ℂ𝕒𝕡.9
SooHyo no estaba preparada para otra de las charlas de lord Grosero.
Había empezado a divertirse de verdad en Blessing Park, pero su regreso lo había ensombrecido todo. Creía que ya se había habituado a la indiferencia de su esposo y no necesitaba verlo, pero, al abrir la puerta del salón aquella noche, la había consternado descubrir que la pequeña semilla de deseo que había brotado en su interior hacía tantos años no había dejado de crecer.
Sobre todo después de que lord Insufrible Arrogancia la hubiera besado dos semanas antes.
Mientras se vestía, meditó lo que iba a decirle.
Lady Haversham le había contado suficientes chismorreos como para saber que Jungkook era muy popular entre las damas, un dato que encontraba particularmente inquietante.
La vieja dama le había insinuado incluso que la viuda lady Davenport era su amante. Eso no la había sorprendido. Él mismo se lo había dicho también. De hecho, SooHyo había deducido que ésta debía de ser el motivo por el que Jungkook no quería casarse con ella: quizá amase a la viuda.
Lady Haversham le había dicho que era una mujer célebre por su belleza, una rubia menuda más o menos de la edad de Jungkook. SooHyo, por el contrario, era demasiado alta, tenía los ojos demasiado grandes en proporción con su rostro, y un pelo rebelde y de un color oscuro nada elegante. No era de extrañar que Jungkook prefiriese a la hermosa lady Davenport.
Terminó de vestirse y se paseó nerviosa delante de la oscura chimenea para evitar lo inevitable.
Tenía que ser lógica.
Si volvía a América, lo haría deshonrada. Jungkook amaba a otra, pero había respetado su promesa de casarse con ella. Por lo visto, ella había aparecido en un momento de lo más oportuno; probablemente Jungkook se había propuesto poner fin a su amorío antes de casarse. Tal vez no había pensado que se casaría tan pronto.
Quizá necesitara resolver el asunto de lady Davenport para poder entregarse a ella. Sin duda, aquello explicaría su deseo de que llevaran vidas separadas. No obstante, si había alguna esperanza de que él volviera a amarla, ella le concedería encantada el tiempo y el espacio que necesitara.
Decidió respetar las condiciones de Jungkook.
Le había dicho que debía pedirle permiso para todas sus compras.
Eso le parecía bien. La moda no la atraía demasiado, y no se le ocurría nada que pudiese necesitar. Si Jungkook quería controlar su asignación como solían hacer los maridos, adelante.
Le había dicho que quería un heredero.
Bueno, eso era algo más complicado. No soportaba la idea de llevar en su vientre un hijo de Jungkook si él amaba a otra. Le propondría que dejase pasar al menos un año para que dispusiese de tiempo suficiente para romper con lady Davenport.
Además, ella apenas lo conocía. ¿No debían buscar un punto de encuentro en el que coexistir pacíficamente antes de ser padres? Por no mencionar el hecho de que la idea de que él acoplara aquel cuerpo potente en el suyo hacía que le temblasen las rodillas de pánico.
Y, si él lo quería, se iría y no volvería la vista atrás, aunque aquélla fuese la opción menos
deseable y significara su deshonra. Aun así, se negaba a escuchar a la parte de sí misma que no estaba dispuesta a renunciar a un hombre al que había amado toda la vida, por mucho que sufriese su orgullo.
Estaba dispuesta a darle lodo lo que quisiera, no, lo que le exigiera. Entre tanto, viviría como había hecho las dos últimas semanas, disfrutando de la gran variedad de entretenimientos que Blessing Park ofrecía, sin entrometerse en su camino, y esforzándose por aumentar su indiferencia hacia él. Jungkook, por su parte, podía tomarse el tiempo que creyera necesario para poner fin a su relación con lady Davenport.
Satisfecha y admirada de su habilidad para idear un plan viable, SooHyo se dirigió al salón de desayunos.
Apareció en el umbral de la puerta luciendo una sonrisa seductora y un vestido color crema estampado de diminutas violetas.
Se sentía muy despejada a pesar de lo temprano que era, e incluso un poco mareada cuando vio a Jungkook sentado a la mesa.
Iba vestido con una chaqueta azul oscuro y unos pantalones negros a juego con sus ojos. Estaba guapísimo aquella mañana, pero ella era lo bastante fuerte para ignorar aquel dato.
—¡Buenos días, Jungkook! —dijo contenta.
