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Capítulo 1.

Ahh... Navidad, fecha predilecta para la familia, los deseos irrefrenables de comprar y el día que genera más suicidios y depresión, según las estadísticas, pero bueno, ¿a quién le importa? ¡Es Navidad!

La ciudad entera estaba llena de luces y gorros navideños, las tiendas abarrotadas, un taxista estadounidense cantándole dulces villancicos a un "buen señor" que había decido atravesársele en plena avenida.

Julia abrió mucho los ojos cuando pasó al lado. Si bien el inglés no era su fuerte, bastaba con ver la cantidad de saliva desprendida por el tipo con tantos "fk", "sht" y algo que no entendió, pero que por alguna razón le sonó a "el parque de tu madre". Frotó sus brazos para sacarse el frío de encima, y se abrazó a su marido, que la rodeaba fuertemente por los hombros. Todavía se preguntaba por qué había decidido ir. Su sitio era el sur, con mosquitos y chanclas, postre helado y el tío gordo y ebrio que acababa trancado en la chimenea.

-Mi amor... ¿Por qué no puedo ir a casa?-Era, probablemente, la milésima vez que preguntaba, desde que se había enterado, hasta que había bajado del avión.

Él, conociendo sus pensamientos, sonrió y la apretujó con ternura.

-Cariño, sabes que mamá siempre se pone muy sentimental en estas fechas. ¡No podíamos dejarla sola! Menos ahora que su artrosis empeoró.

"Claro, artrosis tiene ahora la vieja esta. En cuanto te vayas me va a saltar a la espalda." Reflexionó.

No lo mal interpreten, ella amaba a su suegra, pero sobre todo, amaba mantenerla bien lejos.

¿Qué si era mala? No, sólo era la viva imagen del diablo un domingo al medio día, luego de bañarse accidentalmente con agua bendita. Sus reuniones familiares siempre consistían en puros comentarios venenosos pero bien disimulados hacia su persona: "Deberías probar la dieta de la lechuga, querida, es sensacional", "Oh, esta carne está demasiado seca, querida, tal vez tu horno necesita reparaciones", "Deja que te ayude, yo sé cómo le gustan las cosas a mi hijo".

Julia no era estúpida, su cerebro decodificaba perfectamente el mensaje: "Eres una gorda inútil que jamás me dará nietos decentes. Mejor aléjate de mi bebé o te asesinaré mientras duermes... querida".

-Ajá...

La bruja con cara de bagre disecado vivía sola en las montañas. Había enviudado hacía unos cuantos meses, cuando su pobre esposo sufrió un infarto mientras dormía.

El día que Julia se enteró, se puso muy triste por él y su marido, pero de manera inmediata, su cabeza empezó a atar cabos en cuestiones que no le convenían:

1-La vieja está sola y tal vez se venga para casa.
2-Su amargura sobrepasará los límites del universo.
3-No obstante, si tenemos suerte, puede que lo haya matado y que la policía la meta presa de por vida.
4-Parca, te lo digo sin ánimos de ofender: ¿Tenías que llevarte al bueno?

Afortunadamente, su pesadilla no ocurrió, aunque sí es cierto que la mujer había perdido gran parte de su humanidad (si aún quedaba algo, claro). Era la clásica arpía forrada en billetes que dedicaba gran parte de su tiempo en hacer miserable a todo aquel que fuera a tener una relación con su hijo.

Julia todavía no lograba entender cómo alguien tan dulce como su esposo pudo salir del "inhóspito" vientre de aquella cosa con forma de señora.

Maquinaciones similares se fueron armando durante el resto del viaje en taxi, hasta que sus pies tocaron la nieve de la entrada.

Su pareja caminó tranquilamente hacia el pórtico de la inmensa mansión blanquecina, donde se detuvo y volteó para mirarla:

-¿Vienes, amor?

"Sólo arrastrándome me llevarás a ese infierno"

-Sí, cielo, ya voy -Intentó ocultar su resignación.

Golpearon la puerta y esperaron.

