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Capitulo 8

Caos no coopera.

¿Cómo puede un perro ser tan testarudo? No entiendo qué tipo de trauma tiene para comportarse así y no querer usar el arnés, porque sé que no ha pasado por ninguna experiencia trágica: nació en casa de John, junto a sus hermanos; el dueño, un tal Denton, trajo aquí a la madre cuando estaba en un periodo avanzado de gestación y se la llevó hace un tiempo, en cuanto los cachorros dejaron de mamar y de necesitarla.

Hoy hemos salido a correr, como siempre, y me he llevado el arnés. Me ha dejado ponérselo, aunque no paraba de gimotear y de restregar el hocico contra mis zapatos. Y luego se ha negado en rotundo a correr. No, no y no. Solo camina, despacito, como si fuese pisando minas.

Respiro sonoramente sin dejar de andar a su lado.

- ¿No entiendes que solo quiero demostrarle a los demás que puedes hacerlo? Creen que te pasa algo.- ladea la cabeza y me mira, como si me entendiese - Y me encantaría restregárselo en las tapas. Piénsalo, chucho, ¡sería genial! Tú y yo aliados contra el resto del mundo. John dijo que eras el más rápido de toda tu camada, pero nadie lo sabrá nunca si no lo demuestras. La vida es así de injusta, ¿sabes?

Me pregunto dónde irá a parar si no conseguimos adiestrarlo. No quiero ni pensarlo; me he encariñado demasiado con él. De hecho, no debería haber dejado que se acercase tanto a mí, pero ahora es demasiado tarde. En el fondo admiro que sea un tanto desobediente, aunque no consigo entender por qué no quiere correr conmigo ahora que lleva el arnés. A mí me encantaría probarlo. Sería algo casi íntimo. Los dos juntos. Los dos unidos trotando y sintiendo los músculos tensos al avanzar y avanzar...

Subimos por el caminito que conduce a la casa de John. El viento es mucho más frío que cuando llegué aquí hace un mes, y las hojas de algunos árboles han mudado de color. John está apilando troncos de leña y sonríe al vernos.

- ¿Qué tal ha ido el paseo?

- Mal, como siempre.

Libero a Caos del arnés, pero se queda ahí, a mi lado, sin ni siquiera hacer el amago de irse con los demás perros a jugar. Es raro en todos los aspectos. Vivaldi, Bach y el viejo Schubert están tumbados a un par de metros, mirándonos.

- Quédate a comer, prepararé algo caliente.- percibo el reproche en la voz de John - Sigues igual de delgado, pareces un pajarito que se ha caído del nido antes de tiempo, ¿cómo pretendes correr si apenas tienes fuerza?

- Sí que tengo fuerza.

- Está bien. Carga esos troncos.

- ¡Ey, eso no vale!

Mientras se aleja hacia la casa, John me mira por encima del hombro con un amago de sonrisa asomando a sus labios.

- ¡Te vendrá bien para fortalecer esos bracitos enclenques tuyos!

Protesto por lo bajo, pero ya no me oye. Se ha metido en casa, supongo que para hacer la comida, y me ha dejado aquí, solo, rodeado de perros y troncos. Bien. Alzo la vista al cielo, que es casi como mirar hacia una lámina de plata a plena luz del día, lo suficientemente gruesa como para no permitir que el sol la traspase.

Empiezo a cargar los primeros troncos. Solo hay que ir unos metros más allá, donde John los ha cortado y dejado desperdigados por el suelo musgoso, recogerlos y trasportarlos hasta el montón apilado contra una pared. Hago una nueva fila, porque no llego hasta los de más arriba. Caos me sigue de un lado a otro en cada viaje que hago y, conforme pasan los minutos, un par de perros más se ponen en pie, se acercan, y me miran con interés. Creo que uno de ellos es Pamiiyok, porque tiene la cola enroscada.

Cuando ya estoy pensando seriamente en lanzar por los aires el último tronco que acabo de cargar, John sale por la puerta principal que da al porche y me llama a gritos, avisándome de que la comida está lista. Dudo sobre si soltar el tronco en mitad del prado, pero al final hago de tripas corazón y lo llevo a la pila, junto a los demás. Me sacudo las virutas de madera de la ropa, me despido de los perros y entro en la casa.