Cielo santo, de verdad se alegraba de verlo, pensó Jungkook mientras ella se aproximaba
despacio con las manos cruzadas coquetamente a la espalda. ¡Señor, cómo podía influirle así! la miró de arriba abajo. Había estado con muchas mujeres hermosas en sus buenos tiempos, pero había algo en los ojos de aquélla, algo en la forma en que lo miraba, que lo debilitaba.
Él no era débil, se recordó furioso.
—¿Te importa que te acompañe? —le preguntó educadamente. Él asintió apenas con la cabeza y contempló de reojo su figura femenina mientras se acomodaba en una silla. Alargó el brazo para coger el azúcar y sus pechos se apretaron contra la muselina del vestido. Una visión de aquellos pechos, desnudos, se instaló sin permiso en la cabeza de Jungkook.
Muy bien, a lo mejor era un poco débil.
Jones entró por una puerta lateral y se mostró verdaderamente contento de verla, algo del todo inusual, pensó Jungkook mientras escondía la cabeza tras el periódico.
—¡Buenos días, lady Darfield! ¿Le traigo lo de siempre? —preguntó el mayordomo en un tono cantarín exageradamente alegre.
—Estupendo, Jones y, por favor, dile a la cocinera que los pastelitos de ayer son los mejores que ha hecho hasta ahora. ¡Sencillamente divinos!
—Le transmitiré su cumplido, señora. Se pondrá muy contenta.
Aún oculto tras el periódico, Jungkook alzó una ceja. ¿Desde cuándo se atrevía nadie a dirigirse a la cocinera a horas tan intempestivas? ¿Y desde cuándo Jones decía más de dos palabras seguidas?
Para mayor sorpresa de Jungkook, Jones le dio un golpecito en el periódico.
—¿Y para usted, milord? —inquirió con frialdad.
Sorprendido, Jungkook abandonó su lectura.
—Gachas.
—Gachas —repitió Jones, irritable, y desapareció por la puerta lateral.
Jungkook frunció el cejo y volvió a enterrar la cabeza tras el rotativo.
Procuró ignorar a SooHyo.
Trató de perdonar al sirviente por ser tan cariñoso con SooHyo.
Intentó fingir que no olía el seductor aroma a lilas y procuró no contar el número de terrones que SooHyo se echaba en el té.
Tenía cosas más importantes de que hablar con ella.
Tras una noche en la que había dormido más bien poco, decidió que parte de su descontento era culpa suya. SooHyo desconocía las normas sociales de su país y él no se había molestado en explicárselas.
Sospechaba que algo del estrafalario comportamiento de la joven durante su ausencia era una especie de venganza por haberse marchado, la forma más lógica de proceder era mantener una conversación seria con ella, sin discusiones, y concederle la oportunidad de rectificar.
De momento prescindiría magnánimamente de estrangulada. Dadas las circunstancias,
le pareció que estaba siendo un modelo de benevolencia.
—Más de dos, no, SooHyo. Cinco terrones es una barbaridad —se oyó decir, para sorpresa suya. Se hizo el silencio, y esperó a que el aluvión de improperios empezara al otro lado de su periódico.
En cambio, ella se puso a tararear en voz baja.
En contra de toda lógica, Jungkook bajó su lectura para poder mirar por encima.
SooHyo aún sonreía.
¡Condenada sonrisa!
Volvió a surla bruscamente. Pasaron unos instantes, y Jungkook, erguido en su asiento, sin comprender lo que estaba leyendo, se preguntó qué demonios estaría haciendo ella.
—¿Jungkook?
La dulzura de su voz lo sobresaltó. Despacio, bajó un poco el periódico. Por el destello de sus ojos, habría jurado que estaba riéndose de él. Maldita sea, estaba preciosa cuando los ojos le brillaban así.
—Supongo que has podido ocuparte de tus negocios... —Al ver que no respondía, SooHyo volvió a hablar. —En los últimos días, ha llegado bastante correspondencia. Si quieres, responderé encantada a las cartas que tú consideres oportuno asignarme. —Jungkook entrecerró los ojos. Por fin, allí estaba. Fuera lo que fuese lo que tramaba, estaba a punto de revelárselo.
—Ah, no, señora, de eso nada. ¡No! —respondió rotundo, negando con la cabeza. Se puso el periódico en el regazo y la miró fijamente, como desafiándola a que continuase.