En el momento en que la chica iba a alegar que no había nadie en casa, para poder tomar sus cosas e irse, la fantasmagórica y elegante mujer abrió.

¡Tal como la recordaba! Tantas joyas que podría arreglarle la vista a un ciego, cabello impecablemente peinado en uno de esos rodetes que más que pelo, parecía florero, y una ajada expresión de sadismo barbárico con sed de sangre. O eso creyó ella al ver que se la acercaba a saludar.

-¡Querida qué bella estás! Casi ni te nota que engordaste un par de kilos- Sonrió, al tiempo que la abrazó.
Julia soltó una risa entre dientes y correspondió al abrazo.

"Ojalá te joda la columna, vieja chupada"

-Usted está impecable, y eso que ya va a pasar los ochenta, ¿verdad?

"Puaj, tan desagradable como siempre. ¿Quién le enseñó a vestirse? ¿Un gorila?" Pensó la otra.

Ingresaron al recibidor sin mucho más que acotar más allá de trivialidades.

El silencio casi sólido invadió el enorme living vanguardista.

Los tres estaban sentados en los sillones de terciopelo blanco, pisando la peluda e impecable alfombra.

-Me alegra tanto que estén aquí...¡Hasta horneé unas galletitas!-dijo la mujer.

Su hijo se conmovió:

-Mamá, no te hubieras molestado...

-¡Tonterías hijito! No necesito empleados en las fiestas, la familia es la que tiene que estar reunida-Al agregar eso último le envío una mirada a Julia igual a la que tienen los perros cuando perciben a un extraño queriendo entrar en la casa. Ella se echó imperceptiblemente hacia atrás-. Amorcito, ¿las traes, por favor?

-Claro.

Y allí su mujer infartó. Lo vio alejarse con temor puro, y súplicas hacia diversas deidades (entre ellas al Diablo, padre de la vieja).

-Ejem... Julia-dijo en tono seco, cruzada de piernas-. Espero que este año muestres un poco de clase, ¿qué obsequio me has traído?

Allí estaba "la cuestión de todas las cuestiones": el obsequio de navidad.
Después de años intentándolo, nunca había obtenido una muestra de satisfacción por parte de la odiosa anciana. Pero este año sería diferente. Pese a todo, Julia tenía un pensamiento optimista, pues había leído que para ganarse el corazón de una fiera primero había que conquistar su estómago, y por eso había estado incursionando exhaustivamente en los más sofisticados recetarios de afamados Chefs para conseguir "LA" receta ideal que pudiese otorgarle la simpatía de su suegra.

Aquello duró hasta que había visto los ingredientes y se había rebanado los sesos pensando dónde podría conseguir comestibles tan rebuscados.

¡Huevos de Beluga del Mar Caspio! ¡Hongos Matsukate! ¿Era en serio? Si hallar esos exóticos ingredientes era difícil, ni hablar de los precios. Al final optó por bajarse un par de tutoriales por YouTube, sobre innovadoras recetas de pavo navideño.

-Le he traído un obsequio que sin duda la dejará sin palabras-"al menos con la boca llena no podrá hablar la vieja" pensó con alegría-. Pero, tendrá que esperar hasta la noche. ¡Quiero que sea una sorpresa!

La mujer torció el gesto antes de formular una seudo-sonrisa, ya que en ese momento su hijo volvía a entrar a la sala cargando un platón de galletas que bien podrían servir para trancar la puerta. Ya se le notaba de lejos lo rancias. ¡Seguro las pasas eran uvas frescas cuando las había hecho!

-¿De qué hablaban mis "chicas"?-inquirió su esposo.

-Obsequios-informó Julia, antes de que la longeva arpía interviniera-. De hecho, qué bueno que llegas amor, así tu madre no tendrá que quedarse sola mientras realizo los preparativos para la noche. Es parte de la sorpresa que le comentaba-añadió dirigiéndose a su suegra. Acto seguido se puso de pie-. ¡Qué disfruten las galletas!-esbozó una falsa sonrisa y comenzó a encaminarse hacia la cocina, sin dar tiempo a los presentes a objetar. Aunque estaba segura de que solo su esposo la echaría en falta-. Y otra cosa, la cocina está prohibida para ambos por algunas horas-anunció desde la puerta.