Un aroma a especias diversas y carne flota en el aire. La mesa ya está preparada en el comedor, al lado del tablero de ajedrez y frente a los sofás. Me quito el abrigo y agradezco que la chimenea esté encendida, porque hace un frío terrible. Acerco las manos para entrar en calor mientras John va a la cocina y regresa con dos vasos y una botella de agua. Después, comemos en silencio la especie de guiso que ha preparado. Lo cierto es que está bastante bueno y eso que tiene un sabor fuerte y especiado y yo siempre he sido más de cosas suaves tirando a insípidas.

- Deberías comer proteínas todos los días y más saliendo a correr como lo haces. El cuerpo las necesita para regenerar los músculos, ¿nadie te lo ha dicho?- farfulla y luego mastica y traga el último bocado de su plato - Es una irresponsabilidad por tu parte no hacerlo.

- Y tú eres demasiado duro.

- ¿Duro? Muchacho, no tienes ni idea de lo que realmente significa esa palabra; si hubieses conocido a mi padre... Él sí que era duro. Si no hacías las cosas tal y como pedía, te daba con el cinturón hasta dejarte la piel en carne viva.- lo miro horrorizado - Era otra época.- añade, como si eso lo justificase - Afortunadamente, ahora las cosas han cambiado. El mundo se ha vuelto flexible; antes era una canica girando alrededor del Sol y ahora es más bien como una pelotita antiestrés, blanda y maleable.- se pone en pie - Termínate la comida, Namjoon.

Obedezco. Él va a la cocina y, por el ruido de los platos y las cacerolas, deduzco que está fregando. Me acabo la carne, aunque estoy tan lleno que creo que podría explotar en cualquier momento. Después, lo ayudo a secar los cacharros y a colocarlos en el armario.

Jugamos una partida de ajedrez mientras suena de fondo Tchaikovsky. Según me ha explicado John, este disco se llama Symphony Winter Reveries. La verdad es que sigo sin distinguirlos entre sí, aunque de vez en cuando reconozco alguna canción suelta, pero me gusta y me he acostumbrado tanto a ello que ahora me resultaría muy raro jugar sin oír música.

- Piotr Ilich Tchaikovsky, un genio. Imagino que conocerás El lago de los cisnes o El Cascanueces.- asiento con la cabeza - ¡Menos mal!- exclama tras eliminar otro de mis caballos.

- ¿Cómo lo haces? ¿Cómo puedes hablar y, a la vez, jugar y ganarme?

- Práctica. Y no te des por vencido hasta que escuches «jaque mate».

- Ya, pero es que...

- Jaque mate.- concluye.

Mi rey la ha cagado. Otra vez.

Empieza a frustrarme no ganar jamás, pero sé que John no es el tipo de hombre que se dejaría vencer solo para complacer a un niño idiota. Al contrario. Me reta con la mirada y sonríe, como si supiese que me da rabia sentirme tan impotente.

- Guárdate el enfado para cuando salgas a correr.- bromea - Y a propósito, si realmente quieres practicar canicross con Caos, sé de alguien que puede ayudarte. Yo estaría encantado de cooperar, pero no es mi modalidad, nunca la he ejercido, ni tampoco el skijöring; lo mío siempre han sido los trineos.- suspira hondo, se frota la barba rojiza y me mira fijamente - Lo difícil será que consigas que lo haga, porque es testarudo. Pero si cede... te aseguro que logrará que el perro corra.

Es irracional, pero incluso antes de preguntar, en el fondo, ya sé cuál es la respuesta.

- ¿Quién puede ayudarme?

- Jungkook.

Esa noche, en el bar, intento no fallar ni una sola vez. Apunto las comandas lo mejor que puedo, con una letra perfecta -Hakbeom siempre se queja diciendo que escribo medio en árabe, cosa que no es cierta- y luego me dedico a secar los vasos a pesar de que se supone que no es mi trabajo. Jungkook ya me está vigilando, como si notase algo raro en mi forma de actuar. Es observador. Se fija en los detalles.

