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ℂ𝕒𝕡.12

7Yours7Edit & JeonPJK

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De cara al espejo, Jungkook terminó de anudarse el corbatín, ignorando la acalorada perorata* de SoonGi sobre promesas rotas.

Había sido un error ir allí, un error colosal.

Una figurita le pasó volando cerca y se estampó en la pared; Jungkook miró impasible los pedazos. Examinó por última vez el nudo que acababa de hacerse, luego se volvió y sonrió a la hermosa rubia, paseando la vista por el picardías transparente y la figura curvilínea que se escondía debajo.

—Nunca te he prometido nada, SoonGi —le contestó inmutable. —Tú y yo teníamos un acuerdo que nos convino a los dos durante un tiempo, pero a mí ya no me conviene.

—¡Cretino despiadado! ¿Cómo te atreves a venir aquí a tomarme como si fueras un semental en celo para soltarme después que se ha terminado? —chilló ella.

—No, no ha estado bien del todo, ¿verdad? —Jungkook suspiró y se metió las manos en los bolsillos. El no se creía tan despiadado como ella lo calificaba, pero, mientras lo hacían, no había sentido... nada. Era el final de otra serie de asignaciones, un procedimiento casi tan rutinario como sus contratos de negocios. Cierto que su relación con SoonGi había durado más que la mayoría, pero, al final, todas terminaban. Siempre. Le sorprendía que aún le produjera algún tipo de emoción. Desde que había llegado, había notado que ya no era capaz de sentir por ella un verdadero deseo. Sencillamente, se había acabado. De forma irremediable. Suponía que también ella se había percatado, porque lo habían hecho todo mecánicamente.

—SoonGi, cielo...

—¡No me llames así! —espeto ella, con los ojos llenos de lágrimas otra vez.

—Deja de portarte como una niña, cariño. Sabes que no ha habido mucho entre nosotros, salvo la atracción física quizá.

—¡Eso no es cierto! —sollozó ella.

Jungkook frunció el cejo en señal de desaprobación.

—¿Ah, no? A ti no te gusta el campo, ¿o lo has olvidado ya? A mí no me gusta la ciudad. A ti no te gusta que tenga negocios navieros... el mercader de Darfield, creo que me llamaste. Y a mí no me gusta ir de teterías a enterarme de los últimos cotilleos que a ti tanto te interesan. Vamos, cariño, sabías que esto terminaría tarde o temprano.

Derrotada, SoonGi se dejó caer en la cama, cogió una almohada de satén y se la apretó contra el pecho, muy apenada.

—Sabia que terminaría para ti —murmuró ella, —pero no para mí.

Jungkook sintió una punzada de compasión. Se acercó despacio a la cama y le puso la mano en uno de sus suaves hombros.

—SoonGi, siempre supimos que terminaría. Sólo faltaba ver cuál de los dos lo dejaría primero —le dijo con dulzura.

—No... —insistió ella, negando con la cabeza. —Yo no, nunca...

—Lo siento, cariño —la interrumpió él antes de que pudiese acabar. —Por lo visto, es preferible que haya terminado más pronto que tarde.

Aquel comentario ensombreció el semblante de la joven, que alargo la mano para cubrir con ella la de él antes de que la retirase de su piel para siempre.

—¿La... amas? —le susurró. Jungkook no respondió de inmediato. Le había dicho a su amante que se había casado, pero nada más. Por supuesto, no habla insinuado en ningún momento que su matrimonio fuese la razón por la que ponía fin a su relación con ella. Porque no lo era. Sencillamente ya no la deseaba.— ¿Eh, la amas? —volvió a susurrarle.

Jungkook la miró y meditó su respuesta. No amaba a SooHyo, pero había algo en ella, algo que lo había tenido cautivado aun cuando la joven que en esos momentos tenía delante había intentado todas las tretas femeninas que conocía para reclamar su cuerpo, algo que lo hacía sentirse un poco culpable por estar allí, algo distinto, algo a lo que no sabía cómo llamar, y algo que Rebecca no tenía. Ella alzó las pestañas y lo miró con sus ojos verdes empañados de lágrimas.

—No —dijo él amablemente.

—Pero la deseas. —Sorbió el aire apenada.

Jungkook suspiró nervioso y retiró la mano.

—No hay otra, SoonGi. Intenta entenderlo. Se ha terminado..., eso es todo. —Sin decir una palabra más, dio media vuelta y salió del dormitorio y de su vida.

