ℂ𝕒𝕡.25
SooHyo suspiró dormida y se recolocó en el pecho de su esposo. El miró al cielo.
Cuando el coche se detuvo delante de la casa, Jungkook la ayudó a bajar. Al poner los pies en el suelo ella se derrumbó sobre él, y él la cogió en brazos de inmediato y la llevó dentro, a su cuarto, ignorando sereno sus protestas en sueños. Le pidió a Damon que se retirara, la tumbó en el centro de su cama y se quitó rápidamente toda la ropa menos los pantalones.
Luego volvió a la cama, a admirar la caída de sus pestañas, el contorno relajado de sus labios, el brazo descuidadamente colocado sobre el regazo la puso de lado con cuidado y le desabrochó la fila de diminutos botones de la espalda. Ella no abrió los ojos, pero sonrió somnolienta mientras le quitaba las joyas.
—Lady Delacorte me ha dicho: «Tienen que venir a cenar el miércoles que viene» lo informó SooHyo, imitando en voz baja el habla de la oronda mujer. —«Asistirán los condes de Middlefield, que acaban de volver de América, querida. Estoy segura de que le encantará conocerlos.»
Jungkook rió para sí mientras le quitaba los zapatos y las medias.
—¿Y qué les has dicho? —preguntó mientras se inclinaba sobre ella para soltarle el vestido de los hombros.
—Les he dicho que me sentía halagada, pero que tenía que consultarlo con el secretario de mi marido. Y lady Delacorte ha dicho: «Ah, por supuesto, ¡lord Darfield está muy solicitado!».
—Aja —dijo Jungkook distraído mientras se inclinaba a besar la piel sedosa de su hombro.
—Pero entonces me ha aclarado que me lo pedía a mí y no a ti —rió SooHyo.
Su risa ligera y tintineante era demasiado provocativa; Jungkook se situó encima de ella y la cubrió con su cuerpo.
—¿Conque ésas tenemos? ¿Haces una aparición triunfal entre la élite de Inglaterra y de pronto quedo relegado a cenar solo en casa mientras tú te diviertes por ahí? —le preguntó, besándole el hueco del cuello.
SooHyo suspiró suavemente al notar los labios cálidos de Jungkook en su piel y le acarició el pelo con ternura.
—Lo que tenemos, hermoso señor mío, es que lady Delacorte y su condesa se pueden pudrir —espetó SooHyo, riendo cuando Jungkook intentó robarle la sonrisa con un beso.
Al poco, SooHyo yacía con la espalda pegada al pecho de Jungkook, envolviendo con su brazo el brazo musculoso de su marido que la estrechaba posesivo, la noche había ido bien, a pesar de algunas miradas descaradas y ciertas preguntas inoportunas. Él se había divertido y a ella también le había gustado casi todo. Pero lo mejor era que por fin había terminado.
—¿SooHyo? —le dijo Jungkook con la boca pegada a su pelo, y la voz pesada de sueño.
—Te amo, Jungkook. Mi vida es perfecta gracias a ti —le susurró ella.
Él gruñó, incapaz de pronunciar una respuesta adecuada, pero, en el fondo de su corazón, sabía que aquellas palabras convertían una noche estupenda en perfecta. Se alegraba de verdad de estar en casa.
La vida de SooHyo fue perfecta hasta la tarde siguiente.
Tras un desayuno tardío y tranquilo con Jungkook, SooHyo se retiró a su cuarto a encargarse de la correspondencia que tenía a Sebastian al borde del infarto. Iba bastante bien cuando Jones la interrumpió para comunicarle que había ido a visitarla un caballero, el señor Galen Carrey.
Cuando entró contentísima en el salón azul, su primo estaba de pie junto a la ventana, toqueteándose nervioso el corbatín marrón oscuro.
—¡Galen! ¡Vuelves a sorprenderme! —rió ella, recibiéndole con los brazos abiertos.
—Como no te encontraba en Blessing Park, pequeña... —Él sonrió y le devolvió el abrazo. La soltó y retrocedió unos pasos para contemplar risueño el vestido verde mar y crema.— Por lo visto, Londres te quiere.
