Memoria 17
Cortando los huesos del alma.
Voy a confesarle que a veces me ahoga la culpa.
¿Será que la obligué a quererme?
Su negativa no me deja tranquilo. Quizás, en mí afán de sentirme querido me vi cortandole los huesos de su alma.
Y eso me quita el sueño
¿Quien soy yo para obligarle a que me quiera?
Pero aún así lo hace, y me toma la mano cuando me ve intranquilo. Y me atisba desde el rincón, esperando a que vomite el adjetivo que mejor describe la duda que planteo ante sus pies. La duda infantil, de si me quiere o no.
De si la merezco o no.
Y tal vez, con mí espíritu roto, escabullido entre los recovecos de su corazón que no hacen más que dañarlo en lugar de sanarlo como usted al mío, la obligo a que me responda lo que más quiero oír: 'Lo quiero porque si'
Y cuando me lo dice, tampoco me es suficiente. Porque me sabe a pura limerencia. Y la limerencia se va. Y me aterra pensar en que podría volver a la oscuridad si usted tan solo abre los ojos y se da cuenta que en su afable intención de curarme, perdió su Norte.
Y yo soy Sur.
Y las brújulas jamás señalan al Sur.
Y si se va yo pierdo mí Norte. Y no habrá estrella que me guie, ni luz que marque mí rumbo. Seré una oración unimembre, de esas que ni vale la pena analizar. Porque se habrá llevado todo. Y mí soledad será sempiterna.
Y mí muerte también.
Pero si la obligo a quedarse, será usted la que muere.
Con su corazón escondido en un cajón, atropellado por mí mala voluntad. Cargado de sustantivos envenenados por mis verbos tóxicos, de modificadores que no son. De objetos directos que no reemplazan.
Y se resignará a quererme. Y resignandose no se querrá.
Por eso prefiero resignarla a dejarla morir entre los brazos de un amante que no quiere. De un vagabundo que no la puede, por egoísta, soltar.
La obligué a quererme.
Y con eso la estoy obligando a morir.
Huya, la libero.
Yo ya me voy
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