Aquella tarde, cuando Jungkook llegó a la casa, dos mozos de cuadra salieron a recibirlo y, como de costumbre, Jones lo esperó a la puerta. Subió los escalones de piedra, algo contrariado de que no fuese SooHyo quien estuviera de pie donde se encontraba el mayordomo en aquel momento.

—Bienvenido a casa, milord —dijo sin entusiasmo, y le tendió las manos para recogerle el sombrero y los guantes.

—Gracias, Jones. Que me preparen un baño, por favor. He debido de toparme con el camino más embarrado de todo Southampton —señaló mientras adelantaba al sirviente en dirección a la magnífica escalera.

Subió los peldaños de mármol hasta la primera planta y enfiló el pasillo con la esperanza de toparse con SooHyo. Por razones que no acababa de entender, ni le preocupaban, quería verla.

No la vio, pero la oyó. Una pieza musical rápida y alegre sonaba en las habitaciones de la planta superior, si le hubiesen preguntado, habría dicho que se trataba de Bach. Sonrió para sus adentros mientras se dirigía desenfadado a su cuarto. Las notas del violín de SooHyo resolvieron inmediatamente dos de sus dudas: estaba cerca y de buen humor.

Jungkook entró en su habitación y saludó a Damon, su asistente personal, que estaba
guardándole unas camisas recién lavadas. Fue directo a un pequeño escritorio, meneando la cabeza al ver que su empleado le miraba las botas y se acercaba a él.

—Como estoy seguro de que me puedo quitar las botas yo solo, no voy a necesitar tu ayuda. —Sonrió al criado, imperturbable; éste le hizo una reverencia y se dispuso a salir de la habitación mientras Jungkook abría un cajón y sacaba papel.—Un momento. Quiero que entregues una nota. —Jungkook se sentó en una silla tapizada color arce y mojó la pluma en el tintero.

Le escribió rápidamente una nota a SooHyo comunicándole su regreso y pidiéndole que cenara con él esa noche. Cuando recibió la respuesta, estaba sumergido hasta el cuello en un baño de agua caliente. Jungkook le indicó a Damon que le acercara la nota y, con cuidado de no emborronarla, la leyó.

«Gracias, Me encantaría.»

No decía más pero Jungkook se sorprendió sonriendo. Diez minutos después de la hora de la cena, paseaba nervioso por delante de los ventanales de la sala dorada, y la espera empezaba a resultarle interminable, estaba muerto de hambre, le rugía el estómago y estaba agobiadísimo. Cuando al fin Jones entró en la sala cargado con una bandeja de vasos de cristal, Jungkook le preguntó:

—¿Dónde está lady Darfield?

—Aquí —respondió SooHyo, serena, mientras entraba detrás del mayordomo.

Llevaba un vestido de brocado color plata rematado de perlas diminutas. Por encima del escote recto, un collar también de perlas descansaba en su voluptuoso pecho. Se había peinado hacia atrás y el pelo le caía a modo de oscura cortina de rizos sedosos, con un mechón por la mejilla. Bajo sus pestañas largas y negras, chispeaban sus ojos violeta.

—Bienvenido a casa —sonrió.

—Gracias. —Jungkook inspiró despacio, maravillado de haber logrado casarse con una mujer tan hermosa sin haberlo querido siquiera.— Empezaba a pensar que no vendrías —dijo, cruzando la sala para recibirla.

SooHyo sonrió algo tímida. Parecía contento de verla, lo que resultaba muy extraño, teniendo en cuenta que había juzgado oportuno marcharse a Brighton de nuevo para huir de ella.

—¿Que bebes esta noche: ron, whisky? —Sonrió mientras sus ojos negros exploraban el rostro de SooHyo. La proximidad de aquel hombre le producía un cosquilleo en la piel.

—Creo que probaré el oporto —respondió al fin, tratando por todos los medios de ignorar su tierna mirada.

Jungkook le hizo una seña al criado, luego le cogió la mano a SooHyo y la enhebró en su brazo para conducirla hasta el sofá.

Ella respiró hondo para tranquilizarse; con aquella chaqueta negra de gala y el chaleco gris, era idéntico al audaz héroe con el que había soñado un día.

Caminando a su lado, percibía la potencia de su cuerpo musculoso y, maldita fuera, cuando se sentó, estaba temblando. Se sonrojó y rogó al cielo que él no notara el efecto que le producía aquel contacto, el masculino intento de Jungkook de ser tan encantador como pudiera (por compasión, o por sentirse mejor, sin duda) no ayudaba, únicamente dificultaba su objetivo. Y éste no había cambiado.

Seguía decidida a liberarlo y volver a casa.