—Como quieras —dijo ella con una sonrisa dulce.
De nuevo sorprendido, algo que rara vez le sucedía, tuvo que esforzarse por mostrarse
impasible. Estaba a punto de preguntarle qué se proponía cuando Jones irrumpió de nuevo en la sala.
—La cocinera se alegra de que le gustasen los pastelitos —anunció jovial. —Esta mañana le ha preparado una receta especial. ¡Bizcochos de frambuesa! —añadió presentándole un plato con una torre inmensa de bizcochitos para que los viera. Encantada, SooHyo profirió una exclamación y dio una palmada de alegría.
Perplejo, Jungkook miró primero a SooHyo, luego a Jones.
—¿La cocinera ha preparado bizcochos de frambuesa a estas horas? —inquirió.
Jones le respondió frunciendo el cejo y, sin ninguna ceremonia, le plantó delante un cuenco.
—Gachas —le soltó disgustado.
—¡Están buenísimos! ¿Quieres uno? —ronroneó SooHyo.
Algo irritado sin saber muy bien por qué, Jungkook murmuró:
—No. Gracias.
SooHyo hizo un ruidito como si le asombrara su respuesta, luego devoró un bizcocho. Ignorando sus gachas, Jungkook la vio alargar la mano extasiada para coger otro y devorarlo también, sonriéndole todo el tiempo. Tras limpiarse delicadamente las comisuras de los labios con una servilleta de lino, apartó su taza de té, se levantó y cogió el plato de bizcochos.
—¿Adonde crees que vas? —le preguntó. Ella, asustada, abrió mucho los ojos.
—Si me disculpas, me espera un día muy atareado. ¡Ah! ¿Te refieres a los bizcochos? A Jessica le gustan mucho, así que voy a llevarle algunos. Salvo que los quieras tú, claro.
—Yo no quiero bizcochos —gruñó él.
SooHyo se encogió de hombros con indiferencia.
—Muy bien. Que pases buen día.
Al verla alejarse de la mesa y detenerse para examinar unas flores recién cortadas antes de dirigirse a la puerta, Jungkook no supo qué decir.
—¡Espera! —bramó. SooHyo lo miró por encima del hombro. —¿No te dije ayer que quería hablar contigo? —espetó.
Ella sonrió contenta.
—Sí, claro, pero he supuesto que ya habíamos terminado.
—No, no hemos terminado. Siéntate —le ordenó, procurando reunir el valor necesario para ignorar el inquietante brillo de sus ojos y recordándose constantemente el papel que ella había desempeñado en el acuerdo.
La joven dejó los bizcochos en la mesa, luego, obediente, se sentó y cruzó las manos, muy recatada, en el regazo. Su hermoso rostro lo miró expectante.
A Junkook se le empezó a acelerar el pulso.
—SooHyo. Presta mucha atención a lo que le voy a decir. He olvidado explicarte
algunas cosas importantes. Hay... actividades... que una marquesa no puede realizar, independientemente de las circunstancias.
—¿Ah, sí? ¡No tenía ni idea! —dijo ella verdaderamente sorprendida, luego miró algo ceñuda a Jones, como si también él hubiese olvidado comentárselo.
—Para empezar, una marquesa no... —le costaba hasta decir las palabras—... juega a los dardos en la posada del pueblo, por muy bien que se le dé. —SooHyo pestañeó asombrada. —Ni cambia ruedas de carreta. Ni atiende a una vaca parturienta —prosiguió sin alterarse.
Los chispeantes ojos violeta de SooHyo empezaron a ensombrecerse. No había emoción que pudiese ocultarse en aquellos ojos; eran el espejo indiscutible de su alma. Y, en aquel instante, su alma estaba visiblemente dolida.
—Pues dime, ¿qué hace una marquesa? —inquirió con frialdad.
—Se entretiene con actividades ligeras: bordar, tocar el piano, montar... No con trabajos físicos y menos aún con juegos de taberna.
Meditó un instante, luego preguntó con fingida inocencia.
—¿Quieres decir que hay normas que una marquesa debe respetar?
—No son normas exactamente.
—Entonces, ¿cómo voy a saber lo que debe hacer una marquesa?
Jungkook puso los ojos en blanco y miró furioso al lecho decorado de molduras, le daba la impresión de que le estaba tomando el pelo, o no tenía muchas luces.
