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III + EL FETO - III

Después de quedarme dormida, desperté en un lugar oscuro y muy frio. De no ser por la palidez de la luz lunar, seguramente me hubiera creado que estaba enterrada viva, ya que el ambiente me hacía sentir aplastada. Mis manos estaban atadas y mis piernas también, junto con ello, tenía algo pegado o amarrado a mi boca.

-Siomara – Escuchaba con sueño una voz, con eco y sin mucha atención - Siomara. Siomara. Siomara, Siomara... Siomara.

La voz repetía mi nombre, en un lugar con demasiado eco y con una humedad tan fría pero calurosa a la vez, un hedor indescriptible a carne podrida con cloro y con una presencia rondando frente a mí. Hasta ese momento, solo podía ver una lejana luz verdosa, pero cuando un foco se encendió, pude ver que Lizeth estaba allí, en una recamara, que antes era mi antigua sala, con las paredes húmedas, llenas de raíces venosas de color rojo, como si de una suciedad con moho las estuviera conquistando.

Luego, sentí, con mis tenis, que el suelo se sentía mojado, como un enorme charco de un líquido transparente; deduje que de allí vino el olor a cloro.

Después de eso, vi a Lizeth. Era exactamente como la recordaba, con esa mirada de egocentrismo, superioridad moral y que era tan desagradable a la vista.

- ¿Cómo estás, vieja "amiga"? - Me dijo haciendo comillas con los dedos.

Todavía no podía responder, el hedor inmundo, con las secuelas que esa sustancia me había dejado, no me dejaban tener un juicio lucido de las cosas, solo oía y oía palabras sin sentido, mientras ella estaba sentada en una silla, a lado mío.

No sabía que pasaba o que esperaba, hasta que, tras recobrar todos mis sentidos y pegar un alarido de horror puro, ella me tapó la boca, diciéndome:

-¡Shhh! No te alteres Siomara, muy pronto podrás descansar, por ahora relájate y disfruta de la hermosa vista, este jardín hermosamente rojizo que nos invade a ambas – Hizo un ademan de manos, mostrándome como todo lo que era mi casa, ahora era una telaraña de venas, donde mis antiguos muebles, ropa, cubiertos e incluso la televisión estaban tendiendo de ellas.

Con miedo, pero conteniendo mis gritos porque sabía que sería inútil escapar, sentí como algo me quitaba los amarres de las manos. Ese algo no era humano ni por asomo, era como si una masa de forma indefinible me quitara los amarres: No quise mirar atrás.

Después de esto, sentí como con sus manos frías, impregnadas con un olor similar a una carnicería, pero más metálico, me acariciaban el rostro. Tras ello, la puerta de la casa, que estaba frente a mí, empezó a ser tocada.

-Oh, llegó el invitado – Dijo Lizeth levantándose de la silla y abriendo la puerta de la casa, dejando en descubierto al invitado. Con su corbata roja, vestido totalmente de negro, su rostro pálido y ojos negros con un destello rojo, estaba allí Santiago.

-Hola Santiago – Dijo Lizeth con cinismo - ¿Cómo has estado viejo amigo?

Santiago ignoró completamente esto, y se acercó corriendo hacia mí, me tomó por los hombros y me cubrió con su saco.

-Vamos Santiago – Dijo Lizeth – ¿No vas a saludarme?

-Lizeth – Dijo Santiago - ¿Qué planeas hacer con Siomara?

-Nada ¿Por qué?

- ¡¿Por qué?! - Gritó Santiago con enojo - ¡Acabas de secuestrar a Siomara!

-No lo veas así Santiago – Dijo Lizeth moviendo las manos y la cabeza para arreglar las cosas – Mas bien, fue una invitación obligatoria.

- ¿Por qué le haces esto? ¿No es tu amiga?

