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Capitulo 16

«Hay una historia detrás de cada persona y una razón de por qué son lo que son. No es tan solo porque ellos lo quieren, algo en el pasado los ha hecho así y algunas veces es imposible cambiarlos». Sigmund Freud.

•🥀•

Había llovido toda la mañana en rachas densas y fuertes ráfagas de viento que a cada nada abrían de par en par las ventanas de la habitación de Jared. Cielo gris, aire frío y neblina que le daba a todo aires de tranquilidad, incluso fantasmagórico en cierta medida.

La calma antes de la verdadera tormenta, o así era como le veía Jared y no solo con el clima, sino a todo en general, las cosas parecían ir demasiado bien, demasiado en calma como para ser real, en algún momento la verdadera lluvia se desataría, los rayos caerían del cielo cuál castigo divino y los truenos que lo presagian sería su señal para buscar refugio en alguna parte.

Quizás el clima estaba en su contra ese día, o quizás el cielo imitaba cuál camaleón la situación de Jared, la venidera y la anterior, un futuro lleno de tormentas sin calma y un pasado cambiante dependiendo del ángulo visto.

Ese día las palabras de Victoria Aveyard eran su compañía, siguiendo la travesía de Mare Barrow junto a su príncipe Calore. Jared se había quedado enganchado con su primer libro “La reina roja” y en consecuencia se había comprado la saga entera que incluía el antes nombrado junto a La espada de cristal, La jaula del Rey, Tormenta de guerra, trono destrozado y una precuela llamada Corona Cruel, que se leía antes de tormenta de guerra y después de La jaula del Rey.

Había descubierto en ese mundo de tinta y papel más de lo que esperaba: cómo los principios morales de algunos parecían desdibujarse con tal de mantener el poder, cómo algunos preferían mantenerse tal cuál estaban con tal de mantener su versión de la paz.

Jared había entendido que Mare Barrow se parecía a él, o tal vez era él quién se proyectaba en ella, encontró que ella era atacada desde ambos frentes, indecisa entre su responsabilidad para con los suyos, su amor por el príncipe Calore y su mente que solo pedía descanso después de tantas muertes.

Amaba esa clase de lectura, mundos fantásticos, lugares fuera de esta realidad, la magia en cada esquina que te hacía soñar con estar allí. Eran sus libros favoritos. Sí le gustaban los libros realistas, pero eran pocos los que había leído de esa índole, no quería leer algo real pues para eso leía, para escapar de su mundo, no para quedarse en él.

Una ráfaga de viento abrió su ventana y se acercó a cerrarla, más no lo hizo, se quedó allí mirando a través de ella. Se imaginó bajo la lluvia, entrando al bosque y bailando en ella, libre de ser y de sentir, imaginaba bailar el vals en algún claro de aquel denso lugar junto a los centauros y las hadas.

El vals.

Aquella tradición que nunca pudo realizar por ser considerada innecesaria a los ojos de sus padres, hace años no celebraba algún cumpleaños, solían realizarle un pequeño pastel en casa de Alejandro y se repartían entre ellos. Pero nunca salió de su mente aquél anhelo infantil de bailar el vals junto a su familia, de comer pastel y compartir anécdotas con aquellos amigos cercanos.

Se veía allí, bailando como lo hubiera hecho en aquél tiempo; feliz, amado, y aún cuando era él imaginando un fantasioso baile junto a elfas y hadas, no perdió la sonrisa que se formó en su rostro, porque ahí estaba — escondido en alguna parte de su maltrecha mente — el niño que creció demasiado rápido para adaptarse a las exigencias del mundo, ahí estaba bailando en la lluvia, descalzo, empapado y tembloroso por el frío, pero feliz de ser libre aún en su imaginación.

Cerró la ventana dispuesto a terminar de leer, o al menos, a intentarlo, su mente ya no estaba allí, estaba con aquél niño en el bosque  bajo la lluvia, esperando a que la luna apareciese para comenzar el ritual que tal vez atrallese a los espíritus del bosque.

Muy imaginativo, tonto incluso, pero así solía ser él cuando su corazón y su mente se encontraban en calma. Soñaba despierto y se agazajaba con las más grandes fiestas en el palacio de alguna casa real de algún libro, haciendo rituales a medianoche junto a los paganos y las brujas, cazando bestias con los aventureros.

Nuevamente, imaginativo.

Eran pocas y efímeras las veces que sucedía, pero se encargaba de disfrutarlo al máximo, lo mucho o lo poco que durara.

Y se sentía feliz, pues nadie podía herirlo allí, nadie podía desinflar su alegría, no podían cortar sus alas, que a pesar de ser de cristal, en ocasiones eran tan resistentes como el acero.

Pero en otras, le hacía daño el filo que tenían y aún cuando quisiera emprender el vuelo, no podía.

Su teléfono sobre la mesita de noche vibró en un sonido mudo, mensajes de aquel que hacía a su corazón enloquecer.

Alejandro.
El clima está para hacer un maratón de Harry Potter. ¿Quieres?

Jared
Espero tengas las palomitas listas y el chocolate, estaré allí en diez minutos.

Era una respuesta a todo, no solo a Alejandro, sino a él mismo, le diría todo a Alejandro sin importar su amistad, debía hacerlo para sacarse esa espina de su pecho, pues estaba cansado.

¿Pero de qué?

De todo, estaba cansado de sí mismo, del insomnio que lo atormentaba, de la paranoia que parecía perseguirlo, estaba cansado de sus manos temblorosas, de su mente, de esos celos infundados que de vez en cuando solían atacarlo.

En ese momento no le importaba su amistad, si todo debía terminar ahí, que así sea.

Estaba decidido a ir por la tormenta y no esperar a que llegara.

— Estoy en un auto sin frenos a toda velocidad — Se dijo a sí mismo — Y por primera vez no temo estrellarme.

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