SooHyo sonrió vergonzosa y lo condujo al sofá, donde se instaló muy fina, con las manos recogidas en el regazo.
—¿Llevas mucho tiempo en Londres? —le preguntó ella.
—Unos días —respondió él encogiéndose de hombros— Concluí mis negocios en Portsmouth y fui directo a Blessing Park, luego le seguí aquí. —el joven le miró las manos, le cogió una entre las suyas y la examinó con detenimiento.
SooHyo lo notó inexpresivo y se preguntó si su negocio habría fracasado.
—¿Y bien? —lo instó. —¿Concluyó satisfactoriamente?
—Podría decirse que si —declaró sin dejar de mirarle la mano.
—¡Galen, eso es estupendo! Entonces ya tienes un puesto, ¿no? ¿De capitán? —le preguntó emocionada.
Él le soltó la mano despacio, se inclinó hacia adelante, apoyando los antebrazos en los muslos, y se quedó mirando al suelo.
—SooHyo, tengo algo importante que contarte. Quizá deberías despachar al criado. —SooHyo arqueó las cejas, preguntándose que querría contarle que no pudiera decir delante de Hanson. —Creo que es preferible que lo oigas sólo tú —murmuró sin dejar de mirar al suelo.
Un mal presentimiento se apoderó de ella.
—Pero ¿qué...?
—Te aseguro que es un tema algo... delicado. Lo hago por tu bien.
Galen alzó la vista y la miró tan preocupado que a SooHyo le dio un vuelco el corazón. Su primer pensamiento fue que algo le había ocurrido a la tía Lee o a una de las chicas. Ella intentó descifrar su gesto, pero él volvió a desviar la mirada y le cogió las manos con fuerza.
SooHyo miró por encima de su hombro.
—Por favor, discúlpanos, Hanson. —esperó a que el criado cerrase la puerta. —¡Cielo santo!, ¿qué ha ocurrido? ¿Le ha pasado algo a la tía Lee?
—¡No, no! —rió él nervioso. —Lo que tengo que contarte es importante... para ti tanto como para mí.
SooHyo sintió una vaga punzada de pánico.
—¿Qué pasa? —preguntó ella despacio, convencida de que no quería oír la respuesta.
Galen había estado esperando aquella noticia con entusiasmo, pero, en aquel momento, parecía a punto de vomitar, como si no soportara la idea de contarlo en voz alta.
—Bueno, me cuesta contártelo, la verdad. Es una historia muy larga. No sé si sabes que tu padre y yo estuvimos enemistados unos años. —SooHyo pestañeo sorprendida. —Él me consideraba un poco irresponsable —le explicó Galen a grandes rasgos, —y lo fui, de joven, pero eso cambió y, por suerte, en los últimos tres o cuatro años, el capitán y yo nos reconciliamos.
—No tenía ni idea —admitió ella con sinceridad. Recordaba que su padre se había quejado de lo irresponsable que era Galen, una o dos discusiones acaloradas entre los dos, pero nunca le había hablado de enemistad. Además, si en algún momento hubo una trifulca entre ellos, por su vida que no entendía a cuento de qué la recordaba de repente.
Galen respiró hondo.
—El me adoptó cuando mi padre murió, y fue como un padre para mí. Yo lo respetaba mucho, SooHyo, de verdad —dijo en voz baja con la mirada clavada en la alfombra oriental que tenia a sus pies.
—Estoy segura de que él sentía lo mismo por ti, Galen —respondió ella anexionada. —Pero no lo entiendo. ¿Qué tiene que ver todo esto con tu nuevo puesto?
El joven pestañeó, miró al techo y volvió a respirar hondo.
—Cuando nos reconciliamos, el capitán me prometió una vida decente. Me comunicó que tenía intención de dejarme uno de sus buques mercantes más grandes para que pudiera seguir el negocio de la familia. Por eso acepté el aprendizaje en Ámsterdam, para poder hacerme con todos los aspectos del negocio, pero, cuando murió, descubrí un lamentable error.
