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ℂ𝕒𝕡.23


SooHyo notó que empezaba a palpitarle el corazón de angustia al ver la enorme multitud que se agolpaba a la puerta de la mansión de los Delacorte. Carruajes meticulosamente adornados, lacayos vestidos de gala y decenas de invitados se apiñaban en la escalera de entrada y en la calle.

La residencia de los Delacorte era por lo menos tan grande como la de Jungkook, si no más, y de todas las ventanas emanaba una luz intensa.

Jungkook ayudó a SooHyo a apearse del coche, luego le ofreció su brazo, le cogió la mano y, sonriéndole para tranquilizarla, la condujo hacia la puerta principal. Ella avanzó agarrotada, perfectamente consciente de que varias personas se volvían y exclamaban al verlos. Los abanicos se alzaban y abrían, las cabezas de las mujeres se juntaban, y los ojos la escudriñaban por encima de los abanicos abiertos. También Jungkook se dió cuenta y le llevó una mano protectora a la cintura.

Cuando ella lo miró, él le guiñó un ojo y esbozó una sonrisa; todo aquello le parecía divertidísimo.

—¡Es Darfield!

SooHyo oyó el susurro histérico, luego vio cómo se volvían más cabezas hacia ellos y se abrían de repente más abanicos.

—Cielo santo —murmuró ella.

—¡Qué cotillas!, ¿verdad? Me recuerdan a las gallinas apiñadas en torno a su comida —le susurró él al oído.

SooHyo sonrió y el murmullo de voces pareció aumentar.

Jungkook se abrió paso entre la multitud, saludando con la cabeza a los conocidos, sin soltarla, con la mano anclada a su cintura, un inmenso consuelo para SooHyo. Una vez dentro, le dio el abrigo y el sombrero al criado, luego ayudó a su esposa a quitarse la capa. Cuando su vestido quedó al descubierto, ella oyó una exclamación contenida a su espalda.

—¡Jungkook! —Le tiró nerviosa de la manga. —¿Voy bien abrochada?

Jungkook le repasó la espalda con la mano, muy despacio hasta llegar a la parle baja, donde la posó.

—Vas perfectamente abrochada, cielo. Sólo admiran tu vestido.

—O su comida —murmuró ella.

Riendo, Jungkook la condujo entre la muchedumbre hasta lo alto de la escalera, donde los Delacorte recibían a sus invitados.

SooHyo olvidó momentáneamente su angustia cuando llegaron al descansillo donde se encontraban sus anfitriones. La casa era espléndida; de las molduras de las paredes colgaban enormes candelabros de cristal con velas que iluminaban todo el salón. Las paredes estaban forradas de papel de seda, salvo una, recubierta de arriba abajo de espejos, gracias a los cuales la estancia parecía aún más grande de lo que era. Cubrían el suelo gruesas alfombras, pero la pista de baile era de baldosas de mármol.

A sus pies, por el interior del salón, desfilaban mujeres vestidas de colores pastel muy luminosos y hombres ataviados de elegante negro. En un extremo de la estancia había una pequeña orquesta sobre una plataforma que se alzaba por encima de los bailarines, parcialmente cubierta por una lila de plantas en macetas, la música apenas se oía con el bullicio de la multitud. En el extremo opuesto, cuatro juegos de puertas francesas conducían al balcón.

Con todos los lugares en los que SooHyo había estado a lo largo de su vida, jamás había visto tanta gente apiñada en el mismo sitio.

Jungkook le dio un codazo y ella se dio cuenta de que le estaba hablando. En seguida centró su atención en la pareja que tenían delante. Lady Delacorte era una mujer baja y achaparrada con gafas, que llevaba una enorme pluma de avestruz enterrada con una rara inclinación en su mata de pelo cano. Su marido era justo lo contrario; alto y delgado, de ojos chispeantes y coronilla descubierta.

—Un placer —se oyó decir, luego hizo una reverencia.

—Lord Darfield, no me creí ni por un segundo la noticia del Times, pero, como que vivo y respiro, que, por lo visto, ¡se ha casado usted de verdad! —espetó jovial lady Delacorte.— Bienvenida, lady Darfield.

—Gracias, milady —respondió ésta haciendo un gesto cortés con la cabeza.

