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ℂ𝕒𝕡.22


Jamás había conocido a un hombre más bueno, más cariñoso y más generoso que Jungkook, pensó furiosa, y no sentía más que desprecio y odio por aquellos que querían destrozarlo. Bajó la mirada, muda de frustración, hasta que Alex le dio una palmadita en la mano.

—Durante los últimos años, Jungkook ha preferido quedarse en Blessing Park cuando no está deviaje. Poco a poco ha ido reconstruyendo el honor familiar ganándose una reputación como socio de negocios justo y sagaz, y liquidando todas las deudas de los Jeon. El tiempo y su ausencia habían contribuido a sanar las viejas heridas, sin duda. El año pasado se encontraba casualmente en Londres durante la Temporada y, de forma inusual, asistió a un baile. Como se había mantenido recluido tantos años, de pronto se convirtió en el esquivo marqués de Darfield y, sorprendentemente, todo el mundo quería conocerlo. Pasó a ser el invitado más codiciado. No asistió más que a algunos eventos y regresó a Blessing Park en cuanto pudo. Desde entonces, el misticismo de su figura no ha hecho más que intensificarse. No es difícil imaginar el frenesí que se produjo cuando se hizo público su matrimonio. Ahora es usted la persona más perseguida de la Temporada.

SooHyo palideció.

—¡Ay, Dios mío! ¿Y qué voy a hacer? —gimoteó.

Alex rió.

—Estoy convencido de que encontrará el modo, lady Darfield. Sinceramente, creo que podría conquistar hasta a un macho cabrío con una sola de sus sonrisas. Lo hará bien, y me atrevería a decir que la mitad femenina de la aristocracia londinense se pondrá verde de envidia.

Ella se sonrojó y lo miró con timidez.

—Lord Southerland, ha sido muy amable. Gracias por rescatarme —dijo y se dispuso a
continuar el camino, entonces titubeó, se volvió y le cogió una mano entre las suyas. —Me hacía falta escuchar todo eso. Gracias —añadió en voz baja y, tras apretarle suavemente la mano, cruzó la calle con briosa elegancia.

Alex Christian se quedó a la entrada del parque, viéndola dirigirse a Audley Street, sonriendo afectuoso. En cuanto ella desapareció de la vista, él suspiró y regresó al parque en busca de su tía y de sus compañeras de merodeos.

A primera hora de la noche, Jungkook volvió de White's, donde, por primera vez en muchos años, disfrutó de una partida de cartas. Resultaba curioso lo fácil que era llevarse bien con la sociedad civilizada cuando uno no era el blanco de los chismorreos malintencionados. Aquel
pensamiento no lo hizo encariñarse con la aristocracia londinense, ni mucho menos, pero pasó una tarde relajada en cualquier caso.

Mientras subía a su cuarto, sonrió para sus adentros La ilusión de aquella sociedad civilizada por ver a lady Darfield era muy evidente. Todos los conocidos a los que había saludado en White's le habían preguntado si asistiría al baile de los Delacorte y si iría acompañado de su preciosa esposa. Un hombre le había preguntado incluso qué se pondría ella, pregunta que le había extrañado mucho. Cuando Jungkook le había respondido que no tenía ni la menor idea, el hombre había confesado avergonzado que su esposa sentía curiosidad.

También Nam protestó porque no había podido adelantar nada de trabajo por la cantidad de visitas que lo habían asediado con preguntas sobre los marqueses de Darfield. El amigo de Jungkook estaba visiblemente harto de tanto interés, pero sonreía muy divertido al relatarle las argucias de algunos ilustres miembros de la aristocracia londinense por conocer a SooHyo.

Jungkook rió por lo bajo mientras se desanudaba el corbatín y lo dejaba a un lado. Se sentía medio tentado de no asistir al baile y dejar a sus antiguos (y numerosos) detractores esperando ilusionados toda la noche a una mujer que jamás aparecería; les estaría bien empleado. Seguramente a SooHyo no le importaría; cuando la había dejado aquella mañana, estaba hecha un manojo de nervios por el baile.

