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ℂ𝕒𝕡.13


Jungkook rió y volvió a la mesa.

Mientras se concentraba en la jugada, SooHyo se volvió despacio; no quería mirar. Tras un instante que se le hizo interminable, lo oyó golpear la bola, y cerró los ojos con fuerza mientras contaba las que caían en la tronera. Una, dos, tres... Abrió los ojos de golpe. ¡Sólo tres! Se le cayó el alma a los pies.

Cuatro, la inundó la alegría y, agarrándose con fuerza al taco, se volvió rápidamente hacia la mesa.

—Acabas de perderte una jugada asombrosa de absoluta pericia, ¿verdad, Anderson? —presumió Jungkook.

—Sí, milord —respondió sin más el criado que los acompañaba en la sala.

Jungkook se agarró a la banda de la mesa y miró pasmada el tapiz vacío.

—¿Cómo demonios lo has hecho? —quiso saber. —¿Has hecho trampas?

Jungkook soltó una sonora carcajada, luego se llevó una mano al corazón y exclamó con ademanes exagerados:

—Me ofendes, señora.

SooHyo rió a su vez, nerviosa, pero temblaba por dentro. Tres meses. Había prometido esperar tres meses antes de decidir si aquello era el cielo o el infierno. Por favor, ¿qué había hecho? Se sintió palidecer e impulsivamente le entregó el taco al criado

—Me temo que la emoción me ha agotado. Con tu permiso, creo que voy a retirarme a pensar en qué invertiré mis mil libras —señaló con fingida indiferencia. Era la verdad; estaba agotada emocionalmente. El corazón le latía con fuerza y amenazaba con salírsele del pecho y derramársele, tal cual, sobre la mesa de billar.

—Por supuesto, señora mía —respondió Jungkook con exagerada formalidad. No le apetecía que ella se retirara. —Por cierto, por la mañana, vendrán a verme unos socios de negocios, pero luego me gustaría salir a montar contigo —le comunicó mientras cogía un coñac que le ofrecía Anderson.

SooHyo se detuvo en seco, y Jungkook habría podido jurar que la vio erguirse aún más.

—¿A montar? —preguntó, algo histérica quizá. Pensó que a lo mejor no quería montar con él.

Tal vez tampoco quería esperar tres meses. A lo mejor, la había obligado tontamente a quedarse con él cuando ella prefería marcharse. Quizá fuese el mayor idiota del mundo entero. Había podido poner fin a aquella farsa, pero había dejado que una cara bonita le nublase el juicio.

—Si quieres, claro —replicó él con frialdad.

SooHyo se volvió hacia él.

—Me gustaría mucho —respondió educadamente, pero Jungkook notó que mentía, y eso le molestó mucho.

—A las dos, entonces —le propuso con brusquedad, y dio media vuelta. Al oír que la puerta se cerraba suavemente, miró al criado. Si quieres conservar tu empleo, Anderson, ni una palabra de la cuarta bola —le advirtió.

Asustado, éste negó enérgicamente con la cabeza.

—Jamás, milord —Exclamó muy ofendido, luego sonrió para demostrar su aprobación.

.....

—Hablé con el señor Hanley, jefe de cuadras, él se encargará de que le preparen un caballo manso —dijo Jessica en un intento de tranquilizar a SooHyo a la mañana siguiente.

—¡No servirá de nada! —se desesperó SooHyo, retorciéndose mientras la doncella intentaba abrocharle el vestido.

—¡En serio, señora, no es tan complicado! En unos minutos pensará que nació a lomos de un caballo. ¡Como siga preocupándose así, se va a poner mala!

—¿Preocupándome? —rió SooHyo histérica.— ¿A esto lo llamas tú preocupación? ¡Es auténtico pánico!

—El señor Hanley se encargará de todo —insistió la chica.

SooHyo suspiró. Aquello no era buena idea. Había accedido como una boba a jugarse el cuello para estar con un hombre al que no le importaba. Cuanto más tiempo pasara con él, más le costaría dejarlo llegado el momento. Porque tendría que dejarlo, independientemente de aquella estúpida apuesta. No había nada más justo, ninguna otra cosa le parecía lógica. Menos aún el absurdo plan de cabalgar cuando en su vida había montado un caballo.

