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ℂ𝕒𝕡.3


Las llevaron a uno de los dos cuartos privados de la parte posterior de la posada. Mientras el posadero limpiaba la mesa, SooHyo reparó en un hombre sentado en el cuarto contiguo, solo, con sus largas y musculosas piernas estiradas hacia adelante y cruzadas a la altura de los tobillos. Tenía una mano en la jarra, la otra encima de sus pantalones de ante. Iba mucho mejor vestido que el resto de la parroquia, con un pañuelo al cuello y un chaleco de brocado marrón bajo el abrigo pardo de montar. Aún no se había quitado el sombrero y, como estaba oculto entre las sombras, no pudo verle la cara, sólo el resplandor del puro que sostenía entre los dientes. De pronto, consciente de que la miraba con fijeza, SooHyo lo saludó cortés con la cabeza. A continuación entró
precipitadamente en el otro cuarto detrás de la señora Betty.

Pidió dos cervezas y dos empanadas y, mientras esperaban, apoyó la barbilla en el puño y miró a la estoica señora Betty. Permanecieron en silencio hasta que el posadero trajo la comida. Sólo entonces la vieja profirió un sonido gutural y atacó los alimentos con una vehemencia reveladora de que llevaba algún tiempo sin comer.

La empanada estaba asquerosa. SooHyo apenas la probó y se decantó por la cerveza. Cuando la señora Betty acabó de dar cuenta de la comida, miró expectante a Soohyo hasta que la joven le pasó su plato.

—Lo cierto es que ya no tengo hambre —señaló, aunque estalla claro que a la vieja le daba igual. —Esperaba que lord Darfield viniese a buscarme —confesó mientras veía a la mujer devorar la segunda empanada.

—Menuda sandez —declaró la señora Betty con la boca llena.

—¿Y eso por qué? —preguntó SooHyo sorprendida.

—Bueno, para empezar, es marqués, y un marqués no va al muelle a recibir a sus visitas. Las visitas acuden a él —la informó como si se dirigiese a una niña ignorante.

—Entiendo su argumento, sólo que yo no soy ninguna visita —la corrigió la joven educadamente.

La señora Betty dejó de masticar y la miró.—¿Qué eres entonces?

—¡Soy su prometida! —respondió SooHyo algo perpleja.

La señora Petty debía de saber a quién acompañaba, pero se quedó mirándola como si acabase de comunicarle que era la reina de Inglaterra. Acto seguido soltó una carcajada que reveló la comida a medio masticar en el interior de su boca.

SooHyo arqueó tas cejas.—¿Puedo preguntarle qué es lo que encuentra tan divertido?

La señora Betty logró interrumpir su carcajada para tragarse de golpe la comida.

—No es corriente que una dama fina se case con un libertino —anunció con sarcasmo. —Claro que igual tú no eres una dama fina.

SooHyo se dejó caer en el asiento como si la vieja acabara de darle una bofetada, sin apenas prestar atención a su menosprecio. Lo que la enfurecía era que la señora Betty difamara a Jungkook.

—¿Un libertino? ¿Cómo se atreve a decir algo así?

La señora Betty la miró con desprecio mientras clavaba ambos codos en la mesa, con un tenedor en una mano y un cuchillo en la otra.

—Deja que te diga algo de tu marqués. El Diablo de Darfield es un indeseable. Nunca sale de Blessing Park porque no lo dejan entrar en ningún establecimiento decente... Probablemente ni siquiera lo dejaran entrar en este tugurio.

SooHyo estaba a punto de decirle a aquella mujer estúpida que, sin duda, había confundido a Jeon Jungkook con algún otro, pero ésta agitó el tenedor delante de su cara y prosiguió:

—Todo el pueblo sabe que su padre ensució el apellido con su obsesión por el juego y la bebida. Murió alcoholizado, de hecho. Dicen que el Diablo saldó aquellas deudas con lo que robó como pirata...

—¡Señora Betty! Está usted equivocada...

—¡Yo nunca me equivoco, niña boba! Su riqueza es robada, ¡sí, señor! Esa familia ha disfrutado de toda clase de lujos, pero de forma vergonzosa. A él le daba igual. ¡Seguía pirateando!

—¡Señora Betty! —exclamó SooHyo riosa. —¿Cómo se atreve a decir algo así?

—Luego, la fulana de su hermana se quedó preñada de algún sinvergüenza y se fugó con él, y su madre estaba tan compungida que se colgó allí mismo, en Blessing Park. ¿Y qué hizo él? Se echó a la mar y pirateó un poco más, hasta que no le quedaba dónde ir. ¡Es un indeseable, eso es lo que es! Lo que me extraña es que no se lo hayan llevado a Newgate ya. —La señora Betty ensartó un trozo de patata, se lo llevó a la boca y miró a SooHyo como desafiándola a que la contradijera.

