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ℂ𝕒𝕡.7


Cuando llegaron al final del pasillo, la cogió por el codo y la introdujo en un cuartito desde el que se accedía a la capilla. SooHyo pudo ver el pequeño santuario y las cabezas de lord Hunt, ChanYeol y Jones volviéndose simultáneamente.

—Ya hemos llegado, señorita Kang. Aún puedes librarnos a los dos de esta locura —dijo Jungkook sin alterarse.

SooHyo estaba muy segura de que él no seguiría adelante con aquella tanto que lo miró y le susurró sonriente: —Ni lo sueñes, Jungkook.

Los ojos negros de Jungkook se nublaron como advirtiéndola de una inminente tormenta. Y, ciertamente, se preparaba una tormenta en su interior.

Le costaba creer la cara dura de aquella sinvergüenza. Él había sido lo más desagradable posible y ella seguía allí a su lado, con la melena cayéndole por los hombros, enfundada en un vestido ceñido de cuerpo y con su hermoso rostro reflejando mortificación. No se le ocurría qué podía llevarla a hacer algo así salvo su gran cabezonería.

Una cosa estaba clara: era una mujer obstinada, y eso ya no lo sorprendía.

Le agarró el codo con más fuerza y la llevó hasta el altar. Le había dado una última oportunidad antes de situarla al borde de la humillación, pero ella se negaba a ceder.

Seguramente se echaría atrás en cuanto comenzase la ceremonia, pero para entonces ya se habría humillado delante de lord Hunt y del vicario. Le estaba bien empleado, en su humilde opinión.

Contempló su rostro perfecto.

Ella miraba al altar, con los ojos violeta muy abiertos por una desazón que no podía ocultar. Jungkook suspiró hastiado y decidió intentar razonar con ella por última vez:

—Mírame —le pidió con dulzura.

SooHyo obedeció y su gesto reveló su indecisión. La miró con detenimiento, exploró su rostro con los ojos.

—Piensa en lo que estás a punto de hacer, porque esto no se puede deshacer fácilmente, ¿Estás segura de que esto es lo que quieres? —le preguntó sereno.

—Ya lo he pensado mucho..., toda una vida —respondió. Sintió la necesidad de sincerarse con él, pero la mirada de Jungkook se endureció antes de que pudiera decir nada más.

—Muy bien, Mira hacia allá. —SooHyo hizo lo que le pedía y le sorprendió ver al vicario frente a ellos. Qué raro, no se había percatado de su presencia hasta aquel preciso instante.— Adelante —le dijo Jungkook al hombre.

SooHyo miró perpleja al vicario, que empezó:

—Queridos hermanos, estamos aquí reunidos en presencia de Dios...

—¡Un momento! —gritó SooHyo , y apoyó la mano en el brazo de Jungkook; sus músculos de acero se tensaron por el contacto. La miró con visible impaciencia. Aquello no estaba bien, no estaba nada bien. De pronto se sintió muy inquieta y exploró sus gélidos ojos negros en busca de algo, cualquier indicio de que bromeaba. ¡No bromeaba! —¿En serio... nos vamos a...?

—Esto es una ceremonia de matrimonio, señorita Kang —dijo él con desenfado. SooHyo no podía creer lo que estaba oyendo. Jungkook no parecía tener intención de poner fin a aquella farsa, pero ella sabía que lo haría. ¡Tenía que hacerlo!

Miró histérica al oficiante, que muy oportunamente bajó la vista a su libro de oraciones.

Jungkook le miró la boca, luego a los ojos.

—Esto es lo que querías, ¿no? —le preguntó entre dientes.

—¡Sí! ¡No! A ver, Jungkook, claro que quiero casarme contigo, siempre he querido casarme contigo, pero así no —le susurró

—¿Qué esperabas? —se mofó él. —¿Una boda por todo lo alto en Londres? ¿Un evento del que hablase el Times? ¿El acontecimiento social de la Temporada? ¿Acaso crees que las condiciones de tu padre te permiten todo eso? —le replicó, furioso.