—Vaya a ver al señor Hanley —repitió Jessica mientras terminaba de abrocharle el vestido.

SooHyo salió de la habitación completamente acartonada.

Se imaginaba pisoteada por los cascos de un caballo fogoso como el que había visto montar a Jungkook. La creciente ansiedad le hizo bajar la escalera a toda velocidad y salir en busca del señor Hanley, el único que podía ayudarla en aquel momento. Una vez fuera, se recogió las faldas y echó a correr sin decoro alguno por el camino sinuoso que conducía a las cuadras, casi chocándose con Nam y otro caballero al doblar la esquina.

El funesto destino que la esperaba le había hecho olvidar las citas de negocios de las que Jungkook le había hablado.

—¡Ay! —exclamó, perfectamente consciente de lo ridícula que debía parecer corriendo por el sendero. —I-iba a... esto... yo... —balbució, luego sonrió. —¡Voy a las cuadras! —declaró nerviosa, a continuación hizo una reverencia y rodeó bruscamente a los dos hombres.

—Lady Darfield, me alegro de volver a verla. La veo muy bien —dijo Nam con una sonrisa traviesa en su hermoso rostro.

—Gracias, lord Hunt. También usted tiene buen aspecto —le respondió ella algo ceñuda.

Él sonrió aún más. Por lo visto, no iba a dejarla escabullirse sin más.

—Parece que tiene prisa... ¿Una cita, quizá?

—En absoluto —replico ella fríamente. —Hace fresco a esta hora de la mañana. Iba de prisa para no enfriarme.

—¿Puedo sugerirle un chal? —preguntó el desconocido.

SooHyo lo miro un instante.

—Puede... —se vio obligada a responderle

Nam estuvo a punto de soltar una carcajada, pero el gesto de SooHyo lo hizo contenerse. Nam miró un instante al caballero que lo acompañaba; su sonrisa se desvaneció y sus ojos color avellana sufrieron un cambio notable.

—Permítame que le presente al señor Malcom Routier —dijo con voz notablemente más fría.

—Señor Routier, Kang SooHyo, marquesa de Darfield.

SooHyo se volvió hacia aquel hombre alto, de ojos ambarinos, casi amarillentos, e inmediatamente detectó su mirada de sorpresa. Alzó la barbilla y le hizo una reverencia cortés.

—¡No será usted la hija del capitán Kang! —exclamó el señor Routier.

SooHyo pestañeó sorprendida.

—¿Malcom Routier? ¡Mi padre tenía un socio que se llamaba así! —dijo recordando de pronto el nombre.

—Soy yo —Brilló una extraña chispa en la mirada de Routier. —Ya nos hemos visto con anterioridad, milady. —Ante la mirada de perplejidad de SooHyo, añadió: —Tal vez no lo recuerde. Fue en Bombay, en la tiesta del gobernador.

Ella no recordaba la fiesta del gobernador, menos aún haber conocido a aquel hombre.

—Lo cierto es que no lo recuerdo —confesó.

—Fue hace algunos años —señaló él con una sonrisa cautivadora. —Era usted muy joven.

SooHyo miró a Nam, que de pronto parecía muy inquieto.

—Quizá fue así —dijo finalmente poco convencida.

—Lady Darfield, si nos disculpa, no vamos a entretenerla más —intervino lord Hunt. — Seguramente la espera su esposo —prosiguió, y dedicó a Routier una mirada curiosamente sombría que dejó perpleja a SooHyo.

—Por supuesto. Un placer, señor Routier. Buenos días —declaró, y pasó la verja de la dehesa.

No volvió la vista atrás y avanzó lo más despacio que pudo hasta que pareció que ya no podían verla y echó a correr hacia las cuadras.

Una vez dentro, se detuvo instante para que sus ojos se adaptaran a la penumbra. Un caballo de un box próximo le resopló por encima del hombro, sobresaltándola, y, volviéndose hacia el animal, soltó un chillido.

