ℂ𝕒𝕡.1
Portsmouth, 1825.
Desde hacía una hora, apostada en la proa de un barco de lujo, con las manos enfundadas en un manguito, Kang SooHyo contemplaba embelesada la costa sur de Inglaterra, y la veía hacerse cada vez mayor, igual que su nerviosismo. Llevaba algo más de media vida esperando con ilusión aquel día.
No pudo evitar que se dibujase en sus labios una leve sonrisa al recordar las cosas que su padre le había contado de su prometido. Desde que era niña, el capitán Kang le había dicho que Jeon Jungkook la amaba con locura y estaba deseando que llegara el día en que ella fuese lo bastante mayor para convertirse en su esposa. Aunque SooHyo no había vuelto a ver a Jungkook desde la niñez, su padre lo había visto con frecuencia y le había jurado que su amor era firme.
Ella sabía de ese amor desde una visita que su padre le había hecho el verano siguiente a su ingreso en un colegio de Roma, a los nueve años. En ella, le había hablado entusiasmado de su compromiso y había reído satisfecho al manifestarle el ferviente deseo de Jungkook de casarse con ella en el futuro. Como es lógico, a SooHyu le había sorprendido, porque, cuando ambos se encontraban a bordo del Dancing Maiden. Jungkook siempre ponía cara de fastidio ante su presencia. Su padre había vuelto a visitarla en Navidad, llevando consigo un regalo de Jungkook: un violín. Recelosa, SooHyo había querido saber por qué su prometido no le escribía. El capitán Kang le había respondido que Jungkook quería una esposa con una formación exquisita y que prefería que se concentrara en sus estudios en lugar de distraerse con el correo. A los once años, SooHyo había aceptado aquella explicación sin cuestionarla.
Dos años después, su padre la había sacado del colegio por considerar que era demasiado severo y por creer que la niña debía vivir la vida. SooHyo compartía esos pensamientos. Con lo que no estuvieron de acuerdo fue en que ella lo acompañara en una travesía en barco hasta la India, así que la dejó al cuidado de un viejo amigo egipcio que vivía en El Cairo. En esa ciudad, ella esperó en vano la visita de Jungkook, que no pudo tener lugar por encontrarse retenido en España. Su fervor adolescente hizo que sintiera una amarga decepción, algo que, según le explicaron, también experimentó Jungkook.
Siendo ya algo mayor y después de haber estudiado modales y elocución en París, su padre le había permitido que la acompañara a Oriente. Recordaba la tristeza de éste al informarla de que no habían coincidido con su prometido por una semana, pero que él había esperado todo lo que le fue posible por verla aunque fuera un instante. Le había dejado recado de que continuase con su formación clásica de violín y que esperaba que disfrutase del estudio de la historia, asignatura que él adoraba. Cuando, unos meses después, SooHyo le había manifestado a su padre sus dudas, él la había reprendido por su descreimiento: el afecto de Jungkook, le había recordado, era firme. Al poco de regresar a Europa, el capitán Kang le había relatado con entusiasmo una conversación que había mantenido con el joven en Ámsterdam, durante la cual éste le había manifestado un amor incondicional y una gran impaciencia por que llegase el día en que al fin se reencontrase con ella.
SooHyo se arrebujó con fuerza con la capa y contempló, entre los mástiles de la embarcación en la que viajaba, el triste cielo gris. Al fin en edad de casarse, se encontraba a apenas unas horas de ver al hombre con el que había soñado y al que había admirado desde que tenía uso de razón. Los continuos elogios que su padre hacía de la carrera militar de Jungkook, de la enorme naviera que había creado y del hecho de que fuese ya el importante marqués de Darfield, explicaban que SooHyo lo tuviera siempre en su pensamiento. El capitán se deleitaba contándole anécdotas del coraje de Jungkook en el despiadado mundo de la navegación y los piratas, de las prácticas comerciales justas por las que era ensalzado entre sus iguales, y de su incesante persecución de indeseables piratas y estafadores, y de la injusticia en general.
Su padre había admirado tanto a Jeon Jungkook durante los últimos doce años que SooHyo no era capaz de imaginar otro hombre que se le pudiese comparar. La emocionaba que quisiera casarse con ella y la atormentaba la posibilidad de no estar a su altura, pero sus dudas ocasionales se disolvían con rapidez con cada nueva carta de su progenitor. El que Jungkook nunca le hubiese escrito directamente o el hecho de no haberlo visto en todo aquel tiempo no la desalentaban.
Según le decía su padre, él había estado demasiado ocupado amasando una fortuna para que a SooHyo nunca le faltase de nada. Además, como era lógico, las responsabilidades de su importantísimo título no le dejaban tiempo para entretenerse escribiendo.
