ℂ𝕒𝕡.39
Y esteeeee... es por hoy!! El día de mi cumple. Iba a hacer maratón pero aun no los termino de editar así qué lo haré después 🥺😔💜🛐
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Pestañeando muy rápido, SooHyo hizo una mueca por el terrible dolor de cabeza que se apoderó de ella cuando despertó al fin, después de haber nadado en la oscuridad durante lo que le había parecido una eternidad, la luz era escasa, poco más que un tenue resplandor en los recovecos de las tinieblas, pero había luz. Se humedeció los labios secos y agrietados mientras se centraba en esa claridad.
«¿Estoy soñando?», se preguntó. Tenía que estarlo; sólo eso podía explicar la imagen borrosa de Jungkook sentado en una silla a su lado, con los codos clavados en las rodillas y el rostro enterrado entre sus grandes manos. Un montón de pelo negro le caía por la cara, ocultándola de ella. Algo pasaba. Tenía que ser un sueño. Estaba helada. Volvió a humedecerse los labios y trató de enfocar la imagen de Jungkook.
—Frío —dijo con un hilillo de voz.
El alzó la cabeza de pronto y la miró con los ojos rojos
—¿SooHyo? —le susurró de forma casi inaudible.
—Tengo frío.
Su sueño la oyó entonces, desapareció de pronto y volvió a aparecer enseguida con una manta. Se la echó por encima con cuidado y se la remetió bien por debajo de las extremidades. Luego se arrodilló a su lado.
El sueño no hablaba, pero sus labios temblaban levemente mientras le acariciaba el pelo. Su mirada atormentada le recorrió el rostro y, finalmente, se instaló en sus ojos. SooHyo parpadeó, incapaz de enfocar bien, pero consciente de la intensa pena que lo apresaba.
—Un sueño —logró decir, más para sí que para él.
—No, cielo —dijo él con una extraña angustia en la voz.
La joven frunció un poco el cejo e hizo una mueca de dolor. ¿Qué le había ocurrido? ¿Por qué el Jungkook de su sueño estaba tan triste?
—¿Triste? —intentó preguntarle.
Su esposo le sostuvo la mirada un buen rato, con los ojos empañados luego espetó:
—Ya no. —Le acarició el pelo con ternura.
—Estás triste —repitió ella como una boba.
Él no respondió, se limitó a enterrar la cabeza entre las sábanas.
En medio de su ofuscamiento, SooHyo se sintió algo sorprendida. Bajo la manta extra, su cuerpo empezó a desprender calor y se sintió enajenada. Los párpados comenzaron a pesarle y, pestañeando por última vez, miró su pelo oscuro, el temblor de sus hombros anchos y se sumió de nuevo en la inconsciencia.
Tras unos instantes, Jungkook alzó despacio la cabeza y la miró. Había vuelto a quedarse traspuesta, pero él se sintió inmensamente aliviado. Con el dorso de la mano se limpió las lágrimas luego miró al techo plagado de molduras.
—Gracias, Señor —susurró.
Se recompuso y se sentó en la silla que llevaba cuatro días junto a la cama de ella. Estaba tan pálida que casi podía ver a través de su piel. En aquella cama inmensa se la veía pequeña y terriblemente vulnerable, como si la más suave brisa pudiese arrebatársela.
Pero la elevada fiebre había remitido al fin. El doctor Stephens le había dicho que quizá no despertara jamás, Le había advertido que, si la fiebre no remitía pronto, la infección de la profunda herida podía matarla. «Tiene que aguantar», se había dicho Jungkook. Así que se había quedado a su lado para instarla a luchar, a vivir. Durante los cuatro días en que había sido presa de la fiebre, él había llegado a pensar que jamás se recuperaría, pero había seguido hablándole, la había obligado a saber que la esperaba. Le había leído cartas de su familia, le había hablado de los lugares que había visto, y recordado momentos del poco tiempo que habían pasado juntos.
Incluso le había traído a Harry a su habitación, con la esperanza de que un lametón de su amigo en la cara la despertase. Todo había sido en balde, y el doctor Stephens había empezado a prepararlo para lo peor. Había dos posibilidades le había dicho: que se recuperara por completo de la profunda herida o que la infección se propagara. Y entonces moriría.
«No va a morir», había bramado Jungkook como un loco; hasta ChanYeol se había encogido. Jungkook no quería creer que fuera a morir. ¿Cómo iba a hacerlo? Si moría, su vida ya no tendría sentido. Ella lo era todo para él. Tenía que vivir. Tenía que saber cuánto la amaba. Tenía que volver a sonreír, tocar el violín. «Tenía que vivir.»
Y gracias a Dios había despertado, aunque sólo fuera brevemente. Los ojos volvieron a llenársele de lágrimas mientras contemplaba, allí sentado, aquel pequeño bulto bajo una montaña de mantas que era su SooHyo.
