ℂ𝕒𝕡.8
Jungkook no regresó, como se esperaba, y a SooHyo le vino muy bien.
Los siguientes días pasaron volando mientras se deleitaba explorando su entorno.
Se acercaba a los establos todas las mañanas con su perro tullido, Harry, pisándole los talones, y al final consiguió que el mozo de cuadras le prometiera que le enseñaría a montar a uno de los fabulosos caballos. Aunque había pasado algunos ratos a lomos de una mula en Virginia, nunca había aprendido a montar, pero suponía que no podía ser muy distinto.
También se interesó por la vaca lechera preñada. Le pidió al muchacho que atendía la lechería que la avisara cuando el animal se pusiera de parto. A fin de cuentas, ella había ayudado a traer al mundo a otros terneros y podían contar con su ayuda cuando llegase el momento. El lechero se había puesto pálido cuando SooHyo se había ofrecido voluntaria, pero le había dado su palabra de honor.
Por las tardes, SooHyo visitaba el invernadero.
Bang le había asignado una sección pequeña de rosas para que trabajara con ellas, bajo su estricta supervisión, claro.
Todos los días aparecía con una falda negra, una sencilla blusa blanca y un sombrero de paja atrozmente decorado que se asemejaba a una especie de cesta de fruta desfigurada. Le explicaba con paciencia a todo aquel que se extrañaba de verlo que se lo había hecho su prima MinMi expresamente y, por eso, no le quedaba más remedio que ponérselo, aun sabiendo que era horrendo.
A mitad de semana empezó a hacer un tiempo más cálido y seco, y decidió explorar Blessing Park.
Aquellas tierras eran las más hermosas que hubiese visto: abundaban las exuberantes alfombras de hierba y los árboles altos y majestuosos.
Más allá de los muros de aquel extenso jardín había un pequeño lago y un mirador y, detrás de aquél, unos montes de suave pendiente se vertían sobre el valle.
Un día, mientras exploraba los alrededores, SooHyo se tropezó con las ruinas de un castillo y pasó los dos días siguientes sondeando todos sus rincones y recovecos mientras Harry dormía al sol.
A veces incluso imaginaba al Jungkook de sus recuerdos merodeando por aquellas ruinas. Por más que lo intentaba, no lograba olvidar el anhelo que había sentido durante años, la imagen de aquel hombre, tan indisoluble del hombre real.
El Jungkook de verdad se parecía al de sus recuerdos, se movía como él e incluso sonaba como él, pero las palabras que salían de su boca no encajaban en su recuerdo. Por suerte, en las ruinas, podía sustituir aquellas palabras desalmadas por las que ella quisiera.
Por la noche, tras una cena temprana, SooHyo se retiró a su nuevo salón. Siempre llevaba a Jessica con ella, a veces incluso a la cocinera, y juntas pasaban las horas de forma muy similar a como ella lo había hecho en Virginia.
Cuando una tarde dos doncellas más jóvenes le habían traído la ropa limpia y los periódicos de la semana de Londres, SooHyo les había insistido en que se quedaran.
Al final de la semana, SooHyo se había convertido en la anfitriona de un salón lleno de sirvientas de Blessing Park.
Intentaron en vano enseñarle a coser.
Osadamente, SooHyo empezó a bordar una imagen de Blessing Park para un biombo. Ninguna de las criadas fue capaz de insinuarle que se le daba fatal. Cuando se cansaba de coser, hacía reír a las otras leyéndoles los chismorreos escandalosos de los periódicos londinenses. O les leía alguno de los libros de historia de su cuarto o de su biblioteca privada.
Al parecer, al Todopoderoso Jungkook le gustaba comprar carísimos volúmenes de historia y, en cuestión de días, las mujeres estaban perfectamente familiarizadas con la historia de Persia.
También tocaba el violín para ellas.
La primera vez que SooHyo había sacado el instrumento, les había dicho que era una solista bastante mediocre en comparación con los grandes virtuosos y que no sabía cantar ni tocar el piano como era de esperar.
Sin embargo, las bellas notas que brotaban de aquellas cuerdas dejaron atónitas a las mujeres e hicieron que a Jessica se le saltasen las lágrimas.
