ℂ𝕒𝕡.16
Un día frío y lluvioso, Jungkook y Nam pasaron buena parte de la tarde encerrados en su biblioteca, trabajando.
Sin embargo, como venía siendo costumbre últimamente, a aquel le costaba concentrarse.
El afecto que sentía por SooHyo iba creciendo. Era una mujer tan absolutamente cautivadora e inusual que resultaba imposible no sentirse atraído por ella.
Además, desde aquel día en el prado, se sentía invadido de una necesidad instintiva de protegerla de cualquier daño.
Aquel fuerte instinto protector no hizo más que acentuarse con la repentina llegada de cartas e invitaciones tras publicarse en el Times la noticia de su enlace. La riada de misivas de las mismas personas que en su día habían evitado deliberadamente a su familia lo asqueaba.
Sabía bien lo que querían.
No querían felicitarlo como corresponde, sino conocer a la misteriosa esposa del Diablo de Darfield, para poder chismorrear, en la intimidad de sus salones, sobre la educación de SooHyo, sus relaciones sociales y su idoneidad como miembro de aquel círculo tan elitista.
Querían hablar de ella en las cenas y en las fiestas de fin de semana de toda Inglaterra, y que Dios la asistiese si no respondía a sus elevadas expectativas.
Así que había accedido algo inquieto a la petición de SooHyo de invitar a cenar a los Haversham aquella noche. Era evidente que ella apreciaba a aquella pareja de excéntricos, pero Jungkook se debatía entre el deseo de complacerla y la necesidad de protegerla.
La mirada esperanzada de sus ojos violeta no había tardado en convencerlo, un fenómeno que, observó, se producía cada vez con mayor frecuencia. Ella lo ablandaba como ninguna otra persona lo había hecho en toda su vida y, a pesar de lo extraordinariamente perturbador que aquello le resultaba, se veía incapaz de impedirlo.
También Nam lo notaba.
—Maldita sea, Darfield, has sumado esa columna tres veces. ¿Desde cuándo tienes problemas con las matemáticas? Siempre he pensado que eras una especie de ábaco ambulante —observó con una sonrisa cariñosa.
—Desde hace un mes o así —respondió al aludido con sequedad mientras examinaba el libro de cuentas que tenía delante.
—Hace un mes o así eras un solterón con un claro don para los números. Hoy estás casado y no podrías sumar dos y dos aunque tu vida dependiera de ello.
—Mi soltería terminó por circunstancias ajenas a mi control; dudo que eso haya afectado a mis conocimientos matemáticos.
Nam soltó una carcajada.
—Me parece a mí que estás atontado.
—¡Atontado! —protestó Jungkook. —Dios, Hunt, no soy un escolar enamoradizo. No obstante, debo admitir que me sorprende gratamente descubrir que SooHyo no es la niña malcriada que yo creía.
—¡Qué comedido! —replicó su amigo. —Si quieres saber mi opinión, lo que te ocurre es que te has encontrado con una esposa que supera con creces cualquier expectativa que pudieras haber tenido.
—No recuerdo haberte pedido tu opinión —pero no pudo evitar confirmar la aseveración de Nam con una sonrisa de complicidad.
SooHyo se arregló con esmero para la cena de aquella noche. Aunque había terminado cediendo, Jungkook no quería invitar a los Haversham. Sólo se le ocurría que fuese porque dudara de sus dotes de anfitriona.
A fin de cuentas, ella no contaba con lo que él podría considerar una formación adecuada, como la de las otras mujeres que había conocido. Era ridículo, claro, porque ella había sido anfitriona de los eventos de su padre y había asistido a más fiestas de lujo de las que podía recordar. No obstante, prefería que la apalearan y la descuartizaran antes que decepcionarlo.
Aquella cena saldría perfecta.
Había pasado la tarde repasando los detalles con la cocinera, Jessica y Jones.
Todos le habían asegurado que invitar a los Haversham a cenar era muy sencillo, pero SooHyo había insistido en que todo debía salir perfecto. Dado el gusto de aquella pareja por cualquier cosa exótica, se habla decidido por una cena inspirada en Egipto.
Incluso había ayudado a la cocinera a preparar la comida egipcia y un surtido de dulces orientales, ignorando por completo la persistente protesta de Jones porque una marquesa no se metía en la cocina.
