ℂ𝕒𝕡.36
YYYYYY BIENVENIDAS A UN NUEVO CAP DE....
"El Diablo Enamorado"
Uhhhh 🛐🛐🛐
Okno...
°°°°
SooHyo exploró la multitud en busca de Galen. Llevaba cerca de dos horas en el baile de los Wilmington y él seguía sin aparecer. Se apoyó en una columna, con los brazos cruzados por delante, dando golpecitos con la punta del pie en la baldosa de mármol. Estrangularía personalmente a Jessica si no le había hecho llegar la nota.
Un joven petimetre, al que identificó como el hijo menor del conde de Whitstone, se le acercó sonriente. SooHyo frunció el cejo y aceleró el ritmo de su golpeteo. Aquella noche no estaba de humor para charlas intrascendentes y, de momento, había tenido la suerte de que la parlanchina lady Paddington estuviese enfrascada en una cruda partida de loo con las otras merodeadoras.
—Buenas noches, lady Darfield —la saludó el joven.
—Buenas noches, señor.
—La estaba observando desde el otro lado del salón. He visto que lleva un rato sin bailar y he pensado que quizá sea porque aún no tiene su carnet de baile completo —le comentó esperanzado.
SooHyo forzó una sonrisa.
—¡Ah! No, verá, me he torcido el tobillo dando un paseo por el parque esta mañana y me temo que no estoy en condiciones de bailar hoy —mintió con dulzura.
—¿En serio? No la he visto cojear —observó el joven Whitstone mirando con escepticismo el pie con el que golpeteaba el suelo.
Ella se miró el pie también y frunció el cejo. Tía Min tenía razón: no era capaz de engañar a nadie aunque su vida dependiera de ello. Hasta aquel pequeño petimetre lo sabía.
Pero Jungkook no, ¡maldita sea!
—Lady Darfield.
SooHyo se volvió al oír la voz de Galen y se olvidó por completo del joven aristócrata. Hizo un leve aspaviento: su primo tenía un aspecto espantoso. Estaba demacrado y ojeroso. Miró inquieta al hijo del conde.
—Si me disculpa, señor... —murmuró, acercándose rápidamente a su primo y dejando a Whitstone boquiabierto con su perfecto caminar. —Temía que no hubieses recibido mi mensaje —le susurró.
Mirando disimuladamente alrededor, agarró a Galen por el brazo y se lo llevó a un rincón oscuro del salón al que se había trasladado una jardinera de plantas inmensas para dejar sitio a los bailarines.
—Necesito tiempo para pensar.
SooHyo casi empujó a Galen tras una de las plantas gigantes y le plantó cara con los brazos en jarras. Él la miró y luego bajó la vista al suelo, donde la ancló. Ella frunció el cejo. Lo encontraba muy abatido y sólo podía imaginar que fuera porque de algún modo sospechaba que lo habían descubierto.
—Galen, sé lo de las muñecas —empezó.
Galen levantó una mano y negó con la cabeza.
—No sigas, pequeña...
—No, ¡no sigas tú! No has sido muy sincero conmigo, Galen. Todo es mentira, ¿verdad? —quiso saber.
Su primo la sorprendió asintiendo con la cabeza, y eso la desarmó de inmediato. Se dejó caer contra la pared, con los brazos a los lados. En parte, había esperado que lo negara. Dios, ¿por qué iba a negarlo?
—Pero ¿por qué? —murmuró ella.
Carrey se encogió de hombros y la miró con sus ojos pardos.
—Me dejó sin nada, SooHyo. Yo era el único familiar varón que le quedaba, y me pareció tremendamente injusto. Darfield es un hombre muy rico, no necesita tu dote y, en aquel momento, el plan no me pareció tan horrible.
Aquella confesión la dejó boquiabierta. Jamás se le había ocurrido que su querido primo pudiera hacerle algo así. Sencillamente no lo aceptaba. Este miró nervioso a la multitud y se ocultó un poco más tras las plantas.
—Debí habérselo dicho esta tarde. Ojalá... Su tristeza es tan evidente, prima. Creo que te ama de verdad.
Menuda broma. Una broma de mal gusto. SooHyo recuperó el habla.