Todas las noches después de aquella, su deliciosa música se propagaba por la casa, y ChanYeol, Jones y el asistente personal del señor, Damon , no tardaron en rondar el pasillo, extasiados, a veces en compañía de algún lacayo.
ChanYeol observó una mañana que no había nada que le gustase más al marques que la música, a lo que SooHyo había respondido arrugando la nariz (habría jurado que no tenían nada en común).
Pasaron algunos días más y el Diablo de Darfield seguía sin aparecer.
SooHyo se sentía orgullosa de sí misma por haber logrado casi olvidar al rey de la grosería e instalarse cómodamente en el mundo que había creado para sí misma.
Su existencia sencilla y bucólica iba gustándole más y más con el paso de los días. Empezaba a relajarse por primera vez desde su llegada a Inglaterra y decidió que podría vivir a gusto en Blessing Park si se veía obligada a hacerlo. Se convenció de que la ausencia de un marido cariñoso (y, claro, de hijos) no le resultaría tan difícil de soportar como temía, mientras tuviese Blessing Park y los múltiples entretenimientos que aquella finca le ofrecía.
Una mañana recibió dos cartas. La primera, para su deleite y sorpresa, era de su primo segundo, Galen Carrey. Aunque llevaba años sin saber de él, reconoció en seguida su letra.
Emocionada de recibir una nota de su queridísimo (y único) primo varón, SooHyo bailó por el salón antes de romper el sello de lacre.
Querida SooHyo:
¿Cómo te encuentras?
Tenía previsto ir a verte a América, pero me enteré del repentino fallecimiento de tu padre justo antes de partir.
Me entristece mucho la noticia, porque apreciaba mucho al capitán, casi tanto como a mi propio padre, que en paz descansen los dos.
Tía Lee me dijo que te ibas a Inglaterra. Como mis negocios me han retenido en el continente hasta la fecha, no he tenido ocasión de ir a verte a pesar de lo mucho que deseo hacerlo.
No obstante, mis circunstancias han cambiado y muy pronto estaré de nuevo en las verdes costas de Inglaterra. Me gustaría mucho verte, tengo muchísimas cosas que contarte. Confío en que al recibo de esta misiva, te encuentres bien y espero ilusionado nuestro próximo encuentro.
Con cariño, tu primo Galen.
Ella se entusiasmó ante la perspectiva de una visita de Galen. Lo recordaba con mucho afecto.
Hijo de un primo de su padre, si no recordaba mal, apenas unos años mayor que ella, había pasado algunos veranos a bordo del Dancing Maiden. Lo adoraba, siempre había estado muy pendiente de ella, sobre todo en aquellos largos viajes a Oriente.
Había sido Galen quien le había dado su primer y prácticamente único beso a la luz de la luna, en el océano Índico. Suspiró al recordarlo, preguntándose distraída por qué no habría sabido nada de él en los últimos años.
Se encogió de hombros, contenta, mientras tomaba la segunda carta, que era de una vecina, lady Haversham, que los invitaba a ella y a lord Darfield a una comida el domingo, después del servicio religioso.
Encantada, SooHyo les respondió que, si no les importaba, iría sola, porque su marido estaba de viaje.
Cuando el domingo llegó a la puerta de la casa un coche sencillo, Jungkook aún no había vuelto. Retorciéndose las manos, ChanYeol siguió a SooHyo a la puerta como una institutriz apurada.
—Lady Darfield, me veo en la obligación de comunicarle que al marqués no le gustará saber que ha ido a cenar a casa de los Haversham sin él. Insistió mucho en que no saliera de Blessing Park.
SooHyo sonrió con dulzura al reflejo del secretario en el espejo mientras se ajustaba el sombrero.
—Sólo voy a misa y a una comida de amigos, ChanYeol. El marqués no tiene por qué preocuparse.
—¡Me ordeno expresamente que la retuviese en Blessing Park hasta que él tuviese el honor de ser presentada en sociedad!
—¡Ja! —resopló SooHyo y se volvió hacia el hombre con los brazos en jarras. —Estoy segura de que, si verdaderamente quisiera tener ese honor, estaría aquí para hacerlo. ¡Créeme, no tiene motivos para oponerse! —le replicó satisfecha.
—Disculpe, lady Darfield, pero debo insistir...