SooHyo se sintió de pronto aterrada. Aquel hombre no era en absoluto el que ella recordaba, sino un impostor en la piel de Jeon Jungkook, un hombre odioso que parecía tan resentido en aquel momento que seguramente podría estrangularla sin problemas.

—No sé muy bien qué esperaba, pero desde luego no era esto —le susurró ella con voz ronca.

—Te lo he advertido —murmuró él, furioso. —Ya sabes cómo detenerlo.

Confundida, la joven no supo parar. Su jueguecito se le había escapado de las manos. Por alguna razón inexplicable, estaba paralizada, consciente de que debía poner fin a aquello de inmediato, pero incapaz de hacerlo.

Jungkook miró con frialdad al vicario.

—Continúe, por favor, la señorita Kang puede meditar sus expectativas más tarde —sentenció con brusquedad. El religioso miró tímidamente a SooHyo , luego empezó de nuevo.

Atónita, SooHyo permaneció inmóvil, ida, mientras el vicario proseguía con la ceremonia y las promesas matrimoniales, a la espera de que Jungkook pusiera fin a aquella absurda farsa.

Apenas consciente de qué respondía, musitó algo incoherente cuando el sacerdote le preguntó, y Jungkook, a su lado, hizo lo mismo. Al oír las horripilantes palabras:

«marido y mujer»

SooHyo creyó que iba a desmayarse.

Antes de que lo hiciera, el brazo de Jungkook le rodeó la cintura y la estrechó contra su pecho , luego la besó suavemente en la boca.

El tacto íntimo de sus labios tiernos en los de ella la dejaron sin sentido. Un extraño y excitante ardor le recorrió la espalda. Cuando Jungkook levantó la cabeza, le dio la clara impresión de que su mirada era más tierna. A juzgar por el modo en que la miraba, estaba convencida de que también él había sentido aquel ardor.

Claro que, si eso era cierto, sería la última en enterarse.

La soltó de inmediato, dio media vuelta y salió de la capilla. SooHyo lo observó, horrorizada.

ChanYeol y Jones intercambiaron una mirada y menearon la cabeza con tristeza; Nam contempló con odio al vicario a falta de un blanco mejor.

SooHyo , que se había dormido llorando, despertó a la mañana siguiente con un terrible dolor de cabeza.

En cuanto fue consciente de dónde se encontraba, la tristeza se apoderó de ella.

Estaba en casa de él. Por desgracia, nada había cambiado durante la noche, de modo que tendría que pedirle que la devolviese a América. A él le bastaba con la condenada dote y la liquidación de las deudas del capitán. Podía quedárselo todo, que ella jamás llamaría de nuevo a su puerta, ni volvería a mentar su nombre.

No sería difícil persuadir al vicario para que olvidase la "ceremonia" de la noche anterior.

De mala gana, se levantó y buscó entre sus cosas un vestido sencillo. Al poco la sobresaltó una mujer joven de pelo rubio que asomaba por debajo de una cofia. La doncella parecía igual de sorprendida y en seguida le hizo una reverencia.

—Dueños días, señora. No esperaba que estuviese despierta tan temprano. Me llamo Kim Jessica , pero dígame cómo más le acomode. Me han ordenado que le sirva —dijo nerviosa.

SooHyo nunca había tenido sirvientes, y aquello la incomodó.

—Buenos días, Jess. ¿Serías tan amable de abrocharme estos botones y después indicarme cómo llegar al salón de los desayunos? —le propuso SooHyo con idéntico nerviosismo.

—Claro, señora. —Jessica se apresuró a abrocharle el vestido. —Si me lo permite, señora, es usted más joven de lo que imaginaba. Cuando nos enteramos de que lord Darfield iba a casarse, ¡cielos!, no nos lo podíamos creer, jamás me ha parecido de los que se casan. Lleva solo tantos años, ¿sabe?, y siempre prefiere el mar —espetó Jessica.

Le dio un golpecito en la espalda a SooHyo para indicarle que ya había terminado. —el señor Bang SeeMin casi me había convencido de que era usted poco agraciada —prosiguió mientras se acercaba a la cama para retirar las sábanas. —Me dijo que mi señor no se casaría salvo por dinero, y sólo las damas poco agraciadas tienen dinero. La verdad, no sé por qué le hago caso.