En el salón rojo, SooHyo y Jessica colgaron unas vaporosas cintas de seda roja y oro por las cortinas y bajaron de su salón un montón de cojines que esparcieron por el suelo. Cuando terminaron, la estancia tenía un visible aire egipcio.
Ella se puso un vestido de terciopelo y gasa color lila rematado en oro que resaltaba sus ojos.
Este, otra creación de su prima SeuMi, tenía una pieza de terciopelo cruzada en diagonal sobre el pecho y enroscada a la cintura hasta la cadera. Desde allí, salía la falda de gasa hasta los pies, que terminaba en una pequeña cola. Era una prenda exótica y ceñida que acentuaba su busto redondeado, su cintura estrecha y sus finas caderas. Cuando terminó de vestirse, Jessica chilló de emoción.
—¡Parece una reina! —exclamó.
Complacida, SooHyo sostuvo en alto dos pendientes de diamantes.
—¿Qué te parecen? Tengo una gargantilla a juego.
Con la cabeza ladeada en un gesto de grave deliberación, la doncella negó despacio con la cabeza.
—Creo que los pendientes de amatista le quedarían mejor.
SooHyo se ruborizó.
No había vuelto a ponérselos desde que había descubierto el engaño de su padre; aquellas resplandecientes piedras preciosas se lo recordaban.
—No me gustan, de verdad. Prefiero los diamantes —señaló y de inmediato se los puso.
—¿Que no le gustan? ¿Por qué? ¡Si son preciosos! Pues antes le gustaban; nunca la he visto sin...
—Que no, Jessica, de verdad. ¿Los quieres tú? —le dijo impetuosa.
A la chica se le abrieron mucho los ojos al ver que SooHyo hurgaba en un joyerito de su cómoda y le daba los pendientes. Negó enérgicamente con la cabeza con la vista clavada en la joya.
—No puedo aceptarlos, milady, no puedo. ¡Son preciosos! —susurró nerviosa.
SooHyo le puso los pendientes en la mano.
—Quiero que te los quedes —insistió.
Jessica los miró espantada.
—No puedo aceptarlos —murmuró sin convicción mientras se los ponía. Su asombro se transformó en una amplia sonrisa al vérselos en el espejo. Impulsivamente, se volvió y abrazó a SooHyo.— ¡Ay, milady, es el mejor regalo que me han hecho nunca!
Los Haversham ya habían llegado, más temprano de lo que era de recibo y estaban con Nam en la sala dorada, junto al vestíbulo principal. Cuando entró Jungkook, lady Haversham se levantó como un resorte y en seguida hizo una gran reverencia, tan grande que su esposo tuvo que ayudarla a enderezarse.
—¡Buenas noches, lord Darfield! ¡Es un gran placer venir a cenar a su bonita casa! —señaló Cora Haversham con efusividad.
Cuando Jungkook se inclinó sobre su mano, pensó que la mujer iba a desmayársele encima. A su lado, el orondo William Haversham se ajustó el monóculo y se inclinó para saludarlo.
—Hace ya un tiempo que no teníamos el placer de venir a visitarlo, lord Darfield. Llevaba mucho tiempo aquí encerrado, ¿verdad? —inquirió.
Jungkook le estrechó la mano para saludarlo.
—Yo no lo diría así, lord Haversham. He estado en alta mar —respondió sin entusiasmo, y aceptó el jerez que Jones solía prepararle.
—Lord Haversham me estaba hablando de una partida de dardos verdaderamente asombrosa que presenció en Pemberheath —comentó Nam, de pie junto a la ventana, mientras Jungkook se aproximaba a la chimenea.
—¿En serio? ¿No sería lady Darfield una de las participantes? —preguntó con sequedad.
—¡Así fue, señor! Por sorprendente que parezca, es muy ducha en ese deporte. Podría haber ganado fácilmente la partida, pero creo que se dejó ganar por el marinero Lindsay, al que avergonzaba su imposibilidad de ganarle a la marquesa— señaló Haversham, luego sorbió su
whisky.