Lord Delacorte le cogió la mano y se la llevó a sus finos labios.

—Bien hecho, Darfield —dijo el caballero, sonriendo a SooHyo.

—Debo reconocer que estoy de acuerdo —convino Jungkook.

—Es usted americana, ¿verdad? —preguntó lord Delacorte volviendo sus ojos chispeantes hacia SooHyo.

—Soy inglesa, milord, pero he vivido en América recientemente.

El hombre arqueó sus finas cejas.

—¿Inglesa?

—Mi esposa ha tenido la fortuna de vivir en muchos sitios distintos por todo el mundo y su acento británico ha sufrido un poco —le explicó Jungkook.— Me atrevería a decir que eso es lo único que ha sufrido. —lord Delacorte rió y lanzó a Jungkook una mirada de complicidad.

SooHyo se sonrojó. Jungkook les dijo algo más a los Delacorte y se la llevó hacia el mayordomo que anunciaba a los invitados. Había tres parejas delante de ellos, y SooHyo tuvo la mala suerte de encontrarse en una posición desde la que veía el salón de baile mientras esperaban a que los anunciasen.

No se dio cuenta de que estaba estrujándole el brazo a Jungkook y, cuando él la miró, detectó el pánico en sus ojos abiertos como platos.

—Estaba yo en un baile muy parecido a éste... —declaró Jungkook impasible.

SooHyo se volvió hacia él un instante, luego miró de nuevo a la multitud que tenía a sus pies.

—Los honorables condes de Wellingham —proclamó el mayordomo.

—Fue hace varios años, cuando aún se llevaban los calzones hasta la rodilla —prosiguió Jungkook.— Recuerdo a un tipo particularmente corpulento que llevaba un par de calzones cortos de satén púrpura, un chaleco verde claro y una chaqueta amarilla. Parecía un loro gordo.

—El señor y la señora de William Saunders, y la señorita Lillian Saunders.

SooHyo le apretó el brazo con fuerza.

—Tuvo la desgracia de pisar a una mujer en lo alto de la escalera —continuó mientras daba un paso hacia adelante y le entregaba al mayordomo la invitación impresa. —Ella chilló y le dio un susto de muerte al pobre, y, él, al apartarse de ella sobresaltado, tropezó. —SooHyo pensó que estaba loco por contarle aquella historia precisamente entonces, y lo miró ceñuda.

—¡Los honorables marqueses de Darfield!

El bullicio del salón disminuyó visiblemente y todos los ojos se volvieron hacia la escalera.

—El tipo rodó escaleras abajo como una pelota de goma y terminó hecho un ovillo de colores a los pies del príncipe regente.

SooHyo no pudo evitar imaginarse aquella escena tan ridícula y soltó una carcajada. Su propia risa le sonó espantosa. A Jungkook, melodiosa.

La multitud vio a una mujer hermosa riendo serena con su marido mientras ambos bajaban la escalera.

Cuando llegaron abajo, el gentío pareció moverse en bloque hacia ellos, en busca de una presentación.

—Prepárate, cariño —le murmuró Jungkook, e inmediatamente empezó a saludar a los rostros que revoloteaban a su alrededor.

SooHyo tragó saliva. Milagrosamente, logró responder de forma conveniente a todas las personas que su esposo le presentaba. Había tantas, que las caras y los nombres pronto se
convirtieron en una nebulosa indescifrable.

En general, parecía que los hombres saludaban a su pecho y que las mujeres forzaban la sonrisa. Jungkook la ayudó a pasar el mal trago, se mantuvo a su lado en todo momento, tranquilizándola con toques sutiles en el codo, la mano y la espalda.

Hubo un momento en que ella se volvió y le dedicó una sonrisa de agradecimiento; los ojos negros de él chispearon en respuesta.

Alguien puso una copa de champán en su mano, y ella se la bebió en seguida, le ofrecieron otra copa, y se la bebió también. El espumoso la ayudó; empezó a notar cómo se disipaba la tensión de su cuerpo. Hasta en los pies notó el cosquilleo.

Cuando pasó el camarero, se sirvió otra copa, y ya llevaba la mitad cuando se percató de que Jungkook la miraba inquisitivo, con la ceja arqueada. Ella sonrió con dulzura y apuró la copa.