—¿Bang? —A la vez que se preguntaba qué necio llegaría a una conclusión tan ridícula,
pensó que el nombre le resultaba familiar.

—El el jardinero jefe, señora.

Al oír aquello, SooHyo se irguió. Nunca había disfrutado tanto como cuidando de su jardín en Virginia.

—¿El jardinero jefe? ¿Es que hay más de uno?

—Ah, si, por supuesto, señora. Hay tres, y también peones.

—¿Tres?

—Ésta es una casa grande, señora, con jardines grandes, sólo que no se ven con tanta nieve. En primavera, tendrá una vista preciosa desde su ventana. En invierno, Bang se mete en el invernadero. Si quiere, se lo enseño.

—Había pensado en desayunar con lord Darfield —repuso SooHyo tímidamente.

Más le valía hacer frente a su situación cuanto antes en lugar de explorar una finca que tenía intención de abandonar de inmediato, por magnífica que fuese.

—Ay, señora, el señor ya ha salido. Desayuna muy temprano cuando está en la casa; sale antes de que amanezca. —Jessica soltó una risita tontorrona. —A la cocinera no le gustan mucho las mañanas. Se pone muy nerviosa cuando llega él. Dice que desayunar tan temprano no es bueno para el organismo. Lleva toda la mañana protestando. No estaría tan enfadada si el señor no la hubiese despertado en plena noche para preguntarte dónde se guardaba el queso.

SooHyo no cayó en que Jungkook había pasado la noche en vela.

—¿Lord Darfield se ha marchado?

—Hace una hora, señora, con lord Hunt.

SooHyo se sintió muy decepcionada. Necesitaba urgentemente poner fin a aquel asunto tan feo. Al menos podía haberle dicho cuándo iban a tener ocasión de volver a hablar, si es que tenía intención de volver a hablar con ella. Jessi terminó de hacer la cama e, irguiéndose, miró detenidamente a SooHyo.

—Cielos, es usted muy hermosa, señora. ¡Lo sorprendido que se va a quedar Bang!

Azorada, SooHyo se encogió de hombros y se dirigió a la puerta.

Jessica se le adelantó animosa.

—Desharé sus baúles lo primero de todo —declaró mientras abría la puerta y le hacia un gesto para que pasase antes que ella.

El pasillo podía haber servido de salón de baile de lo ancho que era. El día anterior, SooHyo no había observado que era muy parecido al de la planta baja, con mesitas pequeñas y jarrones de flores recién cortadas a ambos lados. Abundaban también las pinturas, así como los artefactos de
épocas antiguas Jessica , que iba delante de ella, le señaló una puerta grande de roble al otro lado del descansillo.

—Ése es su salón, señora, y ésa es la biblioteca.

—¿La biblioteca? Creí que estaba abajo.

—Sí, señora, la biblioteca principal está abajo. Ésta es su biblioteca. —SooHyo miró perpleja a la doncella. —El señor ha ordenado que tenga usted sus propias habitaciones. Su biblioteca aún no tiene muchos libros, pero ChanYeol me ha dicho que puede comprar usted los que quiera. —La chica arrugó la nariz y le susurró: —las lecturas del señor son un poco complicadas para una dama, están en latín y cosas así.

A SooHyo le dio un vuelco el corazón. No debía preocuparse, al contrario, debía estar feliz. No quería estar con él, aunque le dolía que hubiese planificado una vida completamente independiente para ella. Pretendía que ella habitase la primera planta mientras él ocupaba la planta baja.

—Menudo arrogante —musitó.

Los ojos claros de Jessica se abrieron mucho cuando oyó aquel comentario.

—¿Cómo dice, señora?

—¿Supongo que debo comer y dormir aquí sola, como una prisionera? —inquino sin esforzarse por ocultar su amargura.

Las pálidas mejillas de Jessica se sonrojaron levemente.

—Bueno, no, señora. El comedor está en la planta baja y, como es lógico, los aposentos del señor están junto a los suyos.

Jessica no se esperaba aquello y, de pronto, recordó la puerta de su cuarto que daba a otro dormitorio.