Tenía que vivir.
La intensa luz solar que entraba en la habitación la despertó. Abrió los ojos poco a poco e hizo una mueca de dolor, la claridad la atravesó y le produjo fuertes espasmos de dolor por toda la columna, si bien aquello no era nada comparado con el fuerte ardor que sentía en el costado.
—¿Me oye, señora?
Reconoció la voz de Jessica. No pudo responder de inmediato; tenía la garganta seca y tuvo que tragar saliva.
—Agua —logró decir con voz ronca.
La doncella la complació de inmediato, pasándole el brazo por debajo del cuello y ayudándola a incorporarse un poco para que pudiera beber. El dolor la atenazaba y apenas pudo tomar un par de sorbos.
—Duele —musitó.
El rostro de Sarah asomó por encima del suyo, ceñudo.
—Lo sé, lo sé. El doctor Stephens le dará láudano en cuanto la examine. Le aliviará el dolor —dijo con los ojos empañados. —¡Ay, señora, no sabe lo aliviados que estamos todos!
SooHyo escudriñó a su amiga y observó que tenía los ojos húmedos. Como los de Jungkook. Había soñado que estaba allí.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó con voz ronca.
La muchacha miró a otro lado.
—Iré a buscar al doctor Stephens. Quédese quieta —le susurró, luego se fue.
SooHyo se esforzó por ver el dosel de su cama e intentó concentrarse. Recordaba haberse vestido. Recordaba haber pensado lo bien que le habrían quedado sus pendientes de amatista con aquel vestido. Inexplicablemente, el recuerdo la hizo estremecerse.
—¡Lady Darfield, qué maravilla ver abiertos esos ojos violeta! —resonó una voz. Apareció sobre ella un rostro flaco con gafas y una sonrisa fruncida, y SooHyo identificó de inmediato al doctor Stephens.— Nos ha dado un buen susto, señora. ¿Ve mi dedo? Ah, muy bien. Sígalo con la vista, por favor. —Movió el dedo hacia un lado SooHyo hizo una mueca de dolor, hasta el más mínimo movimiento de los ojos le resultaba doloroso. —Muy bien, excelente. No se preocupe ahora, mejorará con el tiempo. Le voy a administrar un poco de láudano para que le alivie el dolor. —las manos del doctor le revolotearon por el torso, luego le presionaron el costado. Cuando le tocó la zona que le ardía, SooHyo lanzó una exclamación, y cerró los ojos, presa del dolor. —Una herida muy fea. Muy profunda, me temo. Tardará en curar bien. Me alegra comunicarle que no hay nada roto, pero puede que el láudano le dé dolor de cabeza.
—¿Una herida? —inquirió SooHyo de nuevo aterrada.
Volvió a aparecer la sonrisa fruncida del doctor Stephens que se recolocó las gafas sobre el puente de la nariz.
—¿Cómo se llama?
Su nombre lo recordaba bien.
—SooHyo
—¿Sabe dónde está?
¿Se había vuelto lelo?
—En Blessing Park —murmuró ella sin convicción.
—Sí, muy bien. ¿Recuerda cómo la hirieron?
Mientras pensaba en la respuesta, frunció el cejo, confundida. No recordaba más que haberse vestido, y negó despacio con la cabeza.
—La hirieron con una espada —anunció el doctor con toda naturalidad.
¿Una espada? ¿Qué estaba diciendo?
—No lo creo —murmuró sin fuerzas.
—¿Recuerda algo de aquella mañana? —volvió a preguntarle.
¿Qué mañana? Lo último que recordaba era haber estado en su vestidor.
—Me estaba vistiendo... —se interrumpió.
El médico frunció el cejo.
—Lady Darfield, ha sufrido una herida grave que tardará un tiempo en curar. Tendrá que hacer mucho reposo. Jessica, trae una taza de té —resonó.
¿Una herida grave? El pánico se apoderó de ella.
—¿Qué herida? —inquirió SooHyo con dificultad, e hizo un sonoro aspaviento al tocarse donde le ardía debajo del pecho.
El médico interrumpió sus cuidados para mirarla.
—Ahora necesita descansar.
Por el rabillo del ojo, SooHyo vio a la doncella echarle el láudano en el té e inclinarse para ayudarla a beberlo. Casi no podía tragar, pero el médico insistió.
—Está muy débil. Cuando vuelva a despertar, que tome algo de caldo —señaló.
El láudano le hizo efecto en seguida y pronto se le cerraron los ojos. La debilidad no era buena
para su bebé, pensó distraída mientras aquel cálido cosquilleo se propagaba por todo su ser.
El bebé. SooHyo abrió los ojos de golpe.
