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Capitulo 6

Abro los ojos. Pum, pum, pum. No tengo ni idea de qué son esos golpes, pero es evidente que provienen del techo de la cabaña. Pum, pum, pum, pum. No sé en qué momento anoche me quedé dormido en la alfombra, abrazado a Caos, envuelto en el edredón de plumas con el que suelo taparme en el sofá. Pum, pum, pum. El perro me sigue cuando logro ponerme en pie. Es muy probable que tenga una pinta horrible, con el pelo revuelto y el pijama navideño que visto, pero no me lo pienso antes de salir al exterior y rodear la casa hasta ver a John de pie, sujetando una larga escalera con ambas manos contra la madera de la cabaña. Alzo la mirada. Jungkook está subido a esa escalera, golpeando el tejado de casa con un martillo.

- ¡Buenos días, muchacho! ¡Ya pensábamos que nada te haría despertar! Hemos llamado varias veces a la puerta, pero...- John deja de hablar cuando ve que Jungkook sube al último escalón - ¡Ey, chico, ve con cuidado!- grita.

Estoy tan sorprendido que tardo casi un minuto en recuperar el habla.

- ¿Qué están haciendo?

- Arreglar las goteras. También quiero echarle un ojo a otros desperfectos. Lo tenía pendiente, pero no pensé que fuese a venir una tormenta tan fuerte.- masculla - ¿Ves la parte derecha del tejado? La madera está medio podrida, hay que cambiar la chapa. No te preocupes, estará terminado en unas horas.

- No sé qué decir. Gracias, supongo. Muchas gracias. Anoche entró agua, no en plan cascada, pero nunca había visto llover así, como si el cielo se cayese o algo.- John se ríe - Y Caos vino a casa empapado.

- Lo sé. El muy bribón escarbó bajo la junta del cobertizo para poder escaparse y ahora tengo un agujero que tapar. Empiezo a pensar que no es tan tonto como parece.

- ¡Claro que no es tonto!

Lo miro. Está observándonos, tumbado unos metros más allá, sobre la hierba húmeda tras la tormenta de las últimas horas; tiene la lengua fuera y su rostro parece sonriente, como si pudiese entendernos. Acabaré volviéndome loco en este solitario lugar.

- Tengo que ir al pueblo a llevar la leña; volveré dentro de un rato. Ven, Namjoon, sujeta la escalera.- obedezco y me quedo en silencio, algo turbado por este raro despertar, mientras John se dirige a Jungkook - Chico, si necesitas cualquier cosa, pídesela a él. Y ándate con ojo, ¡no te confíes ahí arriba!

Jungkook asiente y luego sigue a lo suyo; ha dejado las tablillas de madera y otros utensilios en el canalón que bordea el tejado de la casa. Lo veo coger una de ellas, colocarla donde antes estaba la chapa antigua y fijar los clavos en los cuatro extremos con gesto de concentración. El silencio abraza la mañana y solo se escucha la vibración de la furgoneta de John cuando se incorpora al zigzagueante sendero que conduce hasta el pueblo y a Jungkook trabajando. Bajo la vista y me concentro en los hierbajos que crecen a mis pies. Cuando vuelvo a alzar la mirada, soy incapaz de ignorar que tengo un paisaje digno de estudio frente a mí. Y no me refiero a las altas montañas ni al lago. Hablo del trasero de Jungkook; es complicado no fijarse en él teniéndole tan cerca y, además, de espaldas. Viste unos pantalones de chándal azul oscuro, una sudadera gris y zapatillas deportivas. Cada vez que se inclina hacia delante, los músculos de sus hombros se tensan bajo la tela. Le aguanto la mirada cuando me agarra observándole. No tiene sentido esconderlo, ¡soy culpable! Reprimo una sonrisa.

- Necesito más clavos. Están ahí, en el extremo derecho de la caja de herramientas.- dice mientras baja un par de escalones.

