ℂ𝕒𝕡.28
El argumento de Nam se hacía eco de los peores temores de Jungkook, pero aun así no acababa de creérselo. Tenía que haber otra explicación, pensó, negando enérgicamente con la cabeza.
—Es cosa de Routier, estoy convencido. Puede que SooHyo me haya mentido sobre su primo, pero sé que ella no fue cómplice del intento de asesinato, Sam. Quizá sea la amante de un imbécil, pero no es una asesina. No, esto es cosa de Routier.
Lord Hunt asintió pensativo.
—No voy a negar que Routier haría cualquier cosa por verte arruinado, pero piensa en esto: él no podía saber cómo era la muñeca; SooHyo sí.
Jungkook inspiró hondo; eso no se le había ocurrido. Pero Carrey podía saber el aspecto que tenía la condenada muñeca, igual que otra media docena de marineros. Pintaba mal, muy mal, pero se negaba a creer que ella lo hubiese traicionado así. No quería creerlo, y mucho menos sin pruebas.
—¿Qué piensas hacer? —preguntó Nam serena— Localizar a Strait —respondió Jungkook con amargura.
Hasta que no hablase con el abogado, no sabía qué creer. Apuró el coñac para deshacer el nudo que se le había hecho en el estómago.
SooHyo miró a Jones sin verlo.
—¿Jungkook quiere hablar conmigo? —preguntó por segunda vez.
—Sí, señora —contestó el mayordoma apenado.
SooHyo se levantó insegura de la silla en la que había estado sentada desde que había huido del salón. Debía de llevar horas allí, mirando obnubilada un retrato de la pared. Sus pensamientos eran caóticos. Tan pronto temía por Galen y lo creía victima de otra de las mentiras del capitán Kang como se preguntaba si su padre podía haber cambiado de idea tan de repente cuando era evidente que hacía años que lo tenía todo previsto.
Sufría por Jungkook, la verdadera víctima de los tejemanejes del capitán, pero también temía que él la creyera artífice de aquello. Entonces la enfurecía pensar que él pudiera juzgarla tan alegremente. Si los últimos meses habían significado algo para él, sabría que ella no tenía nada que ver. Claro que tampoco tenía por qué. Los Kang no habían sido precisamente modelo de sinceridad hasta el momento.
¿Y si no la creía? No podría enfrentarse a esa posibilidad.
—¿Te ha dicho algo? —inquirió ella, con la voz temblona de la tensión.
Jones negó con la cabeza.
SooHyo asintió en silencio.
—Gracias, Jones —murmuró y se dirigió despacio a la puerta.
Le pesaban las piernas, casi no podía moverse. Pero no podía ni quería evitar a su marido, por mucho que lo temiera en aquel momento. Al llegar a la planta baja, se detuvo delante de la puerta de roble cerrada de su despacho y se quedó mirándola mientras reunía el valor necesario. Varios minutos y varias bocanadas de aire después, cogió con fuerza el pomo de bronce y la abrió.
Al ver a Jungkook rígido, de espaldas a ella, mirando por la ventana, creyó que iba a desmoronarse. Por la pose, supo que no la creía. Tenía las manos firmemente entrelazadas tras su estrecha cintura y sus piernas musculosas bien separadas. Le vino a la cabeza una imagen fugaz de los dibujos que sus primas y ella hacían del audaz capitán al timón de su barco. Jungkook no se volvió.
—¿Por qué no me dijiste nada de tu primo? —le preguntó, yendo directamente al grano en un tono frío como el hielo.
Nerviosa, SooHyo se llevó la mano a la frente, pero en seguida recobró el ánimo y la bajó.
—Él no quería presentarse hasta que cambiase su situación. Creyó que pensarías mal de nosotros.
—¿De nosotros?
—Creyó que pensarías mal de él por no tener un trabajo decente, y de mí...; creyó que pensarías mal de mí por su culpa.
—Entonces, ¿te pidió que no me hablaras de él?
—Por un tiempo —murmuró SooHyo.
Jungkook tensó los hombros.
—¿Y tú no hacías más que complacerlo? —Aunque su tono de voz era impersonal, casi desenfadada aún no se había vuelto a mirarla.
—N-no... no me pareció nada malo.
—¿No te pareció mal mentirme?
A ella le dio un vuelco el corazón.
—Yo no le he mentido. Simplemente no te lo he contado todo.
