para Dark_Fantasy_666. ¡Gracias por dejar comentarios!

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10. Bola de fuego

Al salir de la ventana lo primero que miro, como si me atrajera una fuerza sobrenatural, es la ventana más alta de la casa izquierda frente a la mía. El hámster de nombre Chifus aún me está mirando desde su jaula conservando la misma postura y respiración entrecortada. Continúo mi camino y...

Esperen ahí un segundo. ¿Todavía. Me. Está. Mirando? Levanto mi cola para mostrarme alerta.

—Parece que alguien empezará a hacernos caso respecto a Chifus —dice Sir Lancelot desde su pórtico. Americano, Almirante, Guzmán y Teniente devastación le acompañan. Incluso Elvis permanece sobre su balcón. Es la misma escena de la otra noche.

—¿Por qué debería asustarme un roedor? —inquiero fingiendo no dar importancia.

—¡Escuchaste, Chifus! —me acusa Elvis con el otro al mismo tiempo que, feliz, gira sobre sus patas—. ¡Te llamó roedor!

Parece buscar que el hámster y yo nos enfrentemos. Y no sé si es mi imaginación pero la respiración de este va en aumento. Su pecho sube y baja con mayor rapidez.

—¿Ninguno tiene humanos? —exijo saber al percatarme de que, es evidente, todos gozan de mucho tiempo libre.

—Ellos también duermen —contesta Americano colocando una pata sobre el hombro de Sir Lancelot. Pareciera consolarlo. ¿Dije algo malo?

—¿Cómo lo va a hacer caer del techo utilizando una catapulta? Téngale un poco más de paciencia, Teniente devastación —dice Almirante al gatito—. Es inexperto.

—¿Y a qué sales si no es a darnos la cara a nosotros? —pregunta con enojo Americano. El resto espera expectante mi respuesta.

Ignorándoles, como se me está haciendo costumbre, camino con firmeza hacia mi izquierda y cruzo el techo hasta llegar al borde, lo más cerca posible. «Llegué». Ahora solo un pino seco me separa de la casa de Agatha.

Lamo mi pata para luego pasarla sobre mis orejas.

—¿Qué dama es ésa que honra vivir en esta morada? —comienzo elevando con gentileza mi tono de voz.

—¿Agatha? —escucho reír a Elvis una casa más allá—. ¿Es en serio? —repite dando un salto—. ¿AGATHA? —De inmediato se suelta a reír con fuerza.

—Esto será divertido —Está de acuerdo Americano.

Sin importarme continúo hablando:

—¡Ay, que el amor cuyos ojos están siempre vendados halle sin ver la dirección de su blanco!¡Oh, Dios! ¿Qué refriega era ésta? Mas no me lo digáis, pues todo lo he oído. Mucho hay que luchar aquí con el odio, pero más con el amor. ¡Sí, amante odio! ¡amor quimerista! ¡Todo, emanación de una nada preexistente! ¡Futileza importante! ¡Grave fruslería! ¡caos de ilusiones resplandecientes! ¡Leve abrumamiento, diáfana intransparencia, fría lava..., extenuante sanidad! ¡Sueño siempre guardián...

Y estoy realmente concentrado, inspirado, motivado, decidido a hacerme escuchar..., cuando siento un chorro de agua fría caer sobre mí. Le siguen risas.

—¡No molestes a Agatha, gato! —Me regaña el humano de nombre Jamal desde una ventana—. ¡Ella es decente, no un depósito de calenturas para pelagatos!

—¡Pelagatos! —ríe Elvis echándose hacia atrás.

—¡Tú también eres gato! —le recuerda Almirante.

—Es cierto —recuerda Elvis, esta vez serio—. Oye, cálmate humano hijo de la mamá de Americano —alega a Jamal.

—¡Oye, no te metas con mi mamá! —ladra Americano.

—¡La mamá de Americano era una santa! —defiende Almirante.

—¡Yo conocí a la mamá de Americano y sí era una dama! —le secunda otro perro varias casas atrás. Un coro general de ladridos se hace escuchar por todo el vecindario defendiendo de Elvis a la mamá de Americano.