Sujeto la escalera con una mano y rebusco con la otra dentro de la caja roja. Extiende la mano hacia mí y le tiendo la bolsita llena de relucientes clavos plateados. Le rozo los dedos al dársela. Jungkook me taladra con la mirada. Me da igual, porque tampoco sé qué significa exactamente esa mirada. No volvemos a dirigirnos la palabra durante la siguiente media hora. Él se concentra en colocar una tablilla tras otra y aporrear con el martillo contra mi tejado; creo que le gusta la sensación de golpear algo concreto.

Caos desaparece un rato, imagino que para ir junto a los demás perros, y regresa poco después por el caminito que desciende de la casa de John a la mía. Me ruge el estómago y tengo hambre. Tiempo atrás, habría ignorado la sensación; de hecho, era experto en hacerlo. Ahora ya no quiero.

- ¿Podemos hacer una parada rápida? Me gustaría desayunar.

Jungkook se gira hacia mí.

- Pensaba que habrías comido algo.- gruñe mientras comienza a descender los peldaños de la escalera que lo separan del suelo. Me aparto a un lado cuando llega al final - Revisaré las juntas de dentro.

- ¿Las juntas?

- La madera es vieja, necesita refuerzos.

- Hoy estás hablador, ¿eh?- bromeo tras abrir la puerta para dejarle pasar, y él me fulmina con la mirada. Vaya, hombre, todo le irrita - No lo decía a malas, solo...

- Déjalo.- echa un vistazo rápido a su alrededor antes de acercarse a la ventana bajo la que todavía está la fregona que usé para recoger agua la noche anterior. Caos se sienta a su lado y él inspecciona el marco que rodea el cristal. Es inexplicable la capacidad que tiene para llenar la estancia, la casa entera, como si se apoderase de cada rincón. Trago saliva con nerviosismo.

- Tengo huevos. Y beicon. Podría hacer un revuelto, si te apetece.

Todavía arrodillado en el suelo, Jungkook me mira por encima del hombro y murmura un seco «bueno» antes de volver a lo suyo. Me meto en la cocina, pongo la sartén al fuego y voy al baño mientras se calienta. Tengo un aspecto terrible. Llevo el oscuro pelo encrespado y el maquillaje, del que me niego a prescindir por mucho que aquí les resulte raro, me hace parecer un mapache trasnochador. Empiezo a quitármelo con un algodón hasta tener la piel completamente limpia, pálida en contraste con el gris de mis ojos, vacío. Me siento desnudo sin la base más oscura, el corrector y la sombra de ojos negra, pero renuncio a ello cuando recuerdo que he dejado el fuego encendido.

El beicon y los huevos chisporrotean y salpican al añadir la mantequilla. Me aparto todo lo posible de la sartén mientras remuevo el contenido con una cuchara de mango largo. Jungkook entra en la cocina en ese inoportuno instante de caos general, aunque se muestra como siempre, imperturbable. Al menos hasta que ve mi rostro y advierte que sin todo el maquillaje parezco casi otra persona; sus ojos me miran curiosos unos segundos, antes de volver a su indiferencia habitual.

- En nada... estará... listo, ¡ay no dios mío!- doy un saltito atrás cuando salpica.

Sin mediar palabra, da un paso al frente, coge el mango de la sartén y me quita la cuchara de madera de las manos; le da un par de vueltas más al desayuno y luego lo reparte en los dos platos que acabo de dejar sobre la encimera. Coge el suyo, un tenedor y empieza a comer. Ahí, de pie, frente a los fogones aún calientes.

- Puedes sentarte en la mesa. O en el sofá, si lo prefieres.

- Estoy bien así.

- Bueno. Como quieras.

Me encojo de hombros y lo imito. Me llevo un trozo de beicon con revuelto a la boca y mastico mientras él hace lo mismo. Es ridículo que tengamos que comer así, uno delante del otro, pero sería un poco desagradecido por mi parte largarme al comedor y dejarlo aquí a solas. De modo que simplemente como, sin más, y en algún momento deja de importarme la situación. Jungkook deja su plato dentro del fregadero cuando se lo acaba todo y luego coge un vaso, lo llena de agua, y se lo bebe entero. Yo todavía estoy terminando el desayuno cuando da un paso al frente, dispuesto a volver al trabajo.

