Capítulo 27
DIARIO DE MARLENE FRANCESTE
9 de setiembre de 1605
El Dr. Vaneshi me destrozaba el alma con cada página que leía, el hombre poseía dudas concretas que se afirmaban con sus investigaciones. Podría ser que la causa de intoxicación de Zafiro, fuese la misma que la de mi padre. ¿Pero cómo no se enteró que comía carne podrida, si el olor y sabor son nauseabundos? ¿Quién se la suministró? Las interrogantes se clavaban en mi cabeza. Mientras tanto, era mi obligación continuar con las lecturas de esas atroces situaciones. Casi sentía una punzada aguda en mi pecho.
Por otra parte, el lenguaje del Sr. Decalle siempre fue melancólico y la carta que lo declaraba como un varón atormentado, era de lo peor. El viudo, de ojos cristalinos, figuraba marcharse y dejar sus problemas atrás. Quizá tomaba una decisión errónea. Se notaba la influencia de la culpabilidad que torturaba su espíritu. Existía la posibilidad de que Jorge hallase en el sacerdote todas las emociones que lo hacían sentirse valorado. Se evidenciaba la ausencia de cariño en su vida, las que el clérigo "curó", provocando que cayese en un delirio profundo.
Necesité hacer dos cosas. No ansiaba encontrar el cuerpo de Anna cuando fuese demasiado tarde o perdiese el rastro. En primer lugar, buscaba ganar la confianza de las esposas para lograr que se rebelasen. Lo segundo sería charlar con el hijo de la Sra. Lapsley, quien me pareció un anarquista de la representación del Sr. Decalle como poder absoluto.
Me incorporé de mi cómoda cama, el sol reflejaba su luz sobre mis delicados párpados y al mirar el cielo, recordé a mi padre.
Me permití sufrir su muerte y ahogarme en las saladas lágrimas que descendieron por mis suaves mejillas. Sin mi progenitor, la dura realidad me golpeó. Lo extrañé en demasía. Me hubiese gustado confesarle la cantidad de cariño que le guardaba. Era un gran arrepentimiento arraigado en mis adentros, porque en ocasiones nuestra frialdad, no era la mejor opción.
Nunca fueron suficientes tardes las que pasaban para olvidar, anhelaba muchas más. ¡Padre! ¿Dónde te ubicabas?
Pensé una gran diversidad de elementos, eran demasiados pensamientos reposando en mi mente. Eso detonó mi ira, aquella de desconocer, averiguar y estancarme. No existían verdades en Uril, sólo mentirosos.
De pronto, una bella mariposa se posó sobre la ventana y sin prisa, me abandonó. Admiré esa inmensa capacidad de liberarse de las garras del encierro, Decalle y de la mansión. Sus alas se desplazaron por los rudos vientos sin dificultad, sus patas se escondían de las tempestades.
En poco tiempo vería al viudo en el almuerzo, por lo que fui, antes, a la cocina a recoger el alimento de Dana. La chica era feliz sin contenciones. Ella dijo que podía investigar la forma de esbozar un "mapa" de la locación de la cabaña, a partir de la dirección de la mansión Decalle.
Bajé a la cocina a fin de obtener información sobre Retya. Me acerqué a Salomé, quien terminaba de preparar los alimentos. En la esquina de la mesa, se situaba un tipo de carne que desprendía un mal olor.
—Señorita, los demás la esperan en el comedor principal. —Sonrió con amabilidad.
—Sí, sí. Quería preguntarle una cosa, pero que quede entre nosotras. —Guiñé mi ojo derecho para indicar complicidad, esperaba que me comprendiera.
—Soy una tumba —aseguró con voz firme y vigiló ambas entradas a la habitación.
—¿Quién se encarga de comprar los suministros de la cocina, además de Cómalo? —Entrecerré mis luceros y presioné mis labios. Me apercibía curiosa, anhelando que me revelara los hechos verídicos.