—Hay ciertas imposiciones, condicionantes sociales, si lo prefieres. Valores morales que se esperan de cualquier miembro de la sociedad refinada —siguió intentándolo.
—¿Se esperan de ti también?
—Naturalmente.
—Aja... Quieres decir que es como un juego de cartas, que hay unas reglas y, si no las sigues, pierdes. —__________(TN) asintió con la cabeza como entendiendo de pronto, luego le dedicó una sonrisa seductora a Jones.— ¡Salvo que hagas trampas, claro! —añadió.
El mayordomo soltó una carcajada, pero se reprimió de inmediato ante la mirada feroz de Jungkook.
—No hablaba precisamente de cartas, SooHyo. Nadie les dice a los miembros de la aristocracia londinense lo que deben hacer, pero existen determinadas expectativas.
SooHyo se mostró perpleja. Él empezó a frotarse las sienes.
—Entonces, ¿son más bien como las reglas a las que se somete un abogado? ¿Como la ley? —preguntó.
—No, tampoco es eso —espetó Jungkook entre dientes.
SooHyo frunció el cejo levemente y se dio unos golpecitos en el labio inferior con una de sus uñas bien manicuradas.
—¿Te refieres quizá a los procedimientos que regulan el funcionamiento de algo, como un barco, por ejemplo? No es que haya reglas para el gobierno del barco, pero hay que gobernarlo de forma que no se hunda —señaló, como si estuviesen jugando a las adivinanzas.
El mayordomo, de pie junto al aparador, asintió enérgicamente con la cabeza y miró
esperanzado a Jungkook, que inspiró hondo, hastiado.
—Pues no, no me refiero al gobierno de un barco, SooHyo —dijo con impaciencia, a pesar del esfuerzo que hacía por mantener la calma.
—¿Y cómo sabe una marquesa lo que se espera de ella si no hay ni reglas ni procedimientos? —volvió a preguntar.
—No hay reglas, SooHyo. ¡No las hay! —espetó irritado al ver que no lograba hacerse entender.
Ella guardó silencio un instante.
—Entiendo —señaló alegremente.
Jungkook esperaba que así fuese. Volvió a frotarse las sienes.
—Entonces, ¿la aristocracia londinense puede hacer lo que le plazca? —inquirió con dulzura.
—¡Sí! —gruñó él.
—Gracias, ya me ha quedado claro —dijo agradecida, y se levantó para marcharse.
A Jungkook, nada habituado a tener que explicarse delante de nadie, lo dejó mudo el arte de SooHyo para tergiversar sus palabras en su contra. El aroma a lilas lo envolvió cuando ella pasó por delante de él y, de pronto, no fue capaz de dejarla marchar.
—Un segundo, SooHyo.
Ella se detuvo a la puerta.
—¿Sí?
—Te prohíbo que juegues a los dardos, que asistas a vacas parturientas o cambies ruedas de carreta. Esas son mis reglas. Te comportarás como corresponde a tu posición, ¿queda claro?
—¿Te refieres a mi posición de marquesa? —pregunto con cautela.
—Sí, la de marquesa —respondió él al límite de su paciencia.
SooHyo ladeo la cabeza, preciosa.
—Ha quedado muy claro.
—Bien, ¿qué planes tienes para hoy?
—Ah. Bordar, tocar el piano. Nada destacable —contestó con dulzura.
—No salgas de Blessing Park. Te prohíbo que vayas a ver a los Haversham o a Pemberheath —espetó.
Una inconfundible bruma de decepción le nubló los ojos violeta, y Jungkook lamentó de
inmediato haber sido tan arisco.
—Como quieras. Que pases buen día. —Cerró la puerta despacio al salir.
Jones se retiró inmediatamente del aparador y le dedicó una inusual mirada de odio a su superior.
—Si me permite la indiscreción, señor...
A Jungkook, que aún no se había recuperado de su visible incapacidad para hacerse entender, lo dejó perplejo el atrevimiento del sirviente.
—¡No, no te la permito!
—No estaría de más un poco de amabilidad, creo yo. Ella se la merece.
—¡Cielo santo! Jones, ve a buscarme un medico. ¡Por un momento, me ha parecido que tú me dabas instrucciones a mí sobre cómo tratar a una mujer! —exclamó Jungkook incrédulo.
—Mis más humildes disculpas, milord. Yo jamás le daría instrucciones sobre cómo tratar a una mujer —dijo el mayordomo con serenidad. Jungkook sonrió satisfecho y continuó con sus gachas. —Me refería a su esposa.