El inmenso semental negro de Jungkook resopló de nuevo, inquieto, y la estudió de cerca con un ojo negro enorme. SooHyo hizo un aspaviento. En su vida había estado tan cerca de un animal así de grande; debía de ser al menos treinta centímetros más alto que ella y era tan aterrador como enorme.

—Un caballo excelente, ¿no le parece?

SooHyo se sobresaltó por segunda vez y, al darse la vuelta, vio a un hombre alto de pelo oscuro.

—Perdone, no pretendía asustarla —dijo, con una perfecta sonrisa de disculpa. Señaló a Samson. —Darfield tiene buen gusto con los caballos, debo reconocerlo.

—Supongo —murmuro SooHyo, y miró con cautela al inmenso animal por encima del hombro.

El hombre ladeó la cabeza mientras la miraba.

—Imagino que Samson intimida un poco.

SooHyo se volvió hacia el desconocido y lo escudriñó.

—Un poco —admitió con recelo.

—Soy Alex Christian —se presentó, tendiéndole la mano.

—Kang SooHyo. Jeon. Kang SooHyo Jeon —le aclaro.

Si al desconocido le sorprendía, no dio muestras de ello y se limitó a sonreír.

—Tengo asuntos pendientes con su marido, pero ignoraba que tendría el inmenso placer de conocerla, lady Darfield. ¿Le interesan los caballos?

Olvidando que se trataba de un desconocido, SooHyo suspiró inconscientemente y volvió a mirar al semental.

—Estoy poco familiarizada con ellos. Confiaba en que fuese algo más... pequeño.

Alex Christian rió, se acercó a Samson y le acarició la testuz.

—Suelen ser bastante más pequeños que éste —dijo cariñoso. —He visto que hay varias yeguas; le irá mucho mejor con una de ellas.

—¿En serio? —preguntó SooHyo de inmediato, y dio media vuelta para echar un vistazo a los otros boxes.

Alex se dirigió como si nada del espacioso box de Samson a uno contiguo bastante más pequeño donde un ruano esperaba pacientemente.

—Este es mucho más pequeño y también parece más manso —dijo Alex acariciándole el lomo.

SooHyo se acercó en seguida.

—¿Cómo lo sabe? —inquirió angustiada, con la confianza de que algún tipo de marca permitiese identificar la mansedumbre de un caballa

Alex la miró de reojo, esbozando una sonrisa risueña.

—¿Ve la cabeza gacha? Además, no está resoplando y pateando todo el rato como Samson. Este animal está acostumbrado a que lo monten muchas personas distintas.

Como si lo hubiese entendido, el ruano bajó la cabeza e intentó meter el hocico en el bolsillo de Alex.

—¡Ah, ya entiendo! —exclamo SooHyo entusiasmada. —Y, si alguien lo monta, ¿va, digamos, a la izquierda si se le dice?

—Sí —rió Alex, acariciándole la testuz al ruano. —Supongo que sí. —SooHyo miró cómo Alex le susurraba al caballo. Tenía una sonrisa muy cálida y seductora, que acompañaba de un guiño de sus ojos verdes. Era un hombre muy guapo, de pelo castaño oscuro, apenas un poco más claro que el suyo, y rostro bronceado por el sol, casi tan guapo como Jungkook. Casi.

—¿E imagino que luego también irá a la derecha? —preguntó tímidamente.

Alex volvió a reír y asintió con la cabeza.

—Creo que con tirar de las riendas es bastante para que el caballo haga lo que sea. Si tuviera que montarlo yo, lo haría así. —Sonrió y, cogiendo unas bridas de un poste cercano, se las pasó por la cabeza al ruano y le hizo una demostración.

SooHyo observó con atención, procurando memorizarlo todo. Alex acababa de proponerle que buscaran una silla de dama cuando irrumpió en las cuadras el jefe de establos, el señor Hanley. Los dos jóvenes se volvieron simultáneamente hacia él, quien se detuvo en seco e hizo un aspaviento.

—¡Excelencia! —exclamó, y se acercó corriendo al box en la que estaban ambos.

Sorprendida, SooHyo miró a Alex. ¿Excelencia?

—Tranquilo —señaló el duque, haciéndole un gesto con la mano a Hanley. —lady Darfield me estaba enseñando algunos de los caballos.

