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ℂ𝕒𝕡.18

—¡Milord, no lo había visto! —exclamó, y trató de hacer una reverencia por debajo del montón de ropa.

Jungkook le hizo un gesto con la cabeza y dio media vuelta, pero, de pronto, volvió a mirar a la doncella, quien lo miró espantada al detectar su semblante sombrío y ceñudo. Él se acercó un poco más y le miró fijamente las orejas.

—¿Qué es eso que llevas colgado de las orejas?

Jessica sonrió satisfecha.

—Son un regalo de mi señora, milord. ¿Verdad que son preciosos?

Jungkook pestañeó perplejo.

—Sí, lo son —dijo sereno y, dando medía vuelta, avanzó a toda prisa por el pasillo.

ChanYeol fue el primero en detectar el paso brioso de Jungkook al entrar en el salón de
desayunos. Además, iba silbando una alegre tonada, algo que nunca le había oído hacer, ni una sola vez, en los veinte años que llevaba trabajando para él.

—¿Ha dormido bien, milord? —le preguntó con sequedad.

Jungkook sonrió con picardía.

—He dormido muy bien, Benjamin.

Sobresaltado. ChanYeol no recordaba una sola vez en que el marqués lo hubiese llamado por su nombre de pila, como tampoco lo había hecho ningún miembro del servicio de Blessing Park, y Dios sabe la de meses que él y el servicio habían pasado solos allí mientras el marqués estaba en alta mar.

Sin duda, también Jones se mostró sorprendido, a juzgar por el modo en que lo miró desde el aparador.

—¿Gachas como de costumbre, milord?

Jungkook sonrió como si acabara de recordar un chiste viejo.

—La cocinera no habrá preparado bizcochos de frambuesa, ¿verdad? —preguntó contento.

Como era de esperar de Jones, su gesto no varió.

—Iré a preguntar, milord —señaló y salió por la puerta lateral.

—Mejor aún, ChanYeol, dile a Jones que me traiga café y bizcochos a mi biblioteca. Necesito adelantar trabajo esta mañana, porque esta tarde quiero enseñar a mi esposa a montar a caballo.

Ignorando con descaro la mirada de curiosidad de su secretario, se metió las manos en los bolsillos y salió del salón de desayunos, silbando de nuevo. Jones apareció por la puerta lateral con un plato de bizcochos calientes justo a tiempo para oír el eco de los silbidos de Jungkook en el pasillo. Miró ceñudo a ChanYeol.

Éste suspiró.

—Tráelos a la biblioteca. Jones. El señor está ansioso por terminar su trabajo para poder enseñar a montar a lady Darfield —señaló y, tirando la servilleta a la mesa, se dispuso a seguir al marqués.

Al acercarse a la puerta. Jones declaró:

—Ah, Benjamín, creo que me debes cinco coronas.

ChanYeol se detuvo.

—Yo no lo aseguraría —protestó.

El mayordomo alzó la ceja, impertinente.

—¿En serio? Si no me equivoco, sólo hay una cosa que puede atontar así a un hombre.

Suspirando muy exasperado, ChanYeol se sacó una bolsita de cuero de la chaqueta y contó cinco coronas.

—Si hubiese esperado una semana más... —protestó irritado mientras depositaba las monedas en la mano tendida de su compañero.

Durante los días siguientes, Jungkook pasó menos tiempo trabajando y más con SooHyo. Era de lo más inusual que supervisara todos y cada uno de los detalles de su negocio en expansión, cuando él solía pasar horas revisando los libros de cuentas.

Llevaba tanto tiempo sufriendo los pecados de otros que todo su servicio estaba encantado de que al fin hubiese encontrado algo de felicidad. No es que él lo hubiese reconocido, pero sus acciones hablaban por él.

Un día, estaba delante de las puertas del balcón de su despacho, mirando los jardines.
Respondía distraído a todas las preguntas que Nam o ChanYeol le planteaban, pero, cuando su amigo quiso saber lo que hacían con dos cañones de uno de sus barcos, no contestó de inmediato.

—¿Quién es ése? Parece Milton —se respondió a sí mismo. —No debería estar... ¡Maldita sea! SooHyo le acaba de asestar un mazazo en la rodilla. Disculpadme, caballeros, voy a explicarle a mi esposa cómo se usa el mazo de cróquet —señaló y, sin mirar atrás ni un segundo, salió por la puerta.

—Extraordinario —musitó el secretario.

