I + L I Z E T H - II
Después de eso empezaron los gritos. Lizeth no podía evitar el dolor que producía ese suero extraño, que hacía unos momentos me había pedido que se lo inyectara. Ella empezó a tocar su rostro, o al menos eso pensé al principio, porque después vi cómo se estaba rasguñando la piel, haciendo que esa extraña sangre de color azul brotara de todas las heridas de su rostro, incluyendo las que ya tenía. También vi varios cambios; Su piel, tanto de afuera como dentro de su boca, estaba completamente morada, sus ojos parecían carecer de iris y pupilas, y también pude ver como sus dientes se tornaban algo amarillentos.
Los gritos eran insoportables, el piso se estaba llenando de esa extraña sangre y Lizeth se movía bruscamente de lado a lado, como si quisiera quitarse algo. Yo no podía hacer más que ver con horror a mi amiga, que por sus experimentos ahora daba alaridos de sufrimiento. Fue hasta cierto momento en que Lizeth dejó de rasguñarse el rostro y se quedó parada, completamente estática.
No sabía que estaba pasando. Creí que todo eso no había sido si no más que un experimento fallido, y que Lizeth había quedado en un rarísimo trance o coma. Sin embargo, tan rápido como llegó ese estado peculiar, ella cayó al suelo, como un árbol recién cortado o talado; En un charco de sangre azul.
Estaba asustada. No, estaba atemorizada y paralizada de pánico. Lizeth... había... ¿Muerto?... ¡Muerto!... No podía creerlo. Lizeth había muerto.
Con esto en mi mente, fui rápidamente hacia ella y empecé a moverla completamente desesperada, con la esperanza que pudiera recibir respuesta o suspiro alguno alguna.
- ¡Lizeth!, ¡Lizeth!, ¡Lizeth! - Empecé a gritarle, mientras la movía con fuerza - ¡Por favor Lizeth, responde por favor!
No pude recibir ninguna respuesta. Volteé su rostro hacia mí y pude ver como una especie de espuma blanca salía de su boca. Esta empezó a bajar hasta llegar a su cuello, y consecutivamente, a mi mano. Estaba al borde del llanto. Pero mi sorpresa fue aún más grande que la aparente muerte de Lizeth, y esta se dio cuando ella, rápidamente, movió su mano y me tomó por el cuello, de forma algo ruda.
Aquí puedo asegurar que, si dios no existiera, yo hubiera muerto de un paro cardiaco... o más bien, si el diablo no existiera, por que, ahora que lo pienso, como me hubiera encantado morir en aquel instante.
Vi directamente a los ojos de ella. Sus neblinosos globos oculares, con ese rostro de piel morada, con las venas marcadas y dientes amarillos, fueron suficiente para que se me erizaran los bellos del cuerpo.
Para mi fortuna, o desgracia, ella me soltó y se quedó de rodillas frente a mí, mientras estaba tendida en el suelo, suspiró y vi como su cuerpo volvía a la normalidad; lentamente su piel se volvió a morena, sus dientes volvieron a ese color blanco tan característico y antinatural de ella, pero lo que más me sorprendió fue que, al abrir sus ojos, estos habían cambiado de color.
Ya no eran verdes. Eran de una especie de color verde azulado opaco, casi grisáceos, pero seguían siendo igual de brillantes.
- Lizeth – Pregunte con un tembleque en la voz - ¿Estas bien?
Tardó unos segundos en responderme.
- ¿Bien? - Respondió jugueteando – ¡Jah!, No podría sentirme mejor.
- ¿Estás segura?
- Claro que sí, de hecho, mira – Dijo Lizeth, dándome la espalda, y pude ver que su suero no era simplemente ese espectáculo horrendo, si no que ahora, su espalda, su rostro y todo su cuerpo estaba intacto. No tenía heridas en lo más mínimo.
Esto era algo increíble, incluso para mí experiencia con el primer experimento de Lizeth hacía unos minutos, pero como lo había dicho antes, ella tenía una mente inigualable.
Después de ello, Liz me ayudó a levantarme y me dijo, con un tono de amor, o pensándolo ahora, manipulador:
- Te quiero mucho Siomara – Me dijo mientras me acariciaba la mejilla - ¿Lo sabes?
- Ahora mismo no lo sé – Dije con miedo.
- ¿Acaso dudas de mí? - Me preguntó con ese mismo tono manipuladoramente condescendiente.
- No sé si dudar o creerte - Respondí con valentía y cobardía a la vez. Después de esto, Lizeth me tomó por la boca y me dijo susurrando.
- Ay pobre Siomara – Dijo después de suspirar - No seas tan sensible.
Me soltó de la boca y me vio fijamente con esos grisáceos ojos, esperando una respuesta o palabra mía.
- ¿Crees que esto es normal? - Le dije después de un silencio de varios segundos – No soy sensible, es que esto no... no, no, no está bien.
- Siomara – Me dijo moviendo la cabeza y viéndome con piedad – Eres la persona más increíble que he conocido, ¿Crees que te haría algo? ¡Es más! quiero que me ayudes.
