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ℂ𝕒𝕡.6

Jungkook cerró la puerta a su espalda y se quedo un buen rato con la mano en el pomo de bronce, esperando poder controlar aquellos sentimientos encontrados al tiempo que disfrutaba del sabor de SooHyo en sus labios.

¡Pensaba que sería una solterona fea!

¡Una niña malcriada, sucia y harapienta!

No una mujer así.

Furioso consigo mismo, Jungkook se dirigió al aparador, se sirvió una copa generosa de whisky y la apuró en dos tragos. Soo estaba absolutamente radiante, muchísimo más de lo que él podía haber soñado.

«Muy bien, Jungkook. Primero la aplastas y luego te enamoras de ella. Estupendo»

Se volvió bruscamente y se acercó a la repisa de la chimenea, pensativo. No podía olvidar la mirada de ella cuando le había dicho que no la quería en absoluto. Su sonrisa contagiosa y la chispa de sus ojos se habían esfumado de inmediato, y pensó que en su vida había visto una mirada más abatida. Pero estaba decidido a no sentir pena ni afecto por ella. Estaba resuelto a disuadirla de aquel absurdo matrimonio.

¿Por qué demonios tenía que ser tan hermosa?

Agarró sin darse cuenta el respaldo de una butaca orejera de piel y miró furioso el vaso vacio.

Las circunstancias eran detestables en el mejor de los casos y repugnantes en todos los sentidos. Desde el día en que había recibido los papeles del abogado de Kang , el señor Kim* , lo habían mortificado el resentimiento y la furia.

La carta del señor Kim dejaba bien claro que, si Jungkook se negaba a colaborar, incumpliría un contrato mercantil, y medio Londres lo demandaría. Además, Kang SooHyo perdería hasta el último penique que su padre le había dejado; todo, salvo una exigua pensión, se destinaría a la liquidación de sus deudas.

Jungkook habría podido vivir con ambas cosas. Estaba convencido de que, si recurría aquel absurdo acuerdo en los tribunales, conseguiría hacerse valer. Si aquella pequeña bestia perdía su dinero, lo sentiría mucho ; ya le ofrecería una suma razonable para que pudiese al menos vivir holgadamente el resto de su vida.

Lo que lo desesperaba era que, en el intento de resolver aquel enredo, podría perder el hogar de sus ancestros. No podía volver a arrastrar por el barro el buen nombre de su familia.

Además, Kang se había asociado con algunos de los hombres de negocios más influyentes de Inglaterra. Si, al incumplir el contrato, Jungkook les provocaba pérdidas, los daños que sufriría él, aunque triunfara en los tribunales, serían irreparables. Nadie querría hacer negocios con él; lo rehuirían y su poderosa compañía naviera quebraría. Se convertiría en un marginado social... otra vez. En resumen, más le valdría salir de Inglaterra y empezar de cero en otra parte.

Frunció el cejo al recordar que sus propios abogados le habían confirmado la interpretación que Kim había hecho de los documentos legales. La sangre aún le hervía de resentimiento. Desde el punto de vista racional, entendía que, a los diecinueve años, había firmado un documento legal vinculante, perfectamente consciente de lo que hacía, aunque no de las consecuencias.

También entendía que su padre se había asegurado de que Jungkook pagaba durante toda su vida. No esperaba menos del viejo, pero no de Kang. Sólo se le ocurría que el capitán no le hubiese hablado de la deuda para que se viera obligado a casarse con la niña malcriada.

Luego había intentado endulzarlo con el atractivo de una dote sustanciosa, pero aquello no era ningún consuelo para Jungkook, que ni necesitaba ni quería el dinero de la joven. Se le hacía un nudo en el estómago sólo de pensarlo.

Sobrellevaría la situación. Viviría en su espaciosa casa de Brighton, cerca del mar, y dejaría que ella se pudriese en Blessing Park. A Min SoonGi no iba a gustarle, claro que últimamente nada le gustaba. No había forma de complacerla, y Jungkook sospechaba que jamás estaría satisfecha hasta que no llevase su apellido y tuviese una casa en Mayfair.

Aún no había considerado oportuno comunicarle a Min SoonGi que no tenía intención de casarse con ella, conclusión a la que había llegado mucho antes de recibir los documentos en los que se le exigía que contrajera matrimonio con la niña malcriada.

Para SooHyo sería, sin duda, un alivio casarse con un marqués. Su gratitud por rescatarla de una vida sombría y proporcionarle la protección de su título probablemente fuese tal que se propondría ser una buena esposa y darle muchos hijos.