—Lo es —rió Nam. —Jamás pensé que llegara a ver tan enamorado al Diablo de Darfield.

—Ah, se refiere a eso —dijo ChanYeol.— Yo hablaba de lo raro que es que no aprenda en seguida a jugar al cróquet.

Para el servicio de Blessing Park, había pocas cosas que la marquesa no supiese hacer bien, pero Jungkook habría descubierto al menos tres cosas en las que era una autentica nulidad.

Primero, la costura. Trabajaba con empeño en una pieza de lino bastante grande, y, una noche, Jungkook le había pedido que se la enseñara. Henchida de orgullo, ella le había tendido su creación para que la viera. Él la examinó un buen rato, luego le dio la vuelta.

—¡No, no, que la has puesto del revés! —exclamó ella.

—¿Ah, sí? Es que no sé bien qué es...

Su hermoso rostro se había ensombrecido.

—Pero ¡si es Blessing Park!

—¿Blessing Park? —había repetido él incrédulo, examinando la labor más de cerca. Por el rabillo del ojo, había visto su semblante esperanzado y había terminado asintiendo con la cabeza.— Blessing Park, claro —había dicho, y le había devuelto la labor antes de que pudiera detectar la mentira en su rostro. Por su vida que, cada vez que miraba aquel tejido, veía tan Blessing Park en él como podía ver la luna.

Lo segundo que SooHyo no lograba dominar era el cróquet. A medida que los meses se hacían más cálidos, varios criados se reunían en los jardines de Bang (para considerable asombro de Jungkook) y jugaban. Siempre había algún accidentado por una bola o el mazo de SooHyo. Jungkook había internado enseñarle a jugar en repetidas ocasiones, pero tenía más talento para el golf que se practicaba en Escocia.

Le atizaba a la pelota con tanta furia que los criados huían siempre que le tocaba lanzar a ella. Según iban pasando las semanas, se la veía cada vez más a menudo sentada en uno de los bancos de hierro forjado durante los partidos, tallando.

Bang estaba decidido a que le terminara la flauta de madera que le había empezado, y había insistido en que lo hiciera durante los partidos para que él pudiese supervisar sus progresos. Para alivio general de los jugadores, el antiguo marinero se sentaba junto a ella, con sus inmensos brazos cruzados sobre el pecho mientras saltaban en todas las direcciones pequeñas astillas.

Desde su despacho, Jungkook solía mirar a SooHyo levantarse de su banco como un resorte para aplaudir un buen lanzamiento o discutir los puntos conflictivos del juego.

La tercera disciplina que su esposa no lograba dominar era la equitación. Al principio, Jungkook insistía en que montara los caballos más mansos. Cuando SooHyo rechazó a Desdemona (alegando diferencias irreconciliables), el llegó incluso a comprarle un caballo de tiro a uno de sus arrendatarios.

Descartaron la silla de dama desde el principio, pero ni siquiera a horcajadas lograba encontrar su ritmo con el caballo. Las pocas veces que conseguía convencerla para que montase, volvía inevitablemente destrozada por las sacudidas y la tensión. A medida que aumentaba el número de lecciones, Jungkook se dio cuenta de que casi siempre terminaba subiéndola a su silla y llevando su caballo sin montura a los establos.

Ella nunca se resistía, se desplomaba sobre él al tiempo que la tensión emanaba de su cuerpo y se disculpaba profusamente por su ineptitud. Jungkook probaba todos los trucos que conocía, pero SooHyo era demasiado cauta con cualquier caballo, aunque insistiera en lo contrario.

Aparte de eso, había pocas cosas que no supiera o no quisiera hacer. Jungkook se había sorprendido mucho el día que se la había encontrado trasquilando ovejas. Miró furibundo a sus hombres, que, muy astutamente, evitaron el contacto visual con él, porque todos ellos sabían, sin lugar a dudas, que aquello era algo que SooHyo no debía estar haciendo.

Ella trató de explicarle pacientemente que aquella habilidad podría resultarle útil algún día. No obstante, su marido se la había llevado a rastras, insistiendo en que una marquesa no realizaba ese tipo de actividades, y SooHyo le había contestado que prefería no ser marquesa si eso iba a limitar sus actividades.

Por mucho que lo intentó, Jungkook no pudo evitar sonreír ante aquella respuesta. Debía de ser la única mujer de toda Inglaterra que creía que su titulo limitaba sus actividades.