- ¿Amiga? - Dijo Lizeth con una risa sarcástica - Ella me dejó en mi mejor momento, es obvio que lo haría en el peor ¿No es así? - Dijo acercándose hacia nosotros y viéndome detenidamente, con ojos maniacos y una colera oculta, como si hubiera descubierto un secreto que jamás debí haber visto.

Escuché de fondo como un arma era cargada, el ambiente de plantas venosas de color rojo, el hedor insoportable y el líquido en mis tenis me hacían pensar que todo podía ir de mal en peor. Santiago apuntó hacia la cabeza de Lizeth con un arma.

-Lizeth – Le dijo, mientras ella, se alejaba hacia la puerta, de forma lenta y alterada

-Santiago – Dijo Lizeth estando cerca de la puerta – Por favor, por el bien de ustedes, no me dispares Santiago.

- ¿Bien de nosotros? ¡Jah! - Dijo Santiago – Como me encantaría volarte los sesos.

-Santiago – Dijo Lizeth abriendo la puerta, dejando ver una maleta – Si lo haces, te juro que...

Una detonación estruendosa me dejó algo sorda, y solo pude ver como varios dedos de una de las manos de Lizeth salieron volando con sangre.

- ¿Ahora que pasará Lizeth? - Dijo Santiago tras haber disparado y bromeando - ¿Qué sucederá ahora?

-El odia cuando recibo daño - Dijo saliendo de la casa, viéndonos.

- ¿Quién "el"? - Dijimos los dos.

-Mi hijo – Dijo con total tranquilidad.

A Santiago le extraño por completo, pero a mí me dieron arcadas. De repente, el agua del suelo empezó a moverse bruscamente, el suelo también empezó a temblar, con una fuerza ridículamente alta, que tiró a Santiago y a mí, estando yo en la silla.

Lizeth se salió corriendo, con esa maleta en mano, de la casa que estaba moviéndose como un ser vivo, y después de unos minutos no pudimos verla.

Las paredes del lugar se estaban moviendo de lado a lado, como si estuviera por caerse a trozos el lugar.

- ¡¿Qué está pasando?! - Dijo Santiago, completamente asustado y guardando el arma en su pantalón. Yo no sabía que responderle hasta que recordé lo que había visto en el sótano. Un chicle en la cara de Lizeth, una masa con forma de chicle.

Oh dios santo.

Cuando por fin recordé lo que había visto, del suelo, rompiendo algunas losetas, salió un tentáculo cárnico, lleno de venas y muy grotesco, tomando a Santiago y llevándolo al piso de abajo, que era el sótano.

- ¡Santiago! - Grité desesperada viendo como se lo llevaba esa cosa. Tras un segundo, otro tentáculo salió del suelo y me arrastró a mi hacia el sótano. El piso de arriba se deshizo completamente y todo lo que estaba arriba cayó junto a nosotros: muebles, la televisión, los trastes e inclusive las plantas rojas, que no eran más que venas de la criatura que nos tenía a su merced, la cual parecía un chicle derretido, en el gran y extenso sótano.

Estaba amordazada, con todo el cuerpo cubierto de esa masa rosada que hace un instante era un tentáculo. Me estaba cubriendo como si fuera una serpiente, con su alimento.

Yo me retorcía para escapar de esa cosa, pero cada intento de zafarme me hacía estar más adentro de ese océano chicloso de sangre y carne; eran como arenas movedizas.

Después de un instante, ya estaba sumergida en esa masa rojiza, sin poder respirar y completamente cansada.

Ya no tenía ganas de seguir allí, de seguir viva, ya había visto lo peor que este mundo tenía para ofrecerme. Estaba quedándome dormida, esperando no volver a despertar, para así no volver a ver cosas así de horribles.

Sin embargo, había algo ahí que no me dejaba dormir, o desmayarme, y era un intenso ruido de un bebé llorando, era monstruosamente estruendoso. Entonces, sintiendo como la masa me levantaba hacia el exterior, vi de donde provenía tal alarido.