—¡Mi bebé! —dijo con voz áspera. Sarah y el doctor intercambiaron una mirada inequívoca de
tristeza. —¡Mi bebé! —Jessica se volvió de espaldas, con los ojos empañados; el doctor Stephens le cogió la mano.
—Tranquila, tranquila. No se altere. Todavía estaba de muy poco tiempo. Habrá muchas oportunidades de tener más hijos... —SooHyo no oyó nada más; le costaba asimilar su razonamiento.
Había perdido a su bebé.
Empezaron a caerle lágrimas por las mejillas y sintió un dolor en el pecho tan intenso como el del costado. Se esforzó por mantener los ojos abiertos; tenía que saber qué había ocurrido. Pero no pudo, por la fuerte dosis de láudano y se sumió en un sueño profundo, lamentando la pérdida de su hijo nonato.
El doctor Stephens la vio caer poco a poco y suspiró agotado al tiempo que se volvía hacia Jessica, que se limpiaba sin disimulos las lágrimas de la cara.
—Ánimo, muchacha. Tienes que asegurarte de que coma algo cuando despierte. Está muy débil. —se dirigió a la puerta, luego se volvió a mirar a SooHyo— Confiaba en poder ocultarle la noticia un poco más —confesó con tristeza, después se encogió de hombros y salió de la habitación.
Recorrió aprisa el pasillo, bajo la escalera y avanzó en silencio por la alfombra azul hasta el despacho del marqués. Llamó enérgicamente a la puerta y entró sin esperar respuesta.
Jungkook estaba sentado tras su escritorio, vestido con una camisa arrugada, por fuera de los pantalones y desabrochada del cuello. Llevaba el pelo revuelto y una barba de varios días le ensombrecía la barbilla y las mejillas demacradas. Se lo veía ojeroso y macilento. Parecía que llevase varios días sin dormir, y así era.
Cuando entró el facultativo, se levantó y rodeó el
escritorio.
Éste lo miró ceñudo.
—No sé cuál de los dos precisa más mis servicios —dijo con sequedad dirigiéndose al aparador.
—¿Cómo se encuentra? —quiso saber Jungkook.
—Está muy débil, pero lúcida. La fiebre ha remitido de momento, pero aún me preocupa la infección. Por lo visto, no recuerda nada del accidente; creo que el trauma le ha bloqueado la memoria.
—¿Lo recordará? —preguntó él, angustiada El doctor Stephens, pensativo, negó muy despacio con la cabeza.
—No lo sé. Es difícil predecir estas cosas, pero yo diría que aún es posible que lo recuerde todo. Le he dado un poco de láudano para el dolor, la ayudará a dormir. Necesita mucho reposo y una buena alimentación. Debe tomar algún caldo durante el próximo día o así, aunque no lo quiera. —el hombre hizo una pausa para olfatear su coñac y observó a Jungkook por encima del vaso. —Debo decir que albergo esperanzas. Es un tanto milagroso que no tenga más dolores, dada la duración de la fiebre y la gravedad de la herida. Por no mencionar el trauma físico de la pérdida del bebé.
Jungkook asintió despacio, luego suspiró y se pasó una mano por el pelo.
—Si no duermes algo, lo vas a pasar mal, te lo aseguro. —Jungkook lo miró intranquilo.— Ella no va a ir a ninguna parte, y sus posibilidades de recuperación ya son mejores esta mañana. Va a necesitar tu apoyo; así no le haces ningún favor —lo reprendió el doctor. —¿Quieres que te recete láudano también?
—No necesito tu condenado láudano, Joseph —masculló Jungkook.
—Tampoco necesitas más whisky. ¿Cuándo comiste por última vez? —quiso saber el doctor Stephens.
—Hace dos noches —informó Jones desde la puerta y, recorriendo con sigilo el despacho alfombrado de Aubusson, llevó la bandeja de plata con un plato cubierto al escritorio de Jungkook.
—Insisto en que comas lo que haya en ese plato, Darfield. Luego date un baño y acuéstate. Ella dormirá todo el día y probablemente toda la noche. Puedes retomar la vigilia por la mañana.
—¿Cuánto tardará en recuperarse del todo, Joseph? —preguntó el marqués, ignorando la bandeja y al mayordomo.
—Primero debe superar la amenaza de la infección. ¿En recuperarse del todo? Por lo menos un mes, probablemente más.
—¿Volverá a quedarse embarazada? —preguntó preocupado.
—Creo que las probabilidades no son ni mejores ni peores que antes. De momento, lo importante es que reponga fuerzas.
El doctor Stephens dejó el vaso en la mesa y se dirigió a la puerta.
—Otra cosa, Darfield: procura que no se altere innecesariamente. Le conviene estar tranquila y descansar —lo instruyó,— y a ti también. Come, lo que te ha traído Jones y vete a dormir —le dijo autoritario señalando la bandeja. Al llegar a la puerta abierta, se detuvo.— Por cierto, sabe que ha perdido el bebé.