Lo que le sigue a eso es Jamal cerrando su ventana y la cortina de esta para que me aleje de su casa. «¿Puedo alejarme cuándo mi corazón está aquí?». Aun así, cansado, friolento, estoy por marcharme a dormir mi siestecita junto a banana cuando una hermosa cabeza de pelaje blanco se asoma por la vidriera continua a la que cerró Jamal.

—¿Qué luz brota de ahí? —ronroneo—. ¡Es el oriente, Agatha es el sol! ¡Alza, bella lumbrera y mata a la envidiosa luna, ya enferma y pálida de dolor porque tú, su sacerdotisa, la excedes mucho en belleza! —Mi dama se recuesta sobre el alféizar—. ¡Ved cómo apoya la mejilla en su pata! ¡Oh! ¡Que no fuera yo un pelo de esa pata para así acariciar esa mejilla!

—¡Ay de mí! —exclama.

—¡Habla! —Levanto mi cola—. ¡Oh! ¡Prosigue, ángel resplandeciente, pues al alzar la mirada para verte, radiosa me apareces como un celeste y alado mensajero!

—¡Oh, Skipy, Skipy! —Mira la luna—. ¿Por qué eres Skipy? Renuncia a tu humano, abjura tu nombre; o si no quieres eso, jura solamente amarme y ceso de ser una Damico!

—¿Debo oír más o contestar a lo dicho? —Me pregunto acomodando mi pata sobre las ramas del pino. Si me lo propongo lo trepo hasta llegar a Agatha.

—Solo tu nombre es mi enemigo —continúa ella—. Tú eres tú mismo, no un Delvecchio. ¿Y un Delvecchio? ¿Qué es eso, pues? No es un pie, un brazo, un rostro, ni otro. ¡Oh! ¡Sé otro nombre cualquiera! ¿Qué hay en un nombre al final de cuentas? La rosa no dejaría de ser rosa, y dejaría de esparcir su aroma, si se llamase de otro modo.

—Te cojo la palabra —Me decido a interrumpir por fin. Ella me mira—. Llámame tan solo tu amante y recibiré un segundo bautismo. De aquí en adelante no seré más un Delvecchio.

—¿Quién eres tú, que así, encubierto por la noche, vienes a dar con mi secreto? —inquiere con indignación.

Aclaro mi garganta:

—No sé qué nombre darte para decirte quién soy. Pues mi nombre, querida, ahora me resulta odioso por ser contrario al tuyo.

Agatha se pone de pie con gracia, y pese al obstáculo que representan las hojas del pino, intenta verme desde su ventana.

—Mis oídos no han escuchado aún cien palabras pronunciadas por esta voz y reconozco el metal en ella. ¿No eres tú Skipy? ¿Un Delvecchio?

—Ni uno ni otro si ambos te son odiosos.

—¿Cómo has llegado aquí? —quiere saber—. ¿Con qué objeto? Considera quién eres. Este lugar es tu muerte si mi humano te halla en él.

—Con las ligeras alas de Cupido he de franquear estos muros; pues las barreras de piedra no son capaces de detener el amor. Tu humano, en tal virtud, no es un obstáculo para mí.

—Si te encuentra acabará contigo —Se escucha triste.

—¡Ay! Tus ojos son para mí más peligrosos que veinte cubetas de agua fría suyas —afirmo.

—Skipy —suspira Agatha volviendo a estirar sus patas sobre el alféizar.

—Y por cierto, ese no es mi nombre —aclaro.

—Pero así escuché a tus humanos llamarte.

Adopto una postura solemne.

—Pero mi nombre real es Shakespeare, como el gran dramaturgo, el poeta...

—¡Ya díganle Skipy! —ríe Elvis.

—¡Shsss! —Le callan otros.

«¿Otros?»

Me vuelvo para ver quiénes. Sobre el cableado de la calle hay incontable cantidad de pájaros, y sobre el suelo, frente a mi casa y la de Agatha: ardillas, un conejo, una iguana, caniches, hurones...

Tenemos público.

—¿Se les perdió algo? —inquiero, molesto.

—No —contesta el conejo.

—¿Y no tienen nada mejor que hacer?