- Deja eso.- me quita el vaso de las manos y lo coloca en la estantería de atrás.

- Solo quiero ayudar, ya están todas las mesas servidas y no tengo nada que hacer.

- ¿Desde cuándo te ofreces voluntario para hacer tareas extras?

- ¿Desde hoy?- lo enfrento, pero ante su penetrante mirada termino desinflándome como un globo abandonado tras una fiesta de cumpleaños - Bieeen, estoy intentando ser más bueno de lo normal porque necesito que te ablandes y me ayudes. Es por Caos. No consigo que corra con el arnés, y John me ha dicho que tú podrías echarme una mano.

No aparta sus ojos azules de los míos y noto la tensión crecer y crepitar entre nosotros, como si se acabase de crear una burbuja a nuestro alrededor. Las voces de los pocos clientes que aún quedan en el bar se escuchan lejanas, apenas un murmullo indescifrable. La mirada de Jungkook es feroz e intensa y hay muchas posibilidades de que ahora mismo me esté asesinando mentalmente.

- No.- contesta al fin.

- ¿Por qué?

Lo sigo cuando se aleja de la barra e incluso al verle salir a la calle. Supongo que no pasa nada por ausentarme un minutito de nada. Esto es importante. Se trata de Caos. Y, aunque me cuesta reconocerlo, también de mí.

No he cogido la chaqueta antes de salir y me estoy congelando. Jungkook se enciende un cigarrillo, le da una calada profunda y luego suelta el humo con lentitud. Hacía días que no lo veía fumar, así que supongo que acabo de aniquilar todo su autocontrol. Bueno, tampoco le he pedido tanto, solo necesito un empujón y podré apañarme solo. Creo. Espero. Jesús, ¿por qué es tan inflexible?

- Dame una explicación.- pido.

- No quiero hacerlo.

- ¡Pensaba que éramos amigos!

- ¿De dónde sacas eso?

- La otra noche dijiste que intentarías no ser un imbécil conmigo.

- De no ser un imbécil a la amistad existe un paso considerable.

- Qué gracioso.- mascullo con sarcasmo - Solo te he pedido un favor. Cualquier persona con corazón lo haría. Caos no es tonto, ¿qué será de él cuando su dueño no lo quiera porque piense que no sirve para nada?

Jungkook me mira implacable.

- ¿Un favor? Namjoon, llevo haciéndote favores desde que pusiste un pie en este estado. Te he dado trabajo, te acompaño a casa cada noche porque eres un irresponsable que no piensa en las consecuencias de andar solo por ahí y te he arreglado las goteras de la cabaña. Gratis.- matiza - ¿Qué más quieres?

Uff. ¡Qué frase más larga! Seguro que se ha quedado sin saliva. Nunca le había escuchado hablar tanto y tan rápido, así de golpe, sin hacer pausas ni mirar al infinito ni nada de nada. Todo un récord. Intento pensar en ello para no centrarme en lo que dice, porque es evidente que tiene razón, pero aun sí... aun así necesito que me eche una mano por última vez.

- Por favor, Jungkook...

- Entra en el bar, Namjoon. Vas a resfriarte.- da otra calada y vuelve a mirarme. Veo en sus ojos un atisbo de duda, pero el momento es muy efímero y, antes de que pueda añadir algo, la determinación se apodera nuevamente de él - Te he dicho que entres. Y ahora te lo digo como tu jefe.- añade con sequedad.

Alzo el mentón, dolido, pero obedezco. Me doy media vuelta y lo dejo allí, en la oscuridad del callejón.

El miércoles, temprano, decido ir al pueblo a comprar provisiones; las latas de conserva empiezan a escasear y los paquetes de fritos, que constituyen el cincuenta por ciento de mi dieta, se han acabado. Como el Lemmini me queda de paso, entro y saludo a Hakbeom, que hoy se ocupa del turno de la mañana, hasta que no cae la tarde, la afluencia de clientes es escasa, así que suelen turnarse. Me invita a un café y estamos un rato hablando de todo y de nada; le cuento la historia de mi familia por encima, la muerte de papá, la vida en los moteles y la posterior aparición de Matthew. Él me explica que su padre es el dueño de la única quitanieves que hay en el pueblo y que el bar realmente perteneció a su abuelo y pasó a ser suyo porque su padre detesta la cocina y no soportaba estar encerrado entre cuatro paredes, pero sí en la cabina de un vehículo.