Jungkook no dijo nada. El silencio creó un abismo enorme entre ellos, y SooHyo sintió de pronto la necesidad imperiosa de salvarlo.
—Pensé... pensé que vendría a Blessing Park pronto, con un puesto, un puesto respetable. Le daba mucha vergüenza, no sólo por él, sino también por mí. Temía que pensaras que intentaba aprovecharse.
—¿No se te ocurrió que podría pensar que intentaba aprovecharse por rondar la casa a mis espaldas?
La joven titubeó. Él le hablaba en tono frío y seco, y tan distante que era incapaz de decidir si estaba furioso o sólo contrariado.
—Pensé... supongo que pensé... —Se interrumpió. Cielo santo, ¿qué había pensado?
Jungkook se volvió despacio. Su semblante no albergaba expresión alguna, salvo sus ojos, encendidos de rabia. Aterrada, ella tragó saliva.
—¿Qué pensaste, SooHyo? ¿Que me sentaría mejor lo que tu primo iba a contarme si tenía un buen puesto de trabajo? ¿Que olvidaría que me habías mentido? ¿Que aceptaría sin más su explicación sobre la repentina y prodigiosa aparición de un segundo testamento?
Ella cerró los ojos sin darse cuenta. Su peor miedo, el que su esposo la creyera cómplice del engaño de su padre, se apoderó de todo su ser.
—Te juro por mi honor que no sabía nada del testamento. Me dijo que esperaba una noticia importante, pero yo no sabía lo que era. Igual que tú, yo pensaba que el testamento definitivo de mi padre era el que se me había entregado en América.
—¿Me estás diciendo la verdad ahora o descubriré más adelante algún detalle que a ti y a ese primo tuyo os daba vergüenza comentarme?
—¿Tanto te cuesta creer que yo no supiese nada de ese segundo testamento? —se oyó decir. Al abrir despacio los ojos, lo vio esbozar una sonrisa socarrona.
—No, claro. Parece que te persiguen los testamentos raros. Si tan inocente eres, ¿por qué no me dijiste nada de las cartas ni de su visita?
El tono acusador de Jungkook la encendió por dentro. ¿De verdad creía que lo había traicionado de aquella manera? ¿Creía que mentía cuando hacían el amor? ¿Le parecía una farsa el día que habían pasado en la cala? ¿Se lo parecían todos los días de los últimos tres meses?
—No te conté lo de la primera carta porque te habías ido a Brighton —espetó ella—y, como me dejaste bien claro que querías que viviéramos separados, no me pareció necesario aburrirte con la llegada de la segunda. En cuanto a su visita, yo no tenía ni idea de que estaba en Pemberheath y me lo encontré por casualidad. Podía habértelo contado entonces, pero ¡te habías ausentado por segunda vez sin decirme una palabra! —Jungkook entrecerró los ojos peligrosamente.
—¿En Pemberheath? ¿Te lo encontraste en Pemberheath? —preguntó, visiblemente asustado, pero no le permitió contestar. —Dejando a un lado el hecho de que te había prohibido que fueses a Pemberheath sin mi consentimiento expreso, debías haberme comentado tu encuentro inmediatamente. Me cuesta creer que puedas ser tan ingenua, SooHyo. Un primo lejano no se planta, sin previo aviso, a la puerta del domicilio de una heredera joven y rica sin motivo. O quizá no seas tan ingenua. No pareciste sorprenderte cuando nos disparó.
—¿Cuando nos disparó? —exclamó SooHyo escandalizada. —¿Cómo te atreves a dudar de él? —protestó furiosa. —¡Galen jamás le haría daño a nadie! Dado que no lo conoces, ¡no entiendo cómo puedes juzgarlo tan alegremente!
La risa socarrona de Jungkook rebotó en las paredes y le acertó de pleno en la cara.
—¡Oh, qué insensatez por mi parte! ¡Qué bobo soy de pensar mal de tu queridísimo primo porque, nada más conocerlo, me presente un documento falso y me reclame medio millón de libras!
SooHyo volvió de pronto para que Jungkook no pudiera ver su dolorosa confusión. Tenía razón; todo aquello era muy raro. Pero ¡Galen no lo había estafado! ¡Quizá fuera un irresponsable, pero no era un ladrón!
—¡No sé qué pensar! —gimió ella. —Me siento tan... tan...
—¿Asustada... de ver que te han cazado?
—¡No! —gritó ella, volviéndose hacia él. —¡Perpleja! ¡Confundida!