—Yo... —Bajó la vista, jugueteó con sus manos con vergüenza—... No lo sé.
—Es importante que me responda, Salomé. Si usted conoce la respuesta, debería decírmela —Me enfurecí un poco, por lo que subí mi tono de voz con agresividad y arrugué mi frente.
Me harté de que nadie quisiera cooperarme.
—Si Retya se entera... —Abrió sus cuencas, alzó sus cejas y realizó una mueca de sorpresa—. ¡No le conté nada!
La chica corrió a tomar el plato oloroso y lo dirigió a la mesa de madera oscura. Dejé pasar la grosería que me realizó; sin embargo, me alarmaba su miedo. ¿Retya escondía algo? ¿La sirvienta cometió un crimen?
Decidí sentarme con los demás, pues no consideraría volver a cuestionar. Mis cuencas se atascaron en las tablas horizontales que adornaban el suelo, me incomodé con razón. Al parecer ninguno de los presentes lo evidenció, lo que me alivió bastante.
Uno de los platillos contenía un tipo de carne extraña, por lo que mis ojos examinaron a Salomé. Bebí un poco de agua para alejar el sabor que percibí en mi boca e, inevitablemente, instalé una mueca de desagrado. No fui capaz de ocultar las ganas de vomitar que me produjo ese tinte de acero con jabón impregnado en mi lengua.
—¿De qué animal es este trozo? Posee un olor peculiar —interrogué con asco. Esperé una explicación sobre las horribles tonalidades de la comida que se dispersaron en varias paletas de rojo y marrón.
—Srta. Franceste, esa es parte de las compras en el mercadillo, uno de los negocios nos brinda el producto a un costo menor y con mejor calidad —replicó Retya con seguridad y una posición corporal fija.
—¿Y se han asegurado que sea de res, pollo o algo similar? Tal vez no están informados de la noticia del año pasado acerca de supuestos mercaderes que repartían alimentos a un bajo precio. Asimismo, estos vendían carnes en mal estado, elaboradas a base de perros o humanos. Incluso el Sr. Lamas Caicondi publicó un documento sobre el tema. —Separé el plato de mí, empujándolo encima del mantel unos centímetros. Chirrió al contacto con el material del objeto debajo, molestando los oídos de todos.
Cada uno de los presentes examinaba los lados, con apariencia no sabían la información que, justo, les di. Anterior a leer el archivo del Dr. Vaneshi, me enteré de la crisis que azotaba el comercio. ¿Y si lo que asesinó a mi padre era esta carne y no el Sr. Decalle? Entonces lo culpé sin piedad alguna, le arrebataron la oportunidad de comprobar que era una equivocación.
Los miembros del almuerzo se levantaron para desasistir. Las sirvientas se colocaban con la espalda a la pared y Retya me sostenía el contacto visual con vigor. Supe que no le agradaron mis palabras, aun así, no fuese de mi particular interés. No obstante, me creaba incógnitas infinitas.
En unos minutos no quedaba nadie en la sala y me marché de la misma forma. Paseé por los pasillos de la mansión hasta alcanzar las escaleras, aunque escuché un ruido que me desconcertó. Retya y las demás sirvientas atendían el desastre causado, por lo que no se percataron de la presencia de una persona tras la puerta que gritaba. Me asomé por el agujero, observando al General Valtierra. Abrí con suavidad.
—Señorita, ¡qué gusto verla! —contempló mi vestuario y mi escote sin ningún reparo—. Justo con usted esperaba discutir unos asuntos.
¿Yo? ¿Desde cuándo Valtierra me visitaba y con qué motivos? Era un militar, encargado de un relevante puesto y amigo personal del Sr. Decalle, lo que quería decir que no tenía ningún tópico conmigo. Tomé la decisión de seguirle la corriente para comprender más de Uril.
—¿Cuáles serían? —inquirí con astucia, mostrando mis vívidos iris.