—No tenía ni idea de que tocases el violín —comentó sonriente al tiempo que se sentaba
enfrente de ella.

SooHyo palideció.

Hasta hacía dos días, había creído que él le había enviado el violín con la esperanza de que aprendiera a tocarlo para él.

—Empecé a estudiarlo de niña, en Roma —logró decir sin ahogarse.

—Tocas muy bien. Te he oído antes... Bach, ¿verdad?

Gratamente sorprendida, asintió con la cabeza.

—También yo soy un gran amante de la música —añadió el con una cálida sonrisa.

—Lo sé... bu-bueno, m-me lo han dicho... —tartamudeó SooHyo. Jungkook no dijo nada, ignoró cortésmente su nerviosismo.

Quería decirle que tenía mucho talento musical.

Quería decirle que era la criatura más hermosa que había conocido jamás, que estaba despampanante con otro de sus vestidos celestiales. En cambio, bebió de su whisky y observó cómo SooHyo tamborileaba su muslo rápidamente con sus largos dedos.

—¿En qué otras cosas ocupas tu tiempo? Sé que juegas a los dardos, pero ¿sabes jugar a otras cosas? ¿Al ajedrez, quizá?

—¿Al ajedrez? No, nunca he aprendido. Conozco muchos juegos de cartas y se jugar al billar, claro...

—¿Al billar? —preguntó algo sorprendido.

—Aprendí en Bruselas —comentó a título informativo.

Jungkook rió y meneó la cabeza.

—Bruselas, claro —dijo amable. —¿Y dónde aprendiste a jugar a las cartas? —le preguntó
mientras se levantaba a servirse otra copa.

—En el barco de papá, supongo. Pero aprendí a hacer trampas en El Cairo —añadió distraída.

Sonriente, Jungkook volvió y se sentó a su lado en el sofá. SooHyo abrió mucho los ojos, desconcertada.

—Conque trampas... eso es un escándalo, lady Darfield.

—No lo hago por norma, sólo cuando lo exigen las circunstancias —dijo en voz baja, mirándole la boca, un gesto inocente que hizo que a Jungkook le hirviera la sangre.

Jungkook dejó la bebida encima de la mesa y se acercó más a SooHyo.

—¿Exactamente cuándo, si se puede saber, lo exigen las circunstancias?

Soohyo separó un poco los labios, como para responder. Jungkook se inclinó hacia ella y le llegó el aroma a lilas de su pelo.

—Cuando pierdo mucho.

—Aja.

—C-cuando pierdo. M-mucho —tartamudeó.

Lo tenía tan cerca que podía oler su suave colonia. La estaba tocando el pelo, acariciándole con suavidad la sien, produciéndole un hormigueo constante por toda la espalda.
De pronto, hacía mucho calor en la sala.

Mucho.

¿Qué demonios pretendía aquel hombre? Quería que huyese aterrada. Si era eso, lo estaba consiguiendo.

Jungkook iba a cogerle la copa de oporto que SooHyo sostenía con una fuerza anormal cuando entró Jones para anunciar que la cena estaba lista.

Jungkook le lanzó una mirada furiosa al mayordomo, que lo ignoró intencionadamente, abrió las puertas de par en par y esperó para atenderlos.

Suspirando frustrado, el noble se levantó despacio y ayudó a SooHyo a ponerse en pie. Agradecida de que sus piernas temblorosas la sostuvieran, caminó rígida al lado de su marido hasta el comedor. Le parecía tan injusto que una simple caricia suya pudiese confundirla tanto y aflojarle de aquel modo la voluntad.

Sentado a un extremo de la larga mesa de caoba, Jungkook miró de reojo a SooHyo, a su derecha.

Mientras los criados trajinaban a su alrededor, la notó muy nerviosa y procuró encontrar temas de conversación fútiles que la relajaran. No tuvo que pensar mucho. En cuanto llegó el primer plato, la joven se soltó a hablar como una cotorra.

Empezó con un informe de las dos semanas que había pasado en Blessing Park durante su ausencia, como si fuese de lo más normal que la hubiera abandonado en su luna de miel.

Reconoció haber hecho algunos cambios en la casa, como la reorganización del estudio principal y luego, claro, el cambio del salón por la biblioteca de arriba. Tras relatarle todas y cada una de las actividades de aquellas dos semanas, evitó intencionadamente las alusiones a su última ausencia y prosiguió contándole anécdotas de América.

Le habló extensamente de sus primas, SeuMi y MinMi, y de su tía Lee. Por lo visto, las dos hermanas discutían constantemente y SooHyo les hacía de árbitro. Cuando terminaron con los cuencos de sopa y se sirvió el plato principal, trucha, SooHyo le habló sin parar de los lugares que Harry y ella habían explorado.