—La verdad, la verdad... no —contesta a la vez uno de los hurones por todos.

Luego mi atención se dirige al pórtico de Sir Lancelot y este, Americano, Almirante y Guzmán al instante giran sus cabezas fingiendo que su interés tampoco era yo.

¿Acaso no hay privacidad en este vecindario?

—¡Humano! —ladra Americano de pronto consiguiendo que todos corran en distintas direcciones. Segundos después, de la casa vecina sale un muchacho a colocar fuera una bolsa de basura. Antes de volver a casa este mira de reojo la calle deteniendo su interés en Elvis. Elvis gira sobre estómago ronroneando.

—Son amigos —Los defiende Agatha cuando el humano se marcha.

—Vuestros, mi querida dama.

—¿Y eso no te basta para darles una oportunidad? —Los ojos celestes de Agatha titilan con esperanza. Me pone a prueba.

—Para mí que sí —opina Elvis.

—¡Shsss! —Lo vuelven a callar Americano, Almirante, Sir Lancelot y Guzmán que, junto al diminuto Teniente devastación, son los únicos que quedan.

—Solo ignorarlos cuando no estés de acuerdo con ellos —aconseja Agatha—. Pero cuando sea necesario sí debes escucharlos.

Miro hacia donde está Chifus.

—Sí, a eso me refiero —confirma Agatha.

—¡Pero es un hámster!

—Subestimarlo es parte del problema.

—Y está encerrado —insisto.

—Una vez a la semana su dueño limpia la jaula y permite que Chifus pase la noche dentro de una pelota plástica. Por consiguiente, una vez a la semana debemos dormir con un ojo abierto. Una vez a la semana este vecindario peligra.

—No temáis mientras yo esté aquí —juro.

—Y ni siquiera puede bajar del techo —opina Elvis.

—¿Puedes callarte? —Lo regaña Americano.

—Que delicados de humor son todos aquí.

—Prométemelo, Shakespeare —me pide con desesperación Agatha—. Promete que te encargarás de Chifus.

—No volveré a subestimar al roedor —prometo y de nuevo me aclara la garganta—: Ahora, mi hocico se halla pronto a borrar con un tierno beso la ruda impresión causada —agrego empezando a trepar las ramas del pino para llegar hasta mi Julieta.

—Aquí espero ansiosa mi sacrosanto beso —me anima.

Sin embargo, no he subido más de dos ramas cuando el pino cede y caigo golpeando todo a mi paso en mi trayecto hacia el suelo.

—¿Qué pasó? —pregunta Agatha que esperaba con los ojos cerrados la calidez de mi hocico.

—Así cae él —informa Elvis.

Ahora me duelen partes del cuerpo que no era consciente de que existían.

—Si realmente te comprometes a enfrentar a Chifus primero debes aprender a bajar, gato —me regaña Americano.

—No es vuestro problema, bravos amigos —digo con enfado en lo que termino de ponerme de pie.

«Oh divina providencia, he perdido la dignidad frente a Agatha»

—Claro que lo es —ladra Almirante—. ¿Quiénes más te van a preparar para enfrentar a Chifus?

Miro a Agatha para confirmar lo que este insulso can dice y ella asiente. Al parecer sí, debo ponerme a disposición de la cuadrilla de perros comandada por un gato esquizofrénico. Molesto, camino hacia el pórtico de Sir Lancelot para que ahora sí me expliquen todo lo referente a Chifus.

¿En verdad es tan malo?

—No es un hámster cualquiera —comienza Guzmán al terminar yo de cruzar la calle—. La leyenda tiene dos versiones: que ha vivido más que cualquier otro hámster y que de ahí proviene su fuerza, o que su odio se heredó generación tras generación.

—¿Odio? —Miro de uno a otro—. ¿leyenda?

—Los Dixon no son los dueños originales —explica Almirante—. Chifus vino del abismo.

—¿Abismo?

¿Es este un drama dantesco o shakesperiano?