¿Habría dormido Jungkook allí aquella noche mientras ella lloraba hasta caer rendida?

Apartó la mirada de inmediato y, con el fin de poder recomponerse, fingió examinar un valioso jarrón chino.

A veces era tan estupida...

¿Cómo no iban a estar los aposentos de él junto a los de ella?

Para eso sí que la quería. Buscaba el ayuntamiento carnal necesario para engendrar un heredero. Aparte de eso, no quería tener que ver con ella.

¿Cuándo exactamente debía esperar que eso sucediera?

¿Antes o después de que volviese a hablar con ella?

¿Irrumpiría en su cuarto alegando que también ella le pertenecía, como la casa, el cuarto y la puerta?

Mientras seguía a Jessica por la espléndida escalera de caracol hasta la planta baja, SooHyo tuvo que detenerse varias veces y pestañear para deshacerse de las lágrimas de frustración que le impedían ver dónde pisaba.

Delante de ella, Jessica cotorreaba, señalando aquí y allá para familiarizarla con el entorno. Sin embargo, no oía nada, la realidad de su triste situación la abrumaba tanto que no podía concentrarse.

Una vez en la planta baja, Jessi se acercó a la estancia del último rincón y, cuando SooHyo cruzó el umbral, la encontró ocupada en el aparador con Jones. ChanYeol , el secretario del diablo, estaba sentado a la mesa, sorbiendo una taza de té. El sol, que se colaba por una ventana, iluminaba el rincón.

Dominaba el centro de la sala una mesa grande y redonda, rodeada de cuatro sillas tapizadas de damasco amarillo, a juego con unos tulipanes recién cortados. El fuego calentaba la estancia desde la chimenea de mármol y, junto a una de las paredes, se había dispuesto un aparador lleno de comida.

Cualquier otra mañana, en cualesquiera otras circunstancias , SooHyo habría disfrutado en aquella sala tan acogedora.

Le alegró ver a ChanYeol ; al menos a él le preocupaba su bienestar. Había ido a verla un par de veces la noche anterior, y se había mostrado terriblemente preocupado cuando ella le había pedido que se fuera. Se dijo que debía ser fuerte y respiró hondo.

—Buenos días, señor Park—se obligó a decir.

Éste la recibió con una sonrisa sincera.

—¡Milady! La veo muy descansada de su largo viaje —señaló, eludiendo hábilmente cualquier alusión a su «boda» de la noche anterior y a su solitaria noche. —¿Quiere que Jones le sirva un poco de té?

—¿No habrá café?

—Ah, sí. Tengo entendido que los americanos prefieren el café —observó sonriente.

SooHyo se instaló al lado del secretario mientras el mayordomo le servía una taza de café, unas tostadas y un plato de fruta.

—El caso es que yo no soy americana, señor. He vivido allí algunos años, con mi tía, pero nací en Inglaterra, cerca de York.

—Perdóneme, señora —se disculpó Yeol. —Con su acento, se me olvida.

—Ah, es eso. Bueno, supongo que es porque llevaba muchos años sin venir a Inglaterra.

El hombre sonrió cortés mientras SooHyo bebía un sorbo de café caliente. Logró evitar la arcada; una cucharilla podría mantenerse en pie dentro de aquella taza. ChanYeol volvió a sonreír y despreocupadamente empezó a relatarle una anécdota sobre su sistema digestivo y el café de Oriente.

Al cabo de un rato, Soo ya había empezado a sentirse a gusto con el secretario e intercambiaba anécdotas con él.

—Jessica me ha dicho que lord Darfield va a pasar el día fuera... —inquirió como si nada.

El secretario miró de reojo a la espalda de Jones antes de responder.

—Se ha ido a Brighton —contestó con desaprobación. —No estará fuera más de uno o dos días.

¡A Brighton! A SooHyo le sorprendió su repentino enfado y, precisamente por ello, se disgustó aún más.

—¡No me dijo nada de que fuera a irse! —espetó. Pero lo había hecho, Le había dejado muy claro que se proponía vivir allí y dejarla en Blessing Park, pero ¿iba a marcharse sin siquiera un frio adiós o un merecido «te lo advertí»?