Ella, como es lógico, le recordó varios capítulos de historia, y así fue vertiendo uno por uno todos y cada uno de los pensamientos que le venían a la cabeza. Habló de la histona de Roma, luego de la historia egipcia (con varias menciones de la historia persa), a continuación de la historia europea, después de la americana. Aderezó su relato con datos interesantes y menos conocidos que había recabado durante sus viajes.

Lamentó no saber tanto como querría sobre Oriente, pero juró aprenderlo, como si de pronto fuese lo más importante del mundo. Entretanto, Jungkook comió en silencio, escuchando con atención aquel torrente inagotable de datos, realizando comentarios esporádicos y monosilábicos, y resistiéndose a sus encantos.

Ignoraba por que SooHyo estaba tan nerviosa, pero lo estaba. Tenía las mejillas sonrosadas y miraba a todas partes menos a él. Apenas comía y se limitaba a mover la comida hacia los bordes del plato mientras hablaba. Era, debía reconocerlo, una criatura seductora.

Con una sonrisa serena en los labios. Jungkook al fin se inclinó hacia adelante y le cubrió la mano con la suya.

—SooHyo, ya puedes parar —le dijo sin más. Pensó que quizá no se había dado cuenta de cómo estaba parloteando, pero el gesto de alivio que invadió su rostro fue suficiente para hacerlo reír.

—Supongo que tengo que planteártelo directamente —confesó sin ganas al tiempo que se recostaba en la silla. Apartó su mano de la de él y se la llevó tímidamente al regazo, junto con la otra, luego bajó la mirada, y sus pestañas largas y negrísimas le acariciaron las mejillas.

—¿Que es lo que tienes que plantearme directamente? —inquirió Jungkook.

—Supongo que sabes..., bueno.... creo que..., en fin, que yo creía que las cosas eran distintas de como son, de verdad, y me avergüenza haber estado tan equivocada y, bueno.... que me gustaría... me gustaría...

A Jungkook no le agradaban las secuelas que el terrible engaño de su padre le habían dejado, ni que aquello estropeara una velada tan increíblemente agradable.

—SooHyo, no es necesario que hagas esto —le dijo él con dulzura.

Ella no pareció oírlo. Sin dejar de mirarse el regazo, respiró hondo y prosiguió:

—Quiero disculparme. No era mi intención causarte ninguna molestia, de hecho, preferiría morir a hacerte daño de algún modo y, en realidad, nunca pensé que lo había hecho, porque, claro, yo creía que las cosas eran muy distintas a como son de verdad, al parecer, a pesar de que tú me dejaste bien claro lo contrario, algo que, por supuesto, yo no creí, porque, obviamente, por mi tozudez, debo añadir, entendí de otra forma completamente diferente, y fue muy estúpido por mi parte, pero ahora ya está hecho y uno no puede recrearse en la propia estupidez sin correr el riesgo de volverse completamente estúpido...

—SooHyo, basta ya —le pidió él con insistencia antes de que se lanzara a por otro monólogo interminable.

Pero ella siguió adelante:

—Sé lo absurdo que esto debe de parecerte, pero, créeme, para mi es el súmmum de lo absurdo, en serio, lo máximo por decirlo de algún modo, y lo siento, pero me parece que no hay más solución que mi regreso inmediato a América. —Cerró los ojos con fuerza como si esperara un asalto verbal de él, luego los abrió despacio y, al ver que no decía nada, levantó la vista.

A Jungkook lo dejó atónito que ella se disculpara por el engaño de su padre. Estaba a punto de decirle que no era culpa suya, pero, antes de que pudiese hablar, ella se precipitó a llenar el silencio momentáneo que se produjo entre los dos:

—Sé que mi... tu... fortuna se encuentra sujeta al testamento de mi padre, y me da igual, no la quiero, de verdad. Verás, mi tía Lee tiene una granja pequeña y todas trabajamos en ella y vivimos decentemente de lo que sacamos y, con la pensión, podríamos continuar viviendo sin penurias... Me parece la única solución lógica, porque no veo justo que tengas que pagar por las terribles mentiras de mi padre —concluyó, una octava por encima del tono en que había empezado.

Jungkook la miró un buen rato.

Sus ojos violeta suplicaban comprensión al tiempo que se ofrecía desinteresadamente a cargar con la culpa de las fechorías de su padre, sin pensar en su futuro ni en su felicidad. Lo conmovió su propuesta, pero no la consideró ni siquiera un instante. No iba a mandarla de vuelta a América, deshonrada y sin la dote que le correspondía.