La conmoción inicial de SooHyo en seguida dio paso a la furia. ¿Cómo se atrevía aquella mujer a hacer comentarios tan desagradables sobre el hombre más generoso del mundo? Se inclinó despacio hacia la señora Betty, que había retomado satisfecha la ingestión de su empanada.

—Se equivoca usted por completo. El marqués es un hombre honrado, un caballero y un alma noble. Las buenas acciones que él lleva a cabo en un año dejarían nuestras existencias a la altura del betún.

La mujer bufó despreciativa y alargó el brazo para coger su cerveza.

SooHyo atrapó la jarra antes de que la vieja pudiera siquiera tocarla y la atrajo hacia sí, de manera que captó toda la atención de la mujer.

—Sé bien cómo empiezan todos esos horribles rumores. Es lógico que la gente sienta envidia cuando un hombre de semejante carácter y aptitudes vive modestamente entre ellos. A uno le parece que sus defectos se ven acentuados por las cualidades únicas de lord Darfield. Pero le aseguro que no merece en absoluto sus chismorreos. El es mucho más hombre que todos los de ese salón juntos, ¡y no voy a permitirle que lo insulte!

La señora Betty gruñó y se tiró a por su cerveza.

—¡Vaya, la marisabidilla! Fíjate, recién llegada de América, con sus bonitos ojos y su lustroso pelo y ya cree saberlo todo de ese sinvergüenza. Eres muy ingenua si crees que tu noble marqués va a casarse contigo. ¡No es de los que creen en los vínculos legítimos! Si te ha atraído hasta aquí haciéndote creer que iba a casarse contigo..., entonces es que eres más tonta de lo que pensaba, y no tardarás en volver a América arruinada, ¡mira lo que te digo! —Acto seguido, la señora Betty apuró su jarra y la dejó en la mesa con gran estrépito, para darle mayor énfasis a sus palabras.

SooHyo se agarró furiosa al borde de la mesa y lanzó una mirada de odio a la mujer.

—Si tan mal piensa de él, señora Betty, supongo que me acompaña por amor al arte, porque ¡no habrá aceptado que semejante sinvergüenza le pague por sus servicios!

Aquel comentario, sin duda, dio en el blanco y puso en guardia a la anciana, que arrugó la boca como si estuviese comiéndose un limón. Se inclinó sobre la mesa y se situó a pocos centímetros de la cara de SooHyo.

—¡Miserable jovenzuela americana! ¡Ese sinvergüenza te va a dar tu merecido!

De pronto, asqueada de aquella mujer, SooHyo se apartó de la mesa y se levantó.

—Si ha terminado ya... —No pudo continuar, de lo furiosa que estaba. Con respiración agitada, cogió su bolso y, nerviosa, empezó a hurgar en él, sacó unas monedas, las tiró a la mesa y miró a su acompañante con el mismo desdén del que ella era objeto. —Diga lo que quiera de mí, señora Betty, pero confío en que jamás vuelva a hablar mal de lord Darfield en mi presencia, porque le aseguro que la agrediré físicamente. Voy al coche a por mi bolsa y luego a acostarme. Por favor, tómese otra empanada y bébase otra cerveza. No quisiera que tuviese que difundir sus perversas mentiras con el estómago vacío —sentenció, y se alejó bruscamente de la mesa.

Tan furibunda estaba que se plantó en medio del salón sin apenas mirar alrededor, con los brazos en jarras, y empezó a buscar a BaekHae. Al fin lo divisó al fondo de la atestada estancia, sentado a una mesa con el cochero, ante varias jarras vacías. Él la vio al mismo tiempo y se puso en pie tambaleante, agarrándose a la mesa para no perder el equilibrio.

—¿Ocurre algo señorita? —preguntó cuando SooHyologró abrirse paso entre la multitud y llegar hasta él.

—Señor BaekHae, si es tan amable, necesito una pequeña bolsa verde que me he dejado en el coche —dijo muy formal.

—Sí, señorita —murmuró el hombre, y pasó por delante de ella en dirección a la puerta.

SooHyo permaneció inmóvil donde estaba, con las caderas y la respiración agitada, ajena al caos que la rodeaba. Esperaba que Jungkook fuese a buscarla por la mañana; su regreso a Inglaterra no había comenzado muy bien.

A medida que recobraba la calma, se percató de que el bullicio había disminuido, y tuvo la horrible sensación de que estaba en el punto de mira de todos. Se volvió despacio para mirar por encima de su hombro y lo que encontró la dejó pasmada. Varios de los aficionados a los dardos habían dejado de jugar y la observaban fijamente desde detrás de un hombre inmenso y muy feo.

Este la contemplaba con tal lascivia que le dieron ganas de arrancarle los ojos. Se volvió para hacerle frente, con los brazos cruzados sobre el pecho y la mirada indignada.

Los hombres no la intimidaban. Había estado en muchas posadas como aquella con su padre y había visto cosas peores en distintos rincones del mundo. En Virginia, su tía, sus primas y ella se habían encontrado a menudo en situaciones en las que eran las únicas mujeres.