Cuando el hermano de Jessica se casó en los jardines de la finca, SooHyo entretuvo a los invitados interpretando viejos temas gaélicos que había aprendido de escuchar a la doncella y a la cocinera tararear. En lo que respectaba a la música, Jungkook la consideraba casi un genio. Bastaba con tararearle un tema para que ella hiciera fluir la melodía de las cuerdas de su violín.

Con un extraño orgullo, Jungkook la vio interactuar con los arrendatarios y el servicio, era tan vital que ninguno de los invitados a aquella sencilla boda se resistía a ella. Bailó con todos ellos, y su interpretación de las danzas escocesas resultó a la vez elegante y animada.

Lo que más le gustaba a Jungkook eran las tardes tranquilas que pasaban explorando Blessing Park. Acompañados de Harry, a menudo llegaban hasta las ruinas, donde SooHyo le contaba algún episodio increíble de la historia británica. Una tarde, le estaba narrando la caída de Simón de
Monfort, y él la había seguido fascinado mientras daba vueltas con los brazos en cruz tejiendo el relato de la cruzada de Simón contra el despotismo y su trágico fin.

Al terminar, ella se había vuelto hacia él, tristísima, y se había echado en sus brazos. Él le había acariciado el pelo mientras ella permanecía de pie, con el rostro enterrado en su pecho.

—Pobre Simón de Monfort—había murmurado al fin. —Sus ideas eran extraordinarias, pero le tocó vivir antes de tiempo.

—¿Desde cuándo te interesa tanto la historia? —le había preguntado Jungkook.

Ella le había sonreído con timidez y había respondido:

—Desde que tú me lo pediste.

Mientras volvían despacio a la casa, él la había mirado subrepticiamente varias veces,
maravillado de cómo había vivido todos aquellos años, aprendiendo lo que pensaba que él quería que aprendiese. No alcanzaba a comprender una devoción tan incondicional.

Por las noches, se sentaban a menudo en el salón verde recién remodelado, ella trabajando afanosa en aquella monstruosidad de labor y él leyendo en su agradable y serena compañía.

SooHyo aprovechaba aquellas veladas para probar nuevas bebidas alcohólicas, hasta que un buen día proclamó que había decidido que su favorita era la cerveza.

Él, como era lógico, se aseguraba
de que siempre hubiese cerveza para ella, del mismo modo que procuraba que llegaran partituras nuevas de Londres de forma periódica. Cualquier cosa que ella quisiera, él se la proporcionaba, diciéndose que era su obligación.

Su recompensa era la compañía de SooHyo.

Su sonrisa.

Y su música.

A veces, a última hora de la noche, ella tocaba para él como había hecho en aquella velada muchas semanas atrás y siempre, Jungkook era presa de la pasión y la intensidad del sonido que inundaba su cuarto.

Además, como casi todas las noches, le hacía el amor apasionadamente, en ocasiones, retrasaba su clímax hasta que ella le suplicaba; otras, la tomaba con desenfreno, y los dos lo alcanzaban rápidamente. En la cama, ella era una alumna ávida de conocimientos, cariñosa y abierta.

Rezumaba una serena sensibilidad y una adoración absoluta por él y, muy a su pesar, descubrió que ella ejercía cierto control sobre él. Jungkook se sentía inusitadamente indefenso cuando ella lo miraba, dispuesto a hacer cualquier cosa por ella o para ella, presto a complacerla más allá de sus más disparatadas expectativas.

Sin embargo, de algún modo, era siempre él quien disfrutaba de mayores satisfacciones.

No obstante, cuando Jungkook pensaba en el contrato que había firmado con el padre de ella y en el punzante rencor que le guardaba por haberlo obligado a aceptarla, lo invadían dudas persistentes. Sólo aquello ya era suficiente para hacerlo vacilar.

En muchos aspectos, SooHyo personificaba la carga que el padre de Jungkook había supuesto para él, una carga que había llevado a los hombros toda la vida y de la que pensaba que al fin se habla librado.

Temía que, cuando SooHyo dejara de ser su centro de gravedad, porque lo haría (como había ocurrido con MinGi, siempre ocurría, estaba seguro), volvería a ser su obligación no buscada.


^^

¿Qué creen sobre Yeol y Jones haciendo apuestas? Jaja morí....
Y el Nam que metió la pata jaja
Y SooHyo que es bruta para jugar al cróquet.
Y yo muriendo de ganas por tener un marido como el Marqués :V okya....

♡&♤

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