Lo enfurecía imaginarla trabajando para poder comer; la idea de perderla se le hacía enteramente insufrible en aquel momento.

—Eso no será necesario —dijo él bruscamente, preguntándose por qué no podía decirle lo valiente y lo noble que la creía por proponerle algo así.

—¿No es necesario? —preguntó ella serena.

—No —respondió él sin más.

—De haberlo sabido, yo jamás habría..., quiero decir..., tú eres la víctima de todo esto, y no quiero formar parte de un matrimonio que contrajiste en contra de tu voluntad —explicó.

Jungkook se esforzó por mantener el control; se le amontonaban las ideas, y los músculos de la mandíbula se le tensaban.

¿Cómo iba a decirle que no tenía intención de dejarla marchar? No estaba seguro de que eso fuera cierto.

¿Cómo iba a decirle que su conducta había sido abominable hasta el momento y que ella merecía algo mejor? Apenas empezaba a darse cuenta de eso.

Histérica, SooHyo se preguntó qué se le estaría pasando por la cabeza, y deseó tener en la mano su pasaje a América. Supuso que él se consideraba demasiado honrado para aceptar una propuesta como la suya, pero, al mismo tiempo, imaginaba que probablemente quisiera hacerlo. De pronto sintió la necesidad de ponérselo fácil.

—No quiero quedarme contigo —espetó directamente.

Él, sorprendido, arqueó una ceja.

—¿De verdad no quieres? —señaló.

—¡No, no quiero! Ahora que sé la verdad, ¡no puedo continuar con esta farsa!

Jungkook frunció el cejo.

—Pues no parece que te vaya tan mal en Blessing Park. Tienes todo lo que necesitas: un perro, un jardín y amigos. ¿Qué más podrías querer? No creo que te apetezca trabajar de sol a sol en una granja de Virginia —dijo sin inmutarse.

SooHyo sintió el impulso de gritar que al menos en Virginia la querían, pero se mordió la lengua.

—No entiendo por qué te opones —insistió ella.

—SooHyo, parece que no entiendes que soy yo quien decide lo que más te conviene. Tu idea de volver a América sin un penique no es aceptable. Además, ya estamos casados, y lo que puedes o no hacer tiene muchas limitaciones. Me corresponde velar por tu bienestar —dijo testarudo, preguntándose de nuevo por qué no podía decirle sin más que no quería que se fuera. Aún no.

SooHyo echó un vistazo a su pescado a medio comer. Aquel hombre no entendía más que de obligaciones, y lo que ella pretendía era librarlo de una no deseada, era evidente que ella constituía una carga para él, algo que a SooHyo le costaba digerir.

—Lo entiendo muy bien —replicó ella con frialdad, y se apartó de la mesa.

Un criado se acercó a toda prisa para ayudarla, pero SooHyo ya se había levantado y chocó con el pobre criado cuando intentaba salir del comedor.

Jungkook, más rápido y resuelto que cualquiera de los dos, la atrapó antes de que llegara a la puerta.

—Eso es todo —les bramó a los criados.

Agarró con fuerza a SooHyo por el codo, la sacó por la puerta, la arrastró por el pasillo y la metió en el estudio principal. Apoyado en la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho, Jungkook la miró muy serio.

—¿Qué tal si me dices qué te pasa? —le preguntó con calma.

SooHyo se puso en jarras y lo miró furiosa.

—¿Que qué me pasa? ¡Me pasas tú, y yo, y esta horrenda decepción! ¡Me pasa tu sentido del deber! ¡Me pasa que quiero librarte de esa obligación y desaparecer de tu vista! —le gritó furiosa.

—No vas a volver a América —le dijo autoritario.

—¿Es que no lo entiendes? —exclamó SooHyo espantada. —¡Te estoy dejando libre! ¡Es lo que tú quieres! ¡Eres un hombre de lo más frustrante! —chilló. Jungkook se apartó de la puerta y empezó a acercarse despacio a ella. Ella rodeó veloz un sofá y se situó delante del fuego, interponiendo el mueble entre los dos. Una sonrisa lenta se dibujó en los labios de Jungkook mientras cambiaba despacio de trayectoria.

—Tú no sabes lo que significa frustrante, señora mía —dijo suavemente.

—¡Ja! Pero sé lo que significa grosero y arrogante, ¡y tú eres las dos cosas! ¡Y pensar que he llegado a sentir lástima por lo que has sufrido! ¡Voy a volver a América, porque no pienso quedarme aquí como si fuese la pariente pobre! —insistió mientras rodeaba el sofá despacio, manteniéndose fuera de su alcance. La sonrisa socarrona de Jungkook se intensificó.