- ¡Pero van dos ocasiones que me dices que me dejaras en paz si veo esto o hago esto otro! - Le dije enojada.
- Pues mentí, Siomara – Me dijo haciendo un rostro de cachorrito triste – Pero vamos. Tú me llevaste a tomar, aunque yo te haya dicho que nunca me gustó. Lo hice por ti. Me lo debes.
No saben cuánto odio y temo en estos momentos a esa ... no sé qué sea ahora. Pero la odio. Le tengo miedo. Es una mezcla de sentimientos que no puedo describir en palabras.
Volviendo a esas fechas, Lizeth me ayudó a levantarme, me manipuló y después de que todo el alboroto de la sala de estar; la jeringa en el suelo, destrozada y con ese liquido azul por todo el suelo, junto con la sangre, volvimos a la normalidad ambas.
No puedo negar que la calma de pensar que Lizeth no me haría nada fue suficiente para olvidar aquellos extraños eventos en la casa, en el sótano específicamente y en la sala. Ya era tarde, así que arreglé toda la sala de estar, le di las buenas noches a Lizeth, y como si no hubiera dormido en lo más mínimo, me tiré encima de mi cama, al tocar mi habitación. Estaba exhausta y no había mejor regalo reconfortante como lo era dormir. En esos días era divino.
* * *
El domingo pasó como cualquier día con Lizeth, exceptuando tres cosas importantes; una de ellas fueron los eventos del día anterior, los cuales me dejaron con un sabor amargo de boca... muy amargo. Segunda, y creo que esta es solamente mía, ya no veía a Lizeth con los mismos ojos. Un poco de nervios y algo de confianza abundaban en mi mezcolanza de pensamientos. Ninguna de estas dos cosas se comparaba con la tercera, y quizás la más repugnante de todo esto.
Yo había salido en la tarde, como a las 2:00 pm, según recuerdo, al mercado de la zona, y según mí memoria había comprado varias verduras, frutas y algunos pedazos de carne; pollo, cerdo y pescado. Al volver a la casa, vi a Lizeth, la cual me recibió ayudándome a llevar el mandado a la cocina; fue un gesto amable de ella.
Empecé a cocinar algunos pedazos de pechuga, y al acabar de hacerlos, los llevé a nuestra mesa. Lizeth me dijo que no tenía ganas de pollo. Yo le dije que estaba bien, que podía hacerle algo más a ella. Sin embargo, me dijo que no me molestara y que ella iría por algo para comer. Solo le tomé la palabra y dejé que hiciera lo que quisiera en la cocina. Escuchaba como un trozo de algo gelatinoso caía en lo que parecía ser un plato. También escuché el salero y el choque de unos cubiertos. Al volver a la mesa vi el plato de Lizeth: Un trozo de carne de cerdo, ¡De cerdo!, completamente cruda, recién salida del refrigerador y con un poco de sangre como si fuera una salsa de una carne de un restaurante caro.
Tuve arcadas en aquel instante, y solo pude ver a Lizeth, quien se quitó su gabardina negra y la dejó en la silla en la que se sentó, y en corto y perezoso, empezó a comer aquella carne sangrienta.
Cuando masticó el primer pedazo, era completamente desagradable ver como sonaba en su boca; era un sonido parecido al que se produce cuando se mastica lechuga, pero también como si fuera una masa gelatinosa. La gota que derramó el vaso fue ver cómo, de su boca, salían algunas gotas de la sangre clara, diluida por el hielo derretido, por la barbilla de Lizeth.
Esta simplemente se limpió la misma con una servilleta, la cual fue a recoger, después de que aquella gota de sangre saliera por su boca. Los nervios ahora eran náuseas y me levanté rápidamente de mi silla y me precipité hacia el baño, cerrando la puerta.
Vomité lo poco que había comido de la pechuga en el escusado, me levanté y me dispuse a abrir la puerta, pero al abrirla me topé con Lizeth, viéndome con esos ojos grisáceos, carentes de vida y completamente vidriosos. Esto me asustó y me exalté.
- ¿Estás bien Siomara? - Me preguntó viéndome a los ojos.
- E-estoy bien – Dije temblando - ¿Me dejarías pasar?
Lizeth se hizo a un lado, me salí del baño y ella cerró la puerta detrás de mí. Me volví a sentar en la mesa y Lizeth se sentó igual, a seguir comiendo esa chuleta de cerdo cruda.
- Oye Siomara - Me dijo con comida en la boca, con algunos pedazos de esa chuleta cruda saliendo de su boca.
- ¿Qué pasa? - Dije, evitando las ganas de vomitar, mientras ella tragaba la comida que tenía en la boca.
- Mañana vas a trabajar al hospital, ¿Verdad? - Me preguntó, cosa que solo pude responder asintiendo la cabeza – Bueno - prosiguió - pues necesito que mañana me ayudes a buscar algunas piezas importantes para mis experimentos.
- ¿Pero que no vas a ir a trabajar a la escuela?
- Si. Jamás dije que no iría a trabajar.