No sé cómo explicarlo, era y es una cosa que no se decirla. Era como una flor roja, con algo que parecía carne molida en el centro, formando un rostro deforme, que parecía un bebé o un embrión. 

En forma de tallo, había algo parecido a un cordón umbilical, solo que menos largo y más grueso; las venas se hinchaban cada vez que pasaba la sangre.

Estaba llorando lagrimas verdosas y yo estaba sudando gotas frías, pues hasta ese momento cosas así jamás me había imaginado, una perturbadora planta bebé me había secuestrado a Santiago y a mí.

Trataba de gritar, pero mis ruidos eran sofocados por esa masa chiclosa, que intentaba meterse en mi boca. Fue entonces que escuché un disparo, haciendo que la criatura me soltara, pero que una enorme cantidad de sangre empezara a cubrir a la criatura y después a mí. Santiago había disparado su arma, obviamente, hiriendo al bebé de Lizeth.

Santiago, saliendo del mar de carne gelatinosa, me tomó, con el único fin de no estar solos ante tal amenaza. De repente la criatura empezó a retorcerse, tirando muchas cosas en su movimiento; muebles que casi nos golpean, utensilios que apuñalaban al ser, y también algunas cosas que a Santiago le llamaron la atención.

Estas cosas podían causar un incendio; Un boiler y un tanque de gas, el único tanque de gas que teníamos, y creo que no tenía mucho.

Con una intensa emoción, Santiago me alejó de la criatura, tropezando y cayendo junto con él en la gelatinosa masa, de la cual, emergió un brazo y me tomó por la mano derecha. Esto me hizo reaccionar y tratar de quitármelo de encima, pero más fuerte fue lo que estaba debajo de mí, ya que, tan rápido como forcé las cosas, mi mano se desprendió de mi brazo.

Esto me hizo gritar de dolor y Santiago me ayudó disparando hacia lo que me había arrancado la mano.

Pero lo más importante para Santiago era el tanque de gas, que se estaba acercando hacia la cabeza del bebé, y con una puntería imperfecta, dio un primer tiro, fallando, dándole en la cara al hijo de Lizeth, y causando que la masa gelatinosa se moviera de lado a lado. Otra vez tenía el tanque de gas lo suficiente mente limpio para disparar y acertar, pero fallo de nuevo, dándole en uno de los tentáculos venosos del monstruo, haciendo que todo se bañara de sangre.

Con un último intento, teniendo poco temblor entre las manos, disparó el arma, ahora sí, dándole al tanque de gas. Si no hubiera estado en la criatura, posiblemente la llama nos hubiera consumido. Santiago y yo escapamos de la casa por la ventana, mientras veíamos como el bebé de Lizeth trataba de atraparnos y contener las llamas en su chicloso cuerpo en vano.

Nos alejamos bastante de mi antiguo hogar, y en menos de lo que pensamos, la casa explotó esparciendo rastros de la monstruosa cosa, quedando en llamas y con varias partes de ese mar gelatinoso retorciéndose en el suelo. Vi con ojos de tranquilidad y temor que todo había terminado, al parecer.

De pronto, vimos como de las llamas surgía el bebé de Lizeth, el cual extendió sus tentáculos carnosos, como una enorme estrella, y tan rápido como lo hizo, pegando un último alarido, cayó tendido al suelo, muriendo.

Tras una larga pelea contra una criatura inenarrable, todo había acabado. Sin embargo, el dolor que sentía en mi mano no me dejaba disfrutar el momento, mis lágrimas de dolor y mi mueca para no gritar fueron notadas por Santiago, quien me abrazó y me dejó descansar en el suelo de la carretera.

Los rastros de esa criatura dejaron de moverse, aunque había uno en particular. Era el perro, con la cabeza del policía, que se retorcía de dolor y chillaba de dolor. Santiago, inesperadamente, le dio un disparo en la cabeza al "animal".

