ℂ𝕒𝕡.2
No fue Jeon Jungkook quien se reunió con ella en los muelles de Portsmouth, sino una anciana mujer de aspecto severo, áspero pelo cano y el cejo permanentemente fruncido.
A pesar de los empujones de los pasajeros y estibadores que se amontonaban en el muelle, a SooHyo no le costó encontrarla, aunque, de no haber sido por el letrero de madera que llevaba la mujer, con las palabras «Kang SooHyo» burdamente pintadas en él, la habría pasado por alto.
—Soy Kang SooHyo —dijo SooHyo, recelosa, al tiempo que hacía una rápida reverencia.
La mujer arrugó los labios mientras la examinaba de la cabeza a los pies.
—Dile a BaekHae cuáles son tus baúles y él te los cargará —le indicó cortante.
Luego se volvió y, tirando el cartel al suelo, se dirigió con paso airado a un elegante coche negro adornado con el escudo de armas de Darfield. SooHyo miró nerviosa al hombre que la mujer le había señalado, tan desastrado como esta misma.
Quiso descartar de su mente la idea de que aquellas personas eran lo último que había esperado encontrarse. Por alguna razón. Jungkook las había enviado a recogerla y probablemente había tenido sus motivos. De momento, procuraría no preguntarse por qué no había ido a buscarla él mismo.
—Sube al coche. Hace demasiado frío para una jovencita como tú —le dijo BaekHae con una sonrisa desdentada al tiempo que cargaba sus baúles.
SooHyo apenas lo dudó; el frío y la nieve cada vez más intensa la propulsaron hacia el coche. El carruaje no llevaba lacayos, sólo un cochero que ni siquiera la miró. SooHyo abrió tímidamente la puerta del vehículo y se asomó dentro.
—¡Sube, sube! —le aulló la mujer desde dentro y se agitó con violencia para acentuar lo imperioso de su orden.
SooHyo subió como pudo, tropezó con sus faldas y fue a parar al asiento de enfrente del de la mujer.
—Soy la señora Betty. Me han encargado que te lleve a Blessing Park —gruñó.
—Encantada de conocerla, señora Betty —replicó SooHyo, aliviada de que la mujer al fin le hablase y deseosa de creer que la había juzgado mal. —Yo, claro, soy Kang SooHyo. Bueno, en realidad, soy Soohie.
—Ya sé quién eres —espetó la adusta mujer.
SooHyo ignoró sus desagradables maneras y sonrió con valentía. Si había aprendido algo a lo largo de su itinerante vida, era que una sonrisa sincera siempre era bienvenida. Por lo que sabía, Blessing Park estaba en medio del campo, y era muy probable que tuviera que pasar algún tiempo en compañía de aquella amargada fémina.
—¿Es usted pariente de lord Darfield? —preguntó por darle conversación.
—¡Claro que no! —soltó, entrecerrando sus ojos enrojecidos.
Contundida, SooHyo se mordió el labio inferior.
—¿Se encuentra lord Darfield en Blessing Park? —preguntó angustiada, preguntándose qué distancia tendría que recorrer en compañía de aquella mujer.
—No lo sé. A mí me han pedido que te acompañe, no que escriba un libro sobre su paradero —gruñó.
SooHyo asintió con la cabeza, dijo «Entiendo» sólo con los labios y volvió la mirada hacia la ventanilla. La nieve empezaba a cuajar, lo que no contribuía en absoluto a amortiguar la sensación de pánico que iba creciendo en su interior. Al cargar su equipaje, el coche se balanceó y luego arrancó de repente.
—¿A qué distancia está Blessing Park? —preguntó SooHyo con camela en cuanto recuperó la serenidad.
La señora Betty la miró con desdén.
—Dos horas con buen tiempo. Más cuando nieva.
SooHyo sonrió educadamente y se preguntó si dos horas de insufrible espera en compañía de aquella mujer terminarían eclipsando los doce años que había esperado su reencuentro con Jungkook.