Aceptaría los hijos, pero no quería tener nada más que ver con ella.

Se sirvió otro whisky y empezó a pasearse nervioso. A pesar de todo lo que se decía a sí mismo, no podía quitarse de la cabeza el recuerdo de aquellos preciosos ojos nublados por la confusión.

¿Qué demonios le pasaba?

¿Cómo esperaba que estuviese, contenta?

Era parte de su castigo, ¿no?

¿el precio que debía pagar por aquel engaño?

Sin embargo, por más que ella mereciese su desdén, no podía, de momento, reconciliar su imagen con ese sentimiento. Se acercó a las ventanas, corrió furioso las cortinas y se asomó, sin ver nada. Ni se inmutó cuando la puerta se abrió y volvió a cerrarse despacio.

—Parece que tu reunión no ha ido muy bien —comentó Nam , desenfadado.

La gruesa alfombra de Aubusson apagó el sonido de sus pasos al acercarse al aparador.

—¿Qué esperabas? —replicó Jungkook con frialdad.

Su amigo tuvo la prudencia de no responder y se sirvió un coñac.

—¿Y ahora qué? —dijo dando un trago y contemplando la espalda de Jungkook por encima del borde de su vaso, este se encogió de hombros.

—Me iré a Brighton y le pediré a SoonGi que venga conmigo —respondió indiferente, al tiempo que apoyaba un pie encima del alféizar interior de la ventana.

—Creo que hay algo que deberías saber, Jungkook. Esa muchacha no sabe nada del contrato. Gracias a Kang , cree que tú querías este matrimonio —le comunico el lord.

Jungkook gruñó escéptico.

—Esa niña malcriada sabe perfectamente lo que hizo su padre, Nam. No subestimes su habilidad para el engaño.

—No subestimes tú la de Kang , porque te aseguro que la engañó y mucho. Esa muchacha está enamorada de la imagen de un hombre que su padre creó de la nada. ¿Sabes que cree que le has estado enviando regalos estos últimos años? ¿Que le enviabas cartas a su padre reafirmándole tu devoción y tu deseo de casarte?

—En serio. Hunt , ¿de verdad crees que iba a tragarse una cosa así? —espetó Jungkook.

—Por mi honor que estoy convencido de que lo cree. Al menos deberías concederle el beneficio de la duda —respondió lord Hunt sin alterarse.

Jungkook lo miró furioso por encima del hombro.

—Me pregunto qué harías tú si te vieses en una situación similar.

—Confiaría en poder recordar que la muchacha ha viajado miles de millas para casarse con un hombre al que no ha visto desde que era una niña. Cree, o creía, que ese hombre la ama, y ha fantaseado con esa idea cuanto ha querido. —Tomó un sorbo de coñac. Jungkook, sin decir nada, volvió a darle la espalda. Nam suspiró hondo. —Bueno, como mínimo parece una muchacha agradable. No hay necesidad de tratarla mal.

Jungkook negó con la cabeza y, apartándose de la ventana, se acercó despacio a la chimenea, agitando distraído el whisky de su vaso

—No hay necesidad de tratarla de ninguna forma —dijo al cabo de un rato. —Aquí la atenderán bien mientras yo estoy en Brighton.

—Al menos podrías intentar conocerla. No es la niña malcriada de la que tú hablabas. A fin de cuentas, puede que algún día sea la madre de tu heredero.

Jungkook apuró su bebida, depositó el vaso vacío con fuerza en la repisa de la chimenea y se volvió furioso a Nam.

—No hace falta que me recuerdes eso —dijo, tirándose nervioso del cuello de la camisa.

De pronto, le faltaba el aire.

—No es del todo inconcebible que sea tan víctima de todo esto como tú —insistió Nam,
inmutable, mientras dejaba la copa.

Jungkook resopló con sarcasmo.

—Si atendiese a razones, dejaría de ser la victima indefensa que tú ves —murmuró enfadado antes de dirigirse furioso al rincón de la estancia y tirar de la campana.

—En realidad, no es asunto mío...

—Efectivamente.

Apareció Jones antes de que Nam pudiese responder.

—Jones, haz venir al vicario. Hoy. En seguida —bramó.

El mayordomo hizo una reverencia y salió de inmediato.

—¿Qué te propones? —preguntó lord Hunt, asustado.

—¿Que qué me propongo? Voy a casarme con ella. O al menos le haré creer que lo hago —gruñó Jungkook, dejándose caer sin ceremonias en un sillón de piel.