El señor Hanley la miró nervioso, y ella, rápidamente recuperada del sobresalto, sonrió seductora al azorado jefe de cuadras.

—A su excelencia le encanta el semental —anunció ella satisfecha.

Hanley se puso colorado.

—Lord Southerland, mis más sinceras disculpas. De haber sabido que estaba usted aquí, lo habría atendido inmediatamente —señaló Hanley haciendo especial hincapié en la última palabra.

—No te preocupes, Hanley. Lady Darfield y yo hemos disfrutado mucho de nuestra charla. —Se volvió hacia ella y sonrió con una pequeña reverencia. —Creo que lord Darfield me está esperando. Si me disculpan.

SooHyo sonrió y asintió con la cabeza, gesto que remató con una tardía reverencia. Alex se alejó contento, con paso a la vez brioso y elegante.

—¡Gracias! —le gritó ella.

Mirando por encima del hombro con una cálida sonrisa en los labios, Alex le quitó importancia con un gesto de la mano. SooHyo se volvió hacia Hanley, aún algo pálido por haber descuidado al duque.

¿En qué demonios estaba pensando?, se preguntó SooHyo desesperada cuando salió de la casa a las dos en punto, vestida con un traje de montar color turquesa que Tori le había hecho por si se encontraba con alguna mula en Inglaterra.

Jugueteó nerviosa con la fusta prestada mientras veía a un hombre joven sacar del establo una enorme yegua gris ya ensillada. La seguía Jungkook a lomos de Samson, que, encabritado bajo sus muslos, lo obligaba a tirar con fuerza de las riendas para controlarlo a medida que se acercaba a ella.

—Buenas tardes, señora mía. Me he tomado la libertad de seleccionar a Desdemona para ti —anunció con un sucinto movimiento de cabeza.— Puede que esté un poco verde, pero no creo que tengas problemas.

A SooHyo se le cayó el alma a los pies. El señor Hanley le había prometido que le darían un caballo docilísimo. Jungkook la miró con curiosidad, luego le señaló a la yegua.

—Si me haces el favor... —le dijo expectante.

Ella lo miró desde abajo, luego miró despacio a la yegua, que sacudía la cabeza a pesar de la fuerza con que la sujetaba el mozo de cuadras. Se le hizo un nudo en el estómago.

—¿Ocurre algo? —preguntó Jungkook con recelo.

—¡No, no! —exclamó ella con voz de pito.

Él arqueó la ceja, confundido.

—¿Prefieres algún otro caballo? Hanley me ha dicho que aún no has montado y que, de
momento, no tienes ningún favorito…

—Desdemona me parece perfecta —dijo SooHyo, asintiendo con la cabeza para recalcar sus palabras.

«Si al menos pudiese mover las piernas...»

El semental resopló impaciente.

—SooHyo, si estás lista —insistió Jungkook.

Ella asintió, reunió tanto valor como pudo (que no fue mucho) y se encaminó decidida a la yegua. Se detuvo y le acarició la testuz al animal, tal como le había sugerido lord Southerland.

—Se buena, Desdemona, y tendrás un cubo lleno de zanahorias cuando terminemos —le susurró. Consciente de que el mozo de cuadras la observaba, se acercó al costado de la cabalgadura. Otro joven se situó junto a ella, se inclinó y cruzó las manos. SooHyo se lo quedó mirando como si estuviese loco.

—Disculpe, señora, ¿no quiere que la ayude a subir? SooHyo recobró la compostura y rió. Ciertamente tenía que subirse al caballo para poder montarlo.

—Sí, claro. —Puso el pie sobre las manos entrelazadas del joven e hizo un gran aspaviento cuando la catapultó. Aterrizó en la silla de dama de milagro. Le costó un poco acomodarse en ella, sintiéndose ridícula precariamente encaramada al lomo de la yegua como estaba. Pensó que quizá no se había sentado bien, pero, por suerte, los gruesos pliegues de su traje de montar ocultaban cualquier error manifiesto que pudiese haber cometido.