Jungkook pidió que le prepararan un baño caliente y se desnudó. Al ponerse la bata que Damon le ofrecía, captó el aroma de SooHyo en el terciopelo negro. Se llevó el tejido a la cara e inspiró hondo. Lo cierto era que quería que todos aquellos nobles vieran la joya con la que se había casado.

Después de años de vejaciones, quería que los hombres lo miraran con envidia y saberse vencedor. Quería que las mujeres que se le habían echado encima descaradamente durante la anterior Temporada supiesen el tipo de mujer que le interesaba. Lo cierto era que él esperaba aquella noche con mayor ilusión que nadie en todo Londres.

Mientras se bañaba, llegaron a su oídos notas musicales procedentes de la habitación contigua.

—Parece que la señora está de buen humor, señor —murmuró Damon al tiempo que le ofrecía una toalla.

Jungkook sonrió.

—Parece. —Se sujetó la toalla a la cintura y, acercándose a la palangana, se enjabonó la cara y empezó a afeitarse.— ¿Qué crees tú, Damon, me visto de negro esta noche? —inquirió mientras se recortaba las patillas.

—Sí, milord, y, si me permite la sugerencia, el chaleco de seda color plata.

—Estupendo. En la cómoda encontrarás un estuche con unas amatistas. Sácalo también —le ordenó Jungkook, y se secó la cara con la toalla. Mientras se vestía, la música siguió colándose en su cuarto, y sintió que no podía contenerse. —Date prisa, Damon. Me espera una mujer hermosa —añadió en voz baja, y el asistente, por lo general impasible, rió.

Cuando hubo terminado de vestirse, Damon manifestó su admiración con un silbido, algo de lo más inusual.

—Si me lo permite, milord, esta noche... está usted... extraordinario.

Jungkook sonrió mientras se ajustaba el corbatín por última vez.

—Como sigas piropeándome... —replicó, y rió al ver que el criado se ruborizaba.

Cogió el estuche de la cómoda y cruzó la puerta que comunicaba su cuarto con el de SooHyo.

Ella no lo oyó entrar en la habitación. Estaba de pie delante del hogar; el violín en un sofá, a su lado. Miraba el fuego fijamente, absorta en sus pensamientos, con la cabeza gacha y las manos cogidas a la espalda, la luz oscilante del fuego ensombrecía los exquisitos rasgos de su rostro

¡Cielo santo!, con qué facilidad le robaba el aliento.

Llevaba un delicado vestido de satén rosa pálido, con un escote pronunciado que revelaba la tentadora protuberancia de su busto, ceñido a la cintura y de vuelo en la falda; el corpiño bordado llevaba incrustaciones de perlas diminutas, igual que el bajo y las mangas, y, en la falda, esas perlas formaban un complicado diseño. Se había peinado la melena hacia atrás, de la forma poco usual que ella prefería y que tan bien le sentaba. Llevaba un collar también de perlas trenzado entre los tirabuzones gruesos y oscuros. Tenía el aspecto de una auténtica princesa, y Jungkook se sintió invadido de un irremediable orgullo.

—Debo estar soñando. Pareces un ángel —dijo entusiasmado desde la puerta.

SooHyo se sobresaltó al oír su voz y, azorada, le sonrió. Cuando Jungkook entró en la habitación, ella le hizo una reverencia.

—Buenas noches, milord esposo —señaló con timidez.

El frunció el cejo mientras la ayudaba a erguirse.

—¿Milord? Jamás me has llamado...

Con una risita tonta, ella le llevó un dedo a los labios. Él le cogió la mano y le besó la palma, y luego los labios. El aroma a lilas ascendió entre los dos, y Jungkook, a regañadientes, se retiró.