—El señor tiene un barco en el puerto de allí y algunos negocios que atender. Negocios
ineludibles —le aclaró ChanYeol.

SooHyo apartó el plato de fruta y se arrellanó en la silla, toqueteando sin darse cuenta la servilleta que tenía en el regazo. El que la hubiese abandonado al día siguiente de la boda la enfurecía.

Puede que la despreciase, pero que la dejase como a una fulana, sin mediar palabra, le parecía intolerable. ¡No sólo era un imbécil arrogante y esnob, sino también un libertino!

Hacia las diez, SooHyo se abrigó bien y salió a pasear. Tras analizar sus circunstancias, decidió que lo mejor que podía hacer era ignorar su condenada situación y seguir adelante como lo habría hecho en circunstancias normales.

No podía huir de aquella finca rural y embarcar para América; para eso tendría que esperar el regreso de su exaltado esposo. De momento, estaba atrapada en Blessing Park y, por consiguiente, debía procurar que su estancia allí fuera lo más placentera posible. El Diablo de Darfield no iba a tenerla recluida en una habitación, añorando a su tía.

Se serviría de los momentos más felices de su vida para soportar la situación; los vividos en América. Cuatro mujeres a cargo de una pequeña granja disfrutaban de una libertad que ninguna de ella habría tenido estando casada.

Pasaban los días trabajando, y las noches reunidas en torno al fuego, entretenidas con muy diversas actividades sencillas. No salían a divertirse, no iban a la ciudad a conocer a jóvenes solteros. Se limitaban a existir. En paz, en libertad y sin limitaciones. Si quería sobrevivir a aquella horrible situación, tendría que hacer lo mismo allí.

¿Por qué no?

El no estaría allí para impedírselo; además, por lo visto, le daba igual lo que hiciese con su tiempo.

SooHyo salió a la nieve que cubría la gran entrada circular, declinando ruborizada las propuestas de ayuda de diversos criados a los que parecía alarmarles el simple hecho de que saliese. Los tranquilizó a la vez que se presentaba y les preguntaba su nombre. Mirándose con recelo unos a otros, le contestaron de mala gana. Luego les pidió que le enseñaran el trabajo que hacían en la
finca.

A continuación entró en las cuadras, donde los mozos se miraron incómodos al verla acariciar a los caballos y acercarse a una vaca lechera preñada para darle una palmadita cariñosa en el vientre abultado.

Otros criados, que habían seguido a su nueva marquesa con gran curiosidad la convencieron de que no podían enseñarle los jardines de la finca debido a la nieve.

Además, se negaron en redondo a llevarla al invernadero cuando ella lo pidió, jurando que Bang les cortaría la cabeza si se atrevían a entrar siquiera.

Inmune al desaliento, SooHyo insistió en que después la llevasen a las perreras. El responsable de las mismas se quedó mirando, pasmado, cómo la marquesa hacía amistad con un perro de caza mutilado por una trampa.

El señor había ordenado que lo sacrificaran, le comentó el hombre, pero SooHyo descartó horrorizada la idea. El perro tullido no tardó en empezar a seguirla a todas partes y SooHyo incluso llegó a anunciar que el perro se llamaría Harry en honor a un marinero de andares parecidos que ella había conocido.

Ante semejante declaración, el responsable de la perrera le lanzó una mirada desesperada al mozo de cuadra. Jungkook jamás, en ninguna circunstancia, le había puesto nombre a sus perros.

Tras pasar la mañana con los animales y con un grupo de sirvientes encantados pero confusos, la joven decidió visitar el invernadero por su cuenta. Se rió de sus advertencias y, con un gesto desenfadado y la promesa de regresar (viva, les aseguró), se dispuso a cruzar la inmensa extensión de un espléndido paisaje invernal que, sin duda, escondía los jardines.

Parecía ocupar varios acres.

Un muro alto de arbustos recortados en forma de diversas figuras bordeaba todo el jardín.

