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Epílogo.

Hinata sonrió a la mujer que le vendió las rosas azules, compró cuatro, el total de años que habían pasado, en su mano había un libro el cuál él mismo había publicado luego de cumplir sus dieciocho con ayuda de Takeda y Ukai; actualmente tiene veinte años ya que cumplió dieciséis el mismo año que perdió a Kageyama.

Caminaba por la calle viendo las tiendas que ya conocía de memoria, su teléfono vibró y no tardó en reír ante la foto de Nishinoya con un pez entre sus manos, mandó unos emojis riendo; era genial que hasta el día de hoy el grupo de whatsapp siguiera tan activo como antes; siendo respondido por sus demás amigos que había hecho en Karasuno.

Nishinoya se encontraba dando vueltas por el mundo mientras que Asahi se había hecho un diseñador de moda bastante famoso, él mismo había creado el vestido de novia para Kiyoko quién se había casado con Tanaka, dejando a todos muy sorprendidos.

Sugawara era profesor de unos niños y Daichi un policía que a veces iba a verlo al trabajo, Yachi estaba encaminada al mismo mundo de la moda que Asahi.

Tsukishima y él eran jugadores de vóleibol profesionales mientras que Yamaguchi iba a la universidad, Narita, Kinoshita y Ennoshita eran doctores en el hospital de Miyagi, solía verlos a menudo.

No se había dado cuenta de que caminó entre pensamientos hasta que llegó a su encuentro con el amor de su vida.

— Hola, mi amor. Han pasado cuatro largos años. —Soltó una risa tomando uno de los jarrones de agua, cambió las rosas marchitas y puso las nueva. — Lamento no haber venido éstos meses, fui a Brasil a jugar vóleibol playa, no creerás con quién me encontré. —Soltó una risa suave mientras limpiaba bajo los jarrones llenos de todo tipo de flores. — El gran rey estaba por allá, es ciudadano de argentina, ¿Puedes creerlo? Dice algo sobre tener... Sabor latino. —Otra risa escapó de sus labios.

Hinata se quedó quieto luego de limpiar el entorno.

— Tobio, mi amor, tú libro es todo un éxito, desde que publicamos tu diario como una historia al público se volvió un éxito, hay gente contactandonos para hacer una película a tu nombre... —Las lágrimas no se hicieron esperar. — No quiero... No quiero ver a alguien más fingiendo ser tú, porque nadie puede experimentar ese dolor y tener la voluntad de acabar con su vida... Mierda, perdón, sé que no volvería a tocar ese tema. —Susurró viendo el libro en su mano.

El diario de Kageyama.

Para no exponer a Kageyama le habían cambiado el nombre, y el nombre de todos en las páginas escritas. Apenas salió al público con autor anónimo y como hecho verídico la gente comenzó a comprarlo, miles de niños, jóvenes y adultos sintiéndose identificados por las palabras y pensamientos del protagonista.

Hinata soltó un suspiro mientras relamía sus labios.

— Sé que debería dejar de leerlo, pero no puedo... Menos si el original está en mi casa, el como te expresas de mí me hace pensar que hasta ahora podrías seguir amandome como yo te amo. —Susurró desganado. — Sé que me pediste amar, conocer a alguien más, pero yo no... Yo te quiero a ti, tengo la esperanza...

Hinata elevó su mirada del libro, viendo a su amado en una camilla lleno de cables, agujas y una mascarilla de oxígeno.

— Tengo la esperanza de que vas a despertar de ese sueño de cuatro años, no importa cuántas veces me digan que no despertarás... No puedo simplemente dejarte ir, Tobio.

Se levantó de la silla para acercarse al cuerpo del menor, su cuerpo había crecido así como su cabello, pero estaba delgado, escuchó la voz de las enfermeras acercarse, lo iban a poner un nuevo suero. Se acercó a besar su frente como siempre hacía desde que el menor fué internado.

— Buenas tardes, yo... Yo ya me voy. —Susurró inclinándose a la enfermera, dejó el libro junto a las rosas, se giró y miró la puerta del hospital; en el cual todos lo conocían por sus constantes visitas.

Un estruendo lo hizo detenerse, al parecer la enfermera botó algo, se volteó para ayudarla.

Sus ojos y su boca abiertos a más no poder, su propio cuerpo deslizándose por la puerta hasta quedar sentado en el suelo. Unos ojos tan azules y opacós como la noche viéndolos con atención, sentado en la camilla, Kageyama Tobio había despertado de un coma de cuatro años.

— ¿Tobio?

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