Todos mis exvecinos vieron lo sucedido y como buenos chismosos, empezaron a preguntarme que había pasado, yo no podía responder por el dolor, por lo que Santiago les gritó a todos que me dejaran en paz.

El dolor me hizo desmayarme y cuando desperté estaba en una cama. No era un hospital, era más bien mi cuarto, el cuarto que Santiago me había dado para escapar de Lizeth.

Frente a mí, estaba una figura con ojos blancos y neblinosos, cabello pelirrojo y con una especie de hombrera dorada con rojo, también tenía unos guantes metálicos. Este, tomó una cosa que parecía ser una mano mecánica y la introdujo en mi muñón, como si fuera un clavo. Yo solo hice un gemido de dolor, pero Santiago, quien estaba atrás de mí, me dijo que me calmara. Esa persona tomó su mano y sacando una nube de gas, me provocó un desmayo.

¿Cómo lo hizo? No lo se. Quizá estaba alucinando por lo que me pasó, por todo lo ocurrido, no sé si era que mi cordura estaba hecha añicos, o en realidad me habían drogado.

Tras esa pequeña imagen de alucinaciones, volví a caer dormida. Después de eso, estuve varios días reposando, con una nueva mano; con engranajes, cables y tubos.

Al parecer no había alucinado después de todo.

Los meses pasaron como debían pasar, y en total calma.

Sin embargo, lo que me hizo recordar estos eventos tan rocambolescos fue una noticia de la que me enteré después.

El hospital de Sinaí en Ecatepec había sido quemado, más bien, "un accidente", decían las noticias.

Esta reportaba que una periodista, conocida como Julia Ortiz Piedras, había sido participe de un acto horripilante, orquestado por Lizeth Vázquez, quien, abusó de un menor de edad, que al parecer era su alumno.

También contaba, de forma incrédula por parte de la presentadora, Vania Villalobos, que una cantidad indefinida de fetos abortados con cordones umbilicales largos, como tentáculos, y un intenso olor a vinagre se metieron en los genitales de varias enfermeras y pacientes, subiendo por su cuello, partiendo su rostro en dos y convirtiéndolas en máquinas controlables; estos a su vez, habían sido gestados en el vientre de un cuerpo sin cabeza, que supongo, era de Lizeth.

Otra cosa, un tanto alejada de eso, pero sorprendente igual, es que, después de la quema del hospital, una mujer en llamas salió por una ventana, cayendo en un automóvil y corriendo lo más rápido posible para no ser atrapada o siquiera ayudada.

No se sabía si era Julia o alguna paciente poseída por algún feto de Lizeth.

Eso me mantuvo más tranquila, puesto a que tenía la certeza de que ella había muerto. No obstante, una noche me dejó en claro que no; esta noche.

Una pequeña vela estaba a lado de mí, estaba con un mensaje escrito por Santiago, y este decía así:

Siomara, se fue la luz, te dejé esta vela para que la prendas, alado hay unos cerillos. Te amo

Santiago.

¿Cuál es el problema? Jamás prendí la vela.

Y ahora me encuentro aquí, en la oscuridad del cuarto con una vela que jamás había prendido.

Lizeth hizo muchos experimentos horribles, varios de ellos no los conozco y quizá hará más, pero su hijo es la mayor aberración que he presenciado siendo su compañera de trabajo, su amiga y su rehén.

Se que no es lo más creíble que va a leerse en la vida, y por ello pueden entender por qué el miedo y la locura me tienen amordazada en mi memoria.

Destellos de color verde en la ventana de la oscura noche eran engaños de mi mente, o tal vez no.

Lo sonidos de las lechuzas solo me hacen temer más del día en que Lizeth me vuelva a ver.

No se ha muerto porque, como decía mi abuela, "hierba mala nunca muere".

Ahora, mientras termino de escribir este testimonio, de terror, que busca decir la verdad de Lizeth, mi cabeza se llena del chillido de una rata.

La rata que Lizeth estampó contra la pared. 

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