SooHyo ya había bajado los escalones hasta el vehículo que la esperaba. Con un suspiro de resignación, ChanYeol se situó junto a Jones y la vio charlar amablemente con el lacayo de los Haversham, que se mostró angustiado por tan inusual familiaridad.
—Como lord Darfield no vuelva pronto, vamos a tener problemas —comentó el mayordomo con sequedad. Trató de reprimir una sonrisa cuando SooHyo le dio una palmadita en el brazo al lacayo antes de subirse al coche. El pobre hombre miró impotente a Jones y a ChanYeol.
—La culpa será suya y sólo suya —replicó ChanYeol cogiendo aire mientras el carruaje se alejaba de Blessing Park.
A los Haversham, una pareja de ancianos sin hijos, les encantó tener entre ellos a una marquesa, y más a una tan joven y guapa. A SooHyo le entusiasmaron sus anfitriones. Eran simpáticos y campechanos, y SooHyo se sorprendió hablando abiertamente de su vida mientras los Haversham la escuchaban con interés.
Rieron a carcajadas con las anécdotas que les contó de su año en Egipto, donde había aprendido la vulgarísima danza del vientre. Ante la insistencia de sus anfitriones por que les hiciese una demostración, SooHyo accedió de mala gana, aun con la persistente sensación de estar haciendo algo muy indecoroso, y, al final de la tarde, fueron lord y lady Haversham los que ejecutaron tal danza.
Cuando volvió a Blessing Park a última hora de la noche (algo ebria, observó con tristeza ChanYeol), SooHyo apenas podía contener su regocijo al contarle cómo se había contoneado lord Haversham, monóculo en ristre, y que lady Haversham, que no podía contonearse, había empezado a dar botes.
El secretario la había escuchado cortésmente y, tras desearle buenas noches, había ido derecho a su despacho y se había servido un gran vaso de whisky bien fuerte.
Al día siguiente, los Haversham se plantaron en Blessing Park a recoger a SooHyo para irse de excursión a Pemberheath. Una vez más, ChanYeol le rogó que se quedase en casa, y una vez más SooHyo lo ignoró alegremente.
—Hay allí un viejo convento que quiero visitar. ¿Sabías que Simón de Monfort pasó allí quince días? —le preguntó con contagioso entusiasmo.
—SI, señora, estoy al tanto. Estoy seguro de que el convento seguirá allí cuando regrese lord Darfield. Por favor, ¿no podría posponer la visita?
—¿En serio ChanYeol? ¿tan ogro es que me va a negar una simple visita a un convento? —inquirió mientras se alisaba el pelo.
—¡Ciertamente no! —respondió ChanYeol sin pensarlo mucho.
—¿Lo ves? Volveré antes de que anochezca, y no pasará nada, te lo prometo —le dijo contenta, y una vez más dio media vuelta y salió por la puerta, fingiendo no oír las persistentes objeciones del hombre.
Al cabo de varias horas y bastante después de que anocheciese, volvió SooHyo , exhausta, y le explicó con paciencia a un atónito ChanYeol por qué se había manchado de grasa el vestido.
El coche de los Haversham se había topado con una carreta a la que se le había roto una rueda y que transportaba a una familia bastante numerosa. Como había varios niños pequeños en el grupo, no podían dejarlos tirados esperando ayuda, así que los Haversham les habían pedido a su cochero y a sus lacayos que subieran la carreta a un tocón para poder recolocar la rueda; al no tener fuerza suficiente, señaló SooHyo , ella se había ofrecido a echar una mano. Tras mucho alboroto, habían conseguido recolocar la rueda.
La recompensa de SooHyo había sido una cerveza que la familia accidentada había compartido en señal de agradecimiento con ellos. Confesó que tanto a ella como a la anciana lady Haversham, que había sujetado a la pareja de mulas durante el arreglo, les había gustado mucho aquel brebaje casero.
Mientras SooHyo subía cansada la escalera hacia su cuarto, ChanYeol sintió que iba a desmayarse por primera vez en su vida.
Confiaba desesperadamente en que lord Darfield volviese antes de que ocurriera algo que lo avergonzara más que lo que ya había sucedido.
A última hora de la noche, dos semanas después de su partida de Blessing Park, Jungkook entró al galope en Pemberheath y se detuvo en la posada del pueblo para beber algo que le aclarase el polvo de la garganta.
