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ℂ𝕒𝕡.33

El rumor de la disputa de los marqueses de Darfield corrió como la pólvora entre la aristocracia londinense.

En las teterías y los salones de Mayfair, la especulación era generalizada. Nadie podía ignorar la tentadora historia de los Darfield: un hombre sombrío con un pasado aún más sombrío, de pronto casado con una belleza que, al parecer, había salido de la nada. Una gloriosa presentación en sociedad, seguida por una misteriosa disputa. Muchos de los que habían presenciado el desafío entre lady Davenport y lady Darfield en la fiesta de Harrison Green creían que la amante de Jungkook era la culpable.

Otros, en cambio, sostenían que la americana había mostrado públicamente un grado de desenfreno que el marqués no podía tolerar. En cualquier caso, la historia de los Darfield era mejor que las novelas más populares del momento y, en su afán por alimentar su insaciable apetito de chismorreos, la aristocracia londinense había inundado tanto a Jungkook como a SooHyo de invitaciones a fiestas, bailes y cenas.

Tras el incidente de la mansión de Harrison Green, Galen le dijo a SooHyo que no le parecía sensato volver a acompañarla, dado el espantoso humor de Darfield. Esta había aceptado a regañadientes, pero, negándose a quedarse encerrada en casa mientras su esposo se divertía con su amante, logró que lord Southerland la acompañase de buen grado.

Su rabia la había catapultado al nivel de una furia agotadora, por lo que la marquesa asistía a todos los eventos que podía. El único modo que tenía de escapar a la pena que todo aquello le producía era sumergirse en el torbellino de la sociedad. Al menos, en aquellos insufribles actos, se olvidaba de el por unas horas.

Bueno, casi. Para consternación suya, nunca lo tenía muy lejos de su pensamiento, ni de su persona. Al parecer, asistía a los mismos actos que ella y se divertía con distintas mujeres para restregarle por la cara lo poco que le importaba.

Aquello la enfurecía y le dolía; ella se vengaba bailando a menudo con tantos hombres como podía. Si a Jungkook le importaba, no daba muestras de ello. La ignoraba descaradamente casi todo el tiempo y, si sus caminos se cruzaban accidentalmente, él se mostraba muy seco y distante.

Él había tomado por costumbre dirigirse lacónicamente a sus acompañantes como si ella no existiese. Si le dirigía la palabra en algún momento, era para hacerle algún comentario grosero. SooHyo le replicaba acalorada con algún «Déjame en paz» o el igualmente hiriente «lárgate». No parecía encontrar las palabras cuando lo tenía cerca.

A pesar de lo furiosa que estaba, no podía evitar que el marqués le recordase a un pajarillo liberado de su jaula. Revoloteaba por la sala, de atractivo en atractivo.

Era obvio que ella había sido su jaula.

Empezó a replanteárselo todo. ¿Se había imaginado lo que había sucedido entre ellos? ¿Había estado tan enamorada de él que le había atribuido sentimientos que él nunca había albergado?

Cuando él se percatara de la verdad, ¿querría recuperarla? Le costaba creer que quisiera, teniendo en cuenta cómo la evitaba a toda costa. ¡Cielo santo!, después de todo lo que había pasado, aún lo amaba. No podía dejar de amarlo, por mucho que lo intentara. Ni siquiera la amedrentadora presencia de lady Davenport sofocaba su amor.

Su desánimo se tornó en absoluta miseria cuando empezó a sospechar que estaba embarazada.

Su periodo nunca había sido muy regular, pero después de cuarenta y cinco días de retraso y con los ataques de fatiga extrema que sufría, ya no podía negarlo. Su embarazo la tenía a la deriva en un mar de emociones incontrolables. Tan pronto la entusiasmaba la idea de tener un bebé, un hijo de Jungkook, como el ánimo le caía en picado. Si no la quería a ella, ¿querría a su hijo?

Por las noches daba vueltas sin parar, incapaz de conciliar el sueño como consecuencia de su desesperada situación o porque echaba muchísimo de menos sus abrazos. ¡Dios, cuánto ansiaba hablar con su tía! No tenia con nadie la confianza que había tenido con ella y sus primas, no podía hablar con nadie de su situación. Así que se enfrentó ella sola a su conflicto interno.