Estaba a punto de decirles a aquellos hombres que fuesen tan amables de dejar de comérsela con los ojos cuando BaekHae apareció por la puerta, sacudiéndose la nieve de su raído abrigo y con la bolsa de SooHyo en la mano. Se le pusieron los ojos como platos al ver que los hombres mantenían una especie de pulso silencioso con SooHyo. Se abrió paso precipitadamente entre ellos, se acercó a ella y le entregó la bolsa.

—Más vale que suba a su habitación, señorita —masculló al tiempo que miraba de reojo a los hombres.

—Gracias, creo que seguiré su consejo —convino.

Había dado dos pasos en dirección a la escalera cuando el hombre grande y feo se interpuso en su camino. SooHyo se quedó mirando su robusto pecho, luego se irguió y lo miró a los ojos.

—Discúlpeme, señor —dijo fríamente.

El sonrió; el hedor de su aliento la hizo recular.

—Eh, Mark, la señorita quiere que «la disculpes» —gritó alguien, y los demás rieron.

Aquello enfureció a SooHyo. ¡Qué infantiles eran los hombres!

—Los chicos y yo queremos que juegues un rato con nosotros—declaró el aludido, mirándola descaradamente.

SooHyo se agarrotó; odiaba aquella mirada lasciva. ¿Por qué los hombres siempre la miraban así? Sin que ella lo supiera, el individuo bien vestido que había visto en el cuarto privado contiguo al suyo se había trasladado al salón y la observaba oculto en el hueco de la escalera. Cuando Mark se situó delante de SooHyo, el desconocido dio un paso hacia adelante.

—Estoy realmente cansada —dijo SooHyo, haciéndose a un lado con la intención de rodearlo.

El hombre imitó su movimiento y volvió a impedirle el paso. A su espalda, los hombres hacían comentarios jocosos.

—Déjala en paz. Pertenece al marqués —anunció BaekHae.

Mark volvió sus pequeños ojos negros hacia él.

—¿Eres uno de los hombres del marqués?

BaekHae se removió incómodo.

—No —respondió con sinceridad.

—Pues no te metas. El no está aquí para defender sus propiedades —gruñó Mark.

Se hizo el silencio en la sala: la concurrencia interrumpió sus conversaciones y, expectante, se centró en el desafío.

SooHyo lo miró indignada.

—Tal como lo dice, cualquiera podría pensar que habla de una vaca lechera. Yo no soy propiedad de nadie, y nadie me va a obligar a jugar a los dardos.

—Te lo digo yo, muchacha. Vas a jugar. —Los diminutos ojos de Mark se posaron en la boca de SooHyo, y aquella sonrisa lasciva volvió a ocupar la suya.

—Su insistencia empieza a resultarme vulgar —señaló SooHyo casi sin inmutarse.

El hombre soltó una carcajada asquerosa y miró por encima de su hombro.

—Le parezco vulgar, chicos. Creo que esta muñequita no sabe bien lo que es ser vulgar. —En un rincón de la sala, el hombre alto dio otro paso hacia adelante y se metió la mano en el bolsillo.—Sé buena y juega con nosotros —insistió Mark en tono burlón.

SooHyo suspiró y ladeó la cabeza sin dejar de mirarlo. Sabía bien que iba a tener que tirar un dardo para poder salir de allí.

—¿Y si me niego?

—Me da igual. Si no juegas por voluntad propia, te obligaré a hacerlo.

Con un suspiro de exasperación, SooHyo tiró su bolsa a una silla que tenía cerca.

—Muy bien. ¡Deme los condenados dardos! Si hago diana, me retiraré a mi habitación. Sola — añadió con un movimiento brusco de la cabeza. —Si no hago diana, le invito a una jarra de cerveza, ¿de acuerdo? —propuso mientras se dirigía impaciente a la diana.

—Si no haces diana, eres mía —replicó el hombre, y se relamió mientras repasaba
desvergonzadamente sus femeninas curvas. Sus compañeros lo animaron a gritos.

—Invito a cerveza y no soy suya.

Danny esbozó una sonrisa torcida.

—Como tú digas, muchacha —respondió condescendiente, y se hizo a un lado.

—Lo que me faltaba... —murmuró SooHyo  para sí y se colocó en la línea de lanzamiento dibujada en el suelo. Sin dudarlo, echó el brazo hacia atrás y lanzó el dardo, que fue a parar al mismísimo centro de la diana.

Se oyó un clamor en la sala, seguido de un silencio de perplejidad. Los hombres se levantaron de sus asientos, contemplando boquiabiertos el arma arrojadiza en el centro de la diana. Tan conmocionados estaban que SooHyo tuvo que darle un codazo al que tenía al lado para que cogiese el resto de los dardos.

—Buenas noches, señor —se limitó a decir y, mientras los allí presentes miraban incrédulos, cogió su bolsa y salió disparada hacia su cuarto.

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NO LECTORES FANTASMAS ಠ⁠﹏⁠ಠ

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