- ¿Entonces?
- Necesito que tú me consigas esas partes.
- ¿¡Yo!? - Pregunte exaltada.
- Si... tu.
-Pero... ¿Por qué yo?
- Porque yo no puedo entrar a un hospital, y mucho menos entrar a las zonas donde hay cadáveres u órganos. Si pudiera, créeme que lo haría, pero es muy diferente mi situación... ¿Vas a ayudarme o no?
Lo que me estaba pidiendo Lizeth era muy riesgoso, tanto para mi trabajo, como para el suyo, y no podía poner en la cuerda floja algo que me costó mucho trabajo conseguir, aunque de forma asombrada e incrédula vi y escuché como ella lo hacía y sin titubear. Quería convencerme de que lo que me decía era simplemente una fantasía, un delirio de locura que normalmente es solo un disparate, un sueño. Pero ella, como lo dije, tenía una mente increíble, que ahora solo puedo describir como aterradora, y quizá su tono y algunas otras palabras que no logro recordar, fueron lo que me convencieron de ayudarla y también no dudar en creer que ella lograría algo magnifico.
- ¿Y cuáles órganos quieres que consiga? - Le pregunte, enajenada por el asombro.
- Bueno – Me respondió con un tono bastante alegre – Necesito que me traigas un par de ojos, un poco de piel y más importante que nada; Un corazón.
- ¡¿Un corazón?! - Le dije con asombro, viendo lo imposible que sonara eso.
- Si – respondió - Hay varios en la parte de patología, ¿No?
- Ah – Dije más relajada, ya que pensaba que ella quería órganos frescos, pero creo que, por lo que me dijo, quería órganos muertos – Si, sí, hay muchos corazones en la parte de patología - le dije mintiéndome a mí misma y mintiéndole a ella.
- Perfecto – Me dijo aún más alegre – Vamos, sigamos comiendo, ¿Estamos?
- Esta bien – Le dije a Lizeth. El día pasó como todos los demás, ella siguió comiendo su chuleta sangrienta, después se encerró en el sótano, y yo me quedé viendo películas en la sala, esperando que fuera suficiente para distraerme de todo lo ocurrido.
* * *
Al día siguiente ambas nos levantamos por las 4:00 am. Tome el primer turno para bañarme y el segundo lo tomó ella. Nos vestimos y desayunamos, nos lavamos los dientes y nos dispusimos a salir. Yo llevaba una mochila con papeles y mi uniforme; una bata, una camisa y un pantalón blanco. Lizeth, por su parte, llevó lo de siempre. Ella tomó su gabardina negra, su mochila llena de libros y algunas sustancias químicas, y salió hacia la calle conmigo y se sentó en una banca, esperando el microbús. Santiago me llamó por teléfono y me ofreció llevarme en su coche al trabajo, cosa que yo acepté, y cuando llegó a la casa, en menos de unos minutos, lo besé y le pregunté si podía llevar a Lizeth conmigo. No obstante, ella me dijo que quería ir en transporte. Sin debatir nada, me subí al carro de Santiago y tan rápido como estaba allí, nos fuimos.
En el camino, se notó, o al menos eso creo, que estaba nerviosa, por lo que Santiago empezó a hablar conmigo, mirándome con esos ojos oscuros:
- ¿Qué ocurre, amor? - Me dijo mientras veía el camino.
- No pasa nada Santiago – Le dije de forma algo agotada.
Santiago siguió manejando y no dijo nada por unos segundos. Hasta que llegamos a un semáforo y me preguntó:
- ¿Estás segura de que estás bien? - Me dijo preocupado – Te noto más fría que de costumbre. No parece que estes bien.
Un nerviosismo me inundaba por la cabeza, pensando en que cosas tenía que hacer; robar órganos y partes de cadáveres. No podía sentirme tranquila en lo más mínimo. Por lo que cuando preguntó, no pude contenerme:
- ¡Estoy bien! - Le dije gritándole - Por favor, no quiero hablar ahora.
- Esta bien – Me respondió cansado y con un tono triste.
No quería gritarle a Santiago, lo amo y ahora mismo estoy agradecida de que me dejara vivir con él después de todo lo ocurrido en aquellos días. Pero mi cabeza pasaba por tantas cosas que no me dejaba reflexionar sobre lo que hacía en aquel momento.
Llegamos al hospital, me despedí de Santiago, salí del coche y me dispuse a entrar. Algunos pacientes, algunas inyecciones y recetas; la misma vida monótona se repetía.
Y en un instante, me dispuse a buscar los órganos. Fui a la parte de patología, donde, viendo a algunos compañeros, estudiando varios órganos, me vieron con indiferencia y me dispuse a buscar lo que me pedía Lizeth.
Para mi desgracia, según mi recuerdo, solo pude encontrar el par de ojos, y eso si puedo llamarle par de ojos; estaban demacrados. Y en cuanto al corazón, solo pude encontrar uno que, según su etiqueta, era de un hombre diabético. No pude encontrar nada de piel, pero supuse que Lizeth lo entendería.
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