Me despido de Hakbeom cuando me doy cuenta de que llevamos casi una hora charlando, pero antes de llegar al irrisorio supermercado, vuelvo a distraerme al pasar por delante de la tienda que regenta la familia de Naaja. Solo está Sialuk y me ve a través de la puerta de cristal de la entrada. Entro y aprovecho para comprar un par de cosas que tienen buena pinta. A decir verdad, mis ahorros empiezan a escasear, así que elijo bien y señalo con el dedo las galletas de mantequilla que tienen mejor pinta.

- Ten, llévale a John un trozo de pastel de queso con frutos rojos. Es su preferido.- explica Sialuk mientras saca una cajita y mete dentro una porción; después, con dedos hábiles, lo ata todo con un cordón marrón que finaliza en un lazo. Me sonríe y niega cuando voy a pagar - No, de verdad, no me des nada. Es un regalo. Acéptalo.

La miro cohibido, dentro de la diminuta tienda familiar que es parte del bajo de la casa donde viven y celebramos el cumpleaños de Naaja la semana pasada.

- ¿Por qué eres tan adorable? Es injusto. Y me haces sentir horrible conmigo mismo por tener un corazón tan negro.- bromeo, aunque mis palabras esconden más verdad de lo que parece. ¿Qué puedo decir? Sialuk es tan transparente... La envidio por eso. Ahí está, otro sentimiento malo: la envidia. Pero no consigo evitarlo y no quiero añadir la mentira a mi colección de pecados.

- ¡Tú no tienes un corazón negro!- grita y luego se ríe como si fuese algo de lo más divertido - Ojalá pudieses verte tal y como te vemos los demás.

- Eso no es muy esclarecedor.

- Eres inofensivo, Namjoon. Tu único problema es que tienes ciertas carencias y todavía no has encontrado el modo de fortalecerte y cubrir esos vacíos. Pero no es importante y tampoco es lo que te define. Ya te darás cuenta. A Hakbeom le hizo falta un minuto para deducir que no eras una mala persona y que no intentarías abrir la caja registradora del bar en cuanto se diese la vuelta.

- Supongo que debería alegrarme de no parecer un ladrón de poca monta.

- Lo digo en serio, Namjoon.- sonríe - Esa es otra de las cosas que sueles hacer, utilizar la ironía y el cinismo cuando algo te afecta. No tienes que protegerte de mí, no tengo intención de hacerte daño. ¿Sabes...? Por si no te has dado cuenta, no hay mucha gente joven por aquí. Me llevé una alegría cuando me dijeron que habías aparecido en el pueblo.- suelta una risita dulce que me recuerda a un montón de campanillas navideñas balanceándose con suavidad.

Me remuevo incómodo. Es demasiado sincera. Demasiado. Miro en derredor, fijándome en los botes de cristal con hierbas, en las cajitas de latón llenas de té y diversos ungüentos, en los dulces delicados y artesanales que hay en el mostrador; no hay mucha variedad, pero todos tienen una pinta tan increíble que dudo que al final del día quede una sola migaja.

Sé que debería responder algo halagador como «a mí también me alegra tenerte aquí» o «joder, Sialuk, eres la chica más increíble que he conocido en mi vida y Hyoseob se moriría solo por conseguir tener un pedacito de esa bondad tuya», pero no lo hago, porque no puedo; se me dan fatal este tipo de conversaciones, me atasco, y atascarme siempre me hace sentir tonto e inútil.

- ¿Conoces a alguien que sepa de canicross?

- ¿Por qué lo preguntas?- Sialuk anota con mimo algo en la etiqueta de un tarrito pequeño que parece estar lleno de miel.

- Porque necesito ayuda con Caos, uno de los perros de John, y Jungkook no quiere dármela; así que he pensado que, quizás, alguien de por aquí sabría algo.