—¿La pariente pobre? ¿Eso es lo que piensas que creo?

—¡Lo sé! —gritó SooHyo, y notó que se le hacía un nudo en la garganta. Era una carga, sí, y la situación empeoraba porque lo quería, mucho más de lo que lo había querido en su vida, más de lo que lo querría jamás, y más de lo que nunca había creído posible.

Al ver que Jungkook se movía, ella se desplazó en seguida hasta un extremo del sillón. Él se situó en el otro, con sus potentes piernas separadas y los brazos en jarras.

—Yo sólo he dicho que tengo una obligación. Todos los hombres tienen obligaciones. ¿Por qué te disgusta eso? —preguntó sereno.

SooHyo se estremeció. No era eso, sino el que fuese sólo una obligación para él y amor para ella. Tenía su orgullo y su orgullo le decía que se fuera, que se lo dejase a lady Davenport. En lugar de contestarle, SooHyo dio media vuelta y se dirigió a la puerta. En tres zancadas, Jungkook la cogió por los hombros y la volvió para que lo mirara.

—No te irás a América —le dijo con voz ronca. SooHyo reconoció aquella mirada y, girando la cabeza, logró interponer los brazos entre los dos. Si la besaba como lo había hecho la noche anterior, perdería por completo el control.

Jungkook se aproximó más.

—¡No te resistas! —le susurró furioso, su aliento haciéndole cosquillas en el oído.

La determinación de SooHyo se desmoronaba por segundos y, de pronto, se sintió impotente. En lo relativo a él, era tan débil que, en aquel preciso momento, contemplaba la posibilidad de pasar el resto de su vida con un hombre que no la amaba. Un hombre con una amante guapa.

Cuando Jungkook le cogió la cara entre las manos, ya no pudo controlarse. El rechazo que había sufrido en las últimas semanas estalló en lo más hondo de su ser y tuvo que contener las lágrimas de rabia.

—¡No quiero ser una obligación! ¡No quiero ser un recordatorio constante del engaño de mi padre! ¡No quiero que mires a otra mujer y desees haber sido libre para poder casarte con ella! No quiero amarte como te amo y descubrir esa mirada distante en tus ojos. —Se interrumpió, espantada y horrorizada por lo que acababa de decir, y empezó a llorar desconsoladamente.

Mudo, Jungkook se la quedó mirando, luego le apoyó la cabeza en su pecho mientras la pena brotaba a raudales de su cuerpo menudo. Le acarició el pelo con ternura mientras lloraba, rodeándola con el brazo, protector. No quería volver a ver tanto dolor en sus ojos y, en aquel momento, creyó que haría lo que fuera por asegurarse de que así fuera.

—No piensas con claridad —le murmuró al fin, perfectamente consciente de que tampoco él lo
hacía.

—¡P-por favor, no me obligues a quedarme! —tartamudeó ella. A Jungkook se le partió el
corazón de oírla tan infeliz.

—SooHyo, has pasado por mucho últimamente, y no estás siendo razonable. Creo que deberíamos dejar esta conversación para un momento más oportuno, hasta que hayamos pensado claramente en nuestras opciones.

—Estoy siendo razonable, y no hay otras opciones —replicó ella, sorbiéndose la nariz.

—No vamos a hablar de esto ahora —insistió y, deslizándole el índice por debajo de la barbilla, le levantó la cabeza para poder verle la cara.

SooHyo se sorbió de nuevo la nariz; los regueros de lágrimas le cruzaban las mejillas. Lo invadió un peculiar deseo de tranquilizarla y la acarició con suavidad antes de inclinarse para secarle las lágrimas con sus besos.

SooHyo estuvo muy quieta mientras aquellos labios se paseaban por su piel. Jungkook ancló su boca en la de ella y, despacio, le recorrió los labios con la lengua, pidiéndole con mucha ternura que lo dejara entrar.

Era un beso tan distinto a los otros, tan dulcemente seductor..., más de lo que cualquier mujer pudiera resistir. Cuando los labios de SooHyo se separaron, él entró poco a poco, instándola suavemente con sus manos y su boca a que lo deseara.

El deseo cálido y tierno de aquel beso la meció hasta el olvido. Le pareció descender por una espiral vertiginosa y se aferró a él para no caer. El cuerpo robusto de Jungkook estaba completamente pegado al de ella; notaba hasta el último músculo nervudo, percibía cómo su propio cuerpo intentaba fundirse con el de él.