—Sí. Lo encontraron saliendo de una cloaca —vuelve a tomar la palabra Guzmán pidiendo con su mirada no volver a ser interrumpido—. El día que su dueña original limpió su jaula por primera vez lo dejó vagar por la habitación y Chifus, buscando con qué entretenerse, se metió dentro de un agujero que le llevó a dar con una banda de ratas. Estas lo secuestraron. Y luchó... luchó hasta que consiguió escapar. No obstante —Guzmán mueve su cabeza con negativa—, cuando regresó a casa se percató de que su humana se había marchado. Lo abandonó.

»Él juró vengarse. Espero paciente hasta recibir información y una vez escuchó que ella se mudó a Ontiva recorrió cinco años las cloacas relacionándose con el mismo clan de ratas que lo secuestró, hasta que llegó a la ciudad e hizo que los Dixon lo adoptaran.

»Aquí puso atención a conversaciones, concluyó que su humana, tal como lo hacía en casa, asistía a uno de esos sitios que llaman preparatoria. Recorrió cada una hasta que dio con el lugar. Ahí la mencionaban mucho. Sin embargo, ella se había marchado de nuevo. ¡No tardó si quiera un año ahí! La ira invadió a Chifus y, molesto, volvió a jurar que le haría pagar por todo.

—¿Qué hará? —pregunto apenas creyendo lo que escucho.

—Por ser la preparatoria el último lugar que ella pisó antes de volver a marcharse, ahí comenzará la venganza.

«Venganza»

Atónito, miro de Guzmán a mi casa con apuro, con sospecha, recordando lo que escuché gritar a Kev.

—Sé lo que hará —musito, serio.

—Entonces eres más listo de lo que pensé, gato —me felicita Americano.

—Pero no comprendo cómo puede estar Chifus detrás de lo que planea Kev —entrecierro mis ojos pensando.

—¿Kev? —inquiere Guzmán.

—Él habló de sangre... muerte... —Me encojo en mi lugar recordando con terror cada cosa—. También está ese tipo de nombre piraña.

—Ni siquiera a Teniente devastación se le ocurriría algo tan despiadado —dice Almirante—. Y no es que yo lo subestime, Teniente devastación —aclara al gatito—; usted es más distinguido a la hora de planear. A eso me refiero.

El gatito trastabilla.

—El plan de Chifus es diferente —continúa Guzmán—. Los días jueves, día que limpian su jaula, por la noche, dentro de su pelota plástica recorre el vecindario buscando purgantes en pastilla; con ayuda de las ratas lo traslada a un escondite dentro del mismo alcantarillado y; así, una vez recolecte suficiente, lo echará todo dentro del almuerzo de los chicos de la preparatoria. De esa manera, cuando cada chico regrese a casa, defecará tanto que tapará su baño, los fontaneros disponibles no se darán abasto y la ciudad completa apestará a tal punto que todos moriremos asfixiados..., incluida la anterior dueña de Chifus.

—Purgantes —repito.

—Sí —Almirante mira con odio la jaula de Chifus todavía sobre un alféizar de la casa vecina—. No lo subestimes por su tamaño. Nunca antes hubo tanta maldad dentro de 150 gramos.

—Defecarán hasta morir —acota una voz grave que escucho por primera vez... la voz de Chifus.

Todos los perros del vecindario comienzan a ladrar sin control. Anonadado, observo a Chifus. Es la primera vez que el roedor se dirige a mí y todavía me vigila. Todavía respira como si algo le asfixiara. Todavía me escudriña. Parece estar listo para enfrentarnos.

No puedo cerrar mi hocico.

—Te dejaremos procesar todo durante unos segundos —dispone Americano y su cuadrilla guarda silencio, mirándome; incluidas cabezas de perros, gatos, hurones y demás que se aproximaron a ventanas, puertas y cercas para escuchar. Todos parecen estar ya al tanto del plan maquiavélico de Chifus: Asfixiar a toda la ciudad con caca.

Y sí, trato de procesarlo.

Trato.

Y trato.

De verdad que sí.

—Y necesitan mi ayuda porque... —empiezo a caminar hacia atrás.

¿Por qué insistieron en que escuchara todo esto?

—Desde que te vimos lo sospechamos —suspira Guzmán—. Pero hoy podemos estar seguros.

—¿Seguros de qué?

—Eres de quien habla la profecía.

«¿Cómo?»