- ¿Jungkook se ha negado a ayudarte? La gente de la zona es aficionada a los trineos, a las modalidades más tradicionales de mushing. ¿Te doy un consejo? Insiste. Estoy segura de que terminará cediendo. Eres una debilidad para él.

- Estás bromeando, ¿no?

Anonadado, vuelvo a dejar la bolsita con los dulces sobre el mostrador. Si se supone que yo soy su debilidad, las personas que le caen mal deben de tenerlo muy jodido con él.

- Ha hecho el esfuerzo de relacionarse y hablar contigo.- se inclina sobre el mostrador y baja la voz; sus ojos se achinan todavía más cuando los clava en mí - Yo no debería contarte esto, Namjoon, pero cuando él llegó aquí... bueno, fue difícil. Tardó tres meses en empezar a dirigirse a Hakbeom y a mí con monosílabos; la única persona con la que se abrió fue con Naaja y eso es porque ella es un hueso duro de roer, créeme.

¿Va en serio? No me puedo creer que todavía «haya tenido suerte» con Jungkook. Es decir, ¿qué problema tiene? Estoy a punto de abrir la boca para preguntárselo, cuando me silencia con una mirada feroz. Cojo la indirecta. Nada de hablar sobre Jungkook. Su madre entra en la tienda por la puerta trasera que conduce a la casa familiar y me sonríe con afecto; lleva una trenza larga y brillante igual que la de Sialuk.

- Namjoon ya se iba, mamá.- dice, y luego arranca una hoja de la libreta pequeña que usan para anotar las reservas, garabatea algo a toda velocidad y me la tiende - Toma, por si realmente estás dispuesto a insistir.- añade guiñándome un ojo.

No miro el papel hasta que salgo fuera y me alejo un par de pasos.

Es una dirección. Supongo que la de Jungkook.

Menudo dilema. Me quedo quieto en medio de la acera, sin saber qué hacer. Decisiones, decisiones. Los vecinos de Inovik Lake caminan por la calle, resguardados por gruesos abrigos y botas hechas para enfrentarse al punzante frío. Casi todos tienen un aspecto rudo y serio, pero no se mueven de manera rápida y ausente como la gente de San Francisco, que parece que siempre tienen prisa por llegar a quién sabe dónde.

El cielo sigue encapotado.

Al final, suspiro hondo, y decido tomar la vía de la insistencia. Avanzo distraído por las calles angulosas, leyendo los letreros, hasta que encuentro la dirección que Sialuk ha anotado en el papel.

Es una de las últimas casas del pueblo, justo en el otro extremo, es decir, a unos diez minutos andando del sendero que conduce a la mía, porque en un lugar tan pequeño cualquier distancia es corta. No es muy grande y, por fuera, apenas quedan restos de la pintura roja que en su día debió de cubrir la madera. Lo cierto es que da la sensación de que nadie vive aquí, así que compruebo una segunda vez la dirección y sí, sí que estoy en el lugar indicado.

Llamo a la puerta.

Silencio. Vuelvo a llamar.

Camino en círculos para combatir el frío y estoy a un paso de marcharme por donde he venido cuando, al fin, la puerta se abre y Jungkook desliza su afilada mirada por mi cuerpo, de los pies a la cabeza, como si realmente necesitase cerciorarse de que, efectivamente, estoy frente a él, en la puerta de su casa.

- ¿Qué mierda haces aquí?

- Eso es ser un imbécil.

- Bueno.- da unos toquecitos con el dedo en el dintel de la puerta, nervioso - Querido Namjoon, ¿a qué debo el honor de que estés aquí?

Me río. Creo que es la primera vez que Jungkook me hace reír. A él no parece hacerle ninguna gracia, pero me da igual, ha sido divertido. Y, dios, echo de menos divertirme y estoy cansado de tener la mente llena de pensamientos oscuros y recuerdos amargos que me encantaría borrar.

- ¿Puedo pasar?

- No.

- Tengo frío.

- Maldito seas.- masculla entre dientes antes de hacerse a un lado, dejarme entrar y cerrar la puerta a mi espalda - ¿Qué quieres?

- No sé, ¿tienes té?

- Namjoon...