—Jungkook no me ama y temo que ya nunca lo hará, gracias a tu pequeña farsa. Sospechaba de ti desde el principio, ¡y yo, como una tonta, te defendí! —dijo al borde del llanto.
El joven asintió con tristeza.
—¿Cómo lo hiciste? Lo del testamento, quiero decir. ¿Y lo de los gemelos y la muñeca? ¿Cómo fue? —quiso saber ella.
Galen suspiró cansado y se metió las manos en los bolsillos.
—Strait —masculló. —Al parecer, por necesidad, aprendió a imitar la firma de tu padre hace años. Había ocasiones en que tu padre no estaba presente para firmar y autorizó a Strait a que firmara por él. Con el tiempo, el abogado llegó a hacerlo muy bien y, cuando se le presionó, firmó el documento falso a cambio de una parte del botín. Los gemelos los tenía Strait en su poder. Había querido enviártelos hacia tiempo, porque sabía que eran importantes para el capitán. Lo de la muñeca fue idea mía. Yo recordaba una que siempre llevabas encima de niña, y hace poco me topé con una muy similar.
—¿El señor Strait estaba implicado?
Él hizo una pausa.
—No por su propia voluntad —suspiró.
La confesión de su primo la hizo pedazos. Por un instante, recordó al Galen de su infancia, riendo en las cubiertas del Dancing Maiden, mirándola con sus risueños ojos pardos. Aquel recuerdo le encogió el corazón; le costaba imaginarse a su querido primo tomando parte en semejante intriga. Una intriga que había destrozado su matrimonio.
—Me cuesta creerlo, Galen —le susurró con voz ronca. —¿Por qué no acudiste a mí? Te habría dado todo lo que tenia. —Se le escapó una lágrima que le rodó de prisa por la pálida mejilla.
Galen contempló abatido el rastro de aquella lágrima.
—Lo sé. Por eso he retirado mi demanda. Veía que podía destrozar tu matrimonio...
—¿Que podías? —espetó ella. —Has destrozado mi matrimonio antes de que tuviese ocasión de hacerlo funcionar. Jamás podré recuperar lo que he perdido, ya no. Lo sabes, ¿verdad? Sólo espero que te crea y no siga pensando que yo... —un sollozo le ahogó la voz—... ¡que yo le he hecho esto!
—Podemos ir a verlo ahora si quieres. Se lo contaré todo —dijo Galen solemne.
SooHyo se lo quedó mirando, presa de una lucha entre su cabeza y su corazón. ¿Por qué la traicionaban todos los hombres de su vida?
—Ve tú. Cuéntaselo todo —espetó furiosa. —Si voy contigo, sospechará que estamos compinchados. Si te cree, lo sabré. De una forma u otra, lo sabré.
Se apartó de la pared y se alejó de él, meneando la cabeza incrédula.
Con las manos metidas en los bolsillos, Galen miró a su prima, derrotada.
—SooHye, pequeña, lo siento de verdad. No te imaginas cuánto —dijo en voz baja.
Ella se mordió el labio interior para evitar que un torrente de lágrimas brotara de su interior. ¡Cielos!, también ella lo sentía. Sentía que su padre no lo hubiese incluido en su testamento, que se hubiese visto obligado a tomar medidas tan extremas, que hubiera arruinado la vida casi perfecta que tenía con Jungkook.
—Demasiado tarde —susurró y, dando media vuelta, se alejó, con el corazón roto por enésima vez.
También el de Galen estaba roto. Su prima tenía razón, su disculpa no valía nada y llegaba demasiado tarde. Había destruido su felicidad, y jamás había querido eso. Si pudiera volver atrás, lo haría. Si pudiera borrar aquel fatal encuentro casual con Malcolm Routier en Calais, lo haría. Si pudiera deshacer lo que habían hecho ya para estafar a Darfield, lo haría de buen grado.
No se había dado cuenta de lo mucho que el marqués la quería hasta que lo había visto aquella tarde. Su mirada era feroz, pero, cuando hablaba de SooHyo, brillaba en sus ojos negros algo verdaderamente conmovedor. ¿De qué se extrañaba? También él podía haberla amado.