Avanzaron en medio de un tenso silencio durante lo que a SooHyo le pareció una eternidad. La poco comunicativa señora Betty, sentada muy erguida en su asiento, miraba fijamente por la ventanilla. A SooHyo se le amontonaban las preguntas, pero pretirió guardar silencio, y entretuvo su pensamiento buscando una razón convincente por la que su prometido no hubiera ido a buscarla.
Obviamente, algo muy importante debía haberlo retenido, de lo contrario habría ido. Dedujo que Jungkook se había visto obligado a contratar a alguien que la acompañara y, teniendo en cuenta que residía en una zona rural, no había dispuesto de mejores candidatos. Lo imaginaba paseándose impaciente delante de la chimenea, consciente de que la nevada retrasaría su llegada. Con toda probabilidad estaría preocupadísimo, y lo más seguro era que, en aquel mismo momento, estuviese pidiendo que le preparasen un caballo para ir él mismo en su busca...
Una fuerte sacudida del carruaje sacó a SooHyo de su ensoñación. Se incorporó despacio, mirando de reojo a la señora Petty, que la observaba con un visible desprecio. Fuera, el mundo era de un blanco cegador; la densa nieve ocultaba cualquier rasgo destacable del paisaje.
—¿Dónde estamos? —preguntó SooHyo
—En Pemberheath —gruñó la señora Betty; luego se inclinó para mirar por la ventanilla.
—¿En Pemberheath? —se sorprendió SooHyo, pero, como era de esperar, la señora Betty hizo caso omiso.
De pronto, se abrió la puerta del coche y el desdentado BaekHae asomó la cabeza al interior.
—El mensaje dice que pasemos aquí la noche —señaló. —Los caminos no están en buenas condiciones.
—¿Que pasemos aquí la noche? —repitió la señora Betty casi chillando.
—Ha dejado pagadas dos habitaciones —anunció Mannheim encogiéndose de hombros, indiferente. Acto seguido, su cabeza desapareció y cerró de golpe la puerta del vehículo.
La señora Betty le lanzó una mirada asesina a SooHyo, como si fuese ella la causante del mal tiempo.
—Yo no soy la niñera de nadie. Tendrás que apañártelas sola —espetó.
SooHyo arqueó sus oscuras cejas bien delineadas y, reprimiendo el impulso de replicarle que en su vida había precisado la ayuda de nadie y no iba a recurrir de pronto a una vieja amargada como ella, respondió fríamente:
—Soy perfectamente capaz de apañármelas sola, señora Betty. Se lo aseguro.
Ésta masculló algo y, a continuación, abrió de golpe la puerta del carruaje. Sin mediar palabra, se bajó y se alejó a grandes pasos por la espesa nieve; unos segundos después se volvió y le gritó por encima del hombro:
—¡Vamos!, ¿a qué esperas? —Dicho esto, desapareció en la blanca bruma.
SooHyo suspiró desalentada, se tapó con la capucha y abandonó el carruaje. Confiaba en que Jungkook no tardase en aparecer.
A pesar de la fuerte nevada, el salón de la pequeña posada estaba atestado de gente. En torno a la diana, se reunía un grupo de hombres bulliciosos, mientras que por las toscas mesas se esparcían grupos más pequeños de hombres y algunas mujeres. El hedor a cerveza impregnó el olfato de la muchacha, y su vista captó cómo varias cabezas se volvían hacia ella y los labios se fruncían al verla.
La señora Betty se había parado a hablar con un hombre regordete de nariz colorada, con un delantal que le cubría la inmensa barriga. El hombre inclinó la cabeza hacia adelante y escuchó con atención, luego se dirigió a la escalera con tres jarras vacías en una mano. Sin volver la vista atrás, la señora Petty empezó a subir una desvencijada escalera. SooHyo supuso que debía seguir la y, alzando la barbilla, pasó por delante de los hombres que jugaban a los dardos, e, ignorando sus miradas lascivas y abriéndose paso entre las mesas, enfiló las escaleras.
La estancia en la que encontró a la señora Betty era pequeña y escasamente amueblada.