La cuchara se quedó congelada a medio camino entre el cuenco y la boca del marqués.
—¡Jones!
Pero éste ya había salido por la puerta, dejando a Jungkook pasmado ante sus gachas solidificadas. Frustrado, soltó la cuchara y se quedó mirando la puerta del salón de desayunos, deseando en silencio que ella volviese, y reprochándose internamente su debilidad.
Finalmente, se dirigió a la biblioteca en busca de la correspondencia que aquella sinvergüenza le había mencionado. No estaba allí como esperaba, así que fue al salón principal.
Al abrir la puerta, estuvo a punto de desmayarse. Aquella estancia se había transformado por completo. Se habían movido los muebles al centro de la habitación, formando círculos acogedores en torno a las mesas abarrotadas de libros.
Varios de los viejos retratos que colgaban de las paredes habían desaparecido y los que quedaban habían sido reubicados. Aunque no estaba seguro, le dio la impresión de que faltaban también varios objetos decorativos pequeños.
Las puertas de los balcones estaban abiertas y una suave brisa, inusualmente cálida para finales del invierno, movía una hoja de papel que había sobre una de las mesas. Aquellas puertas, que él recordara, jamás se habían abierto.
La estancia, de pronto aireada y luminosa, contrastaba notablemente con la habitación sombría y solemne a la que él estaba acostumbrado. La criada que limpiaba el polvo se detuvo un instante para hacerle una reverencia mientras él cruzaba despacio el umbral de la puerta.
—¿Qué le ha pasado a esta sala, Ann?
—Lady Darfield la ha redecorado, milord. Le resultaba demasiado seria.
—Entiendo —murmuró él.
Se acercó a la chimenea, donde había una bandejita de plata repleta de correo junto a un jarrón de flores recién cortadas. Cogió el montón y empezó a revisarlo distraídamente.
Invitaciones, cartas de negocios, más invitaciones... Imaginaba que todo Southampton estaba deseando conocer a la nueva lady Darfield, suponiendo, claro, que lady Haversham siguiera siendo tan locuaz como de costumbre con las novedades que llegaban a sus oídos.
Sí, probablemente sus vecinos estuviesen ya al tanto de su repentino matrimonio. Con toda seguridad, circulaban ya rumores diversos sobre lo inapropiado de la conducta de su esposa.
Las risas procedentes de los jardines lo devolvieron a la realidad. A menos que Bang hubiese perdido la cabeza por completo, en ellos había alguien que no debía estar allí y no tenía ni idea de quién podía ser.
Dejó las cartas en la bandejita y salió al balcón por las puertas abiertas.
SooHyo estaba abajo, en el tupido césped. Se había puesto una falda negra lisa y una blusa blanca. Se había recogido el pelo caoba en un moño informal a la altura de la nuca y algunos mechones rizados le caían por la espalda. En la cabeza llevaba un extraño sombrero de paja flexible que parecía una cesta de fruta gigante.
El perro, que le sonaba de haberlo visto por sus perreras, perseguía la pelota que la joven le lanzaba. También Bang estaba allí, trabajando en el jardín. Parecía ajeno a la presencia de SooHyo hasta que ella dijo algo que lo hizo reír a carcajadas.
De no haberlo visto con sus propios ojos, Jungkook no lo habría creído. ¿Qué tenía aquella mujer que hacía que su personal, de natural serio, se volviera risueño?
Se quedó unos minutos contemplando la escena. SooHyo tiraba la pelota y, con voz cantarina, instaba al perro a que fuese a buscarla. Cuando el animal volvía con ella, la joven se recogía las faldas con una mano, revelando una pantorrilla bien moldeada, y corría por el césped escondiendo la pelota para volver a tirársela al perro.
Jungkook inspiró hondo antes de enfilar los peldaños de piedra que conducían al jardín.
SooHyo y Bang no lo vieron acercarse por el sendero principal. Cuando llegó hasta ellos, ésta estaba sin aliento, con las mejillas del color de las rosas del jardinero. Un inoportuno anhelo que ya le era familiar se apoderó de Jungkook mientras se dirigía a ellos despacio.
Ella aún no lo había visto cuando lanzó de nuevo la pelota, que rebotó en un árbol y fue a parar directa a la pierna de Jungkook. En medio de un remolino de faldas y de pelo sedoso, SooHyo se volvió para recogerla, riendo, pero se detuvo en seco al verlo.
