ℂ𝕒𝕡.37
Agarren sus cuchillos que mañana muere Malcolm.
😾
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SooHyo se encontraba cerca de las puertas del balcón, rechazando a una pareja de baile tras otra. Como de costumbre, era un torbellino de sentimientos contradictorios. Quería ir a casa, meterse en la cama e intentar olvidar todo aquel horrible asunto. Pero le daba miedo ir allí. ¿Y si Galen se encontraba en ella? No estaba segura de lo que haría Jungkook cuando averiguara la verdad, pero no se le ocurría nada bueno.
Además, tenía un problema de locomoción. Hasta que lady Paddington quisiera irse, estaba atrapada. De modo que se quedó allí, sola e incómoda, rechazando a un caballero tras otro, pensando angustiada en Galen. ¡Ay, Dios, cuánto le dolía su traición! Le dolía casi tanto como la del capitán, casi tanto como la de Jungkook.
—Buenas noches, lady Darfield.
SooHyo miró a su derecha y forzó una sonrisa.
—Señor Routier, qué placer —dijo educadamente.
—No, señora, el placer es siempre mío. Discúlpeme, pero la veo muy cansada esta noche. Espero que sus náuseas de principios de semana no fuesen nada grave.
—Ah, no, estoy perfectamente, gracias. Supongo que me encuentro algo cansada. —Sonrió.
—¿En serio? —los ojos ambarinos de Routier le sostuvieron la mirada un buen rato, despertando una sensación olvidada que trató de pasar por alto.
—Lo cierto es que no he dormido demasiado bien últimamente. Creo que sufro algo de insomnio.
Malcolm arqueó una de sus finas cejas.
—Vaya, cuánto lo lamento, ¿Le apetecería dar un paseo por los jardines?
Aquello le pareció muy buena idea. Si, un paseo por los jardines la alejaría del asfixiante salón y de las atenciones de una decena de dandis londinenses, y quizá la ayudara a aclarar sus ideas.
—Me encantaría —accedió, y sonriendo le tomó el brazo que le ofrecía.
Tras saludar a los Wilmington, Jungkook se dirigió aprisa al salón de baile. Exploró rápidamente la estancia, pero no vio a su esposa. Dio media vuelta y se encaminó al gran salón, pensando que lady Paddington podía haberla convencido para que jugase una partida de loo, pero tampoco estaba allí. Ya volvía al salón de baile cuando divisó a sus dos amigos, Nam y Jin, sentados a una mesa en la biblioteca, hablando desenfadadamente delante de un vaso de coñac.
A pesar de su angustia, sonrió para sus adentros y cambió de rumbo. Sin duda, todas las debutantes de la ciudad debían de estar buscando el modo de meter a los dos solteros más solicitados del país en un salón de baile atestado de gente, mientras los dos solteros en cuestión ponían el mismo empeño en evitarlo.
—Darfield, no esperábamos verte aquí esta noche —dijo Jin, estirando sus largas piernas delante de sí.
Jungkook tomó asiento a la mesa y aceptó el coñac que le ofrecía un criado.
—No tenía previsto venir —admitió,— pero hay algo de lo que me gustaría mucho hablar con mi esposa. —no pudo remediarlo; se dibujó en sus labios una leve sonrisa.
Nam lo miró como si hubiese perdido el juicio; Jin soltó una carcajada.
—Personalmente, voy a lamentar mucho que los Darfield decidan asistir juntos a las veladas —le susurró éste a Nam en tono conspirador.— Me ha venido muy bien la disponibilidad de lady Darfield para atender a tía Paddy.
—Yo sólo espero que no haya altercados —se limitó a decir Nam.
Jungkook sonrió enigmático y bebió de su coñac
—Que yo sepa, no los habrá, claro que, con lady Darfield, nunca se sabe.
—Hablando del rey de Roma, ¿no es ésa la causa de vuestra disputa? —preguntó Jin en voz baja, señalando a la puerta.
Jungkook miró por encima de su hombro, y su semblante se ensombreció de inmediato al ver a Galen Carrey.
—¿Cómo demonios ha entrado aquí? —murmuró. Dejó la copa de coñac en la mesa y se levantó, mientras Galen, que ya lo había visto, se acercaba a él a toda prisa.
—¿Qué demonios hace aquí, Carrey? —masculló Jungkook. Galen miró nervioso a sus dos acompañantes, que lo estudiaron con desdén, luego alzó las manos con las palmas hacia afuera.— Escúcheme, Darfield, es lo único que pido.
—Ya estoy harto de oírlo, Carrey. Como que se lo he dejado bien claro esa tarde.
—No habría venido hasta aquí sí no fuera porque me preocupa SooHyo...
—Ella no es asunto suyo...
—Quizá no —lo interrumpió,— Pero he pensado que querría saber que corre peligro en estos momentos.
Aquello hizo enmudecer a Jungkook.
—¿A qué se refiere?
—Tenía razón en cuanto a mí, Darfield. Mi propuesta es una estafa —susurró Galen, mirando por encima de su hombro.
Jungkook no le quitaba ojo de encima, pero Jin y Sam se miraron alarmados. Los dos se incorporaron de repente y se inclinaron hacia adelante.