Uno de los jóvenes le acercó las riendas; las cogió en seguida y las agarró con todas sus fuerzas. Los dos muchachos se miraron, habló el mayor de ellos:

—Milady, no tire tanto —murmuró en voz baja. —Dele a la yegua un poco de holgura para que le responda bien.

SooHyo asintió con la cabeza, luego lo miró algo ceñuda, como protestando por que le enseñase algo tan elemental. Con la fusta bajo el brazo y sujeta a las bridas con vehemencia, miró serena a Jungkook.

—Se nos va a hacer de noche —espetó ella, pero se interrumpió de repente cuando la yegua empezó a moverse. Sonriendo intrigado, Jungkook se le acercó. —Aún nos queda un buen rato de luz, creo yo. ¿Por qué no guías tú? —le propuso.

SooHyo tragó saliva, aterrada, y se aferró todavía más a las riendas.

—Más vale que lo hagas tú. Sólo Dios sabe adónde iríamos a parar si guío yo. —Rió nerviosa.

—Sólo Dios sabe —repitió el con una carcajada, y espoleó a su caballo. —Sígueme —le gritó contento, y empezó a cabalgar.

De no haber sido por la palmada que el mozo de cuadra le dio a la yegua en la grupa, SooHyo podría haberse quedado en la entrada de la finca hasta que Jungkook volviese de su paseo. Soltando un chillidito, se agarró al cuerno de la silla y rezó cuando la yegua empezó a trotar tras el semental.

No habían llegado muy lejos cuando decidió que ya dominaba la monta. A pesar de las
sacudidas constantes, no era tan difícil. Repasaba mentalmente una y otra vez lo que lord Southerland le había dicho. «Hay que tirar de la derecha para ir a la derecha, de la izquierda para ir a la izquierda, tensar riendas para frenar y soltar riendas para avanzar.

El caballo no debe saber que se le tiene miedo, porque se aprovechará de la situación. Lo único que la incomodaba era el temor de caerse de la silla en cualquier momento, dada la forma tan extraña en que iba sentada. Mientras Jungkook iba delante, logró pasar una pierna por encima del lomo de la yegua y dejarla colgando por debajo de sus faldas amontonadas.

Aquella postura era mucho menos cómoda, pero le proporcionaba mucha más seguridad. Sonrió satisfecha para si antes de probar las espuelas. La yegua inició el galope y SooHyo pronto se situó al lado de Jungkook.

—Montas muy bien —le dijo él cuando le dio alcance. Ella le respondió con una sonrisa y se llevó las manos a la cabeza con cuidado para recolocarse el sombrero que se le caía. —Me sorprende que sepas montar habiendo vivido tanto tiempo en alta mar. ¿Dónde aprendiste?

—Bueno..., aquí y allá..., poco a poco. Hay que aprovechar las oportunidades cuando se
presentan —respondió con mucha seguridad. —Ya sabes, carpe diem y esas cosas.

Jungkook puso los ojos en blanco. ¡Carpe diem, ciertamente! Iba meneándose a lomos de una yegua vieja y gorda como manzanas en un barreño de agua.

De no haber sido porque su buen amigo Alex Christian, duque de Southerland, le había comentado risueño su encuentro en los establos, bien podría haberle ensillado a la Viuda Negra. La habría estrangulado por no decírselo, pero había preferido darle una pequeña lección.

Por suerte, la yegua que montaba era lenta como una tortuga. Le vio la pantorrilla bien torneada calzada en la bota colgando de mala manera del borde de la silla de dama y contuvo un arrebato de deseo.

Había al menos una lección más que quería enseñarle.

Cabalgaron durante más de una hora a un ritmo insufriblemente lento para Jungkook. Samson mascaba el bocado para que le dieran rienda suelta, pero Michael lo ataba corto. SooHyo parecía exhausta.

Hacía rato que se le había caído el sombrero, y de su bonito peinado salían disparados algunos mechones de pelo caoba. Seguía aferrada a la yegua como si le fuera en ello la vida, con una mano en el cuerno de la silla y la otra en las riendas.

Soplaba un aire cada vez más frío y empezaban a formarse nubes densas en el cielo. Se avecinaba una tormenta y Jungkook decidió que era hora de volver, pero antes quería reírse un rato a costa de su esposa.