Pegada a una de las paredes había una cama individual, a unos metros de un brasero de carbón que constituía la única fuente de calor de la habitación. Sobre una silla, había apiladas un montón de mantas sucias. El resto de los accesorios eran una vieja palangana y un pequeño espejo deslustrado. SooHyo miró a la señora Petty, que se encontraba en el centro de la estancia, con las piernas separadas y los brazos en jarras. La mujer la miró de soslayo.
—Yo no puedo dormir en el suelo, me duele la espalda —proclamó, y tiró su capa sobre la cama.
Aquella vieja bruja estaba empezando a resultarle irritante. Fuera quien fuese, SooHyo sospechaba que le habían pagado lo suficiente para que la acompañara a su destino, y esperaba que al menos se comportara civilizadamente.
—Dormiré yo en el suelo si me dice a cuánto estamos de Blessing Park —replicó SooHyo en tono desafiante.
La señora Betty levantó los brazos para quitarse el bonete y se encogió de hombros.
—A unas cinco millas, no más. —Tiró el gorro a la silla, luego se agachó para atizar las ascuas del brasero.
—¿Lord Darfield está allí? —inquirió SooHyo mientras se quitaba la capa y la colocaba con cuidado en el respaldo de la silla.
—Ya te he dicho que no lo sé. Me ha contratado su secretario.
SooHyo se volvió hacia la pequeña ventana y se frotó el cuello contracturado a causa del viaje. ¿Qué demonios tenía de malo preguntar dónde estaba su prometido y cuándo iría a buscarla?
«Cálmate», se dijo. Habiéndolo esperado tantos años, una noche más no iba a matarla. O al menos eso esperaba.
—¿Se reunirá con nosotras aquí? —preguntó esperanzada.
—Haces demasiadas preguntas —le respondió la señora Betty; descortés.
SooHyo gruñó exasperada, cogió el bonete de la vieja y lo tiró a la cama. Con un suspiro de frustración, se dejó caer en la silla, pero se irguió de inmediato al ver que ésta cedía con su peso.
La señora Betty estaba ocupada con el brasero; SooHyo la observó mientras lo manipulaba, y se fijó en lo rudas que eran sus manos. Desvió la vista a sus pies, enfundados en un par de botas de piel ajadas que parecían tan viejas como la propia mujer. Sintió una repentina e inesperada punzada de compasión y casi pudo oír a su tía Min diciéndole que fuese caritativa. No le quedaba más remedio que pasar al menos una noche con ella, de modo que más le valía que se llevaran bien.
—Tengo hambre. ¿Cree que nos subirán algo de comer?
La señora Betty bufó con aire despectivo.
—Esto no es una posada de lujo. Si tienes hambre, tendrás que bajar.
—¿Viene conmigo? Supongo que también tendrá hambre.
—Comer en una posada cuesta dinero —murmuró la mujer.
—Yo tengo dinero —insistió SooHyo.
Pero aquélla la miró recelosa por encima del hombro.
—No quiero tu caridad.
—No es caridad. Considérelo un agradecimiento por acompañarme durante un día algo fatigoso —dijo con desenfado, procurando que su gesto fuese lo más sincero posible.
La señora Betty lo pensó un instante.—No soy una señora de compañía —le advirtió.
Para SooHyo, aquella insinuación era casi tan absurda como su presente situación.
—Ni se me había pasado por la cabeza, señora Betty —replicó. —Vamos, estoy muerta de hambre. Y, ¿sabe qué? Creo que me apetece una cerveza. ¿Le gusta la cerveza? —SooHyo se dirigió a la puerta y, por el rabillo del ojo, vio a la mujer estirarse la falda marrón.
—Una joven dama no debe beber cerveza —murmuró en tono de desaprobación mientras se recomponía el pelo fino y cano.
—Vaya, señora Betty, eso ha sonado, sin duda, a señora de compañía.
SooHyo abrió la puerta riendo y, cediendo el paso, hizo una reverencia exagerada a la espalda de la vieja amargada.
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He aquí el cap.2 :)
Espero les haya gustado :)
De ser así dejen la confirmación con una estrellita ⭐
NO LECTORES FANTASMAS ಠ﹏ಠ
BoraHae💜
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