Nam lo miró con tal desaprobación que no pudo evitar preguntarse qué encantos femeninos se habían apoderado de su amigo tan pronto. ¡Por favor!, hacia apenas dos días ambos habían participado por igual de su desgracia. Bueno, en cuestión de horas, Nam podría tomar parte en su boda, o en lo que Jungkook confiaba que fuese suficiente para aterrar de por vida a aquella niña malcriada.

Sola en la alcoba a la que Jones la había llevado, SooHyo empezó a sentirse cada vez más abatida. Ansiaba el consuelo de su tía y sus primas, y fue presa de un ataque de nostalgia tan fuerte que la dejó dolorida.

Su tía la había obligado a ir allí, le había recordado que tenía una fortuna que cobrar y un hombre que la amaba esperando impaciente su llegada. En cuanto se habían recibido de las Indias los papeles y la noticia de la muerte de su padre, tía Lee la había subido al primer barco que salía de Newport. De haber sabido lo que le esperaba jamás la habría embarcado. Tía Lee creía que Jungkook la amaba.

Con los ojos llenos de lágrimas, maldijo el recuerdo del hombre al que tanto amaba. El verano que había pasado en el barco de su padre había sido uno de los más felices de su vida. Jungkook había sido bueno con ella y, según lo recordaba, había alimentado sus fantasías infantiles, salvo, claro está, por el incidente de la muñeca. El Jungkook al que ella recordaba con claridad y admiración vivas no era el Jungkook al que había conocido aquel día.

SooHyo se esforzó por no llorar, pero no lo consiguió.

¿Cuándo había dejado de amarla?

¿Por qué no se lo había dicho a su padre?

Sola en aquella inmensa estancia que le era completamente ajena, se tragó amargamente su fantasía. No sólo le había dejado bien claro que no la quería, sino que, además, le había dicho que la despreciaba.

Se sintió enfermar y, mientras yacía abatida en la cama, combatiendo las náuseas, reconoció a regañadientes que la culpa era de su propia ingenuidad.

Al fin se levantó de la cama y se acercó a la cómoda de bordes dorados. Se dejó caer en un banco forrado de seda y empezó a cepillarse el pelo con vehemencia.

«Me vuelvo a América. No hay otra solución»

Decidió con firmeza. Era lo mejor que podía hacer. Que se quedase Jungkook con la condenada dote, o los acreedores de su padre, quien la quisiera, pensó amargamente mientras contemplaba su pálido reflejo en el espejo.

Debía haber coincidido con él en que la situación era absurda, haberte dado las gracias por su amabilidad y haber seguido con su vida. Pero no, tenía que enfadarse y negarse tercamente a ceder. Ya más tranquila, se dio cuenta de que no podía casarse con un hombre que tanto lamentaba su presencia, ni siquiera por su padre, que Dios tuviera en su gloria.

Una rápida sucesión de golpes en la puerta la sobresaltó. Sin soltar el cepillo, se preguntó si debía responder, pero, antes de que pudiese reaccionar, la puerta se abrió y entró por ella el mismísimo diablo.

SooHyo se levantó como un resorte, soltando el cepillo.

—Perdona, pero...

—Perdón concedido —soltó él como si nada mientras cruzaba la estancia y recogía el cepillo del suelo.

El corazón le latía de forma errática y, durante un instante de locura, no supo bien si se debía a la conducta poco caballerosa de Jungkook o a su intenso magnetismo.

—Pero... ¿qué te has creído? ¿Cómo te atreves a irrumpir aquí así? —casi le gritó.

—Soy el señor de esta casa. A mí no se me atrancan las puertas.

—¡La puerta no estaba atrancada! Estaba cerrada. Esperaba que tuvieses la decencia de...

—La decencia no es algo que me preocupe —declaró con una sonrisa diabólica. —Esta es mi casa. Mi alcoba. Mi puerta. Si quiero, entro. —Dicho esto, dejó el cepillo en la cómoda, se puso en jarras y la miró con detenimiento.

El pelo oscuro y rizado le caía por los hombros, contrastando fuertemente con su pálido semblante y el indicio indiscutible de que había llorado. Era exactamente lo que quería. Estaba a punto de capturar a su presa, e ignoró el hecho de que ésta era una gatita. —¿Y bien? ¿Has pensado en lo que te he dicho?

SooHyo se cruzó de brazos en actitud defensiva.

«Pues claro que he pensado en ello, imbécil.»

—No —dijo con voz áspera.

Jungkook arqueó una ceja con escepticismo mientras se acercaba desenfadadamente a uno de los baúles de SooHyo y miraba dentro.