Sujetó mi brazo derecho con fuerza, un acto que me aterró y aumento mis latidos, me colocó a su lado. Examinó a los lados, revoloteando los ojos por las paredes y ventanas.
—Vengo a proponerle algo, pero es obligatorio que nadie lo sepa —susurró a mi oído—. ¿De acuerdo?
Hice una pausa para razonar lo que me relataba, ¿era correcto aceptar mantener un secreto? Si era en contra del Sr. Decalle y me daría la información del cadáver de mi hermana, entonces sí. Continué con su juego, escuchando cada sílaba que despedazaba sus labios traicioneros, así que asentí.
»El plan trata de deshacerse del viudo. Si usted me colabora para atrapar a Jorge, le asevero que Cómalo estará a salvo. Si rechaza mi trato, las consecuencias podrían ser terribles. —Acarició mi brazo izquierdo, asqueándome un poco—. Vendré en tres días para recibir su respuesta.
Afirmé.
La puerta principal rechinó. Jorge Decalle se encontraba detrás de ella, avanzó un par de pasos y nos observó con atención. ¿Oiría todo? El mutismo lo invadió por unos segundos, mientras Valtierra atravesaba la escena con cuidado. Mi compostura no se movió un milímetro, cuidé mi porte con delicadeza.
El hombre tronó sus dedos frente a nosotros.
—Valtierra —anunció serio—. No tenía en cuenta que ustedes forjaron una amistad.
—No es así —afirmé levantando mi cabeza—. El General me preguntaba por unas circunstancias que sucedieron hace unos días en el Salón Comunal de Uril. Tal vez lo desconoce.
—¿Y qué requeriría una conversación oculta? —Su voz era lenta, como si estuviese trotando en la carretera.
—Jorge, yo...
—Qué la señorita responda, Valtierra —ordenó el viudo, con ese autoritarismo que le permitía silenciar a quien quisiese sin tener reclamos, y el dedo índice en el aire.
Tragué tan fuerte que fue el único sonido llevado por el viento a sus tímpanos.
—Me desmayé, Sr. Decalle. Una de las mujeres que me ayudó, me robó unos pendientes de oro. Avisé a la policía local, no me auxiliaron. Se me ocurrió llamar a Valtierra, que también es parte del cuerpo de protección. No ansiaba que todo Uril supiera que fui ultrajada en un lugar tan público. —Mi tono flaqueó a cada segundo, me fue inevitable sentirme nerviosa cuando ese caballero me interrogaba directamente.
Sentí su pasión para verme equivocarme, esas pupilas estaban hambrientas de cualquier error que cometiese, colocando piedras en mi camino y empujándome hasta el límite.
—General, la próxima vez indíqueme todo. Es muy inapropiado que hable con una señorita a solas, debería saberlo.
Valtierra bajó la mirada, algo muy extraño sabiendo que le habrían otorgado el poder que posee por una razón. Dudaba que los militares se dejasen mangonear por Decalle, aunque, al parecer, así era. Era un talento indudable, pues lucía como si supiese con antelación qué me pondría a temblar. ¿Sólo era un truco o, en realidad, lo conocía?
El varón era un manipulador por naturaleza, un increíble mentiroso y destacado estratega. A lo largo de los días concluí que se disponía a lo que Celestino le pidiese, a excepción de lastimar a personas que parecía apreciar. Quizá ese era el motivo por el que Cómalo continuaba con vida, ya que Decalle no se atrevía a liquidar al joven bastardo. No infería nada de aquello, sus intenciones seguían siendo maquiavélicas.
¿Cuál sería la historia de Celestino? En este pueblo todos adquirían una por los ojos y oídos de los demás. ¿Qué me confesaría el diario del sacerdote, si tuviese uno? ¿Sus pecados? ¿Sus buenos actos? No existía forma de averiguarlo, de seguro, ni siquiera Decalle la sabría. ¿O sí? No, el clérigo lo utilizaba para cometer actos infames que justificaba para Uril.
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