Cuando al fin se dio cuenta de lo que estaba haciendo, de lo que sentía, la invadió el pánico y apartó de pronto su boca de la de él.

No podía hacerlo.

No podía sentir la potencia de sus brazos, la vehemencia de sus besos ni el sabor de su boca sin perder hasta el último retazo de sentido común que le quedaba.

—Ha sido un día muy largo —se disculpó. Jungkook se detuvo para apartarle un mechón de pelo de la cara antes de retirarse respetuosamente.

—Una tregua, entonces. ¿Te apetece jugar al billar? Será divertido —le preguntó mientras se acercaba a la chimenea.

SooHyo se lo pensó. No podía hablarle de América en aquel momento sin deshacerse en lágrimas infantiles. Una partida de billar mantendría su mente ocupada, y también la de él, hasta que recobrara el valor y pudiera hablarle, hacerle entender.

—Debo advertirte que soy dada a apostar —le informó ella serena.

Sorprendido, la miró de reojo, y ella sonrió trémula.

—¿Debería preguntarte si tienes intención de hacer trampas?

SooHyo sonrió aún más.

—Nunca hago trampas al billar.

—Ya. Salvo que pierdas, supongo.

—Mucho —añadió ella asintiendo con la cabeza.

Jungkook rió a carcajadas.

—Muy inapropiado para una marquesa, pero, por esta vez, te lo permitiré —le dijo, y le señaló la puerta.

SooHyo, algo azorada, se atusó el pelo, luego salió delante de él, acompañada del suave frufrú de las faldas de su vestido de brocado. Jungkook miró al cielo rogando en silencio que le concediera fuerzas para resistirse.

Como ya iba acostumbrándose a los talentos únicos de SooHyo, a Jungkook apenas le sorprendió que jugase tan bien al billar.

Descansando una cadera en la banda, se apoyó en su taco y observó como ella rodeaba la mesa despacio, con el cejo fruncido de concentración, recorriendo con una mano el canto pulido. Tras decidirse por un tiro, se apoyó en la mesa, revelando el tentador canalillo de entre sus pechos.

Jungkook ni se enteró de que había colado la bola en la tronera hasta que SooHyo se irguió y le sonrió.

El siguiente tiro le proporcionó la oportunidad de admirar sus caderas suavemente redondeadas.

—¡Maldita sea! —exclamó por lo bajo sin pensarlo cuando la bola se desvió.

Jungkook rió. Aquella niña malcriada hablaba fatal, algo que seguramente habría aprendido en el mar, aunque tampoco era para tanto, teniendo en cuenta lo que debía de haber oído en todos aquellos años.

—¿Cuánto has ganado? —le preguntó él mientras miraba las cuatro bolas restantes.

—¿No lo sabes? —le contestó ella, sorprendida. —Mil libras.

Jungkook terminó de entizar su taco y levantó la vista.

—¿Estás segura? Yo diría que han sido cien libras.

—Deberías prestar más atención. Con una, son mil libras.

Jungkook sonrió para sus adentros; prestaría más atención si ella no fuese tan condenadamente cautivadora.

—Resulta difícil centrarse en el juego cuando se está tan absorto en semejante... destreza —dijo distraído.

A SooHyo pareció complacerla enormemente el cumplido velado.

—¿Mil libras, dices? —prosiguió él rodeando la mesa y estudiando las cuatro bolas restantes. —¿Te atreves a subir la apuesta?

SooHyo rió con insolencia.

—Yo diría que no tengo nada que temer, dado que ya he ganado mil libras. Tal vez tendría que preguntarte yo si te atreves tú a subir la apuesta —lo desafió.

Una encantadora sonrisa de medio lado se dibujó en el rostro de Jungkook.

—Por supuesto que me atrevo, señora mía.

Su seguridad en sí mismo resultaba verdaderamente seductora. Lo estudió bajo el velo de sus pestañas mientras fingía valorar su propuesta.

Él rodeó una vez más la mesa, examinando con detenimiento las bolas restantes. Se había quitado la chaqueta hacía un rato y se había remangado la camisa, dejando al descubierto sus robustos antebrazos. El chaleco le abrazaba la enjuta cintura, y los pantalones negros le sentaban como un guante a sus potentes caderas y muslos.

SooHyo suspiró como una colegiala mientras admiraba su esbelta figura; nunca lo había visto tan relajado, ni tampoco, desde luego, más guapo.

—¿Y bien? —la instó él.

—¿Qué tienes en mente? —preguntó ella tímidamente.