Como siempre, ahí está la amenaza que va implícita en su voz. Lo ignoro, porque me he dado cuenta de que es la única forma de tratar con él e ir abriéndome paso en su diminuto corazoncito, a base de codazos moralmente cuestionables. Alzo la vista y observo la decoración rústica y casi inexistente.

Inexistente porque apenas hay muebles. Hay una cocina americana, con una barra que comunica con un salón que es más bien una habitación, porque solo hay una mesa baja, un colchón en el suelo y una mesita con varios libros apilados que probablemente se caerían con un suave soplido. Al fondo, contra una pared, veo un baúl enorme al lado de un armario y ya está, no hay nada más.

Escucho a Jungkook suspirar hondo antes de moverse a mi espalda y llegar a la cocina con dos zancadas. Abre uno de los armarios altos de madera y la sudadera gris jaspeada que viste se le sube unos centímetros, mostrando un trocito de piel. Solo por eso, se me disparan las pulsaciones. Trago saliva. No sé qué demonios me pasa.

- Solo tengo té rojo.

- Servirá.

Me acerco a él, todavía algo tocado por las reacciones irracionales de mi cuerpo. Está claro que a mi estómago le ocurre algo, porque no deja de sacudirse, de encogerse y dar pequeños tirones; son como señales, y creo que se traducen en que nunca he deseado a alguien así. Jungkook me gusta. Físicamente. Y nada más. Pero no estoy acostumbrado a lidiar con esta sensación y me enfurece no poder llevar las riendas y decidir cuándo sentir esto o aquello. Se supone que soy yo el que sabe morderse el labio inferior con gesto seductor y tener a los demás comiendo de la palma de mi mano. Hyoseob me enseñó cómo hacerlo y es sencillo, casi aburrido.

Pero con Jungkook es diferente.

El mundo al revés.

Lo miro con cierta desconfianza mientras vierte el agua hirviendo en una tacita de té de color azul pálido y un estampado de margaritas. Nada de lo que hay en esta casa, incluidos los pocos muebles, tiene pinta de pertenecerle. Es como si simplemente hubiese acabado aquí, plof, como un monigote que alguien decide colocar dentro de una estancia en la que no encaja.

- ¿Azúcar?

- Sí. Dos.

- ¿Cuándo vas a decirme qué haces aquí?- pregunta mientras me tiende el té. Parece cansado, como si lidiar conmigo y vivir fuesen los peores males del mundo.

- Ya sabes por qué estoy aquí.

- Joder, Namjoon. Eres como un dolor de cabeza muy persistente.

- Húm, ¿gracias? Es que no sé si halagas mi tenacidad o te parezco insufrible.

- Insufrible.

- Húm. Bueno.

Intento darle un sorbo al té, pero está tan caliente que termino dejando la taza en la repisa de la cocina. Sigo a Jungkook cuando me deja ahí, como si no existiese, y se dirige al raro comedor medio habitación. Me da la espalda, coge un par de papeles y fotografías que estaban desperdigados entre las sábanas deshechas y los guarda en el primer cajón de la mesita repleta de libros.

Capto la indirecta. Nada de meterme en sus asuntos.

Me siento en la cama sin pedir permiso -al fin y al cabo, no hay ningún otro lugar donde hacerlo- y observo las paredes desnudas, el suelo impoluto, pero con algunas tablas de madera desiguales y la ventana de la derecha que da al bosque y ofrece un paisaje de árboles frondosos y ramas enroscadas que casi tocan el cristal.

Respiro hondo. Las sábanas huelen a él.

Me estremezco, incómodo.

Jungkook está enfrente, de pie, mirándome fijamente como si no pudiese creer que esté sentado en su cama. Todo en él es siempre demasiado intenso. Cada minúsculo gesto. Cada palabra. Cada respiración. Me oprime. Abro la boca, dispuesto a romper la tensión del momento:

- No quiero que el futuro de Caos sea cosa del azar. Merece tener una oportunidad, ¿no crees? Quiero decir, bueno que sea un poco cabezón, pero no es justo que solo por eso se convierta en algo «inservible». Tiene sentimientos.- noto una sensación muy rara en el pecho, como si me estuviesen aplastando contra el suelo; me levanto, alterado, evitando cruzarme con esos ojos azules insensibles - Solo te pido que me eches una mano durante un par de días, hasta que aprenda cómo manejarlo. Y después, yo me encargaré de él, lo entrenaré y conseguiré que haga bien las cosas.

