ℂ𝕒𝕡.11
Teniendo présente lo desolada que estaba SooHyo por la traición de su padre, a Jungkook no le extrañó que, a la mañana siguiente, no se presentara a desayunar. Algo preocupado y bastante desconcertado por sus propios sentimientos traidores, trató de escuchar a ChanYeol, pero sin enterarse bien de lo que le decía. Tras varios intentos de comerse un plato de huevos revueltos terminó desistiendo.
—Seguiremos en la biblioteca, ChanYeol —le dijo, y se levantó bruscamente de la mesa.— Jones súbele una bandeja a lady Darfield.
—Ya lo he hecho, milord, pero no ha querido comer nada —respondió el mayordomo, lanzándole una mirada acusadora a su jefe.
Sin decir nada, Jungkook salió impaciente de la habitación; a su espalda. Jones y Sebastian se miraron ceñudos.
Después de pasar una hora en la biblioteca con su secretario, Jungkook se dio cuenta de que, mientras miraba fijamente por la ventana, no dejaba de pensar en SooHyo.
La recordó en el jardín el día anterior, jugando feliz a la pelota con el perro tullido.
Recordó lo seductora que estaba cuando había interrumpido su paseo vespertino, con las mejillas encendidas por el ejercicio y los ojos resplandecientes de felicidad.
Y en la cena, se había divertido mucho con sus bromas mientras él le contaba alguna de sus aventuras más interesantes por el mundo cuando era un muchacho.
—¿Está seguro? —le preguntó ChanYeol.
Jungkook se abstrajo por un momento de sus preocupaciones y miró a su secretario.
—¿Seguro de que?
El hombre se aclaró la garganta y recolocó los papeles que tenía en el regazo.
—Me ha pedido que acepte la invitación al domicilio de lady Davenport para el próximo fin de semana —señaló tímidamente.
—¿Ah, sí? —inquirió, confundido por un momento. SoonGi. Tenía que hacer algo con ella, pero por su vida que no sabía el qué. Notó que lo sonrojaba una extraña sensación de vergüenza. Se inclinó sobre su escritorio y se masajeó las sienes. Maldita fuera, era incapaz de hacer nada en aquel estado. No podía concentrarse en nada de lo que ChanYeol le proponía y no recordaba haber estado tan distraído en toda su vida de adulto. —Aún no lo he decidido. Si me disculpas, creo que necesito un paseo a caballo —señaló levantándose de la silla.
—Parece que va a llover, milord —le gritó ChanYeol mientras cruzaba brioso la habitación, y recibió como respuesta un fuerte portazo de su jefe al salir. Una vez solo, se volvió desde la silla para mirar por la ventana, con una inmensa sonrisa en los labios, jamás había visto al marqués tan malhumorado, y sabía bien porque era. —Ya iba siendo hora —murmuró satisfecho para sí, y recogió sus papeles.
Jungkook subió la escalera de dos en dos y se dirigió a los dormitorios. Un sonido le llamó la atención y lo hizo detenerse en seco. Las notas de violín más tristes que había oído nunca atravesaban la gruesa puerta de nogal del salón de SooHyo. Perplejo, se acercó despacio y se agarró con fuerza al marco.
Era SooHyo, lo sabía.
No tenía ni idea de que tocase el violín y por Dios que lo tocaba bien.
Pulsaba las cuerdas con sentimiento; con cada caricia del arco, percibía el dolor de su corazón partido. Reconoció el tema de Handel, uno muy emotivo. Jamás había oído tocar el violín con tanta elegancia, jamás lo había conmovido tanto una pieza musical.
SooHyo no paraba de sorprenderlo, pero aquello... aquello le llegó tan hondo que lo estremeció.
La música cesó de pronto. Jungkook se irguió y se quedó mirando la puerta. Repentinamente avergonzado, retrocedió y miró a uno y otro lado del pasillo, como esperando que alguien saliera de golpe y se riera de él por haberse conmovido tanto.
Muy agitado por la música de SooHyo y por sus propios sentimientos encontrados, se dirigió a toda prisa a su dormitorio.
Se puso el traje de montar y fue directo a los establos; pasó casi corriendo por delante del salón de ella, con el fin de no volver a oír su arrebatadora música.
Tenía que alejarse de la casa para poder pensar.
Su aroma, el tacto sedoso de su piel y, ¡madre mía!, aquellos ojos, lo hacían imposible.