—Perpleja y confundida. Eso no alcanza a describir cómo me siento yo con todo esto, querida —se mofó él, rebosando sarcasmo. SooHyo sintió náuseas.
—Jungkook. ¡tenía cosas que eran de mi padre y, como papá ya me había mentido una vez, pensé que Galen también era una víctima suya! —le dijo en tono suplicante. ¿Acaso no sabía cuánto lo quería? ¿No sabía que prefería morir a hacerle daño? —Jungkook, por favor... —le rogó sin ganas, avergonzada de sonar tan culpable.— No sé cómo explicártelo. Sólo sé que el señor Strait me envió los documentos que yo esperaba, pero, cuando Galen me enseñó los suyos, ¡no me pareció del todo imposible que mi padre me hubiese traicionado por segunda vez! Galen no me mentiría sobre algo así. ¡Esperaba que el capitán le dejara un barco, no mi dote! ¡Estaba tan sorprendido como yo!
Jungkook apretó la mandíbula y le lanzó una mirada cáustica.
—Me pregunto cómo pensabas asegurarte la dote una vez casada —dijo en tono grave y recriminatorio.
Desesperada, trató de encontrar algo que probara su inocencia,
—Te dije una vez que volvería a América si eso era lo que querías, que podías quedarte con el dinero. ¡Estaba decidida a marcharme para que pudieses librarte de mí! ¡Eso demuestra que yo no tuve nada que ver! ¡De no haber sido por aquella estúpida apuesta, me habría ido! ¡Si todo esto fuera un montaje, no me habría ido!
—No te fuiste —le recordó sereno.
SooHyo respiró hondo. ¡Dios!, de verdad la creía culpable. Desolada por lo que estaba sucediendo, se acercó a él. Jungkook se agarrotó. Miró alrededor, furiosa, en busca de algo, lo que fuera, que demostrase que no mentía. ¿Cómo podía hacerle entender que lo amaba con todo su corazón y que jamás le haría daño? Se dirigió a él y alargó la mano para tocarlo, pero Jungkook se apartó.
Aquella reacción la destrozó.
—Yo te amo, Jungkook. Te amo más que a mí misma —se oyó susurrar. El tensó los músculos de la mandíbula. —Jamás te haría daño, ¿lo sabes? ¿De verdad crees que todo lo que hemos pasado juntos ha sido una mentira? ¿Que te he engañado en tu propia casa... en tu cama? —le susurró.
El apretó la mandíbula. Por un momento, a SooHyo le pareció que su mirada se suavizaba, pero entonces lo oyó murmurar entre dientes:
—Ya no sé qué creer.
A SooHyo se le escapó un grito involuntario de angustia y, a trompicones, buscó una silla, rezando para no caerse de rodillas. Empezaron a brotarle lágrimas de los ojos, y se apoderó de ella una vergüenza irracional.
—¡Jungkook! —insistió histérica. —¡Por favor, debes creerme! Élsólo creía que ella era culpable, y ella estaba desmoronándose delante de él como la enclenque que era. Se obligó a alzar la cabeza y a mirarlo entre las pestañas húmedas. Los distanciaba un gélido abismo; envolvía el rostro de Jungkook un aire espectral que ella tomó por rabia. No había nada que hacer.
Con el poco orgullo que fue capaz de reunir, SooHyo se irguió.
—No voy a suplicarte, Jungkook. Nunca te he fallado, ni una sola vez, y te juro por mi difunto padre que no voy a empezar ahora. Si crees que todo lo que tenemos es una mentira, adelante —dijo sin inmutarse. —Pero yo te amo. Siempre te he querido y, que Dios me ayude, siempre lo haré.
Él no dijo nada. No apartó su fría mirada de ella; después de unos tensos instantes, SooHyo bajó la cabeza. Se acabó. Aquel hombre no sentía nada, y ella ya no podía soportarlo ni un segundo más. Abatida, se alejó de él y se encaminó con paso vacilante a la puerta.
—SooHyo. —La voz ronca lo delató. Renació la esperanza en su interior y se volvió expectante hacia él. —Ni se te ocurra, bajo ningún concepto, volver a verlo.
Así, con tan pocas palabras, le partió el corazón. SooHyo dio media vuelta y salió corriendo a su cuarto. Una vez en él, se tiró boca abajo en la cama y se echó a llorar desconsoladamente.
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