SooHyo estaba segura de que no lo había oído bien. Su padre jamás le había mencionado nada así, y Galen no aparecía en los papeles que ella había recibido. Quizá hubiese un codicilo. No sabía qué había sido de los buques. Lo único que ella sabía era que, de algún modo, aquello repercutía en la liquidación final del patrimonio de su padre.
—¿Qué error? —preguntó, serena.
Galen se volvió para mirarla, casi suplicándole con sus ojos pardos.
—SooHyo, lo que tengo que contarte es bastante extraordinaria Por lo visto, el abogado de tu padre, el señor Strait, te envió el testamento antes de que el capitán muriese de verdad. El señor Strait solía hacer eso; tu padre estaba ya moribundo y quería asegurarse de que se ejecutaba su última voluntad. Pero..., verás, cambió de opinión.
—¿Cambió de opinión? —repitió ella incrédula.
—Sí. Por desgracia, el señor Strait ya había enviado los papeles que tenía en su poder. Lo que digo es que no envió la documentación definitiva.
El pánico empezó a hacer un nudo en la garganta a SooHyo.
—¿Qué documentación definitiva? Yo recibí la última voluntad de mi padre y su testamento.
El sonrió triste y negó con la cabeza.
—No, pequeña, no. La última voluntad la tengo yo aquí y anula la tuya.
SooHyo pestañeó, incapaz de asimilar lo que su primo le estaba diciendo. Se levantó de prisa e inconscientemente empezó a pasear de un lado a otro.
—Perdóname, pero no lo entiendo. Yo no recuerdo que te dejase ningún barco, pero quizá hubiera algún codicilo, algún anexo donde detallara lo que deseaba hacer con su flota. ¿No será eso lo que tienes tú? —preguntó ella, esperanzada.
—No, SooHyo, lo que obra en mis manos es su última voluntad y su testamento. Y no me deja un barco, me deja una suma considerable.
—¿Una suma?
—De casi quinientas mil libras —añadió él como si nada. SooHyo soltó una carcajada algo histérica. —Ese es el importe de mi dote.
Galen suspiró hondo y se sacó de la chaqueta un grueso documento.
—Trata de entenderlo, pequeña. Cambió de opinión en su lecho de muerte y me legó el medio millón de libras a mí. Tu dote es la cancelación de las deudas de Darfield. Por desgracia, el testamento revisado no te llegó a tiempo. —dicho esto, desplegó el documento y le mostró la firma clarísima del capitán.
SooHyo estaba anonadada, total y absolutamente anonadada. Era demasiado monstruoso para creerlo, claro que ya no sabía qué pensar de su padre. A fin de cuentas, le había mentido sobre Jungkook durante tantos años... Pero aquello era distinto; era inconcebible. Se quedó mirando fijamente el documento que sostenía Galen mientras intentaba entenderlo.
—Es imposible —murmuró para sí.
Su primo sonrió sin ganas y se inclinó para coger una bolsa que SooHyo no había visto hasta ese momento.
—Supuse, como es lógico, que te costaría creerlo. El mensajero al que contraté para que recogiera lo papeles me trajo también algunos efectos personales. Por lo visto, el señor Strait no tenía intención de devolvértelos, porque ya había considerado innecesario viajar personalmente a América.
SooHyo lo miró boquiabierta y él metió la mano en la bolsa y sacó un par de gemelos de marfil en forma de pequeñas cabezas de elefantes que ella identificó de inmediato.
—¿De dónde los has sacado? —susurró. —Eran de papá.
Su primo no respondió, se limitó a dejarlos encima de la mesa. Ella tragó saliva; tenía que haber alguna explicación.
—El capitán quería que tuvieras esto —dijo Galen, señalando con la cabeza algo que llevaba en la bolsa.— lo guardó pensando que algún día querrías dárselo a tus hijos.
Su primo sacó una muñeca, y SooHyo hizo un aspaviento. Era idéntica a la que ella había arrastrado por las cubiertas del Dancing Maiden. Empezó a darle vueltas la cabeza y se dejó caer pesadamente en la silla de damasco amarillo. Era imposible, completamente improbable.