Al llegar a los establos, le hizo una seña al mozo para que lo dejara solo y ensilló él mismo a Samson. No quería tener a nadie cerca por miedo a que descubrieran la intensidad de su confusión. ¡Confusión! Había pasado por muchas cosas en su vida, pero jamás había estado confundido.
Quizá si le hacía una visita a SoonMi Davenport todo volvería a ser como antes.
SooHyo se secó la última lágrima y, con la cabeza bien alta, se acercó al ventanal de su biblioteca y contempló el día gris.
Al fin había logrado digerir el hecho horrible de que su padre le hubiese mentido descaradamente y le hubiera provocado una humillación sin límites. Ya se había compadecido a sí misma lo suficiente.
Estaba lisia para hacer frente a la situación.
Al menos ya entendía la actitud de Jungkook.
Frunció el cejo al pensar en su propia conducta de las últimas semanas.
A pesar de su impresión inicial, él se había portado bastante bien con ella dadas las terribles circunstancias. Ya no lo veía como al marido distante y frio al que se veía obligada a desear sólo de lejos, sino como la verdadera víctima de la farsa de su padre.
Naturalmente, no esperaba que Jungkook estuviese dispuesto a tolerar aquel camelo
matrimonial ni un segundo más. Si ella podía ponerle fin, lo haría.
El dinero le daba igual.
Lo que le preocupaba era lo espantoso que debía de haber sido para él que lo obligaran a hacer aquello. Lo único decente que podía hacer por él era solicitar la invalidación de aquel matrimonio de pega y volver a América.
No era tan mala solución. Al menos en América tenía a una tía y unas primas que la querían y que ignorarían la deshonra que llevara consigo. Por lo menos allí recuperaría el ánimo, no como en aquella casa, donde cada vez que lo mirara recordaría la broma cruel que les había gastado su padre.
Meditó el modo de decírselo. Aún presa de la humillación, pensó primero en enviarle una nota disculpándose por su deplorable ingenuidad y comunicándole su decisión de regresar a América. Como es lógico, lo normal sería que él se quedara con su dote. De pronto cayó en la cuenta. Lo correcto era que se lo dijese en persona. No podía acobardarse de repente; era justo que él tuviese ocasión de desahogarse.
Mientras estaba allí contemplando sus opciones, vio a Jungkook entrar al galope en la finca a lomos de un inmenso caballo negro, con la camisa remangada hasta los musculosos antebrazos, el cuello desabrochado y la chaqueta colgándole precariamente del regazo. Sonrió al verlo desmontar con elegancia.
Pasara lo que pasase, jamás olvidaría lo guapo que era.
Tampoco podría olvidar el tacto de sus labios en los de ella, ni el modo en que despertaba en ella un anhelo que ni siquiera era capaz de identificar, menos aún de sofocar. Lo vio meterse en los establos y se apartó de la ventana.
Se lo diría aquella misma noche.
Se sentiría aliviado.
SooHyo cogió su violín y empezó a tocar una alegre composición de Bach.
Eran más de las ocho y cuarto, y Jungkook aún no había aparecido en el estudio donde solía tomarse su coñac antes de la cena. SooHyo se paseó inquieta de un lado a otro de la enorme habitación, sonriendo nerviosa al lacayo que esperaba sus órdenes pegado a una pared. Estaba convencida de que Jones le había dicho que Jungkook era un hombre de costumbres lijas.
—¿Crees que lord Darfield podría estar en otra de las salas? —le preguntó al hombre,
rompiendo el insufrible silencio.
—No, milady. El señor prefiere la sala dorada, porque le da el último sol de la tarde —sentenció este.
SooHyo asintió cortésmente con la cabeza y siguió paseándose. Quizá estuviese indispuesta a lo mejor estaba de maravilla pero no soportaba la idea de tener que enfrentarse a otro episodio como el de la noche anterior. Tampoco le extrañaría; no recordaba haberse derrumbado así en su vida, esparciendo sus emociones por todas partes como si fuesen canicas.
—Tal vez podrías preguntarle a Jones qué es lo que lo retiene —le propuso contenta.
El lacayo hizo un gesto respetuoso con la cabeza y abandonó la habitación. En cuanto salió por la puerta, SooHyo siguió paseándose cada vez más inquieta. Lo último que quería era que la creyese una histérica. No lo era y, con tiempo suficiente, se había calmado considerablemente.
Un cuanto se abrió la puerta, levantó la cabeza y sonrió; luego trató de mantener la sonrisa al ver que era Jones quien entraba.