Luego echó llave al cerrojo y hurgó en las gavetas y en la nevera para asegurarse de que tenía los ingredientes básicos. Lo bueno era que su suegra contaba con una despensa bien provista y no le faltarían condimentos ni hortalizas para acompañar el pavo. Lo malo era que faltaba el pavo.

Entre "una cosa y otra" a Julia se le había pasado comprarlo de camino. En ese instante se lamentó por dedicar el 99,9 por ciento del viaje en imaginar "posibles muertes atroces" que podrían acontecerle a la matusalén infernal.

Comenzó a hacer los cálculos del tiempo que le llevaría regresar al pueblo y volver, pero de solo pensarlo ya se había agotado. Sin embargo, sustituir el pavo por otro animal y/o alimento de conserva, aunque tentador, no era una opción viable si quería deslumbrar a su suegra.

Salió entonces por la puerta trasera al exterior y cuando estaba por subir al vehículo para iniciar el viaje, oyó el inconfundible "gluglutear" de aquel plumífero, alzándose desde el bosque que circundaba la propiedad.

¡¿Podía tener mayor suerte acaso?!

Julia se frotó las manos con ansiedad mientras tomaba una llave extensible que servía para cambiar las ruedas del coche y, al cantico "¡Ey pavito, pavito, pavito! ¡Ven con mamá!", se escabulló entre la fronda.

En otras circunstancias no hubiera estado dispuesta a cazar ella misma al ave, pero ante "situaciones desesperadas, medidas desesperadas". Además era una buena forma de darle un sentido práctico a tantas "imaginaciones funestas".

Tiempo después el pavo, que hacía honor a su nombre en todo su esplendor-había muerto por los sucesivos shock eléctricos del boyero que rodeaba el cerco de la propiedad cuando intentaba huir de su cazadora-, estaba dispuesto sobre el mesón de la cocina, desplumado, destripado, ahuecado, relleno (nuevamente), sazonado y listo para ser sumergido a una caldera ardiente a 220º C.

Por fin, después de tres horas y media de cocción y con pocas quemaduras superficiales (que bien podían camuflarse con la salsa dulce) Julia llevó, orgullosa, su obra maestra culinaria a la mesa, la cual se había encargado de engalanar previamente.

Cual chef de categoría, apoyó la bandeja de plata perfectamente adornada, sobre la flamante mantelería:

-Espero que tengan hambre-dijo descubriendo la tapa-. ¡Sorpresa!
¡Y vaya que lo fue! A la suegra casi se le estallan las cuencas oculares al ver la cena.
Por un momento, Julia se llenó de júbilo al escuchar el silencio. ¡Lo había conseguido! Había dejado tan azorada a su suegra que esta había enmudecido. Pero aquel sentimiento de regocijo duró poco, pues fue interrumpido por un grito histérico.

-¡Por el amor de Dios querida, dime que compraste este pavo en la tienda!-exclamó la octogenaria, llevando una mano a su corazón. La expresión de Julia fue inescrutable, aunque el sudor frío que le había comenzado a correr por la espalda, prominente-. Sucede que me estoy dedicando a la crianza de estas "adorables avecillas de corral" y me he encariñado tanto con ellas... Ya saben, se han vuelto una grata compañía para esta pobre vieja-Los ojos de la anciana estaban llenos de lágrimas-. Y sería realmente devastador saber que tú...-Se llevó una mano a la frente desplegando sus dotes "teatrales", mientras su hijo tomaba su mano libre (la cual de pronto se había acordado que tenía reuma y estaba temblando) intentando consolarla.

-Tranquila, compré el pavo-sentenció Julia intentando poner fin a tanto drama. Después de todo era imposible que la vieja supiera, a menos que el pavo tuviera de esos microchips con rastreo sateli...
En ese momento un pitido infernal bramó desde el interior de aquella condenada ave que no se dignaba a morir en paz.

-¿Decías querida?

¡Mierda!




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