—Aquellos hombres insistían mucho en jugar la revancha —añadió lady Haversham, —tanto que yo empecé a inquietarme, ¿verdad, William? Pero lady Darfield supo mantener la calma. Dijo que ella había aprendido hacía mucho tiempo que allá donde fueres hicieras lo que vieres, y
aceptó el reto. Yo creí que iba a enfermar de miedo, porque eran todos unos hombres muy rudos, si sabe a lo que me refiero. Por suerte, los tenía tan pasmados con su destreza que no hacían otra cosa que mirarla boquiabiertos, ¿verdad, William?
A lord Haversham se le habían puesto las orejas coloradas. Miro avergonzado a Jungkook.
—Yo no temí por su seguridad en ningún momento, milord. Todo fue muy inocente —insistió, luego carraspeó y miró furioso a su esposa.
—Yo sé por qué la retaron —dijo lord Hunt como si nada. —La noche en que llegó a Inglaterra la amenazaron con hacerle daño si no jugaba, ella le echó mucho valor, la verdad, e hizo un trato con ellos. Les dijo que, si hacía diana, la dejarían en paz. Pensé que iba a tener que enfrentarme a todos ellos, pero ella se situó e hizo diana a la primera, jamás había visto hacerse el silencio así en tan poco tiempo —rió.
—¿Estaba usted allí? —preguntó SooHyo espantada desde la puerta.
Jungkook olvidó por un momento su deseo de estrangular a Nam por permitir que se pusiera en peligro. Encuadrada en el marco de la puerta, SooHyo era como una aparición, toda elegancia y belleza.
Con aquel vestido, parecía un ángel, uno muy provocativo, y Jungkook se sorprendió apretando el puño en el interior del bolsillo para mantener el deseo bajo control.
Dios, nunca paraba de emocionarlo.
Cuando se puso de pie, Hunt estaba riendo.
—Estuve allí todo el tiempo, lady Darfield, listo para salir en su ayuda si hubiera sido necesario. Parecía manejar tan bien la situación que confieso que sentí curiosidad por ver si lo conseguía.
—Al menos podía haberse presentado —gruñó SooHyo.
Jungkook, que había ido acercándose para recibirla, le pasó un brazo por la cintura, le besó con ternura la sien y subrepticiamente inhaló el sutil aroma a lilas que la envolvía.
—No fue una sola partida de dardos, sino dos, señora mía.
Ella sonrió avergonzada.
—No fue idea mía en ninguno de los dos casos.
—¡Ay, qué hermosa está esta noche! —dijo lady Haversham entusiasmada desde el fondo de la habitación.
—Es usted muy amable, lady Haversham —contestó SooHyo con un recatado movimiento de cabeza.
—Una criatura exquisita, ¿no le parece, milord? ¿Cuándo tiene previsto presentarla en sociedad? Toda la aristocracia londinense se quedará pasmada, se lo garantizo —sentenció.
Jungkook no lo dudaba en absoluto, pero no por las razones que exponía lady Haversham. Ignoró el asunto y en su lugar le preguntó a SooHyo qué le apetecía beber.
Ella frunció el ceño y se dio unos toquecitos con el dedo en los gruesos labios.
—¿Tienes vino de Madeira?
Jungkook no pudo reprimir una sonrisa.
—Creo que hay alguna botella en la bodega —dijo, y le hizo una seña a un criado.
—Lord Darfield, ¡no pretenderá tener a esta encantadora criatura encerrada en Blessing Park! —insistió lady Haversham.
A regañadientes, Jungkook miró a sus invitados.
—Todo a su debido tiempo, milady. Debo confesar que no hemos hecho muchos planes a largo plazo.
—Déjalo en paz. Cora. Están recién casados —refunfuñó lord Haversham.
—No es mi intención entrometerme, William, pero también tú has comentado que lady Darfield es demasiado hermosa para que la tengan encerrada en Blessing Park —le contestó su esposa haciendo una profunda respiración.
SooHyo se sonrojó de vergüenza.
—Yo diría que el marqués prefiere tenerla para él solo —intervino Nam, y lord Haversham asintió tan enérgicamente que se le cayó el monóculo del ojo. Juego le lanzó una segunda mirada feroz a su esposa.
—Lady Haversham, como sabemos lo mucho que le interesa lo oriental, esta noche vamos a servir una cena egipcia —informó SooHyo, cambiando hábilmente de tema.
La mujer dio una palmada de alegría.
—¡Ay, qué maravilla!