Pasó al salón y se dirigió amablemente a sus arrendatarios, que lo recibieron con gran entusiasmo. Se quedó algo perplejo; su alegría de verlo era mayor que nunca y, sin duda, mucho mayor de lo que era de esperar.
El orondo posadero se limpió las manos en el delantal manchado y le sirvió en seguida la cerveza que Jungkook había pedido.
—¡Lord Darfield! Ya hacía tiempo que no nos obsequiaba con su presencia —dijo con voz ronca y el rostro sonrosado resplandeciente de alegría.
Jungkook hizo un gesto brusco con la cabeza y tiró dos monedas a la desgastada barra.
—Todo el pueblo habla de su preciosa esposa, milord. ¡Qué belleza! —prosiguió el posadero.
Jungkook paró la jarra antes de que le llegase a los labios y miró al hombre.
—¿Mi esposa? —preguntó en voz baja.
—¡Lady Darfield! ¡Ah, qué agradable es, milord! ¡Los muchachos aún comentan la partida! —añadió el hombre obeso meneando la cabeza satisfecha
Despacio, Jungkook dejó la jarra en la mesa.
—¿Qué partida?
—La de dardos. Uno de sus puntos fuertes, ¿no le parece? Después de su primera noche aquí, los muchachos..., bueno, querían saber si había sido sólo suerte o se trataba de verdadero talento. En mi vida he visto nada igual, ¡cómo se puso en la línea e hizo diana sin pestañear siquiera! Cuando volvió, los chicos no la dejaron en paz hasta que aceptó jugar la revancha. Habría ganado también si Lindsay no hubiese hecho diana en el último momento —observó jovial.
Jungkook no podía creer lo que acababa de oír, debía de tratarse de algún error. Un terrible error.
—¿Insinúas que mi mujer ha estado aquí jugando a los dardos? —preguntó sin alterarse.
La sonrisa permanente del posadero se esfumó.
—Sí, ha estado aquí, en compañía de lord Haversham, milord —replicó indignada
—¿Con los Haversham? ¿Aquí? —inquirió Jungkook casi sin aliento.
El posadero frunció el cejo y alzó la papada.
—Sí, con los Haversham. Ya han estado aquí otras veces, milord —replicó con arrogancia.
Jungkook no daba crédito No había pasado años de su vida recuperando el buen nombre de su familia para que aquella niña malcriada lo destruyera relacionándose con marineros y jugando a los dardos.
No sabía a quién iba a estrangular primero: a ChanYeol , a quien había dado instrucciones precisas de que vigilase a SooHyo en todo momento ; o a los Haversham, por llevarla a Pemberheath ; ¡O a esa niña malcriada , su preciosidad de mujer cuyo fuerte eran los dardos!
Apuró la cerveza y salió de la posada sin mediar palabra, ignorando la mirada contrariada del posadero.
Condujo despiadadamente a su caballo, Samson, a Blessing Park, incapaz de contener la ira.
Se había marchado a la mañana siguiente de su noche de bodas porque no había podido pegar ojo, pensando en aquella mujer increíblemente hermosa que estaba al otro lado de la puerta, llorando.
Su sabor y lo que sentía al estrecharla en sus brazos no se habían esfumada y eso lo había alarmado.
Pero había sido imbécil de marcharse, porque ¡no podía confiarse en aquella niña malcriada! En las dos semanas que había estado fuera, había recuperado el control de sí mismo (con cierta dificultad) y estaba preparado para hacerle frente de nuevo.
Controlaba tan bien sus emociones inusualmente alborotadas que estaba listo para el rapapolvo que le esperaba por haberla dejado. Claro que las cosas habían cambiado. De pronto era él quien le iba a echar un rapapolvo a ella por haber pasado el rato en una posada como una cualquiera, jugando a los dardos.
Mientras recorría el camino que conducía a la casa, lo alivió ver sólo unas pocas luces.
Si la mayoría de los criados se había retirado a sus cuartos, podría estrangularla sin interrupciones.
Bajó del caballo de un salto, ignorando al mozo que salió a su encuentro.
Entró airado en la casa, le entregó a un lacayo el sombrero, los guantes y la fusta, y respondió al saludo de éste con un mero movimiento de cabeza.