Jungkook asistía a los mismos eventos que SooHyo, sin saber muy bien por qué y sin ganas de planteárselo siquiera. Aborrecía aquellos actos; lo que sus iguales pensaran que sucedía entre él y su esposa no impedía a otras mujeres buscar sus atenciones. En otro momento de su vida, lo habría encontrado divertido, pero le repugnaban su disparatado parloteo y sus clarísimas intenciones.

SooHyo, sin duda, parecía disfrutar de aquellos actos insufribles.

Tras observarla varias noches, le daba la impresión de que estaba en su salsa. Sucumbía en seguida a los encantos de los hombres, riéndoles las gracias y regalándoles a todos su demoledora sonrisa. Y eso que le había declarado su gran amor. Si era cierto que lo amaba, ¿por qué no sufría como él? Cada vez que oía su risa melodiosa y despreocupada, creía de verdad que era cómplice del fraude de Carrey.

Además, le resultaba asombrosamente doloroso pensar que lo había despachado con tanta indiferencia. A pesar de que sus ojos aún le parecían extrañamente faltos de vida, de cuando en cuando se preguntaba si era la actriz consumada que requería un engaño de aquel calibre.

Envidiaba a Nam, que había llegado a la milagrosa conclusión de que SooHyo era inocente. Su fundamento no era nada en concreto, sino todo en general. Jungkook habría querido estar tan seguro.

Fue Bang quien lo tranquilizó más.

El viejo marinero le había confesado que había visto a su esposa darle dinero a Carrey, pero creía firmemente que lo había hecho por bondad. Aquel gigante inmutable tenía muy claro que lady Darfield no podía ser otra cosa que ingenua.

¿Por qué a él le costaba tanto creerlo? Porque, cuando le había concedido la oportunidad de elegir, se había puesto de parte de Galen y le había mentido. Todo era muy sencillo: él la amaba, ella le había mentido y él ya no podía confiar en ella.

Las dudas lo consumían. Merodeaba por la espaciosa casa de Londres a horas intempestivas, sin apenas comer ni dormir. Tenía el violín de ella en el escritorio de su despacho y, de vez en cuando, lo sacaba de su estuche y, examinando el arco, imaginaba que los dedos delicados de SooHyo lo sostenían y acariciaban las cuerdas con él. En aquellos momentos casi podía oírla. Más de una noche, lo había perseguido la imagen de ella paseándose por su cuarto, tocando con una orquesta imaginaria, y provocando en él emociones tan intensas que lo hacían estremecer.

Dios, cuánto la echaba de menos.

Por la mañana, cuando lord Hunt llegó del baile de los Wilmington, lo encontró contemplando el violín otra vez.

-Bow Street ha hecho algunos descubrimientos interesantes -anunció con sequedad al entrar en la biblioteca, después de saludar convenientemente y dejarse caer en una silla de piel. Jungkook guardó despacio el violín.- Al parecer, Strait ha desaparecido sin dejar rastro -continuó.

Aquello despertó de inmediato el interés de Jungkook.

-¿Cómo es posible? Quizá esté en el continente.

-Podría ser, pero, personalmente, lo dudo. Según la sobrina soltera del abogado, que ocupa su vivienda, un tal Malcolm Routier fue uno de los últimos hombres con quien lo vio antes de su desaparición -señaló Nam mientras cruzaba despreocupadamente una pierna sobre la otra.

El marqués permaneció inmóvil. Aquel pequeño dato confirmaba sus sospechas; Routier estaba detrás de todo aquello.

-Sé lo que estás pensando -observó su amigo, leyéndole el gesto.- Por lo visto, no era inusual que Routier lo visitara. Contrataba sus servicios de cuando en cuando.

Apoyado en el escritorio, Jungkook se frotó las sienes.

-Por mí como si era su maldito hermano. Routier está detrás de todo esto -dijo con paciencia- Hoy he recibido un mensaje de Carrey solicitándome una entrevista para esta tarde. Le preguntaré al primo hasta qué punto podría ser inusual que Routier visite a Strait. Y si tiene idea de dónde está.

A la pregunta de SooHyo de si alguien estaba usando el despacho, una doncella contestó que había llegado un hombre que respondía a la descripción de Galen y que estaba esperando allí. A la joven le dio un brinco el corazón; desde su desafortunada salida juntos, no había vuelto a saber nada de su primo. Tenía que verlo, saber si estaba bien. Se le ocurrió una idea.