—Dime, ¿cómo es posible que estés aún más despampanante que nunca? —le susurró.

Ella sonrió nerviosa.

—Exageras. Tú sí que estás guapísimo. Pensé que era yo la que debía llamar la atención.

—No te quepa la menor duda de que todas las miradas serán para ti, cariño —le dijo
convencido, pasándole un brazo por la cintura y acercándosela al ver que su sonrisa se desvanecía.— Tampoco te quepa duda de que voy a estar a tu lado todo el tiempo —añadió besándole la frente. Luego le cogió las delicadas manos y se retiró para volver a admirarla. —¿Por qué ya nunca te pones los pendientes de amatistas, SooHyo? Hacen juego con tus preciosos ojos —observó él.

Ella se sonrojó un poco.

—Supongo que los he aborrecida

—Pues a mí me gustan. ¿Por qué no te los pones hoy?

SooHyo, que se sentía culpable, desvió la mirada.

—Se los he regalado a Jessica.

Jungkook se fingió espantado

—¿A Jessica? Pero ¿qué bicho te ha picado?

—Estaba harta de ellos —insistió ella. —¿No te gustan mis perlas?

—Me gustan las amatistas. Tanto que, de haber estado presente cuando cumpliste los dieciséis, te habría regalado un par —dijo como si tal cosa.

Visiblemente sorprendida, la joven abrió mucho los ojos.

—¿Cómo sabes tú eso? —inquirió.

—Da igual. —Rió y le entregó el estuche de terciopelo. —Quiero regalarte estas amatistas, cielo.

SooHyo respiró hondo mientras lo abría despacio. Dentro había un par de pendientes ovalados de amatista engarzados en dos pequeños diamantes, además de una gargantilla y un brazalete a juego, también de amatistas intercaladas con diamantes. También había un anillo con una amatista de corte cuadrado engastada en él.

—¡Ay, Jungkook! —susurró ella y se llevó la mano temblorosa a la garganta mientras contemplaba atónita el regalo.

Jungkook se situó detrás de ella, le desabrochó el collar de perlas que llevaba puesto y lo dejó a un lado. SooHyo, que seguía mirando pasmada las joyas, ni se dio cuenta de que él quitaba las perlas y le adornaba el esbelto cuello con las amatistas. Jungkook le puso las manos en los hombros y la hizo girar para que pudiera verse en el espejo. Ella inspiró despacio ante la resplandeciente gargantilla, luego se puso en seguida los pendientes y el brazalete, y sus ojos violeta brillaron como valiosas gemas.

—Son preciosos —susurró.

Jungkook, que no creía comparable la belleza de las joyas a la de su esposa, le besó la nuca y sacó el anillo del estuche.

—Al fin te regalo un anillo de compromiso en condiciones —proclamó en voz baja.

Cuando le puso el anillo en el dedo, a SooHyo se le empañaron los ojos y extendió la mano para admirarlo.

—¿Te he dicho alguna vez cuánto te quiero? —le preguntó ella al poco.

—Desde esta mañana, no —rió él.

Dejó de hacerlo en cuanto ella se le colgó del cuello y unió su boca a la de él, besándolo con una pasión que hizo que a Jungkook le hirviese la sangre. Si aquello duraba, al diablo con los Delacorte. Se vio obligado a zafarse de ella para no estropearle el peinado y el vestido.

La turbación de su esposo la hizo reír, luego se volvió una vez más para verse las amatistas en el espejo, y declaró que eran perfectas para su vestido. Jungkook no sabía si eso era cierto o no, pero entre el destello de los pendientes, el de sus ojos chispeantes y el de su luminosa sonrisa, casi estaba cegado, y le daba igual.

—Y ahora, mi querida marquesa, si estas lista, me parece que nos esperan en un baile —dijo y, con una reverencia y una floritura dignas de una reina, le ofreció galante su brazo.

♡♤♡

Tan caballeroso mi marido ㅠ ㅠ

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