Amplios senderos permitían el acceso entre parcelas perfectamente arregladas. Al fondo, había dos grandes extensiones de césped con bancos de hierro que acotaban su perímetro. SooHyo estaba segura de no haber visto en su vida algo tan magnífico e imaginó que debía de ser espectacular en plena floración.

Exclamó satisfecha al entrar en el invernadero.

La recibió una explosión de color: rosas en flor, margaritas, geranios, gardenias y tulipanes por todas partes. Tremendamente complacida, SooHyo acarició un pétalo de una rosa de un blanco prístino.

—¡Eh, tú, no toquetees mis rosas! —bramó una voz grave.

Al volverse, SooHyo se encontró con uno de los hombres más grandes y más feos que había visto en su vida.

Tenía una gruesa mata de pelo cano en lo alto de su enorme cabeza. Sus ojos redondos y pequeños la miraron furiosos entre numerosas arrugas. Tenía la nariz muy desfigurada, y los labios gruesos y húmedos. Sus manos, apoyadas en la pala que tenía delante, eran descomunales. La camisa y el chaleco estaban a punto de reventarle por la presión de su inmenso pecho y su enorme barriga.

SooHyo lo reconoció de inmediato; recordaba con mucho cariño al primer compañero de su padre. Siempre había tenido una apariencia severa, pero un corazón tan grande como el océano.

—¡Bang! —gritó contenta y lo abrazó con vehemencia.

Sorprendido, éste dejó caer la pala y retrocedió tambaleándose.

—¡Venga ya! —protestó él, zafándose de SooHyo.

—Bang, ¿no me reconoces? ¡Soy SooHyo!

—¿Quién? —Le escudriñó la cara, luego, muy despacio, una sonrisa poco habitual empezó a dibujarse en sus labios—. Pero ¿cómo? ¿La pequeña Soo? ¿El terror de altamar?

Riendo, ella asintió enérgicamente con la cabeza.

—¡La misma! ¡Ay, Bang, cuánto me alegra volver a verte!

Un rubor fue instalándose poco a poco en las mejillas rollizas del jardinero.

—¿No serás tú la que se ha casado con lord Darfield? —preguntó vacilante.

SooHyo se estremeció.

—Eh... Bueno... En realidad, sí —confesó con toda la alegría de que fue capaz.

—Vaya. He oído decir que se casaba, pero no tenía ni idea de que... —Observó pensativo. —
Jamás pensé que fuera a ser testigo de algo así. No, señor, en mi vida lo habría imaginado —se maravilló, riendo. —Cuando no eras más que una cría, al marqués no le importabas nada. Siempre andabas detrás de él. Creo que, si tu padre no te hubiera bajado del barco, ¡el pobre hombre habría terminado saltando por la borda! —Rió.

La joven notó que se sonrojaba de vergüenza. Que le confirmaran que él la había detestado, aún entonces, le resultaba humillante.

—¡Eso fue hace mucho tiempo! —declaró con voz temblorosa.

—Sí, ciertamente. Mírate ahora, muchacha. ¡Io más hermoso que he visto nunca! —señaló con cariño. Luego su gesto se tornó sombrío. —Ahora bien, señorita SooHyo, yo no trabajo de sol a sol para que llegues tú y me estropees las flores toqueteándolas.

—Lo siento mucho, Bang, ¡es que son tan bonitas...! —exclamó SooHyo.

Las mejillas carnosas del hombre se agitaron como la gelatina cuando meneó la cabeza para expresar su absoluto desacuerdo.

—Me da igual que seas la reina de Inglaterra, ¡no puedes tocar mis flores sin permiso!

SooHyo no pudo evitar sonreír de oreja a oreja. Siempre había admirado a aquel viejo cascarrabias, y su tenaz protección de los jardines era algo que entendía muy bien.

—No volveré a tocarte las flores sin permiso, Bang —le concedió ella.

—Más te vale no hacerlo —murmuró él y pasó por delante de ella para examinar la rosa que había tocado. Satisfecho al ver que no se había estropeado, se volvió y le echó un vistazo de arriba abajo. —¿De modo que ahora eres la marquesa?

—Supongo.

—No me lo esperaba.

—Ya me lo has dicho.

Bang alzó una enjuta ceja cana.