—¿Cuánto tiempo necesitas? ¿Una hora?

Las buenas intenciones de la joven se esfumaron en aquel instante. Estaba intimidándola, tratando de obligarla a casarse, y había logrado provocar en ella una cabezonería que nunca antes había experimentado. Entrecerró los ojos.

—Con cinco minutos me basta. —Se dirigió al baúl junto al que se encontraba él y, con el pie, bajó la tapa.

Jungkook la miró ceñudo. De momento, su intento de amedrentada no estaba produciendo el impacto deseado en la gatita.

—Entonces se te ha acabado el tiempo. O aceptas poner fin a esta abominación ahora mismo o te casas conmigo. Esta misma noche.

SooHyo se limitó a encogerse de hombros.

—¿Y bien? —inquirió él con creciente irritación.

—No me voy a echar atrás.

A Jungkook le dio un vuelco el corazón.

—Pues ven conmigo. El vicario espera —le dijo socarrón y casi sonrió triunfante al verla
palidecer.

¿El vicario?

SooHyo quería darse un puntapié por cabezota.

—No... no, aún no...

—Sí, ahora mismo. Vamos —añadió, alargando el brazo para cogerla de la mano.

SooHyo retrocedió en seguida, negando con la cabeza.

—No... ¿no ves que tengo que cambiarme? ¡Tengo que cambiarme! No puedo casarme con este vestido. —Miró nerviosa a su alrededor.

Él no pudo reprimir una sonrisa. Como había supuesto, la amenaza de una ceremonia real la aterraba.

—Te doy quince minutos. Me da igual que acudas como viniste al mundo. Dentro de quince minutos, te vienes a la capilla, ¿entendido? —SooHyo lo miró con los ojos muy abiertos y asintió despacio con la cabeza.

El marqués salió de la habitación dando un portazo, luego, sonriendo para sí, recorrió el pasillo hasta su cuarto. Para rematar la hazaña, pensó, podía plantarse a la puerta de la habitación de SooHyo en quince minutos vestido con sus mejores galas. Si no se equivocaba, a primera hora de la mañana siguiente, estaría subiendo a un coche a la niña malcriada.

Mientras Jungkook se cambiaba, SooHyo se quedó mirando el vestido azul pálido que había sacado del baúl. Estaba arrugado y le faltaban unas cuantas perlitas, pero era el vestido de boda que SeuMi le había hecho, y por Dios que se lo iba a poner.

Ese hombre, ese diablo, no quería casarse con ella y, en aquel mismo instante, habría apostado todo lo que tenía a que no iba a seguir adelante con la boda. Se proponía asustarla y, aunque estaba consiguiéndolo, sin la menor duda, iba a seguirle el juego.

Pero, ¿y si estaba equivocada?

No estaba errada, seguro que no. Se quitó la bata de prisa y se enfundó la prenda. Habría sido un extraordinario vestido de boda: un corpiño de corte bajo decorado con perlas diminutas, muy ceñido, y la falda plisada por detrás.

SooHyo se peleó con los botones y descubrió, demasiado tarde, que no podía abrochárselos todos ella sola. Se encogió de hombros y buscó los zapatos a juego con el vestido. Daba igual. No se iba a casar, ni con aquel vestido ni con ningún otra. Él la detestaba.

No le había dado tiempo a hacerse nada en el pelo cuando volvieron a aporrear la puerta, que luego se abrió de par en par. No sólo era un ogro, sino que además era de lo más grosero, pensó SooHyo , de pronto alerta.

No estaba preparada para lo que vio: vestido con un formal traje negro con chaleco de satén blanco nieve estaba aún más imposiblemente guapo que antes. Un sentimiento de pesar se apoderó de ella mientras contemplaba aquellos rasgos magníficos, lo único en lo que habían acertado ella y sus primas era en su aspecto físico. Era, sin la menor duda, el hombre más guapo que había visto en toda su vida.

En ese mismo instante, aun viéndola fruncir el cejo, Jungkook pensó que habría sido una novia sensacional. Pero no la suya, y no aquella noche. Se apoyó sin cuidado en el marco de la puerta, cruzado de brazos, y estudió su esbelta figura.

Era una mujer preciosa, eso no podía negarlo. Lástima. En otro lugar y en otro momento habría apreciado mucho su belleza, pero entonces lo único que le interesaba era su rechazo del acuerdo.

—¿Y bien? El vicario espera.