Parpadeo rápido; me escuece la nariz, no sé qué me está pasando, pero es como si todas las emociones que siempre mantengo resguardadas se estuviesen desbordando de pronto, sin ninguna razón lógica y sin que pueda hacer nada para detenerlas.

- ¿Sabes? A muchos nos pasa lo mismo, no todos reaccionamos igual ante los estímulos; somos como esas migajas que se caen de una magdalena y ya nadie quiere, y es injusto y cruel esa manera de dejar atrás las cosas que no encajan dentro de una perfección compacta y elitista.- no sé ni lo que digo, pero las palabras se precipitan fuera, nadan en mi garganta y salen de mis labios sin que las controle - Quiero correr con Caos. Quiero que lo hagamos juntos. Se me daba bien en el instituto, ¡te lo juro! Siempre quedaba en primer o segundo lugar y corría más que la mayoría de los chicos; de hecho, es lo único en la vida que sé hacer bien, lo que pasa es que luego... luego...

Me atasco.

Trago saliva.

Jungkook da un paso al frente. Estamos muy cerca, ninguno de los dos dice nada y no sé durante cuánto tiempo voy a soportar este silencio sin echarme a llorar. Porque si echo la vista atrás, si recuerdo todo lo que fui antes de Hyoseob, siento el peso del fracaso a mi espalda. Desvío la mirada hacia la puerta. Necesito marcharme.

- ¿Cuánto corres?

- ¿Qué?- lo miro aturdido - No lo sé. Mucho.

- ¿Kilómetros?

- No los cuento. Simplemente corro hasta que me canso o hasta que me aburro y decido dar media vuelta y volver.

Jungkook ladea la cabeza. Ojalá pudiese explicarle sin ofenderlo que la lentitud de sus gestos me pone muy nervioso. Es como si cada movimiento supusiese un esfuerzo para él, pero, al mismo tiempo, es grácil, sereno. No encaja con su aspecto rudo, y eso le hace parecer aún más interesante y atractivo.

- Imagino que no tendrás ni idea de los tiempos...

- No, nunca me he molestado en cronometrarme.

- Ya veo.

- ¿Eso significa que me ayudarás?- me convierto en su sombra cuando se mueve por la estancia como un animal enjaulado - Jungkook, por favor. Y estaré en deuda contigo, ¡pídeme lo que quieras! De verdad. Lo prometo.

Casi tropiezo con él cuando frena en seco y paro a su espalda antes de rodearlo y enfrentarlo cara a cara. Si fuese otro tipo estaría poniéndole ojitos y haciendo un puchero, pero, joder, con Jungkook no me sale; es como si eliminase de un plumazo «mi parte más Hyoseob» y eso me gusta, pero también me asusta, porque entonces me quedo sin armas, indefenso y vacío, tal y como soy.

- Lo haré.

- ¡Ay, joder, gracias, gracias!

Preso de la alegría, me lanzo a su pecho sin pensar. Lo abrazo. Y noto tensarse todos y cada uno de los músculos de su cuerpo. El corazón me late atropellado y es muy probable que él pueda oírlo y darse cuenta. Huele tan increíblemente bien que me dan ganas de lamerle el cuello, a riesgo de que piense que estoy todavía más demente, pero me da igual, ahora mismo su cuerpo es como una especie de imán para mí y hago el esfuerzo de mi vida cuando me aparto de él de golpe. Mejor. Es algo así como recolocar un hombro dislocado, más vale hacerlo rápido y sin vacilar.

- Perdón, ha sido... la emoción. Conociéndote, ya imagino que no te irá mucho lo de que te toquen extraños y todo eso. Entonces, vas a ayudarme.- repito - ¿Y cuándo empezamos? ¿Qué tengo que hacer para que Caos corra?

Jungkook permanece callado tanto tiempo que temo que haya cambiado de opinión.