Parecía triste, tan triste como se sintió ella de pronto.
—Milady, parece que ha habido un malentendido —le dijo cortésmente.
—¿Un malentendido?
El mayordomo se mostró apenado un instante, luego anunció con delicadeza:
—Lord Darfield ha salido de Blessing Park. Volverá en uno o dos días.
SooHyo se sintió como si le hubiesen propinado una patada en pleno estómago. ¿La había dejado? ¿Otra vez? Medio de espaldas a Jones, trató de asimilar con valentía y serenidad aquella información, la había vuelto a dejar. No sabía si estaba más furiosa que dolida.
¿Cómo se atrevía a dejarla sin decirle una palabra?
Le daba igual lo que pensase el Diablo de Darfield, ¡al menos podía haber tenido la decencia de decir algo! ¡O dejarle una nota por lo menos! «La decencia no es algo que me preocupe», se lo imaginó diciendo, tan claramente como si lo tuviese delante, y una rabia dolorosa la recorrió entera. Claro que no le preocupaba la decencia, ¡sobre todo con lo mucho que debía detestarla en aquel momento!
—¿Señora?
SooHyo se volvió hacia el sirviente, de pronto consciente de que le estaba hablando.
—Perdóname, Jones, ¿qué me decías? —dijo con toda la dulzura de que fue capaz,
perfectamente consciente de que su semblante la traicionaba.
—Quizá prefiera cenar en su habitación —preguntó el mayordomo.
SooHyo sonrió tanto que le dolieron las mejillas.
—Gracias, pero no. No tengo nada de hambre. —Se encaminó a la puerta, ignorando la mirada de escepticismo del hombre.
—Le subiré una bandeja...
—En serio, no tengo hambre. De hecho, sólo he bajado a tomarme una copita de vino —mintió, encogiéndose por dentro al ver que Jones no la creía. Pasó por delante de él, rumbo a la puerta. —Gracias, Jones. Eso es todo —le dijo por encima del hombro, imitando la frase que le había oído decir a Jungkook.
Avanzó despacio por el largo pasillo, sonriendo amablemente al lacayo del vestíbulo, luego subió la gran escalera de mármol. Al llegar al descansillo, miró furtivamente atrás y, al no ver a nadie, salió corriendo a su habitación.
A salvo dentro, empezó a pasearse furiosa. Por una parte, sabía que no tenía derecho a
enfadarse. A fin de cuentas, aquel matrimonio no era más que una farsa, y ella había sido tan insufrible la noche anterior que probablemente él hubiese huido a Brighton de puro hastío.
Por otra parte, le parecía que tenía todo el derecho del mundo, porque, aunque su matrimonio no fuese más que un engaño, él debía tener el detalle de decirle que se iba. ¿Y por cuánto tiempo esta vez? ¿Dos semanas? ¿Dos años? Se dejó caer en el sofá y enterró la cabeza en las manos.
Bueno, si tanto la despreciaba, ella no iba a quedarse ni un minuto más en Blessing Park. No era más que una boba ingenua que había cruzado el océano tras él como un perrito faldero, creyendo que él la amaba, y reaccionando como una imbécil al volver a verlo. ¡Cielos!, se moría de vergüenza.
Ya no había nada que le impidiese irse. Ella, desde luego, tendría el detalle de dejarle una nota. Se lo explicaría todo, que al fin se había dado cuenta de que todo lo que él le había dicho era cierto y, por eso, su marcha era sencillamente inevitable. Incluso le ahorraría la molestia de prepararle el viaje. Al día siguiente se acercaría a Pemberheath para reservar un pasaje a América.
Por la mañana, SooHyo le pidió a Jones que le preparara un coche. Este no se mostró muy dispuesto, pero ella le explicó con paciencia que estaba convencida de que las reglas que gobernaban la conducta de una marquesa se aplicaban también a lo que la marquesa podía hacer, y que estaba igualmente convencida de que una marquesa podía ir a Pemberheath a por sales de baño si lo deseaba.
Apretando los labios con fuerza, el mayordomo había dado media vuelta y había ido resuelto en busca de un lacayo al que darte la orden. Conteniendo la risa, SooHyo había subido a su cuarto a por un bolso y un sombrero adecuado. Ese mismo día se compraría el billete a América, esa noche le escribiría una nota al Diablo de Darfield para liberarlo, y a la mañana siguiente, o a la otra, se iría de Blessing Park para siempre.
Él sería inmensamente feliz.