¿O no lo era?
Desde que su padre había fallecido, había descubierto cosas que le hacían dudar de él. Sintió una extraña punzada de culpabilidad; ¿y si el capitán había cambiado de opinión y le había dejado su dinero a Galen? Pero ¿habría hecho su padre algo tan precipitado? ¿Realmente habría deseado, a las puertas de la muerte, atender las necesidades económicas de su primo?
—No sé qué decir —murmuró ella.
—Pequeña, sé que todo esto es muy difícil. Tu marido lo entenderá, estoy seguro de ello.
SooHyo gimió; ella no lo veía tan claro. De pronto, se levantó y cogió el testamento que Galen había dejado sobre la mesa con las otras cosas y lo hojeó nerviosa. Era idéntico al que ella tenía, salvo que le legaba la fortuna a Galen, no a ella. Como le había dicho su primo, el testamento estipulaba la cancelación de las deudas de Jungkook como dote de SooHyo.
Y, por si le quedaba alguna duda, la peculiar caligrafía de su padre era bien visible en la página, y el documento estaba fechado un mes o más después que el suyo. Tomó una gran bocanada de aire para combatir la histeria que empezaba a apoderarse de su ser.
Sabía, instintivamente, lo mal que le parecería a jungkook todo aquello. Su padre ya lo había engañado una vez y, de repente, remataba su engaño desde la tumba. Le había dejado su dote a Galen. No un barco, su dote.
Pero ¿qué iba a pensar Jungkook? ¿Que lo habían camelado para que se casara con ella para luego descubrir que SooHyo no aportaba absolutamente nada a aquella unión, con lo que todo había sido en balde? En semejantes circunstancias, él no se habría casado con ella, eso se lo había dejado bien claro, muy a su pesar.
Pero, después de aquello, ¿supondría que lo hablan embaucado para que se casara con ella?
—¡No! —susurró con voz ronca, y se volvió en dirección a la repisa de la chimenea, sujetando el testamento con firmeza contra su pecho. Se dijo nerviosa que jungkook jamás creería que ella lo había engatusado, pero ni siquiera ella lo creía.
—¡Madre mía! —oyó musitar a Galen, y notó que una mano fuerte le agarraba el codo, la llevaba hasta un sofá y la obligaba a sentarse. Su primo se arrodilló a su lado, cogiéndole las manos. —¡SooHyo, no te disgustes! ¡Todo irá bien, te lo prometo! —pero ésta no pensaba más que en Jungkook, que pronto se enteraría de otro engaño. —¡No temas, por favor! —le suplicó— Yo te apoyaré cuando se lo cuentes; le explicaré que tú no podías haberlo sabido. ¡Nadie tiene por qué enterarse nunca! Muchos hombres cambian sus testamentos en el lecho de muerte.
Galen hablaba en voz baja, con precipitación. SooHyo se sentía enferma de miedo.
—Mira, te he traído todas las pruebas que necesitas, los gemelos de marfil, la muñeca de tu infancia, ¡y el testamento, maldita sea! ¿Qué otra prueba puede necesitar tu marido?
Las náuseas que se apoderaron de ella le impidieron contestar. Demasiado conmocionada y contusa para hacer nada, se quedó mirando impotente los gemelos que estaban en la mesa, la muñeca tirada en el sillón y el testamento que Galen le había quitado de las manos y había vuelto a dejar en la mesa.
Se obligó a mirar al joven, cuya preocupación genuina se revelaba en el contorno de sus ojos. Volvió la mirada a la muñeca, que la miraba fijamente con sus ojos negros. Era idéntica a la que ella había tenido todos aquellos años, pero la última vez que la había visto no tenía cabeza. ¿La habría reparado su padre? ¿La habría guardado de verdad para ella?
En aquel instante fue consciente de la enormidad de la rabia que el capitán le inspiraba. Rompió a llorar y, presa de una dolorosa furia, se enterró el rostro entre las manos. Galen se levantó de inmediato y le pasó el brazo por el hombro para consolarla.
♡♡♤♡♡
¿Alistaron los pañuelos?
🥺😫
Byes
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