- El viernes iremos a Rainter para comprar algunas cosas. Si quieres que me comprometa a hacerlo, tú también tienes que aceptar ciertas condiciones. No me gusta perder el tiempo, Namjoon.

- ¿A qué te refieres?

- Disciplina, alimentación, lo más básico.

- Bien.- contesto, y espero que no sea demasiado duro con el tema de la comida, porque entonces tendré que mentirle y detesto sentirme acorralado como un ratón y tomar la vía del engaño.

- Y espera, ya que estás aquí...- deja entrever un leve tono acusatorio, coge un sobre y me lo tiende - La paga del primer mes.

Abro el sobre y le echo un vistazo rápido al contenido. No me hace falta ser Einstein para advertir que abulta más de lo previsto. Levanto la barbilla.

- Hay más de lo que me corresponde.

- Las propinas. No discutas.

2 de diciembre

Querido diario

Los últimos exámenes me salieron tan bien que mamá me ha ampliado un poco el toque de queda y ahora confía más en mí, aunque nunca ha tenido razones para dudar. Siempre me han preocupado las clases, no iba a cambiar por el hecho de tener novio, aunque eso ella todavía no lo sepa.

El fin de semana pasado me tocó ir con papá, así que no pude ver a Kayden, pero sí a todos mis amigos y les hablé de él durante lo que parecieron horas. De lo especial que me hace sentir. De que sé que jamás me decepcionará. De esa forma tierna que tiene de mirarme y lo paciente que es conmigo. De todo. Porque Kayden es calma y luz y un montón de sentimientos a los que todavía no me atrevo a ponerles nombre.

Así que este sábado quedé con él a primera hora de la mañana, casi antes de que el perezoso sol se alzase, porque no queríamos perder ni un solo segundo del tiempo que teníamos para estar juntos. Desayunamos café, tostadas y huevos revueltos en un local de comida tradicional cuya terraza acristalada da al puerto de Seward, y luego Kayden me dijo que me iba a enseñar parte de su mundo, incluyendo el pueblo donde vive y el pequeño apartamento que tiene alquilado allí.

Y es... muy bonito. El apartamento, quiero decir. Esperaba algo destartalado y caótico, pero no; la decoración es sencilla, típica de cualquier hombre que lo último que quiere es complicarse la vida, pero estaba limpio y era muy confortable.

Cocinamos juntos. Kayden abrió una botella de vino entre risas mientras se iban dorando las verduras salteadas y bailamos por la cocina e hicimos el tonto hasta que, no sé muy bien cómo, terminé tumbado en el suelo, con él encima, al tiempo que la comida seguía chisporroteando en la sartén. Estuvimos besándonos una eternidad, descubriéndonos con los labios y las manos. Kayden respiró hondo cuando me quitó la camiseta y me vio temblar y sé que pensó que estaba yendo demasiado rápido, porque vi el deseo reprimido en su mirada. Con una lentitud arrolladora, deslizó la boca por mi hombro derecho y bajó hasta la clavícula...

«Por favor, no pares ahora», rogué cuando se contuvo y los besos se tornaron menos apasionados y más dulces.

Él gruñó, indeciso, antes de volver a hundir la lengua en mi boca. Empezó a moverse suavemente contra mí y entendí lo que hacía cuando, a pesar de que ambos seguíamos llevando la ropa puesta, sentí una oleada de deseo atravesarme y volverse poco a poco más intensa. Gemí y me aferré a sus hombros; nunca había sentido nada igual, nada tan arrollador. Y justo cuando estaba a punto de acabar, la mano de Kayden se coló bajo mi sudadera y sus dedos me acariciaron con suavidad, terminando con todo mi control mientras me retorcía bajo su cuerpo preso de un placer sofocante.

Tardé casi cinco minutos en volver a respirar a un ritmo normal. Kayden no se movió. Nos quedamos allí, en el suelo de la cocina, mirándonos con una sonrisa tonta en los labios. Apartó de mi rostro algunos mechones rubios y revueltos, y me dio un beso tierno en la punta de la nariz antes de decir: «Será mejor que nos levantemos, porque estoy muerto de hambre», y no supe si lo decía por la comida, o por mí y el deseo más que evidente que todavía brillaba en sus ojos.




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