—Perfecto —dijo ella sin inmutarse y salió de la habitación, pasando por delante de él envuelta en una nube de azul pálido y perfume de lilas. Jungkook estuvo a punto de soltar una carcajada al ver que llevaba el vestido sólo medio abotonado por la espalda.

Le puso una mano en el hombro. Ella se volvió aterrada. El la retiró de inmediato.

—¿No te abrochas? —dijo sin más.

SooHyo frunció el cejo.

—Lo siento, pero no me he traído doncella. Si lo hubiese hecho, seguramente la habrías
despachado de inmediato. No quieres responsabilidades con una bandada de parientes o familiares.

Jungkook rió y le hizo un gesto para que se volviese. SooHyo no lo iba a tolerar y negó vehementemente con la cabeza. Él la ignoró, le puso las manos en los hombros y la obligó a volverse.

—No temas por tu buen nombre, señorita Kang. Te voy a abrochar el vestido, no a desabrochártelo. Dudo que tu bandada de parientes americanos se entere de este pequeño episodio —dijo mientras le abotonaba de prisa el vestido.

La suave caricia de los dedos de Jungkook en su espalda le produjo un cosquilleo estremecedor, pero SooHyo se mordió el labio inferior y aguantó.

El tenía razón: no podía plantarse delante del vicario ni de nadie con el vestido medio desabrochado y, como sus primas no estaban allí para ayudarla, iba a tener que permitirle aquella indiscreción. Le sorprendió la agilidad con que
abrochaba aquella fila de botones diminutos , y se preguntó sin querer cuántas veces habría realizado la operación contraria con el vestido de una mujer.

En cuanto terminó, se alejó de él de un brinco, yendo a parar casi al extremo opuesto del pasillo. Jungkook le señaló la espléndida escalera de caracol, y ella caminó briosa para evitar cualquier otro contacto aunque él le pisaba los talones.

—Tú tienes la culpa —observó él con indiferencia. —Si aceptaras poner fin a este absurdo, no habría necesidad de que salieses corriendo de tu cuarto medio vestida.

Se agarrotó.

—¡Yo no he salido corriendo de mi cuarto medio vestida! Por si no te acuerdas, has sido tú el que ha dicho que me dabas quince minutos. No soy yo la que se comporta de forma irracional, sino tú.

—No seas ridícula. Ya te he explicado que tengo las manos atadas. Tú eres la única que puede poner fin a esta locura, pero te niegas a hacerlo. Al parecer, sigues siendo tan tozuda como de niña —le replicó.

SooHyo alzó La barbilla y se negó a contestar mientras bajaban a toda prisa la escalera. En el vestíbulo, se disponía a enfilar el pasillo por el que había ido antes, pero él la detuvo poniéndole una mano a la cintura.

—Señorita SooHyo —dijo. Sobresaltada por el contacto íntimo de la mano firme de Jungkook en su cintura, SooHyo se detuvo y lo miró de mala gana. Con la cabeza, él le señaló en la dirección opuesta. —La capilla está por allá —le indicó muy seco mientras una sonrisa le asomaba a los labios.

La joven resopló exasperada y, dando media vuelta, inició la marcha en la dirección que él le indicaba.

—Para tu información, no soy ni he sido nunca tozuda —murmuró indignada mientras recorrían aprisa el pasillo uno al lado del otro. —Sin duda crees que cualquiera que no esté instantáneamente de acuerdo contigo es tozudo. Ya diste muestras de ello a bordo del Dancing Maiden.

—Yo de ti no empezaría a destacar mis supuestos defectos, porque tus ofensas superan notablemente las mías. Eras una niña imposible, caprichosa y muy indisciplinada.

Ella no había sido nada de eso y gruñó con desdén ante semejante invención. Sólo quería picarla. Pues iba a necesitar algo más que unas cuantas invenciones sobre su infancia para conseguir que sucumbiera a sus sucias estratagemas. Ni hablar. Si alguien llegase a rendirse, seria él.

°••°

ℙ𝕖𝕣𝕤𝕠𝕟𝕒𝕛𝕖𝕤 𝕕𝕖 𝕖𝕤𝕥𝕖 𝕔𝕒𝕡í𝕥𝕦𝕝𝕠:

*señor Kim. Kim BoGum: notario/abogado del señor o capitán Kang , padre de Kang SooHyo.

Se casaron y no nos invitaron , que vergüenza imnida.....


Soooooooo.... hasta aquí por hoooy..... nos leemos pronto nenas!!!

NO LECTORES FANTASMAS ಠ⁠﹏⁠ಠ

안녕히계세요 진구.💜

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