Sin decir una palabra, se dirigió aprisa al despacho verde y abrió la puerta.
Dentro se encontraba ChanYeol , sentado, con la cabeza entre las manos.
—¿Dónde está? —preguntó Jungkook bruscamente. El hombre levantó la vista e hizo una mueca.
—Buenas noches, milord. Cuánto me alegro de que haya vuelto...
—¿Dónde está, Chanyeol?
—En su salón, milord.
Jungkook miró a su secretario con un odio tal que éste se estremeció.
—Dejé bien claro que no quería que saliese de Blessing Park hasta mi regreso, de modo que estoy seguro de que tienes una explicación perfectamente razonable de por qué ha estado rondando Pemberheath con los Haversham, ¿no es así, ChanYeol?
Este se derrumbó:
—Le juro por mi difunta madre que he hecho cuanto he podido —se excusó hastiado. Jungkook arqueó una ceja ante el comentario de su secretario, de natural bastante apático. ChanYeol miró con cautela a su señor. —Verá, milord, al fin, hoy ha parido la vaca, y los Haversham, que, como es lógico, se habían contagiado del entusiasmo de la señora por el inminente nacimiento, han seguido muy de cerca los progresos. Sin que yo lo supiese, ha mandado decir a lady Haversham esta mañana que, si de verdad le interesaba asistir al parto, algo en lo que, por lo visto, lady Darfield está muy versada, que viniese en seguida. Pues bien, lady Haversham ha venido y entre las dos han ayudado a la vaca lechera a tener un ternero sano, y ahora, naturalmente, lo están celebrando —señaló atemorizado.
—¡Naturalmente! —bramó Jungkook. —Como me estés diciendo lo que creo que me estás diciendo, me voy a pensar seriamente el mandarte en el La Belle como grumete la semana que viene.
—He hecho cuanto he podido, milord —gruñó Sebastian— pero ella es... muy voluntariosa a veces, y lo cierto es que disfruta tanto de los pequeños placeres de la vida que a uno se le hace verdaderamente difícil resistirse a ella...
—Dejando a un lado, por un momento, el hecho de que es marquesa y, por consiguiente, se espera que respete ciertas normas de conducta, confío en que no hayas pasado por alto que, además es una mujer joven. ¿Insinúas que no está en tus manos el evitar que una mujer joven vaya por ahí atendiendo a vacas parturientas y jugando a los dardos? —preguntó el marqués con mordacidad.
—O cambiando ruedas de carreta —musitó el hombre compungido.
Jungkook apretó con fuerza la mandíbula para no estallar.
La angustia de ChanYeol era patente. Su secretario, que llevaba con él toda la vida, que siempre había sido tan condenadamente imperturbable, estaba diciéndole ¡que no había sido capaz de controlar a una jovencita! Suspiró y trató de ser un poco compasivo.
A fin de cuentas, SooHyo era una niña malcriada.
Nadie lo sabía mejor que él.
—Quiero verla inmediatamente después de desayunar, ChanYeol. ¿Crees que podrás
persuadirla para que me complazca en eso?
ChanYeol suspiró hondo.
—Sin duda, lo intentaré, milord —murmuro descorazonado.
El marqués hizo un gesto brusco con la cabeza.
—Y ahora, si me disculpas, me gustaría bañarme y acostarme —espetó, y salió del despacho.
Una vez solo, el secretario apuró su oporto y se dejó caer agotado en los cojines de su silla.
Cuando Jungkook puso el pie en el último peldaño de las escaleras, le pareció oír una risa contenida. Se detuvo en seco y escuchó un instante, pero no oyó nada.
Meneando la cabeza, enfiló el camino a sus aposentos, y entonces volvió a oírlo: provenía de la biblioteca que tenía justo delante. Escuchó detenidamente y pudo oír unas risas femeninas tras la robusta puerta de roble. Por lo visto, la niña malcriada había organizado una velada allí.
Impulsivamente llamó con los nudillos.
Se hizo el silencio, luego se oyó el frufrú de un vestido. Cada vez más furioso, llamó con mayor vehemencia. La puerta se abrió un poco, sólo una rendija, y SooHyo asomó por ella con sus risueños ojos violeta y una sonrisa en los labios que se esfumó de inmediato al verlo a él.
—¿Te lo estás pasando bien? —le preguntó él con frialdad.