En los últimos días, la aversión de Galen por aquella inefable conspiración se había hecho tan notable que debería haber huido de ella, pero Routier lo había retenido por la fuerza, con amenazas. Al principio se había servido de las cinco mil libras que le adeudaba, si bien no era dinero lo que quería. Aunque había tardado en comprenderlo, el joven había descubierto al fin el odio increíble que aquel hombre sentía por Darfield.
Lo que lo motivaba era el deseo de verlo
arruinado, a cualquier precio. Galen ya no podría deshacer lo que había hecho, pero al menos podía impedir que Routier arruinara al aristócrata. Salió de su escondite detrás de las plantas y se dispuso a marcharse de allí, decidido a encontrar al marqués.
Se hallaba ya cerca de la puerta cuando una mano en el hombro lo detuvo.
—¿Ya te vas, Carrey? —le preguntó Malcolm Routier muy cordial.
—Se podría decir que sí.
—Esperaba verte esta tarde, amigo mío. ¿Qué te ha retenido? —inquirió ladino.
—No voy a seguir adelante, Routier —confeso Galen sin miramientos.
Los ambarinos ojos del comerciante lo miraron severos.
—¿Como dices? —preguntó con una sonrisa forzada de sus finos labios.
—Ya me ha oído, que no voy a seguir adelante con esto.
Routier rió con disimulo y, mirando a su alrededor, agarró a Galen por el brazo con todas sus fuerzas.
—Debo de haberte entendido mal. No te queda más remedio que seguir adelante.
Galen sacudió el brazo para zafarse de Routier y salió fuera, lejos del atestado vestíbulo,este lo siguió.
—¿Ya has olvidado lo que me debes? —le susurró furioso a la espalda.
Él se encogió de hombros y se metió las manos en los bolsillos.
—No, no lo he olvidado. Entrégueme a las autoridades si quiere, pero no conseguirá que tome parte en esto.
—¿Qué pasa, Carrey? ¿Tu preciosa primita ya no quiere calentarte la cama? —se mofó.
Galen se volvió de repente y lo estampó contra el muro de ladrillo, ignorando las miradas sobresaltadas de los invitados que llegaban al domicilio de los Wilmington.
—Ni se le ocurra, Routier, o le partiré el condenado cuello —lo amenazó entre dientes.
El hombre se enderezó, luego se estiró el chaleco como si nada.
—Eres un maldito imbécil, Carrey —murmuró mientras se recolocaba los gemelos de la camisa.—¿Tienes idea de lo que he hecho por ti? Yo lo planifiqué, me aseguré de que conseguíamos lo que queríamos de Strait para que pudieras reclamar tu medio millón de libras. Me encargué de que no se interpusiera en nuestro camino...
—¿Qué? —exclamó Galen.
Routier puso los ojos en blanco.
—¿No se te había ocurrido que el honrado señor Strait podía contar lo que le había obligado a hacer si alguien le preguntaba? ¿Qué habría pasado entonces con tu reclamación? ¿Nunca lo habías pensado?
—¡Pensé que había aceptado hacerlo a cambio de una parte del botín!
—Pues pensaste mal. Por lo menos, era un hombre honrado —suspiró Routier con frialdad.
En aquel momento, el joven se sintió el mayor estúpido del mundo. No sólo había destruido a su prima, sino que había provocado la muerte de un hombre, aunque no hubiese apretado el gatillo, y todo porque el capitán nunca le había perdonado su inmadurez, su falta de responsabilidad. ¡Qué paradójico resultaba todo aquello de pronto! ¡Kang tenía tanta razón…! No había más que ver lo que le había hecho a SooHyo, a Darfield, a Strait.
—Me repugna —murmuró furioso, dirigiéndose a Routier, pero también a sí mismo.
Luego dio media vuelta con la intención de alejarse de ese individuo para siempre y encontrar a Darfield.
Routier entrecerró los ojos. Aquel bastardo de Carrey estaba a punto de costarle su única oportunidad de arruinar al marqués. Volvió al vestíbulo, furibundo. Aquello no iba a quedar así. Ni hablar. Puede que Darfield hubiera sufrido un golpe de fortuna, pero él se lo iba a hacer pasar mal.
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