—¡Vaya!, ¿y en qué consiste una cena egipcia? —preguntó entusiasmado lord Haversham, que, por lo que SooHyo había podido ver, concedía prioridad a su estómago por encima de cualquier otro de los placeres básicos de la vida.
Ésta sonrió a su marido, logrando que se le encogiera el pecho.
—Ya lo verá —le respondió a su orondo invitado. —¡No quiero estropear la sorpresa!
Sin embargo, lady Haversham le estropeó la velada a SooHyo sin quererlo.
Todo empezó después del primer plato, sopa de lentejas, que los comensales coincidieron en calificar de éxito absoluto. Cuando se sirvieron el puré de garbanzos, los platos de berenjenas y vino de Madeira para todos, lady Haversham comentó:
—Lástima que no pudiera reunirse con lady Darfield en El Cairo, milord.
—¿Cómo dice? —preguntó Jungkok educadamente.
—Ah, ya sabe, cuando lady Darfield estuvo en El Cairo, usted iba a reunirse allí con ella, pero, claro, andaba ocupado por la península —le explicó mientras se servía más puré.
Desde el otro lado de la mesa, SooHyo vio ensombrecerse el semblante de Jungkook y se le cayó el alma a los pies. ¡Qué estúpida había sido por contarles a los Haversham absolutamente todo durante aquellas dos primeras semanas!
—Lady Haversham, ¿sabe que, cuando estuve en Egipto, monté en dromedario? —dijo nerviosa, rechazando el plato que le ofrecía.— Hace falta mucha maña para montarlos. Hay que colocarse un poco por detrás de la joroba para que el animal no se encabrite.
—¿Montó en dromedario, en serio? —chilló lady Haversham alucinada.
—¿Montaste en dromedario? —repitió Jungkook incrédulo casi al mismo tiempo.
SooHyo sonrió trémula.
—Yo pensaba que había que sentarse entre las jorobas —comentó la dama.
—El dromedario sólo tiene una joroba —la corrigió lord Haversham.
—¿Y tú qué sabes, William? ¡No has visto un dromedario en tu vida! —le espetó su esposa,
luego se giró en el asiento para mirar a SooHyo — ¿Cómo se monta en dromedario, lady Darfield?
Mirando a Jungkook de reojo, la joven se dispuso a explicarles el arte de la monta del
dromedario, sin entrar en los detalles más desagradables, como el hecho de evitar que el animal te escupa, lady Haversham estaba embelesada, Nam escuchaba atentamente y lord Haversham era gozosamente ajeno a cualquier cosa que no fuese la comida de su plato.
A SooHyo le pareció que Jungkook miraba su plato demasiado fijo.
—Aprendiste muchas cosas en Egipto, querida niña —dijo lady Haversham después de dar un sorbo a su vino. —Supongo que sabrá que su esposa habla varios idiomas, ¿verdad, lord Darfield? Y no me refiero al francés —le dijo a Jungkook con un gesto despectiva SooHyo se inclinó sobre su plato sujetándose el puente de la nariz con el índice y el pulgar. —Cuéntele lo que hizo el otro día —la instó.
SooHyo hizo una mueca, las cosas habían ido bien los últimos días y lo que menos quería era que Jungkook la creyese una especie de sabelotodo.
—No fue nada, de verdad —señaló, con la esperanza de que la anciana captase la indirecta y dejara de parlotear.
—¡Cómo que nada! Tengo un libro precioso que me regaló mi buena amiga Clara Whitesworth. Lo compró en Egipto y la cubierta lleva unos garabatos escritos, ¿verdad que parecen garabatos, William?
—Parecen garabatos —confirmó lord Haversham sin levantar la cabeza de la berenjena salteada en salsa de jengibre.
—Se lo enseñé a su esposa para que me diese su opinión, y ella rió y me dijo: «Ah, no, lady Haversham, aquí dice: "Que Dios te bendiga con una buena vida"», ¡luego me lo devolvió como si aquello fuese la cosa más fácil de descifrar del mundo!
SooHyo sintió que Jungkook la miraba y se ruborizó.
—Tenía mucho tiempo libre en Egipto —murmuró a modo de disculpa.
—¡Naturalmente! ¡Estaba esperando el momento de su boda con usted, lord Darfield! —declaró lady Haversham satisfecha.