- ¡Espera! Joder, no puedo tragar tan rápido.- protesto - Dame un minuto.

- Estaré fuera.

Y sin más, sale.

Bien. Genial.

Engullo un par de bocados más antes de dejar el plato a medias, coger una chaqueta gruesa y cómoda, y seguirlo fuera. Caos está sentado a su lado y Jungkook rebusca algo dentro de la caja de herramientas de John. Me acerco a ellos sin hacer mucho ruido. El viento sopla fuerte y dobla las florecillas silvestres que se alzan valientes.

- ¿Qué puedo hacer?

- Nada.

- En algo podré ayudar.- insisto - No tenías por qué hacer est...

- Le debo a John un par de favores.

«Ah, bueno». No lo digo en voz alta, por si palpa la desilusión en mi voz. Preferiría que estuviese aquí por voluntad propia; no me hace gracia que John lo obligue a reparar mi tejado. Me siento a su lado, no demasiado cerca, y suspiro hondo. Encojo las rodillas contra el pecho. El silencio me sigue resultando incómodo, pero no tengo nada que decir, así que me limito a observarlo.

Las manos de Jungkook son grandes, venosas y se mueven con cierta gracilidad cuando atornilla una piececita blanca a otra plateada; tiene el ceño fruncido en gesto de concentración y la mandíbula, tensa. Siempre está tenso. Es como si la vida fuese un suplicio para él. Me encantaría escarbar en su cerebro.

¿Qué puedo decir? Despierta mi curiosidad.

¿Tendrá hermanos? ¿Le gustan las tortitas muy hechas o con la masa esponjosa? ¿Cree en la reencarnación como los inuit o es de los que piensa que la vida son dos días y después nos convertimos en polvo y adiós muy buenas? Tiene pinta de acercarse más a lo segundo, porque no veo ningún atisbo de esperanza en él. Solo oscuridad. No una oscuridad mala. Jungkook no es malo. Simplemente no parece tener ganas de enfrentarse a sus problemas. Lo entiendo. Ojalá todo lo horrible pudiese barrerse bajo una alfombra para pisotearlo y no volver a verlo.

- ¿Puedes darme esto cuando suba?

Su voz acerada me hace reaccionar. Se ha puesto en pie y está tendiéndome unas cuantas tablillas más. Lo imito, me levanto y asiento enérgicamente con la cabeza. Me gusta sentirme útil. Jungkook vuelve a encaramarse a la escalera mientras yo espero a que suba el último peldaño; alzo las tablas todo lo posible y él las coge y las va dejando en el canalón para tenerlas a mano.

Ya no volvemos a hablar hasta que John regresa.

Ha comprado tarta de arándanos de la que hace Naaja con su hija y su nieta, y la bolsa desprende un olor delicioso. Nos deja otro rato a solas cuando va a su casa a dejar las cosas. Al volver, lleva en la mano una especie de tiras negras de tela.

- Chico, ¿puedes bajar un momento?- grazna y Jungkook obedece sin vacilar - Tú, Namjoon, ven aquí.

- ¿Qué es eso?

- Un arnés.

-¿Para qué sirve?

Sin dejarme seguir indagando, John se acerca a Caos y le pasa un extremo del arnés por la cabeza hasta fijarlo en torno al lomo del animal. No parece hacerle mucha gracia. Le acaricia el lomo con cariño, intentando calmarle porque esto es nuevo para él, y le tiende la otra punta de la cinta a Jungkook.

- Pónselo a él.