Él sonrió con picardía.

—Lo siento, lo que tengo en mente heriría tu tierna sensibilidad —respondió socarrón. —No obstante, tengo una propuesta alternativa que quizá te interese.

Sinceramente a SooHyo le interesaba más la propuesta que podría herir su sensibilidad, pero contestó desenfadada:

—Te escucho.

—Si meto las cuatro bolas que quedan de una tirada, esperarás tres meses antes de decidir si vuelves a América —anunció, y la miró fijamente.

SooHyo titubeó.

Aquella no era la propuesta que esperaba.

¿Tres meses?

¿Tres meses deseándolo, amándolo, sin que sus afectos se viesen correspondidos?

—¿Por qué? —espetó ella.

—¿Por qué? —El vaciló un instante, luego se encogió de hombros y volvió a examinar la mesa.— En tres meses puedo pulir los últimos detalles del testamento de tu padre y es tiempo suficiente para asegurarme de que no pierdes tu dote —observó con fingida indiferencia.

Su respuesta, aunque no la sorprendía, la decepciono inmensamente. SooHyo se odiaba a sí misma por fantasear con cada una de las palabras que él le decía. Cada vez que lo hacía, la bofetada que la devolvía a la cruda realidad le dolía aún más.

Él no la quería, pero necesitaba tiempo para arreglar las cuestiones legales de su matrimonio. Amaba a lady Davenport, no a ella, se recordó. Ella no era más que una condenada obligación para él.

—¿Y si no lo consigues? —La irritó que su voz sonara como la de una niña contrariada.

—Puedes decidirlo mañana y yo no me interpondré en tu camino. —SooHyo miró la mesa y él la miró a ella, que frunció el cejo; no creía que pudiese meter cuatro bolas de golpe. ¿Qué significaba eso? Que Jungkook quería que se fuera, obviamente. ¿O de verdad se creía capaz de conseguirlo y lo que quería era que se esperara tres meses? Lo miró, y lo encontró inmutable, luego volvió a mirar la mesa. Cielo santo, ¡iba a tener que controlarse y poner fin a aquellas elucubraciones infantiles! Debía volver a América de inmediato; quedarse la destrozaría,

«¡El no te quiere! ¡Apenas te conoce! —se reprendió.— Tres meses son mucho tiempo para amar a un hombre que ama a otra. Demasiado tiempo para aferrarse al más mínimo indicio, a la espera de algo que jamás encontrarás.»

—Muy bien —dijo ella tontamente.

—¿Estás segura? —preguntó él al tiempo que se inclinaba sobre la mesa y alineaba el taco con una bola. SooHyo no respondió; se quedo petrificada, examinando de prisa una y otra bola y preguntándose cómo lo haría.— ¿SooHyo? —insistió él. Ella lo miró y asintió despacio con la cabeza. Jungkook volvió a centrarse en la

—Espera —gritó la joven. Jungkook levantó la vista expectante. Ella buscó desesperada algo que decir, algo con lo que distraerlo mientras ella pensaba. ¡Tenía que pensar!—¿Q-qué hay de las mil libras? —tartamudeó.

—Las has ganado. Son tuyas. —Se encogió de hombros y regresó a la mesa.

—¿En cheque bancario o en efectivo? preguntó SooHyo precipitadamente para hacer tiempo.

—¿En cheque bancario o en efectivo? —rió él— Pues... lo que prefieras, lady Darfield. Y, antes de que me lo preguntes, le pediré a ChanYeol que te lo entregue a primera hora de la mañana —añadió, anticipándose a la pregunta. SooHyo asintió mecánicamente, sin dejar de mirar la mesa. —¿Te lo estás pensando mejor? —le preguntó él.

SooHyo se estremeció. ¡Genial! Ahora, además de un engorro y una niña tonta, la creería una cobarde.

—Por supuesto que no —respondió con rotundidad. Y, para rematarlo, añadió: —¿A qué esperas?

<<○○○>>

Me salió valiente la SooHyo •_• por eso le pasa lo que le (va a) pasa(r) :V

*perorata: Discurso, oración o razonamiento largo, aburrido, molesto o inoportuno.

A pesar de que sí fue un error enorme ir a visitar a SoonGi , esa visita le sirve al marqués para aclarar su mente.
Por esa razón a partir de aquí todo comenzará a mejorar en la relación entre el "Diablo de Darfield" y "La pesadilla de alta mar".

¿Spoiler?

No , claro que no , yo solo digo :v

Nos leemos SandyShingus.

(UwU)
N

O LECTORES FANTASMAS

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