—Con semejante cohorte de aduladores, cualquier diría que estamos ante la reina de
Inglaterra.

SooHyo se volvió y sonrió a Nam.

—¡Menos mal que ha venido! —le susurró histérica.

—La multitud es un poco agobiante, ¿verdad? —Rió y se situó entre ella y el grupo de jóvenes debutantes visiblemente curioso.

—Un poco —suspiró ella.

—Es perfectamente comprensible. Jungkook siempre ha fascinado a esta gente y ahora más que nunca. Pero no tema, he venido a salvarla —le susurró guiñándole un ojo.

Nam miró por encima de la cabeza de SooHyo a Jungkook, que sostenía una aburrida conversación con la anciana vizcondesa Varbussen.

—Mi querido Darfield, si tú no vas a bailar con tu esposa, ¿puedo yo? —preguntó Nam lo bastante alto para que varios lo oyeran.

Su amigo sonrió.

—No, señor. Estoy convencido de que lady Darfield me ha reservado el primer baile —
respondió para delicia del círculo que los rodeaba.

Jungkook se despidió cortésmente de lady Varbussen y, disculpándose ante la pequeña multitud que los invadía, le cogió a SooHyo la copa de champán que llevaba en la mano y se la dio a Nam, luego la condujo a la pista de baile.

Aquello no fue fácil. Al menos tres veces los detuvieron invitados que se comportaban como si fuesen primos lejanos de Jungkook. Cuando llegaron al centro de la pista, Jungkook le hizo una reverencia, como era costumbre, y SooHyo se la devolvió.

Abrió la boca para hablar, pero empezó a sonar la música y Jungkook la arrastró de inmediato al vals. Miró aquellos asombrosos ojos violeta algo borrosos y sintió una fuerte agitación en la entrepierna.

—No te pueden quitar los ojos de encima, cielo —observó con sinceridad.

—¡Ja! Querrás decir que no me quitan los ojos del pecho o de este vestido tan pasado de moda. —se apartó de un soplido un mechón de pelo que se le había soltado del recogido, empeñado en volver a taparle el ojo.

—Pero ¿qué dices? Tu vestido es precioso.

—La señorita Stanley me ha dicho que le sorprendía que hubiese encontrado el tejido, porque pel color ya no se lleva esta temporada. Lady William le ha dado la razón y ha añadido que ella no había visto un diseño tan inusual y que le extrañaba que alguna modista hubiese querido cosérmelo —protestó.

—Ya veo —le sonrió Jungkook. —Por eso frunces el cejo. No es fácil ser el blanco de todas las envidias, ¿verdad?

—¿Envidias? —inquirió SooHyo con tal inocencia que Jungkook no pudo evitar la carcajada.

—Esas mujeres te tienen unos celos enfermizos y te tendrán más cuando sus parejas las dejen solas para suplicar una oportunidad de bailar contigo —le explicó él mientras la estrechaba aún más contra su cuerpo y se acercaba a la orquesta.

—¡Ah, no! ¡Yo no voy a bailar más que contigo! —señaló muy resuelta.

—Claro que lo harás —le replicó él risueño.— Por más que quiera, no puedo permitirte que
desaires a todos los hombres de este salón. Debes bailar.

—¡No, no! Yo no quiero hacer eso —insistió ella meneando tanto la cabeza que volvió a
caérsele el mechón de pelo por el ojo.

—¿Por qué? ¡Si bailas muy bien!

—¡No los conozco, Jungkook! ¿Y si digo algo desacertado? —le susurró nerviosa.

—Cariño, ni eres demasiado encantadora para ofender a nadie. No temas, todo saldrá bien —le aseguró, luego le besó la mejilla, consciente de que aquella muestra de afecto generaría otra oleada de risitas disimuladas entre los curiosos.

—Me refiero a que... —susurró, haciendo una pausa cuando Jungkook se la acercó al pecho para evitar la colisión con otra pareja—... ¿y si digo algo sobre lo que después puedan chismorrear? No quiero que hablen de nosotros.

—Si hablan de nosotros, cariño, es porque les cuesta creer la buena suerte que tengo.

Ella suspiro y le sonrió.