Jungkook permanece unos segundos con la mirada fija en el trozo de tela antes de respirar profundamente y caminar hacia mí. Me quedo quieto. Cuando le tengo tan cerca, todo él me resulta intimidante, alto y peligroso. Todavía llevo el pijama de dibujitos navideños puesto cuando sus manos me rozan la cintura al rodearme con el arnés. Dejo de respirar. Literalmente. Sus ojos tropiezan con los míos unos segundos; es como bucear en un cielo sin nubes, luminoso y azul. Jungkook frunce el ceño, como si acabase de hacer algo que le ha molestado, aunque en realidad ni siquiera he movido una pestaña, y tira con brusquedad de la correa.

- ¡Ay, joder! ¿Quieres matarme?

- No está tan apretado.- gruñe.

«Idiota...». Presiono los labios, reprimiendo lo que siento. Aprender a mantener la boca cerrada es una de mis tareas pendientes y Jungkook interviene en mi entrenamiento. Voy a tomármelo así, como algo que superar. Sí. Eso es.

- No hagas ningún movimiento violento.- me pide John - Camina poco a poco hacia delante, lentamente.

Caos y yo estamos ahora mismo unidos por este arnés raro como si fuésemos dos fugitivos. Suspiro hondo y hago lo que me pide; doy un paso al frente. El perro se remueve incómodo a mi lado, así que paro, me giro y lo acaricio entre las orejas intentando calmarle.

- ¿Por qué tenemos que hacer esto?

- Ya te dije que Caos no responde a los estímulos habituales; se pone muy nervioso cada vez que he hecho alguna prueba en el trineo, junto a los demás perros. Quiero ver si reacciona mejor al arnés.

- Pues no parece que lo convenza mucho...

- Camina, Namjoon.- interviene de pronto Jungkook y, no sé si es por su forma de pronunciar mi nombre, con la voz ronca, o por la firmeza del tono, pero el caso es que obedezco y doy un par de pasos al frente, como si fuese a rodear la casa.

Caos gimotea y clava las patas en la tierra, pero no se mueve ni un mísero milímetro. ¡Será cabezón! El arnés se tensa cuando llego al límite; me giro y lo veo ahí, sentado, sin ninguna intención de seguirme. Jungkook y John se miran unos instantes entre ellos, como si estuviesen comunicándose con la mirada, hasta que el primero suspira sonoramente y se acerca a mí con pasos largos y decididos.

- Grita.- dice.

¿Qué...? Todavía tengo la pregunta atascada en la garganta cuando me sostiene como si fuese un monigote y, un segundo después, estoy tumbado, con la espalda contra el suelo húmedo y las manos de Jungkook reteniéndome ahí con dureza. Grito. ¡Claro que grito, joder! ¿Qué está haciendo? ¿Ha perdido la cabeza? Me remuevo como una especie de sardina a la que acaban de sacar del mar y los ladridos de Caos resuenan a mi alrededor. Cerca. Cada vez más cerca.

Y entonces lo entiendo.

Jungkook me suelta en cuanto Caos intenta abalanzarse contra él y lo retiene cogiéndolo por la parte más ancha del arnés. «Shh, tranquilízate. Ya está», le dice mientras le acaricia el lomo y lo mantiene contra su pecho. Los miro, todavía en el suelo, incorporado a medias.

- ¿Qué ha sido eso?

- Creía que te estaba atacando.- aclara Jungkook - Y ha reaccionado.

- Ya, eso ya lo sé, pero ¿cómo narices se te ocurre tumbarme así? Me has dado un susto de muerte.- me pongo en pie y me sacudo los restos de hierba y tierra - No vuelvas a hacerlo.- siseo.

John apoya una mano en mi hombro.

- Se ha movido llevando puesto el arnés, Namjoon, y hasta ahora todos los intentos habían sido en vano. Ni con comida, ni con juegos ni premios. Nada.- sonríe - Ahora vuelve a alejarte caminando. Estoy seguro de que esta vez, después de creer que pueden hacerte daño, te seguirá sin dudar.