—¡Y que lo diga! ¡Menuda novedad! —se mofó Jungkook.
—¿Quiere que se lo cuente o no? —inquirió Galen.
Jungkook hizo una pausa para decidir, y, finalmente, le hizo una seña para que tomase asiento. El joven se sentó con cautela, rechazó con la cabeza el coñac que le ofrecía el criado y se agarró las rodillas con las manos, intentando serenarse. Luego respiró hondo y empezó a hablar. En un tono monótono y tranquilo, les relató una historia de proporciones fabulosas, protagonizada por el peor enemigo de Jungkook, aderezada de falsificación, asesinato y el cambio de parecer de un sinvergüenza.
Su audiencia estaba completamente absorta en el relato. De cuando en cuando, alguno de ellos preguntaba algo y él respondía con calma. Dejó bien claro que SooHyo nunca había sabido nada de su embuste y tan sólo había querido ayudarlo, ayudar a un primo al que tenía un cariño especial. La entusiasta defensa de Carrey no terminó de exonerar a su esposa ante Jungkook, porque le había mentido, pero sirvió para cerrar casi por completo la herida que tenía abierta. Cuando terminó de hablar, Galen miró a Darfield.
—¿Por qué me cuenta esto ahora? —quiso saber el aristócrata.
—SooHyo me ha descubierto. Me ha mandado una nota insistiéndome en que nos viéramos aquí y luego me ha obligado a confesar. Y, cuando iba a buscarlo, Darfield, me he encontrado con Routier. Le he dicho que no iba a seguir adelante con esto y se ha puesto furioso, supongo que ya se imagina cómo, así que he pensado que debía saber...
Jungkook se levantó de inmediata
—¿Routier está aquí? —preguntó con una calma absoluta.
—Sí, anda por la casa.
De pronto, sin mediar palabra, salió de la biblioteca. Galen, Nam y Jin se miraron un segundo y lo siguieron.
SooHyo siguió a Malcolm Routier por el balcón, disfrutando del aire fresco. Este estaba muy callado.
—El aire es muy refrescante, ¿no le parece?
—Supongo —respondió, de pronto muy seco.
Ella lo miró por el rabillo del ojo.
—Parece tenso, señor Routier.
—Puede que lo esté —dijo él sin más. La joven experimentó una leve sensación de alarma, que olvidó cuando él la miró y sonrió. —Claro que también puede que no. ¿Ha visto ya el laberinto de lady Wilmington? Al parecer, es el más espectacular de todo Londres.
—No, no lo he visto.
—Pues no debería perdérselo —le aseguró él, y se dispuso a bajar los escalones embaldosados para llevarla hasta allí.
—Pero, señor Routier, si está oscuro —rió ella.
—Hay luz de sobra, se lo aseguro. Encienden antorchas en el interior por si alguien se pierde.
De camino a la entrada del laberinto, ella tuvo un mal presentimiento.
—Creo que no deberíamos entrar. No me parece decoroso —rió nerviosa.
—¿Decoroso? ¿Desde cuándo le preocupa el decoro, lady Darfield? —le dijo con una sonrisa tan siniestra que se le puso la piel de gallina.
SooHyo lo miró ceñuda, sin saber muy bien que había querido decir.
—Tengo entendido que el laberinto está reservado a los amantes, señor Routier, no a los paseantes esporádicos como nosotros.
—Yo lo considero perfecto para nosotros —murmuró él.
—¿Cómo dice?
—Estoy convencido de que me ha entendido perfectamente —dijo el muy cortante.
Estaban ya casi a la entrada del laberinto cuando él la cogió por el codo y se dirigió brioso al seto tirando de ella. Momentáneamente confundida, SooHyo se sobrecogió, pero, por desgracia, ya era demasiado tarde. Trató de zafarse de él, pero el hombre la empujó hacia el estrecho paso abierto en el seto y entró tras ella, tapando la abertura con su cuerpo una vez dentro, la empujó hacia adelante.
Ella dio un traspiés, luego se volvió de golpe hacia él y empezó a caminar de espaldas, mirándolo atónita.
—Señor Routier, ¿qué demonios le ocurre? ¡No quiero explorar el laberinto!
—Pero yo sí —dijo él despreocupado, acercándose a ella.
El miedo le recorrió el cuerpo entero. Routier la miraba muy serio y sus ojos ambarinos se habían vuelto tan fríos que SooHyo sintió un repentino escalofrío. El sobresalto de ella lo hizo sonreír; esbozó una sonrisa falsa y sarcástica.
—Si le he dado motivos para creer que mi amistad es algo más que simple amistad, lo siento de verdad. Soy una mujer casada, señor, y no me interesa en absoluto citarme con nadie en secreto. —Retrocedió y topó con el seto.
—Es usted una mujer incomparablemente hermosa, ¿lo sabía? —le dijo él con voz dulce mientras la examinaba con languidez, humedeciéndose el labio inferior con la lengua.
Ella levantó en seguida el brazo y lo extendió en un intento inútil de mantenerlo a raya.
