A veces me pregunto si a mi madre se le ha SECADO EL CEREBRO. Y algunos días me da la impresión de que así es.

Como hoy.

La tragedia empezó esta mañana cuando le pedí que me comprara uno de esos nueveos teléfonos que son capaces de hacer prácticamente todo. Lo consideraba una necesidad vital, quizá sólo un poco menos importante que el oxígeno.

La mejor manerabde deslumbrar a todas las del grupo GPS (Guapas, Populares y Simpáticas) de mi nueva escuela, la Westchester Country Day, es subir un anuncio con mi nuevo teléfono superincreíble.

El año pasado daba la impresión de que yo era la ÚNICA alumna en TODA la escuela que no tenia :(. Así que me compré uno viejo de segunda mano, MUY barato, en línea.

Era más voluminoso de lo que hubiera deseado, pero teniendo en cuenta el precio de ganga de 300 billetes, no podía quejarme.

Puse mi teléfono en mi casillero y corrí la voz de que ya podía llamarme todo el mundo a mi NUEVO celular para contarme JUGOSOS chismes.

Contaba los minutos para que mi vida social empezara a dispararse.

Me puse nerviosa de verdad cuando vi que dos chicas GPS venían por el corredor charlando con sus teléfonos en dirección al lugar donde yo me encontraba.

Se acercaron hasta mi casillero y fueron MUY simpáticas conmigo.

Me invitaron a sentarme con ellas durante el almuerzo y yo estaba por hacerme de rogar, en plan "Mmm...Está bien". Pero por dentro estaba saltando de alegría y haciendo el baile de la felicidad de Snoopy.

Entonces las cosas tomaron una cariz sorprendente.

Dijieron que habían oído hablar de mi nuevo teléfono y que todo el mundo estaba DESEANDO verlo.

Yo quería aclarar que lo que había dicho era que "todo el mundo podía llamarme a mi nuevo celular para contarme JUGOSOS chismes" y NO que "el JUGOSO chisme era que tengo un celular nuevo". Pero no pude hacerlo, porque mi teléfono comenzó a sonar.

Muy alto.

Intenté hacer como que no lo oía, pero las dos chicas GPS me miraban como si se preguntaran: "Es que no vas a contestar?!".

Obviamente yo no quería contestar, porque sabía que se iban a llevar un pequeño chasco cuando vieran mi teléfono.

Así que permanecí allí de pie, rezando para que enmudeciera, pero seguía sonando sin parar.

Enseguida todo el mundo en el corredor me estaba mirando.