Caos me observa entre los brazos de Jungkook. Los dos tienen los ojos muy parecidos, penetrantes, vivos. Me quiere. El perro me quiere tal como soy. Cojo aire, intentando reprimir las ganas de llorar de alegría y hago lo que John me ha pedido. Empiezo a andar con lentitud y, en cuanto Jungkook lo suelta, Caos me sigue como si acabase de olvidar que lleva ese arnés. Le sonrío a John por encima del hombro; el hombre está pletórico, feliz. Sigo caminando con el perro a mi lado y, cuando llevamos un buen trecho, me inclino y lo beso. Alza el hocico y me lame la mejilla, haciéndome reír.

Creo que el amor es mutuo. Y eso es nuevo para mí...

Tenía dieciséis años cuando perdí la virginidad.

Fue con Steven, un chico que guardaba cierto parecido con el típico surfista de pelo rubio, torso bronceado, brazos anchos y sonrisa demasiado blanca. Solo que él no practicaba surf. Lo hicimos en una de las múltiples casas que su padre tenía por toda la costa de San Francisco, porque si algo le sobraba a Steven era dinero. Es una lástima que ser interesante no pueda comprarse con unos cuantos miles de dólares.

Lo cierto es que Hyoseob llevaba un año presionándome para que perdiese la virginidad. No era algo descarado en plan «tienes que follaaaaaar», sino más bien a base de mensajes sutiles, toquecitos que iba dejando aquí y allá. Las indirectas siempre eran el método preferido de Hyoseob para lograr sus propósitos. Cosas como: «Como sigas así, medio instituto terminará pensando que tienes una polla disfuncional», seguido de un codazo juguetón y una risita pretenciosa antes de añadir un: «No te habrás enamorado de mí, ¿verdad, Namjoon?». Y semanas más tarde, cuando ya pensaba que se había olvidado del tema, soltaba de pronto: «Chad va diciendo por ahí que eres un calientapollas, que empiezas y no acabas las cosas. ¡Menudo imbécil!». Ajá. Ya. A su lado, Chad era un angelito.

Pero no era tan fácil darse cuenta de las verdaderas intenciones de Hyoseob. No solo por su rostro, inocente, celestial, con los lindísimos tirabuzones rubios enroscándose como caracoles de oro al final de su espalda, sino también porque manipular era su don. Así como hay personas que nacen con capacidades curativas, con más empatía que la media o con un oído prodigioso para la música, Hyoseob podía manejar a su antojo a cualquiera que cometiese el error de interferir en sus planes. No lo hacía solo conmigo o con los tíos que caían rendidos a sus pies, sino también con los profesores, sus padres y su hermana mayor. Todos éramos peones para ella.

Hyoseob sabía qué tecla tenía que tocar en cada momento; era una pianista prodigiosa en el arte de la manipulación. Dirigía, utilizaba y maniobraba según cada situación, pero nunca dejaba nada al azar. Si quería algo, lo conseguía. La opción del fracaso no existía para ella. De hecho, si alguna vez las cosas no salían exactamente como había planeado, si variaba un milímetro el esquema trazado, tendía a autolesionarse. Se cortaba, se arañaba a sí misma con las uñas hasta arrancarse la piel.

John. Menos mal que tengo la suerte de que sea mi vecino. Buena persona, complaciente, pero al mismo tiempo capaz de saber cuándo echar el freno y mostrarse rudo y severo. Y no lo digo solo porque él y Jungkook reparasen el tejado de casa y las juntas de las ventanas, sino porque es el tipo de hombre que parece peligroso por su voz grave, pero que sé que no haría daño ni a una mosca coja. Esta última semana, me ha invitado a cenar dos veces más a su casa y cada noche hemos terminado jugando al ajedrez mientras la música clásica flotaba a nuestro alrededor. Es relajante. Y al mismo tiempo, el juego te mantiene alerta. No sabría definir la contradicción que se esconde en ambas sensaciones, pero sé que me gusta.