—Le agradecería que se apartara, señor. Sus insinuaciones no me agradan —dijo muy seca.
Routier le dedicó una sonrisa lasciva.
—Se resiste. Así es como me gusta, ma belle.
Cielo santo, aquel hombre se había comportado como un amigo ¿Cómo podía pretender lo que ella estaba interpretando?
—A mí no. Sé que me ha entendido —insistió ella.
—Me parece que usted no me ha entendido a mi —soltó una carcajada siniestra. —Vamos, lady Darfield, estoy seguro de que también disfrutaría con otro hombre que no fuese Darfield. Debería haber convencido a ese bastardo para que le entregara su dote y haberlo abandonado. No es lo bastante bueno para usted, ¿es que no lo ve? No entiende lo mucho que la degrada. No sabe amar a una mujer, al contrario que yo —murmuró con voz pastosa.
El cuerpo entero de SooHyo reaccionó con violencia a aquellas palabras. No conocía nada ni a nadie más repugnante. Cerró los ojos un instante para contener un espasmo de miedo y desprecio y, cuando volvió a abrirlos al cabo de un segundo, lo tenía encima, la joven levantó las manos y le golpeó el pecho.
—Finge cuanto quieras cielo, que yo sé que a las mujeres como tú les gusta tener algo duro entre los muslos —le susurró con la respiración entrecortada.
SooHyo le propinó un fuerte pisotón. Él se quedó de piedra y, entrecerrando los ojos le lanzó una mirada venenosa. Ella reculó, introduciéndose sin quererlo en la boca del lobo. Por Dios ¿qué estaba ocurriendo? ¿Se había vuelto loca toda Inglaterra? Tragó saliva para aliviar el pánico que amenazaba con paralizarla.
Mientras él estudiaba su rostro con frialdad, ella no se movió. Apenas respiraba. Sólo rezaba. Con fervor.
En los labios de Routier se dibujó una sonrisa grotesca que la hizo temblar como una hoja. En su vida había visto una mirada semejante, pero sabía lo que significaba. No iba a tolerar que le pusiese una mano encima.
—Darfield ya no te querrá si te han deshonrado, ¿verdad? ¿Es eso lo que le preocupa a esa cabecita tuya?
No esperó una respuesta, con un solo brazo, la atrapó por la cintura y le tapó la boca con una mano. Luego la cogió en brazos como si pesara poco más que una pluma. SooHyo se resistió inútilmente; Routier se limitó a reírse de sus esfuerzos
—Es natural que estés preocupada, querida. Darfield no volverá a tocarte si piensa que has sido mía. Y lo serás hasta el último rincón de tu delicioso cuerpo. —se detuvo en un pequeño claro y, con una sonrisa lasciva, se pasó la lengua por los labios mientras la miraba. Como le tapaba la boca con la mano, SooHyo apenas podía respirar— ¡Qué dilema para el marqués! Su preciosa esposa deshonrada por Malcolm Routier. Claro que nunca tendrá la certeza de que no fuera consentido, ¿verdad? Me parece que le cuesta creerte. —rió.
SooHyo se resistió, furiosa; a Routier se le escapó la mano de su boca.
—Por favor, no lo haga —exclamó ella.
El hombre le respondió agarrándola del pelo y echándole la cabeza hacia atrás de algún modo, SooHyo logró zafarse de él y, dando media vuelta, echó a correr. Pero él volvió a atraparla por la cintura y la estrechó contra su pecho con tanta fuerza que le cortó la respiración.
—No te resistas, querida. Si lo haces, no disfrutarás —le susurró al oído. Histérica, SooHyo gritó. Routier le puso fin tapándole la boca con la mano húmeda y obligándola a volverse para que lo mirara.— No vuelvas a gritar, zorra —le dijo furibundo, quitándole la mano de la boca para sustituirla por sus labios.
Su beso fue brutal. Al ver que ella no separaba los labios le mordió. SooHyo abrió la boca para quejarse, y él aprovechó para introducirle la lengua hasta el fondo, lo que le produjo una arcada. SooHyo le aporreó el pecho y le buscó los pies con los suyos Routier se limitó a reír en su boca e intensificó el beso.
Ella trató de escapar, pero él era mucho más fuerte y, mientras la mantenía anclada a su cuerpo por la cintura, le sujetaba la cabeza con el otro brazo. La arrimó al seto y la retuvo con su cuerpo robusto, luego le metió la mano por el corpiño del vestido y le estrujó con malicia el pecho.
Completamente histérica, siguió resistiéndose, pero sabía que jugaba con mucha desventaja, y jamás se había sentido más indefensa. No podía impedir que la asaltara. Cuando él empezó a levantarle las faldas del vestido, SooHyo le gritó en la boca.
Habría conseguido violarla si alguien no la hubiera arrebatado de sus brazos. Sin saber cómo, tuvo la sensación de que la echaban a un lado. Se pisó el bajo del vestido y cayó de espaldas golpeándose con fuerza la rabadilla. Anonadada, tardó unos instantes en tomar conciencia de la pelea que estaba teniendo lugar en la hierba, delante de ella. Alguien la agarró con fuerza por los hombros y la puso en pie.
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