—¿Ves ese roble grande de ahí delante? —le preguntó. SooHyo oteó el horizonte y asintió. —¿Te hace una carrera hasta allí? —Jungkook tuvo que volver la cabeza para que ella no viese la sonrisa que su cara de pánico le había dibujado en el rostro.

Ella se quedó mirando el árbol un buen rato, luego miró a Desdemona.

—M-me parece q-que Desdemona está cansada —balbució esperanzada.

—No lo creo. A Desdemona le encanta correr.

—¿Ah, sí? —dijo, pasando de esperanzada a desesperada.

Jungkook no pudo reprimir la sonrisa.

—Vamos, cuando yo te diga —le gritó, inclinándose sobre el cuello de Samson. —Preparada..., lista..., ¡ya! —exclamó, y espoleó a Samson, dándole rienda suelta.

Oyó gritar a SooHyo a su espalda y, al llegar al árbol, hizo girar a su montura y empezó a doblarse de risa al ver a Desdemona paseando, con SooHyo a los lomos, gritándole furibunda.

—¿Le has hecho algo a mi caballo? —quiso saber enfadada cuando al fin le dio alcance.

—¡Pues claro que no! Esa es la máxima velocidad de Desdemona —le soltó Jungkook entre carcajadas.

SooHyo entrecerró los ojos.

—¡Lo sabías! —chilló.

Jungkook desmontó y cogió al vuelo las riendas de Desdemona cuando SooHyo se las tiró. Empezaban a dolerle los costados de tanto reírse. Mientras, ella le soltó una retahíla de improperios nada femeninos y bajó (o más bien rodó) de la yegua. Él la cogió antes de que se desplomara, cuando le fallaron las rodillas por el impacto.

—SooHyo, tendrías que habérmelo contado —la reprendió cuando consiguió calmarse. —Podrías haberte hecho mucho daño. ¿Por qué no me lo dijiste?

—Porque no.

—¿Porque no?

Ella le esquivó la mirada y contempló el prado. —Pensé que, si te enterabas, no querrías ir —respondió ella en voz baja. Jungkook sintió una dicha inusual y repentina. ¡Así que ella había querido ir con él!

—No, SooHyo, te habría paseado en mi coche —contestó él con sinceridad.

Un optimismo espontáneo agrandó los ojos violeta de la joven de un modo que a Jungkook le pareció encantador. Y fastidioso. Maldita sea.

—¿Cómo es que nunca has aprendido a montar? —le preguntó al tiempo que la acompañaba hasta el roble.

—Nunca tuve ocasión. En Egipto, monté en dromedario, y pensé que aquella experiencia me valdría, aunque sólo fuera un poco, para montar un caballo. En París, íbamos siempre en coche; en Ámsterdam, las barcas eran el medio de transporte preferido; y, en Virginia, bueno, teníamos una mula que, de cuando en cuando, se dejaba montar, pero sólo por la fuerza.

Jungkook rió.

—Te enseñaré a montar.

—Si lo dices en serio, Darfield, me gustaría montar como tú. ¡Ese artilugio, la silla, debe de ser un invento medieval! —dijo, señalando enfática a Desdemona.

Jungkook se quitó la chaqueta y la tendió en la hierba a la sombra de un árbol.

—Te enseñaré a montar con silla, a pelo..., como quieras. —Se sentó y se apoyó en el árbol, con las piernas estiradas y cruzadas a la altura de los tobillos, mirándola desde abajo.

El modo en que la miró la puso nerviosa. «Tres meses», se dijo.

—Cada vez está más nublado. ¿Crees que deberíamos entretenernos? —preguntó mirando al cielo.

Inesperadamente, Jungkook le cogió la mano y tiró de ella. SooHyo aterrizó junto a sus muslos musculosos en medio de una montaña de faldas de lana color turquesa.— Tenemos tiempo de sobra....


°•••°

Capítulo corto , siguiente largo e intenso
🥵🤐😬😐✌

c va corriendo
N

O LECTORES FANTASMAS.

.....

Malcom Routier: el man que más odio en esta historia.

GoodByes.

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