Hacía tres años, la tisis de su padre había empeorado, y éste la había mandado a vivir a América, con su tía Lee MinSeu. Desde entonces, había estado esperando pacientemente, creyendo al pie de la letra el contenido de las cartas en las que el capitán le aseguraba que Jungkook pronto mandaría a alguien a buscarla y sus días se llenarían de amor, de risas y de niños fuertes y sanos.
Creía todo lo que el capitán Kang le decía del hombre que iba a ser su esposo.
Por suerte, en Virginia le había resultado fácil esperar a su prometido. A SooHyo le encantaba vivir en la granja de su tía MinSeu, con sus primas, MinMi y SeuMi. Le chiflaba trabajar en el campo, sobre todo en el pequeño huerto al que dedicaba las tardes. No habiendo hombres en la casa (salvo unos cuantos esclavos libres y algunos caballeros de visita), la vida en la granja había sido idílica. Por las noches, mientras sus primas cosían y tía Lee pintaba, SooHyo tocaba el violín. O se sentaban todas a hablar. Y, cuando se cansaban de hablar de la granja, de la gente del pueblo y de los diversos hombres que iban a visitarlas, lo hacían de Jungkook.
Lo cierto era que todas soñaban con él. Se lo imaginaban en la popa de su barco, con la camisa abierta agitada por la brisa y su largo pelo oscuro alborotado por el viento. Se lo imaginaban, ante la inutilidad de su tripulación, enfrentándose él solo a una banda tras otra de piratas, y se decían que su destreza con la espada no tenía igual en toda Europa. Se lo imaginaban declinando las atenciones de decenas de mujeres hermosas con la excusa de que el verdadero amor de su corazón estaba en Virginia.
SooHyo apartó la vista del cielo y miró hacia la costa, donde Portsmouth empezaba a tomar forma. Hasta que el notario de su padre no le había notificado su muerte, no había sentido las primeras punzadas de verdadera duda. El notario, el señor Strait, insistió en que SooHyo saliera para Inglaterra de inmediato; en el testamento se establecía que heredaría la propiedad de su progenitor por matrimonio. Desolada por la noticia de su fallecimiento e inquieta por no haber sabido nada de Jungkook en dieciocho meses, había empezado a tener serias dudas, ¿Y si Jungkook había cambiado de opinión y su padre no había tenido tiempo de comunicárselo?
Se arrebujó más con la capa mientras recordaba el día en que le había suplicado a su tía que la permitiese quedarse en MinMi.
—Bobadas —le había dicho ella. —¿Vas a dejar a ese pobre hombre esperándote en Portsmouth, cargado con una docena de rosas?
—¡Eso! —había gritado SeuMi. —¡Seguro que tiene el mejor coche, uno del tamaño de la salita de mamá, con cuatro caballos esperando para trasladarte!
Tía Min había añadido que quizá la llevase al altar aquel mismo día, porque no querría esperar ni un momento más para hacerla suya. Aquel comentario había hecho palidecer a SooHyo. Tía Min se había percatado y le había dado un manotazo en el hombro, recordándole muy severamente que era el deber de toda mujer seguir a su esposo al lecho conyugal, sin rechistar, y yacer allí con paciencia mientras él le hacía eso. Al ver el gesto de horror de SooHyo, MinMi y SeuMi se habían reído tapándose la boca, pero tía Min había insistido;
—No eres la primera ni serás la última mujer que pasa por ese trance.
Ajena al frío intenso, cuando empezó a caer una lluvia torrencial, SooHyo se tapó mecánicamente la cabeza de oscura melena con la capucha y recordó la lucha interior que había sufrido durante el viaje. Por un lado, dudaba de que Jungkook la apreciase tanto como le había asegurado su padre —claro que su padre nunca le había mentido, de modo que debía de ser verdad en cierta medida; —por otro lado, dudaba de que Jungkook fuese el héroe con el que ella había soñado. A fin de cuentas, ¿de cuántos piratas podía dar cuenta un hombre solo? Sin embargo, su padre le había dicho que Jungkook era eso y más. Quizá hubiese adornado un poco sus relatos, pero desde luego tenían un fondo de verdad.
Suspiró en voz baja y, distraída, contó las velas que se agitaban en el puerto. La parte de SooHyo que había visto a Jungkook a través de los ojos de su padre durante tantos años pudo más que todos sus recelos. No había nada que temer. Jeon Jungkook,marqués de Darfield y vizconde de Amberlay, la amaba con todo su corazón y, en aquel mismo instante, la esperaba ya en el puerto abrazado a una docena de rosas
De pronto, dio media vuelta y regresó garbosa a su camarote. No iba a reencontrarse con el amor de su vida vestida con otra cosa que no fuesen sus mejores galas.
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He aquí el cap.1 :)
Espero les haya gustado :)
De ser así dejen la confirmación con una estrellita ⭐
NO LECTORES FANTASMAS ಠ﹏ಠ
BoraHae💜
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