La joven pestañeó sorprendida.
—Eh…, bueno, sí... gracias. No... no... te esperábamos.
—Eso es evidente —observó él con sarcasmo, e introdujo el pie entre la puerta y el marco.
—¿Se te ofrece algo? —preguntó ella con cautela.
—Tú y yo vamos a tener una charla por la mañana, señorita —respondió cortante.
—¡Ah, muy bien! —dijo ella cortésmente, luego sonrió encantadora. Tan potente era el efecto de aquella sonrisa en él que igual podía haberle dado un puñetazo en el estómago.
Jungkook tragó saliva y se asomó un poco, intentando averiguar con quién estaba. Apoyó la mano en la puerta y empujó levemente, pero SooHyo mantuvo su posición.
—¿Qué estás haciendo? —quiso saber.
SooHyo miró un instante por encima de su hombro, luego se volvió a él y lo miró de nuevo.
—Nada de interés. Estamos cosiendo.
—¿Quiénes «estamos»? —preguntó Jungkook mientras volvía a empujar, esa vez logrando abrir la puerta un poco más. SooHyo retrocedió un paso, pero no se retiró de la puerta.
—Pues está... está Jessica. Sí, Jessica. Y también lady Haversham. Y luego hemos invitado a la cocinera... —rió nerviosa.
«¿A la cocinera?»
Atónito, Jungkook logró interponer un hombro entre la puerta y el marco y se asomó dentro.
Lo sorprendió inmensamente lo que encontró allí. Jessica estaba sentada con las piernas cruzadas en un butacón, con la cabeza inclinada sobre su labor de costura, como si fuese de lo más normal que una doncella pasara el rato ociosa con su señora.
Para mayor sorpresa, lady Haversham estaba sentada a una mesa, y la mujer de anchas espaldas que estaba apostada frente a ella era nada más y nada menos que la cocinera.
La antigua biblioteca se había reconvertido en salón, y parecía que por allí hubiese pasado un huracán.
Había papeles, libros y revistas esparcidos por todas las superficies imaginables. En el suelo, junto al sofá verde, había un costurero abierto cuyo contenido rebosaba. Había cojines tirados el suelo y al menos una docena de velas iluminaban titilantes la estancia. Dos jarrones atestados de flores de invernadero adornaban una mesita baja situada entre las sillas. Aquella estancia tenía un algo tan femenino que no quiso entrar; le parecía casi un sanctasanctórum. Fin vez de ello, saludó secamente a lady Haversham con la cabeza.
—¡Lord Darfield! Debo decir que ya casi empezaba a dudar de que fuera a volver con su encantadora esposa —le gritó, y lo saludo agitando un pañuelo.
—Como puede ver, señora, he vuelto —espetó él, luego miró a SooHyo. Sus ojos violeta centelleaban como si ocultase algún secreto maravilloso.
—Espero hablar contigo mañana inmediatamente después del desayuno —le dijo muy seco.
—Sí, eso ya me lo has dicho —le contestó ella amablemente. Jungkook echó un vistazo otra vez al salón, luego se despidió con una sacudida brusca de la cabeza y retrocedió. En un momento de duda, cambió de pronto de opinión y volvió a acercarse con la intención de comunicarle exactamente a qué hora quería verla, pero ella cerró la puerta tan de prisa que le dio con ella en las narices.
—¡Maldita sea! —masculló furioso, frotándose la frente. Se oyeron carcajadas al otro lado de la hoja, y Jungkook alzó la cabeza de pronto, creyendo sin motivo que aquellas mujeres se reían de él.— ¡Maldita sea! —volvió a mascullar mientras recorría el pasillo en dirección a su cuarto.
°••°
ℙ𝕖𝕣𝕤𝕠𝕟𝕒𝕛𝕖𝕤 𝕕𝕖 𝕖𝕤𝕥𝕖 𝕔𝕒𝕡í𝕥𝕦𝕝𝕠:
Harry: el perro de SooHyo.
MinMi: una de las primas de SooHyo.
Damon: asistente personal de Lord Darfield.
Galen Carrey (Galen): es el hijo de un primo del padre de Kang Soo , por lo que ellos son primos segundos.
°••°
NO LECTORES FANTASMAS ಠ﹏ಠ
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