Una vez en Pemberheath, SooHyo dio instrucciones al cochero y a los lacayos de que pasaran a recogerla en dos horas. Aunque volviera a casa deshonrada, no lo haría con las manos vacías. Paso la tarde, contenta, paseando entre las tiendecitas en busca de regalos. Compró un broche de lapislázuli para su tía, y una tetera de porcelana para MinMi; a SeuMi, su prima aventurera, le compró una chaqueta de caza de mezclilla en una camisería.
Satisfecha con sus compras, se dirigió a una pequeña oficina al final de un callejón estrecho, adonde la habían enviado para que solicitase su pasaje a América. Al volver la esquina, estuvo a punto de chocarse con un hombre alto que salía por la puerta estrecha de una casa pequeña. Sobresaltada, se abrazó a sus compras para que no se le cayesen, luego levantó la vista, dispuesta a disculparse.
Las disculpas no llegaron a salir de su boca. ¡Era su primo Galen el que tenía delante!, más perplejo aún que ella. SooHyo dejó caer los paquetes que con tanto esmero había sujetado hacía apenas unos instantes y se arrojó al cuello de su prima
—¡Galen! ¡No me habías dicho que ya estabas aquí! —gritó.
El joven la abrazó con fuerza pero brevemente, y en seguida la apartó de sí.
—Quería darte una sorpresa, pero ya me la has dado tú a mí. —Sonrió, miró de reojo a la calle principal y luego al callejón, en la dirección opuesta. —Ven, deja que te ayude con esas cosas —le dijo, y se agachó para recogerlas mientras SooHyo lo acribillaba a preguntas. Una vez se incorporó, Galen se detuvo a mirar a su resplandeciente prima, y una sonrisa lenta se dibujó en sus labios,—Madre mía, pequeña, estás preciosa —dijo complacido al contemplarla por primera vez en muchos años. SooHyo rió y bajó tímida la mirada.
—Galen, en serio, estoy igual que la última vez que nos vimos.
—¡Ni hablar! Eso fue hace cinco años largos y, aunque entonces ya empezaban a verse en ti rasgos de tu belleza natural... —Se interrumpió y levantó una mano para frotarse la mejilla con los nudillos. —Ni siquiera me habría imaginado lo verdaderamente arrebatadora que serías —concluyó en voz baja.
SooHyo, colorada como un tomate, lo miró a los ojos. Tampoco él estaba nada mal con aquellos rizos rubios oscuros y esos ojos vivos color castaño. Hacía muchos años, había provocado en ella un auténtico furor adolescente, como seguramente le seguía ocurriendo con otras damas ingenuas. Era tan alto como lo recordaba, con el rostro bronceado de años en alta mar, y su mirada aún mantenía su antigua chispa de picardía.
La invadió un torrente de recuerdos agradables que la hizo sonreír.
—¡Cuánto agradezco que hayas venido! ¡No imaginas las ganas que tenía de verte!
Galen sonrió cariñoso.
—Yo también te he echado de menos, pequeña. ¿Tienes tiempo? Conozco un sitio donde podríamos tomar un té. Tenemos mucho de qué hablar.
—¡Claro! Tengo muchas cosas que contarte —coincidió SooHyo, y enfiló la calle principal.
—¡Por ahí no! —le dijo Galen bruscamente. SooHyo miró por encima del hombro; su primo sonrió, cortado, y señaló el final del callejón. —Es aquí mismo, un garifo pequeño que estoy seguro de que te gustará —añadió, alejándose despacio de la calle principal hasta que SooHyo le dio alcance.
El lugar al que la llevó no era precisamente un salón de té, pero había una mesa desgastada y una mujer les trajo una tetera y unas galletas rancias. SooHyo sorbió su bebida mientras escuchaba atenta a Galen contarle sus múltiples aventuras desde que había dejado el Dancing Maiden.
Tantas que, de hecho, SooHyo se preguntó si aún cabía algo más en sus veinticinco años de vida. Le contó que había luchado en guerras extranjeras de las que ella jamás había oído hablar, que había capitaneado su propio barco y que éste, por desgracia, se había hundido en el cabo de Hornos. Luego había estado un tiempo como aprendiz en las oficinas de la Compañía de las Indias Orientales en Ámsterdam, tras lo cual había entrado a formar parte de una pequeña naviera independiente de Copenhague.