—¿La profecía?

¿En qué punto estos canes pararán de espantarme?

Los ojos de Almirante se achican:

—Sí. Esa que reza «La bola de fuego acabará con el ser maligno»

¿La bola de...?

—¿Y esa profecía la dio? —El gesto en mi cara es de indignación.

—Las voces que atormentan por la noche a Teniente devastación.

—Meow —confirma Teniente devastación.

Hago girar mis ojos.

—Voces.

—Gritos de desesperación en realidad.

¡Oh, Verona!

—¿Y qué les hace pensar que tal profecía realmente habla de mí? —debato, molesto—. Es cierto, soy llenito —Trato de meter la panza—. Pero hasta ahí. Nada de fuego.

—No es lo que parecía mientras hablabas con Agatha —Americano arquea una ceja.

—«¡Que no fuera yo un pelo de esa pata para así acariciar esa mejilla!» —me cita Elvis desde su balcón, recordando—. Todavía me siguen temblando las patitas.

De nuevo le siguen risas y es inevitable que me sienta una pizca avergonzado. ¡Yo no pedí público, Lear!

—No te sientas mal, gato —me «consuela» Americano—. Eres el elegido.

—¿Pero cuál es el plan? —Me decido a preguntar, cosa que anima al resto.

Almirante pide ser él quien me explique:

—Escalar hasta el balcón de Chifus; abrir la jaula, porque el cerrojo solo funciona desde fuera; torturarlo hasta el punto que desee nunca haber nacido y comértelo.

—¿Torturarlo?

—Sí. Idea de Teniente devastación.

—Meow.

Los miro a ambos.

—¿Y no puedo simplemente aplastarle la cabeza?

—Ha vivido casi diez años. Tememos que sea inmortal. Tienes que comértelo, viajar por la ciudad hasta llegar a un cementerio y ahí, finalmente, defecarlo.

—¿Y cómo hago para aguantar las ganas de evacuar hasta llegar a un cementerio? Apenas consigo llegar a mi arenero.

—Oye gato, nosotros no podemos pensar en todo.

—Hasta Chifus, por cómo te mira, parece estar al tanto de que eres tú de quien habla la profecía —añade Guzmán.

Y lo confirmo. El roedor no deja de mirarme mientras, colocando sus patas contra la jaula, respira con mayor intensidad.

—Este...

—Claro que si no puedes contra Chifus lo entenderemos —Me lanzan una mirada interrogativa y yo observo de reojo el balcón de Agatha. Si me muestro cobarde ella lo verá.

—Acabemos con Chifus —acepto.

Se escuchan celebraciones provenientes de todas las casas del vecindario.

—¡Hip, hip! 

—¡HURRA!

—¡Hip, hip!

—¡HURRA!

A fuerza de importunaciones han logrado arrancar mi tardío consentimiento.     

—¡Bien! —Americano, dando vueltas sobre sus patas, parece ser el más emocionado—. Lo primero que haremos será enseñarte a subir y bajar del techo sin caerte.

—Pero ayer entré a mi casa usando una ventana de la planta baja.

—Pero no puedes hacer lo mismo una vez te comas a Chifus. Debes ser sigiloso.

«Sigiloso», me repito para no olvidarlo. «Sigiloso»

—La verdad dudo que lo logre —opina Elvis reciendo abucheos.

—¿Y si eres tan bueno criticando por qué no lo haces tú? —alego en respuesta.

—¿No ves que mi humano tiene una Land Rover? —señala la máquina infernal con su pata—. Yo solo como Cat Royale en presentación paté.

No podía faltar la bufonada. 

Pero ahora Elvis es el menor de mis problemas.

«Prestadme oído atento, suspendiendo un rato vuestra admiración, mientras os refiero este caso maravilloso apoyado con el testimonio de estos caballeros»

—William Shakespeare. 


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Esto sigue poniéndose bueno xD ¿Logrará Skipy cumplir la profecía y acabar con Chifus?

Por cierto, si van al Capítulo 9 de La mala reputación de Andrea Evich descubrirán quién es la dueña original de Chifus :p 

En el siguiente cap volvemos con los Delvecchio. Gracias por votar ♥

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