Ahora estamos paseando a los perros. A una parte de ellos, al menos. Suele sacarlos en dos grupos. Llevo unas botas calentitas, pero la suela no me aísla del todo del frío y empiezo a notar los pies entumecidos. Los perros corren y ladran a lo loco a nuestro alrededor. Su alegría es contagiosa; resulta fascinante que se emocionen hasta tal punto por un mero paseo que se repite dos veces al día.

- Son felices.

- Más que cualquiera de nosotros, seguro.- John cabecea suavemente y sonríe mientras sigue adentrándose por un sendero terroso arropado por una vegetación más selvática y densa - En unas semanas llegará la nieve y ahí sí que su felicidad será insuperable.

- ¿En unas semanas?

- Se acerca el invierno, Namjoon. Y a propósito, cuando eso ocurra, tendrás que dejar de ir al trabajo a pie, lo sabes, ¿verdad? Ya lo he hablado con los chicos y hemos acordado que yo te llevaré y Jungkook te traerá.

- ¿Por qué has hecho eso? ¡Sé cuidarme solo!

- Tú no sabrías cuidar ni de un hámster.- refunfuña.

Tchaikovsky da un par de vueltas y pasa entre mis piernas intentando llamar mi atención, pero estoy demasiado enfadado por lo que ha hecho John como para hacerle caso. Se va en cuanto Pamiiyok juguetea con él.

Demonios. No me hace ninguna gracia que le endose a Jungkook ciertas obligaciones que no le corresponden. No necesito una niñera. Ahora mismo me siento impotente y dolido y me da rabia, porque sé que sus intenciones son buenas y lo último que quiero es herirlo. Me muerdo el labio inferior, tanteando el modo de decirle que ya me apañaré como pueda, pero antes de que abra la boca, vuelve a hablar.

- Namjoon, no me preguntes por qué, pero necesito protegerte.- John le da una patadita a una piedra con la punta de la bota y esta sale rodando sendero abajo; Bach la ve y corre tras ella pensando que es un juego - Apareciste aquí, frente a mis narices, y créeme, lo último que quería era que te quedases; pero si vas a hacerlo, si no piensas marcharte, entonces acatarás algunas normas. Las cosas funcionan así. Das y recibes. Y a veces ni eso. Existen ciertas reglas que deben cumplirse a pesar de no estar escritas, como, por ejemplo, que si vienes a mi casa a cenar no pienso consentir que te dejes medio plato. Es una cuestión de respeto, Namjoon.- abro la boca para contestar, pero John alza un dedo en alto, silenciándome - Te aconsejo que hables solo cuando tengas algo interesante que decir.

Cierro la boca.

Permanezco callado el resto del paseo, mientras nos movemos entre los frondosos árboles y John lanza a los perros ramitas y piedras para que se entretengan y jueguen entre ellos. Lo cierto es que no estoy acostumbrado a que me impongan nada y todavía no he decidido si me gusta o no; aunque reconozco que saber que le importas «lo suficiente» a alguien es una sensación reconfortante. No es que mamá y Matthew no me quisiesen. Al contrario. Me querían tanto que les dolía frenarme y nunca supieron reaccionar ante las cosas horribles que sucedían en mi vida, una detrás de otra. Era demasiado.

Esa misma noche, en el Lemmini, hay bastantes mesas que atender. Una familia de Inovik Lake se ha reunido para cenar y Hakbeom está bastante agobiado en la cocina cuando voy a recoger los últimos platos de la comanda.

- Ten, lleva este.- mira a su alrededor - Creo que ya no falta nada.

- Está todo. Descansa un rato, puedo limpiar la cocina cuando terminemos.- me ofrezco, pero él me dice que no y, cinco minutos más tarde, ya ha recogido la mitad del estropicio que había sobre la encimera.

En silencio, cojo un trapo y le ayudo a limpiar lo que queda.

- Tengo que devolverle a Sialuk un par de libros, pero olvidé traerlos. Dile que mañana intentaré acordarme. Fue muy amable dejándome toda esa ropa de su hermano. Parece una chica muy especial.- admito.