—¿Aún sabes hacer tallas?

—Hace mucho que no lo hago, pero no creo que se me haya olvidado. ¿Y tú, aún sabes? —lo pinchó.

Bang frunció el cejo.

—Pues claro —refunfuñó, luego cogió la pala y empezó a avanzar por el pasillo de gravilla.
SooHyo lo siguió de cerca.

—¿Sabes, Bang? Yo podría ayudarte aquí —sugirió esperanzada mientras se detenía a examinar las hojas pálidas de una hiedra que colgaba del techo.

—Aquí no dejo entrar a nadie. MinHo y SeoJung llevan mucho tiempo conmigo —se apresuró aresponder.

—Tendré mucho cuidado. Tengo experiencia, ya lo sabes. Tuve un jardín bastante grande... Bueno, no tan grande como éste, claro, pero grande para el estándar de Virginia. También estaba precioso.

Bang descansó el peso de su cuerpo en una sola cadera y apoyó sus grandes manos en la pala.

—Virginia no tiene el mismo clima. Aquí se cultivan las rosas casi todo el año. Son de una variedad muy resistente y no voy a permitir que ningún aprendiz las debilite.

—Claro que no —concedió alegre.

—No son fáciles de cultivar. Cuesta trabajo.

—Por supuesto. Mucho trabajo.

—Tampoco se puede hacer a ratos. Hay que tener constancia.

—Si , naturalmente. Hay que ser muy constante. Llueva o haga sol, necesitan sus cuidados.

Bang se rascó la espesa mata de pelo cano mientras la miraba.

—Bueno —gruñó. —Igual te dejo que vengas a verme, pero tendrás que hacer lo que te digamos SeoJung y yo. Y no le hagas ni caso a MinHo ; es tan simple que vete a saber qué te pedirá que hagas.

—Lo prometo —dijo SooHyo con una sonrisa de oreja a oreja. La aspereza del semblante de Bang se desvaneció y él se irguió.

—Tengo que trabajar. No toques nada, ¿eh? —murmuró mientras se alejaba.

SooHyo sonrió a aquella inmensa espalda que se alejaba y, contenta, empezó a explorar todo el invernadero, con muchísimo cuidado de no tocar nada, era consciente de que Bang la observaba de cerca, como lo había hecho a bordo del barco de su padre durante tantos años, sin decir nunca una palabra.

Cuando SooHyo al fin decidió volver a la casa, el jardinero apareció de pronto a la puerta del invernadero y le plantó delante una rosa blanca.

—Toma —dijo, luego se alejó.

SooHyo sonrió cariñosa mientras la olía.

Aquel aroma celestial le produjo un efecto sedante. Allí dentro, podía olvidar sus circunstancias, olvidar que Jungkook, por lo visto, la había detestado incluso de niña.

Pero no quería pensar en eso.

Se había organizado el día para no tener que pensar en él y, de momento, le había ido muy bien. No iba a empezar de repente.

Colocándose la rosa detrás de la oreja, volvió a la casa, decidida a redecorar aquella horrenda estancia a la que llamaban salón.

○°••°○

ℙ𝕖𝕣𝕤𝕠𝕟𝕒𝕛𝕖𝕤 𝕕𝕖 𝕖𝕤𝕥𝕖 𝕔𝕒𝕡í𝕥𝕦𝕝𝕠:

Kim Jessica (Jessica, Jessi o Jess): empleada de la mansión y asignada a ser la dama de compañía o doncella de SooHyo.

Bang SeeMin (Bang): mencionado en el prólogo, es un ex marinero de la tripulación del señor Kang y su primer compañero. Fue acogido por Darfield en su mansión luego de que el señor Kang falleciera y su tripulación se desintegrara. Su pasión es la jardinería a pesar de ser un gran y tosco hombre.

Park SeoJung (Park): otro tripulante del Dancing Maiden, y compañero de camarote de Jungkook.

Cho MinHo (Cho): tercer compañero de camarote Jungkook mientras abordaban el Dancing Maiden.

°••°

NO LECTORES FANTASMAS ಠ⁠﹏⁠ಠ

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