Bajó corriendo y se ocultó en la biblioteca. Después de lo que le parecieron horas, oyó al fin el eco de unas botas en el pasillo y se arriesgó a abrir la puerta, sólo una rendija. Galen avanzaba a toda prisa por el pasillo con la cabeza gacha y un gesto inescrutable.

-Galen -le susurró histérica desde detrás de la puerta, él levantó la cabeza de pronto. Sus ojos se encontraron y el joven miró furtivamente por encima de su hombro antes de colarse dentro. SooHyo cerró la puerta despacio y, profiriendo un chillido ahogado de alegría, abrazó a su primo. Este le cogió los brazos y se la descolgó del cuello.

-SooHyo, ¿te encuentras bien? -preguntó angustiado- Me preocupaba lo que pudiera haberte hecho ese diablo; dejé dicho dónde podías encontrarme, pero ¿te lo comunicó el mayordomo?

-¡Estoy muy bien, Galen! ¡Ya te dije que Jungkook nunca me haría daño! -le aseguró SooHyo.

El negó con la cabeza.

-¡Yo no estoy tan seguro! -su sombría reacción la sorprendió.

Ella jamás había temido a Jungkook. Por muy enemistada que estuviera con él, lo conocía lo
bastante bien para saber que jamás le haría daño.

-Sé que parece... severo, pero perdónalo, Galen. Ha llevado una vida muy dura y lo han tratado mal muchas veces. Sé que está siendo muy poco razonable y muy obstinado, pero es porque supone...

-Supone demasiado. Quizá deberíamos dejar las cosas como están, pequeña. Ese hombre es inflexible -masculló Carrey entristecido.

-No desesperes. Si que terminará cediendo. Lo hará. He estado pensando, Galen, que hay alguien que podría proporcionarle las pruebas que necesita -le dijo SooHyo tranquilizadora tocándole el brazo.

-¿Quién? -preguntó él escéptico.

-¡El señor Strait! No sé cómo no se me ha ocurrido antes. Es lo más lógico, ¿no te parece? Por lo menos, confirmaría que se precipitó al enviar los primeros documentos, probablemente porque papá le insistió. Papá podía ser muy insistente cuando quería, y sé por experiencia que a veces podía resultar complicado llevarle la contraria, por mucho que estuviese en su lecho de muerte...

-¿Strait? -repitió Galen angustiado, palideciendo visiblemente.

-¿Qué ocurre? -preguntó ella perpleja.

-SooHyo, no creo que sea buena idea -le contestó su primo cogiéndole las manos.

-Pero ¿por qué no? Él te puede ayudar. Yo lo recuerdo, era un hombre muy amable. El disipará las dudas de Jungkook.

-Nada de lo que Strait pudiera decir disiparía sus dudas, pequeña. Tu esposo no creería ni al mismísimo rey -sentenció, y se volvió bruscamente, pasándose una mano por su pelo castaño claro mientras exploraba la pequeña estancia con un gesto de absoluta desesperación.

-¡Debemos intentarlo por lo menos, Galen! ¡De lo contrario, Jungkook jamás te devolverá tu herencia!

-No servirá de nada, SooHyo. ¡No es el momento de ir en busca de un anciano abogado! -espetó.

Atónita, no podía creer lo que estaba oyendo. Se había devanado los sesos por encontrar una solución que le devolviera a Galen lo suyo y disipara las dudas de su marido. El señor Strait era la única esperanza, y su primo estaba reaccionando como si fuese la idea más estúpida que se le podía haber ocurrido.

Antes de que pudiera convencerlo, éste cerró los ojos con una mueca de dolor.

-Si nos encuentra aquí, pensará que estamos conspirando -declaró amargamente.

-Pero ¡Galen! -exclamó SooHyo angustiada. La mirada de Galen se enterneció. Le cogió la mano de prisa y se la llevó a los labios.

-Pronto terminará todo. De una forma u otra, pronto habrá terminado -dijo enigmático, y se encaminó aprisa a la puerta. Ella lo miró perpleja e incrédula mientras la abría una rendija y, tras comprobar que no venía nadie por el pasillo, la miró con tristeza y salió. SooHyo se quedó allí un buen rato, tratando de digerir su conducta.

¿Por qué Galen no quería hacerle caso?

¿Por qué se resistía a localizar a Strait?

Era incomprensible.

E irritante.

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