SooHyo quiso que se la tragara la tierra, allí mismo, sentada a la presidencia de la mesa. Con todo lo que había meditado sobre aquella cena, en ningún momento se le ocurrió pensar en lo que lady Haversham podría llegar a decir. Tía Lee tenía razón: era transparente. Una niña tonta, parlanchina y transparente.
—¡Y luego están esos bailes! ¡Ay, qué absolutamente únicos e incomparables son esos bailes! Lady Darfield no sólo tuvo el detalle de hacernos una demostración sino que, además, ¡tuvo la audacia de enseñarnos a bailarlo!
—Muy estimulante —añadió lord Haversham.
SooHyo se desmadejó en la silla, muerta de vergüenza. Nam no paraba de sonreír, disfrutando visiblemente de la conversación y de la turbación de la joven.
—Por lo que veo, los talentos de mi esposa no tienen fin —sentenció Jungkook con elegancia, luego le dedicó una de sus miradas impenetrables.
SooHyo consideró por un instante la posibilidad de salir al balcón y arrojarse desde allí a los jardines. A juzgar por la sonrisa de Nam, su azoramiento era evidente para todos los comensales.
—La comida, las danzas, el idioma... —comentó Nam alegre mente. —¿Aprendió algo más en Egipto, lady Darfield? —preguntó.
—A hacer trampas con las cartas —espetó el marqués.
SooHyo cerró los ojos y gimoteó.
—¡Qué delicia! ¡Tiene que enseñarme! —exclamó lady Haversham mientras un criado le ponía delante un plato de arroz humeante y carne picada muy especiada.
—Sí, lady Darfield ha adquirido una gran variedad de habilidades con las que la mayoría de los hombres se limita a soñar: a tocar el violín en Roma, a hacer trampas en Egipto, a jugar al billar en Bruselas, a asistir el parto de una vaca en Virginia... ¿No tendrías también ocasión de luchar contra los indios? —inquirió Jungkook antes de probar el plato.
—No se burle, lord Darfield.
—¡Como va a luchar contra los indios! —lo reprendió lady Haversham.
—Lo que sí ha sido es cuatrera, ¿verdad, lady Darfield? —inquirió lord Haversham. Al oír
aquello, lord Hunt soltó una carcajada y, al otro lado de la mesa, Jungkook arqueó visiblemente una ceja. SooHyo cogió su copa de cristal y apuró el madeira, arrepintiéndose de haber preparado una cena de ocho platos en lugar de dos.
Cuando terminaron de cenar, agradeció que Jungkook le propusiera que lady Haversham y ella se retiraran mientras ellos disfrutaban de un puro y una copa de oporto. Una vez en el salón, reunió el valor necesario para comentarle con delicadeza a lady Haversham que su vida no había sido tan admirable y que Jungkook probablemente estuviese harto de oír hablar de ella.
—Quizá tenga razón, querida. A fin de cuentas, también ha llevado una vida extraordinaria —coincidió.
SooHyo sintió una punzada de pánico al oírle decir aquello, pero pensó que su anciana vecina debía de referirse a los numerosos rumores que circulaban sobre él. La trágica muerte de su madre, la deshonra de su hermana, la detestable afición de su padre al juego y a la bebida...
No obstante Jungkook lo había superado todo y había amasado una fortuna y una buena reputación. Lady Haversham se lo había contado en repetidas ocasiones.
Cuando los hombres entraron en el salón, ésta estaba sentada en el suelo, encima de un montículo de cojines, con un pastelito en la mano.
—Lord Darfield, hablábamos de su vida nada usual —señaló.
—¿De mi vida? —preguntó él con un gesto de aburrimiento.
SooHyo carraspeo nerviosa.
—Estoy segura de que todos los aquí presentes conocemos ya la vida de lord Darfield, lady Haversham —comentó en un tono demasiado suplicante.
—Ay, lady Darfield, ¡no me ha entendido! ¡Sé muy bien que todos esos horribles rumores son falsos! Es asombroso hasta dónde son capaces de llegar algunos por difamar a otros, ¿verdad? No, me refería a su célebre generosidad.
—Sí, sí, impresionante generosidad —confirmó lord Haversham mientras se dejaba caer en un butacón y se cruzaba las manos regordetas sobre la panza.