El perro se aleja un poco de nosotros, corre hasta perderse en la oscuridad y vuelve sobre sus pasos cuando lo enfoco con la luz tenue de la linterna.

- Iba de dos personas que aparentemente no tienen mucho en común. La chica, vegetariana y asidua a las manifestaciones para defender diferentes causas sociales. Y él, en cambio, un director de empresa sin demasiados escrúpulos encargado del proyecto para construir un hotel frente a la costa a la que acuden anualmente las tortugas a poner sus huevos.- resumo - Ya te imaginarás. Drama total. Ella está dispuesta a hacer cualquier cosa para impedirlo y él no está acostumbrado a que una chica desbarate todos sus planes. Y luego está la química que hay entre ellos. Ya sabes, la atracción sexual. Se palpa desde la primera página; no importa cuánto intenten evitarlo, porque esa clase de conexión no surge todos los días. Están destinados a estar juntos.

Tengo la boca seca de tanto hablar cuando llegamos a casa. Jungkook espera pacientemente mientras subo los escalones del porche. Su voz ronca quiebra el silencio que tanto parece gustarle.

- Buenas noches, Namjoon.

- Buenas noches, Jungkook.

Lo veo desaparecer en medio de la oscuridad y, para mi sorpresa, esta vez Caos le sigue a paso tranquilo. Bien. Me alegra que al menos tenga compañía durante la vuelta. Cada día que pasa albergo más preguntas sobre él y, lo peor de todo, es que mentalmente las voy apilando unas sobre otras porque es evidente que nunca obtengo ninguna respuesta. La pila empieza a ser tan alta que temo que un día termine cayéndose y desparramando dudas y cuestiones aquí y allá, por todas partes.

Quizá por eso, al día siguiente, mientras recorremos el mismo trayecto de todas las noches, me armo de valor y formulo la primera pregunta de todas las que guardo en mi almacén particular. La pregunta que llevo haciéndome casi tres semanas, desde que llegué a Alaska.

- ¿Por qué apenas hablas, Jungkook?

Él se encoge de hombros. El vaho escapa de sus labios entreabiertos cuando suspira hondo. Sigue caminando; el ruido de sus pisadas es rítmico y firme.

- No tengo nada que decir.

- No te creo.- arrugo la nariz, lo adelanto y me planto frente a él. Dirijo la linterna hacia el suelo para que el haz de luz no nos moleste. Apenas nos separan unos centímetros de distancia; puedo sentir el calor que desprende su cuerpo y sus ojos están fijos en los míos cuando vuelvo a hablar - Sé lo que es estar roto por dentro en pedacitos muy pequeños. Y sé lo que es pensar que nunca conseguirás unirlos y sentirte entero de nuevo.

No sé por qué lo he dicho, pero es lo que pienso. Lo que pensé la primera vez que lo vi. Lo que me da miedo de él y me atrae a un mismo tiempo.

Cierra las manos con fuerza. Está enfadado. Su rostro se tensa, la mandíbula se contrae e inclina la cabeza hacia mí. Me planteo si debo dar un paso atrás y poner distancia entre nosotros, pero al final no me muevo. Creo que podría escuchar el latido de mi corazón incluso a través de las mil capas de ropa que llevo encima.

- ¿Qué insinúas, Namjoon?

- Que estás roto. En pedacitos. Pequeños.- lo digo a trompicones y en voz baja, como si cada palabra me la arrancasen a la fuerza.

- Bien.- toma aire - Sigue caminando.

Me esquiva y reanuda el paso.

- ¿Eso es todo lo que vas a decir?

- Quiero acompañarte a casa, pero me lo estás poniendo muy difícil.

- ¿De verdad? ¿Difícil? Difícil es pasarte el día al lado de alguien que no te habla y te mira como si fueses...- me callo, ni siquiera sé cuál es la palabra exacta para definir esa mirada rara con la que a veces me taladra. Es como si sus ojos viesen una pepita de oro encima de un huevo podrido que huele fatal. Sé que suena extraño, pero es la descripción gráfica más cercana a la realidad - No deja de ser curioso que esta sea la vez que más hemos hablado. Me refiero a una conversación de verdad, en la que yo digo algo y tú respondes.