Jungkook tampoco pudo reprimir una sonrisa de satisfacción. Dios, qué seductora era. Todos los presentes en aquel salón de baile que los miraban bailar pensaban lo mismo que él, estaba convencido.

Cuando terminó el baile, la joven se sirvió otra copa de champán y se dispuso a hacer lo que le había pedido. Jungkook le dio un codazo a Nam y le señaló a SooHyo con la cabeza.

—¿Serías tan amable de ayudarme a vigilar un poco a mi esposa, Hunt? Atrae a los hombres como la miel a las abejas, y acaba de descubrir que le gusta el champán casi tanto como la cerveza —dijo con sequedad, y su amigo asintió risueño.

—Haré lo que pueda, pero ya hay cola para bailar con ella —señaló antes de abrirse paso
diligentemente entre la multitud y pedirle a SooHyo que bailase con él.

A SooHyo le gustó bailar con Nam. Igual que Jungkook, era muy buen bailarín y la obsequiaba con comentarios sarcásticos sobre la aristocracia londinense, con lo que ella no paraba de reír mientras iban dando vueltas por la pista.

Cuando, al terminar el baile, Nam la sacaba de la pista, la interceptó el conde de Westchester. Era más bajo que ella y, mientras bailaban, el conde, que estaba ebrio, no paraba de mirarle descaradamente el pecho.

—Comentan que procede usted de las tierras de América —le dijo el conde al escote.

—No, milord, lo ha entendido mal —suspiró SooHyo hastiada. —Lo que dicen es que procedo de las guerras de América.

Como sospechaba, el conde estaba tan extasiado con el relieve de su pecho que no oyó su respuesta descabellada. Mientras trataba de ignorar a aquel viejo verde, rezando para que el baile terminara cuanto antes, vio a Jungkook bailar con otra mujer. No le gustó la sensación que le produjo, lo lógico era que él bailase con otras mujeres, eso lo sabía, pero el verlo sonreír a otra le encogía el corazón.

Perdió de vista a Jungkook durante los dos bailes siguientes. Después del conde, su siguiente pareja fue un anciano caballero muy amable, que a SooHyo le gustó en seguida.

—Conocí a su padre y era un gran admirador suyo. Coincidí con él en la India hace varios años —le contó el viejo barón de Sevionton.

—¿En serio? —inquirió SooHyo, emocionada por el recuerdo de su padre.

—En serio. Me ayudó a solucionar un problemilla que tenía. Yo debía salir del puerto de inmediato y, de no haber sido por su padre, me habrían encontrado colgado de los mástiles —confesó con un destello de sus ojos legañosos. —Si alguna vez necesita algo, querida, venga a verme.

SooHyo le agradeció su amable propuesta, preguntándose qué demonios podía haber hecho un hombre tan amable como él para precisar aquella ayuda.

Cuando el barón la sacó de la pista, vio a Jungkook, apoyado en una columna, observándola por encima de las cabezas de sus admiradoras con una peculiar sonrisa en el rostro. Ella le devolvió la sonrisa y, cuando se disponía a acercarse a él, alguien se interpuso en su camino.

Algo irritada, levantó la vista despacio y se encontró a Malcolm Routier mirándola sonriente, con un brillo especial en sus ojos amarillentos.

—Qué placer volver a verla, lady Darfield. ¿Me concedería el honor de este baile? —preguntó con voz grave.

SooHyo miró a Jungkook por encima del hombro de Routier, su sonrisa se había esfumado. No sabía bien qué hacer, no le apetecía nada bailar con él, pero no le parecía apropiado rechazarlo, dado que aún tenía huecos en su carnet de baile. Se mordió el labio inferior sin apartar la vista de su esposo, luego volvió a mirar a Routier. El champán le había embotado el sentido del decoro, pero podría rechazarlo.

♡♡♤♡♡

Pwrdón por la actualización tardía....
Es que estaba ocupada con la escuela y con otras cosas espero y entiendan.... a demás no estaba muy inspirada porque esta parte de la historia es muy seria y dura (triste) por lo que me duele a la hora de leerla para editarla...

Spilersssss.....👆

Si ven herrores perdónenme
por favor🛐😥

Byee.....😁💜

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