Jungkook miró a SooHyo inquisitivo. Ella se encogió de hombros, impotente, les dio la espalda y se dirigió a la zona de las ventanas cubiertas de seda.
—Me temo que mi vida no tiene nada de destacable.
—Por favor, lord Darfield, ¡no sea tan modesto! ¿Qué me dice de aquel tesoro que donó íntegramente al orfanato español? No conozco a ningún otro hombre que hubiese sido tan generoso, ¿verdad, William?
—A nadie en absoluto —coincidió su esposo mientras se estiraba para coger un pastelito.
—Creo que nunca había oído esa historia —señaló Nam, divertido, desde su posición junto al hogar.
—Es muy propio de él que no se lo haya contado, lord Hunt. Permítame que lo haga yo. Hace varios años, naufragó un barco pirata cerca de las costas españolas. A bordo, había una auténtica fortuna, y lord Darfield se hizo con ella, después de apresar a los rufianes, claro. Devolvió lo que pudo, pero, como no podía identificarse el tesoro entero, donó lo que quedaba, en su totalidad, a un pequeño orfanato de España. ¡No se quedó ni una baratija!
Nam miró a Jungkook con una chispa de picardía en sus ojos verdes.
Este se armó de paciencia y miró ceñudo a Nam.
—Lady Haversham, jamás ocurrió nada semejante —confesó.
La anciana, perpleja, se volvió a mirar a SooHyo.
—¡Estoy segura de que peca de modesto, milord! ¡El capitán Kang se lo contó a lady Darfield! —insistió.
Jungkook miró a su mujer, de espaldas, y vio que se le agarrotaban los hombros. Quería
amordazar a lady Haversham. Con un monólogo particularmente largo que sostenía desde el comienzo de la velada, la dama había conseguido, ella sola, revivir el trágico engaño.
Cruzó con disimulo la estancia y le pasó el brazo por la cintura a SooHyo. Ella se dejó caer sobre su pecho.
—Debo advertirle, lady Haversham, que mi esposa tiene cierta tendencia a adornar todos mis actos y dotarlos de cierta heroicidad, pero le aseguro que no soy ni tan bueno ni tan recto como ella cree —sentenció, y contuvo la respiración cuando ella lo miró visiblemente agradecida. De pronto Jungkook deseó que sus invitados no hubiesen ido para poder mirarla a gusto a los ojos.
Sin embargo, éstos estaban lejos de querer marcharse. El resto de la velada transcurrió en torno a la mesa de juego, después de que Jungkook sugiriese que SooHyo les enseñara los trucos que había aprendido.
Así, le enseñó encantada a lady Haversham a hacer trampas, a pesar de la fuerte oposición de lord Haversham, completamente convencido de que su esposa no volvería a jugar a las cartas con honradez en toda su vida.
Jungkook y Sam intercambiaron varias miradas de regocijo y perplejidad ante lo que SooHyo era capaz de hacer.
Como le ocurría con todo lo demás, a la joven se le daban muy bien las trampas. Lady Haversham jamás podría hacerlas, observó Nam, porque no sabía adoptar un gesto vago. La dama protestó por aquel comentario e insistió en que ella podía resultar tan vaga como cualquiera, a lo que SooHyo no pudo evitar reaccionar con una risita tonta.
Cuando finalmente probaron con una partida de loo, los intentos de hacer trampas de lady Haversham terminaron haciendo perder a su esposo más dinero del que habría perdido de haber jugado honradamente.
SooHyo fue reuniendo una pequeña cantidad de dinero y, en la última mano, le pasó su baza a Jungkook. Fue tan descarado que él le dedicó una mirada de desaprobación mientras lord y lady Haversham discutían. SooHyo respondió a su mirada con una sonrisa y un guiño de ojo.
Ya de madrugada, los Haversham se marcharon con la súplica incesante de que los Darfield y lord Hunt fueran a visitarlos pronto. En cuanto el coche salió de la finca, SooHyo musitó una disculpa a Nam y Jungkook, y se retiró a toda prisa a su dormitorio a lamentarse de tan humillante velada.
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Yo considero a Nam , a ChanYeol y a Jones como los más graciosos y acertados de esta historia , ellos están de nuestro lado jajaj.
Bueno sujetense las bragas que ahora va Jeon a irrumpir en la habitación de la niña UwU.
JeonJungKookelamordemivida.
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