La pena se manifestó en el rostro de Jungkook de forma instantánea y conmovedora. Apartó la vista del médico y se acercó, rígido, a los ventanales que daban al jardín.
—Confiaba en poder decírselo yo —musitó desolado.
—No he tenido elección; ella lo sospechaba. —Dicho esto, Stephens se ajustó las gafas.— Te veré por la mañana. Avísame si hay novedades —señaló enérgicamente, y se fue.
Jungkook siguió contemplando los jardines desde la ventana.
A su espalda. Jones carraspeó.
—Su cena, milord.
Resignado, Jungkook volvió despacio a su escritorio y se dejó caer en la silla de piel mientras el criado le destapaba un cuenco de estofado de ternera. Como éste se quedó merodeando por allí, Jungkook se vio obligado a probarlo y, después de unos bocados, descubrió que estaba muerto de hambre. Adormecido, se comió la ración entera y dos pedazos de pan.
Cuando terminó, apartó el cuenco, exhausto. El doctor Stephens tenía razón; necesitaba darse un baño y dormir un poco. Los últimos cuatro días habían sido una pesadilla para él. Se encontraba al borde del colapso desde el instante en que había levantado del suelo el cuerpo exánime de SooHyo. Recordó amargamente cómo la había llevado corriendo a Londres, para que el médico, después de detenerle la hemorragia, le dijese que había perdido mucha sangre y probablemente no sobreviviera.
Negándose a creer semejante diagnóstico y preocupado por los chismorreos que sus heridas pudieran suscitar en Londres, había decidido que la atendiera el doctor Stephens. Había llevado a SooHyo en su regazo durante las dos horas de viaje hasta Blessing Park, mientras la sangre que calaba el vendaje le empapaba la ropa. Con un fervor inusitado en él, le había pedido a Dios que no se la arrebatara.
Nunca había sido un hombre devoto y no sabía bien cómo pedir la ayuda que necesitaba. Le había rogado, había negociado y le había prometido a Dios su propia vida a cambio de la de ella. Presa de una frustrante impotencia, la había visto tendida en la cama, inconsciente, agitada por la fiebre y más pálida cada día. Había pasado todas las noches junto a su cama, imaginando lo peor. En ocasiones, el más mínimo movimiento o sonido de ella le había hecho albergar esperanzas, pero la mayor parte del tiempo había visto pocos cambios y había desesperado completamente.
Así que, cuando aquella noche había abierto los ojos milagrosamente, se había sentido tan aliviado y agradecido que había roto a llorar como un niño. En su vida había sentido una emoción tan intensa, como si acabara de escapar de la horca, como si se le hubiese dado una segunda oportunidad de vivir.
Pero el tormento no había terminado aún. El doctor Stephens le había advertido de la infección. Además no sólo habría que enfrentarse a los daños físicos Jungkook no quería pensar en eso de momento. Lo primero era conseguir que se recuperara, y el médico tenía razón: su falta de sueño y alimentos unida a las copiosas cantidades de whisky que ingería, le impedían ayudarla.
Retirándose del escritorio, le pidió a Jones que le preparasen un baño, y se dirigió agotado a su cuarto. Al final de la escalera, se detuvo delante de la puerta del salón de SooHyo, algo que hacía siempre que pisaba aquel pasillo. Aquella estancia había estado tan llena de vida antes de que se fueran a Londres... ¡Maldita sea!, ¿por qué se la habría llevado a la ciudad? ¿Por qué se había empeñado en exhibirla ante aquella misma sociedad que le había hecho el vacío a él? Si se hubiesen quedado en Blessing Park como ella quería, nada de aquello habría sucedido. Permaneció mirando la puerta un rato, luego, llevado por un impulso, la abrió y entró.
Era como la recordaba, la intensa luz solar entraba a raudales por las ventanas. Había revistas y libros esparcidos por todas partes y cerca de todas las sillas había bastidores de costura. Paseó despacio por aquella alegre estancia, tomando nota de todos los detalles. Se habían traído sus cosas de Londres y daba la impresión de que nunca hubieran salido de Blessing Park. Cerca de la chimenea estaba el estuche de su violín, apoyado en las piedras del hogar. Apartó la vista del instrumento antes de que lo invadiera una fuerte sensación de añoranza.
Se disponía a salir de la habitación cuando reparó en un bastidor de costura que había junto a un butacón y se agachó para coger una pieza de lino suave con un bordado apenas reconocible, era la interpretación que SooHyo había hecho de Blessing Park... Ella misma se lo había contado, pero, aun así, ni se lo había podido imaginar. Sonrió para sus adentros, el recuerdo de SooHyo, sentada en su despacho, bordando aquella labor, le dolió en el alma. Echó un último vistazo a la habitación, dejó la obra donde estaba y salió de allí en silencio.
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