Mientras lo oía relatarle sus emocionantes anécdotas, le pareció que escuchaba a tía Lee leyéndole una de sus novelas de aventuras. Lo cierto era que no estaba del todo segura de que Galen no las hubiera sacado de alguno de esos libros, pero le daba igual. Su adorado primo había ido a verla, y, si quería adornar un poco sus relatos, a ella no le importaba en absoluto.
—¿Y qué me cuentas tú? —inquirió Galen al fin, después de comerse una galleta y servirse otra taza de té. —La última vez que te vi, el capitán te iba a enviar a un colegio privado para chicas de Ginebra.
SooHyo rió.
—¡Madre mía, Ginebra, la de tiempo que hace de eso! Me avergüenza confesar que no aguanté más que un mes en aquel colegio, era demasiado mayor para aquello, creo; no soportaba a la directora, y ella no me soportaba a mí. La horrorizaba que hubiese estado navegando por ahí con un puñado de bribones, como los llamaba ella. En cualquier caso, poco después, la enfermedad de papá se agravó, y me mandó a vivir con tía Lee.
Galen se mostró compungido al oír hablar de la enfermedad de su tío.
—No sabes lo mucho que sentí la muerte del capitán. Ya sabes que él era como un padre para mí, pero nunca tuve ocasión de decirle lo mucho que lo quería. Estaba a punto de partir rumbo a las Indias cuando me enteré de la noticia —dijo triste.
—Pensé que te ibas para América —observó SooHyo, recordando sus cartas.
Galen se sonrojó un poco.
—Bueno, y así fue en realidad. Primero fui a las Indias, luego a América. Tenía previsto hacer el recorrido completo e ir a ver a toda la familia en un solo viaje —le explicó con una sonrisa tranquilizadora.— Pero entonces me enteré de su muerte, y, al poco, quebró la compañía para la que trabajaba. Asombroso, de verdad. La creía una empresa solvente, pero, por lo visto, su situación era precaria. Se perdió un barco, y toda la empresa se hundió como un castillo de naipes.
—¡Vaya! —exclamó SooHyo, sin darse cuenta de que su primo había cambiado de tema completamente, —¿Y qué hiciste entonces?
—Por suerte, tenía ahorrado algo de dinero, lo suficiente para subsistir algún tiempo;además, ya había planeado embarcarme en otro buque cuando me enteré de que estabas en Inglaterra. —Le dedicó una sonrisa conquistadora. —Tenía que venir a ver a mi primita —señaló y, cubriéndole la mano con la suya, se la apretó.
—¡Ay, Galen, no deberías haber gastado tus ahorros para venir a verme.
—¿Y por qué diablos no? Te echaba muchísimo de menos, pequeña, y no sabía cuándo volvería a tener una ocasión así. La familia es demasiado importante para ignorarla, ¿no te parece? No te extrañes tanto..., ¡el mar puede esperar!
SooHyo no era ajena a las dificultades de casi todos los hombres de mar para subsistir con su trabajo, y en seguida se preocupó. Galen le estaba quitando importancia en aquel momento. Siempre había sido muy despreocupado, demasiado propenso a eludir responsabilidades, pero el capitán Kang se habría sentido orgulloso del hombre en el que se había convertido.
—¿Dispones de suficientes fondos, para mientras estés aquí, quiero decir? —le preguntó directamente.
Galen se encogió de hombros y miró la mesa desgastada, con el semblante ensombrecido por lo que SooHyo interpretó como remordimiento.
—¡No tienes, te lo veo claramente en la cara! —gritó alarmada.
Su primo sonrió tímidamente.
—No has de preocuparte por mí, pequeña. Tengo suficiente para subsistir. Te aseguro que no me voy a alojar en las posadas más caras, ni voy a alquilar un carruaje para impresionarte. —Rió.
SooHyo negó con la cabeza y cogió su bolso.
—No tengo intención de ir en carruaje, Galen. ¡No voy a tolerar que duermas en algún granero! Vendrás a Blessing Park conmigo...
—No, no, de momento estoy perfectamente en Pemberheath. No pasa nada —le aseguró sin mucha convicción. —Además, por la mañana me voy unos días. Tengo negocios en Portsmouth. —Sin pensarlo, SooHyo metió la mano en el bolso y sacó el dinero que había apartado para su pasaje de vuelta.
—Toma esto —dijo y, cuando su primo empezó a negar con la cabeza, le cogió la mano.— Por favor, Galen, ¡quiero que lo cojas! ¡Me sentiría mucho mejor sabiendo que duermes bajo techo!