Consciente de su gesto severo, Jungkook cruzó sus manos a la espalda y descansó el peso de su cuerpo sobre una sola pierna mientras la contemplaba con sus fríos ojos negros.
Ella miró angustiada a Bang , que gruñó como si temiese que Jungkook tocara una de sus valiosas rosas. SooHyo se le acerco despacio para coger la pelota.
—¿Te apetece jugar con nosotros? Es un buen ejercicio, sobre todo con la mañana tan
espléndida que hace hoy.
—Me parece que no —replicó él muy seco. Cogió la pelota de cuero y se la tiró. Ella la atrapó hábilmente con una sola mano, la lanzó desenfadada al aire y volvió a cogerla.
—¿Se te ofrece algo? —preguntó SooHyo mientras se recomponía el moño.
—No —logró decir él. Podía haberle respondido algo más profundo, pero lo tenía hipnotizado. Se dio cuenta de que la miraba fijamente y en seguida se apoyó sobre la pierna contraria y alzó la mirada. —Bonito sombrero —observó sin entusiasmo.
SooHyo arrugó la nariz.
—¿Lo dices en serio? A mí me parece horrendo —dijo quitándoselo y examinando la extravagante decoración frutal.
Jungkook arqueó una ceja como preguntándose por qué llevaba un sombrero que le parecía horrendo, pero no dijo nada.
El perro, que se había acercado en busca de la pelota, empezó a olisquear desenfrenadamente sus botas.
—Ese perro debería estar en la perrera —observó, a falta de algo mejor que decir.
—¿Harry? Por desgracia, lo han echado de allí.
—¿Cómo dices? —inquino Jungkook, volviéndose a mirarla.
—¿Le ves la pata? Se la pilló con un cepo de acero. El responsable de la perrera iba a
sacrificarlo, pero no se lo consentí. Es un perro muy alegre y, salvo por la cojera, está
perfectamente.
Se dio una palmada en el muslo, y el perro se acerco tambaleándose por el césped, medio
trotando medio caminando, completamente inconsciente de que una de sus patas delanteras estaba destrozada y miraba a la otra en ángulo recto.
SooHyo se agachó para acariciarlo, y Jungkook pudo ver el contorno de su muslo voluptuoso marcado en la falda y sus pechos apretados contra la blusa. Se obligó a mirar al suelo. Estaba loco, loco de atar.
¡Allí estaba, babeando por la niña pirata!
—Ya no sirve para nada —murmuro Jungkook falto de entusiasmo.
La joven lo miró haciéndose sombra con una mano en la frente.
—Quizá no sirva para cazar, pero es muy buen compañero.
Se incorporó y se frotó las manos levemente en la falda mientras él repasaba de un vistazo su figura. Jungkook apretó con fuerza la mandíbula y, por alguna razón inexplicable, no supo bien qué decir. Ella esperó con paciencia, mirando alrededor, a cualquier parte menos a él. Al cabo de unos momentos interminables e insufribles, SooHyo hizo un gesto cortés con la cabeza y se dispuso a alejarse de él.
—¿Vas a cenar conmigo? —Aquéllas no eran las palabras que pretendía decir, era como si su lengua tuviese vida propia. El no deseaba cenar con ella, un dato que al parecer dicha lengua había olvidado.
La jovial sonrisa de SooHyo se desvaneció. Dios, a veces era un auténtico imbécil.
—Prometo no interrogarte si decides cenar conmigo —añadió con ternura.
Ella sonrió tímidamente, pero no respondió. Jungkook se quedó allí plantado, mirándola inexpresivo, a la espera de su confirmación. Cuando resultó obvio que no iba a responderle, empezó a sentirse como un escolar tontorrón. El no quería estar con ella. No quería tener nada que ver con ella. ¡Podía ir a ver a SoonGi si tan necesitado estaba de compañía! De pronto, dio media vuelta y se dirigió resucito a la casa.
Bang meneó la cabeza despacio mientras lo veía alejarse por el rabillo del ojo.
—¡Dios, Bang, me detesta! —gimió SooHyo.
—Por lo visto, además de ser una ingenua, estás ciega, muchacha. —espetó el jardinero, malhumorado. —Ese hombre no te desprecia, niña, te quiere llevar a la cama.
Ella se puso como un tomate.
°••°
NO LECTORES FANTASMAS
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