El joven rió nervioso mientras cerraba la mano con el dinero que ella le ofrecía.
—No es tan malo como parece, pequeña. Lo consideraremos un préstamo. Y durante muy poco tiempo, te lo garantizo. Espeto noticias importantes en breve que creo que cambiarán por completo mi situación.
—¿En serio? ¿De qué se trata?
Galen meneó la cabeza y sonrió enigmático.
—Te lo contaré todo a su debido tiempo. No me sorprendería que esas noticias tan importantes afecten también a mi primita. No obstante, entretanto, me encantaría pasar un tiempo contigo, si las circunstancias lo permiten.
Un tiempo. SooHyo estaba a punto de preguntar cómo podían afectarle a ella aquellas noticias suyas, pero de pronto vio el reloj al fondo de la sala. Llegaba más de un cuarto de hora tarde a su cita con el cochero.
—¡Oh! ¡Le he pedido al cochero que pasara a recogerme a las cuatro en punto! —exclamó y se dispuso a coger sus paquetes. —No querría que pensaran que me ha ocurrido algo.
A Galen pareció distraerlo un momento aquel comentario.
—No, no queremos que se preocupen —murmuro él y, cogiéndole las cosas de la mano, la acompañó afuera y la condujo a la calle principal.
—Entonces, has estado en América todo este tiempo, ¿verdad? —le preguntó Galen mientras iban por el callejón.
Ella asintió con la cabeza.
—Hasta hace poco más de un mes, cuando me vine aquí.
Llegaron al punto en que el callejón se cruzaba con la calle principal. Al final de ésta la esperaba el carruaje, y SooHyo agitó la mano hasta que la vio el cochero.
Por encima de la cabeza de ella. Galen estudió pensativo el ornamentado coche.
—¡Casi no hemos tenido tiempo de hablar de ti! Así que mi primita se va a casar con el marqués de Darfield. ¿Supongo que el feliz evento tendrá lugar esta próxima primavera? —preguntó mientras el carruaje se les aproximaba.
SooHyo titubeó.
No estaba preparada para decirle a Galen que su matrimonio había terminado nada más empezar, ni que iba a volver a América pronto. Aún no estaba del todo preparada para hacer frente a la humillación.
Se volvió cuando el vehículo se detuvo y sonrió al cochero, ignorando alegremente la mirada recelosa que le dedicó a su primo.
Uno de los lacayos bajó de su puesto en la parte trasera y, lanzándole una mirada claramente feroz a Galen, le cogió los paquetes de SooHyo. Este se los entregó sin problemas, mirando divertido a ambos hombres.
—Llévate a estos dos a la iglesia cuando le cases, pequeña —bromeó en voz baja. —¡Estoy convencido de que nadie se te pondrá por en medio!
—En realidad, ya me he casado con el marqués —señaló SooHyo tan desenfadadamente como pudo.
Galen la miró perplejo.
—¿Que has hecho qué?
Desconcertada por su reacción, le preguntó:
—¿Qué pasa?
El cochero, a su lado, tardó más de lo normal en abrir la puerta del vehículo.
Galen se recupero de inmediato con una sonrisa de lo más en cantadora.
—Me has pillado por sorpresa. Pensé que habría un período de compromiso, eso es todo.
—Ha habido un período de compromiso... ¡de unos quince años! —SooHyo rió nerviosa. —¡Te aseguro que ha sido todo muy correcto!
Su primo le sonrió.
—Me gustaría conocer a tu marqués, pequeña. Quizá podría ir a veros dentro de un par de días. Aún tenemos tanto de que hablar. —Dio un paso hacia adelante, con los brazos extendidos. —¡Dale un abrazo a tu primo! —SooHyo lo complació, abrazándolo con fuerza. Galen la besó en la mejilla, la soltó despacio y, guiñándole un ojo, retrocedió un paso cuando el lacayo se interpuso entre los dos para separarlos.
—Entonces, ¿vendrás a Blessing Park? ¿Muy pronto? —inquirió SooHyo mientras subía al coche con la ayuda del lacayo.
—Lo haré, en cuanto vuelva de Portsmouth —le aseguró al tiempo que el sirviente cerraba de golpe la puerta.
SooHyo sonrió y le dijo adiós por la ventanilla del vehículo cuando éste se ponía en marcha, mirándolo hasta que se perdió en la lejanía. Sólo entonces se preguntó cómo iba a volver a América después de darle todo el dinero que tenía a Galen.
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