Jungkook chasquea la lengua.

- Claro, muy curioso y casual, no es porque estés forzando que sea así.

- Ah, mira, hasta puedes ser irónico. Qué sorpresa.

Él aprieta la mandíbula, furioso, pero sigue andando a mi lado y no vuelve a decir ni una palabra más. Supongo que he agotado su cupo de varios meses, pero no he podido evitarlo. Suspiro hondo cuando pongo un pie en el primer escalón y, al girarme para despedirme, como siempre, veo que Jungkook ya ha dado media vuelta y se aleja en medio de la oscuridad. Me quedo allí unos segundos, de pie, con las llaves en la mano, mirando la nada.

27 de octubre

Querido diario,

Ayer fue un día especial. Aunque, últimamente, todos los días lo son. Kayden vino a Seward, me recogió en casa y luego fuimos a un local donde había quedado con mis amigos para tomar algo y que pudiesen conocerle mejor. Kayden habló con todos; pronto terminó cantando en medio de la pista junto a Frank y Kunuk una canción de Nirvana, como si les conociese de toda la vida, y fue la persona más paciente del mundo cuando Yakone y Aria lo retuvieron para hacerle un montón de preguntas.

De vez en cuando me miraba desde el otro lado del local, mientras Yakone gesticulaba con las manos a su lado, y sentía que no existía distancia entre nosotros, que un hilo invisible e inquebrantable nos unía de algún modo especial, como si las demás personas a nuestro alrededor fuesen meros esbozos y nosotros líneas claras y firmes. Volví a pensarlo al terminar la noche jugando una partida al billar, con su cuerpo pegado a mi espalda, su mano en mi cintura mientras me explicaba cómo debía darle a la bola. Me dieron ganas de ignorar a todo el mundo que nos rodeaba, darme media vuelta y besarlo hasta dejarlo sin aire.

«Gracias por esta noche», dije en cuanto subí al coche y estuvimos al fin a solas. «De verdad, Kayden. Yo, no sé...».

«¿Qué no sabes, Gihoon?», preguntó, sosteniéndome la mejilla con una mano antes de que sus dedos empezasen a dibujar el contorno de mis labios.

«No sé por qué haces todo esto; no sé qué has visto en mí».

«Joder, Gihoon. Lo he visto todo en ti», susurró mientras sus labios atrapaban los míos con suavidad; se apartó para respirar. «Y lo que me queda por ver. Porque quiero descubrirte desde todos los ángulos; quiero ver lo bueno, lo malo e incluso lo peor».

«¿Qué intentas decir, Kayden?».

Le rodeé el cuello con los brazos y lo atraje hacia mí, ignorando que el freno de mano se me clavaba en las costillas. De verdad que me daba igual, solo tenía ojos para él, para el modo cautivador en el que sus labios se curvaban en una sonrisa traviesa, para esa forma de susurrar mil palabras con una mera mirada.

«Necesito descubrir a dónde nos lleva esto. Nos hemos encontrado, así, de repente, y no sé si seré todo lo que buscas, pero voy a intentar que cada día sea especial para nosotros. No quiero que seas mío; quiero que seas libre, tuyo, y que aun así decidas que quieres estar solo conmigo».

Mi boca se encontró con la suya antes de que las palabras llegasen. Respiré agitado. Kayden sabía a felicidad; es el tipo de persona que consigue que te sientas como un pájaro que vuela en lo alto del cielo y tiene ante sus ojos un sinfín de posibilidades para elegir, sin presiones ni corrientes de aire que te hagan planear en otra dirección. Eso me hizo entender que Kayden era el destino al que quería llegar. Mi siguiente parada. Y con suerte, puede que la última, la definitiva.

No sé en qué momento exacto terminé sobre su regazo. Pude apreciar cada uno de sus músculos tensándose bajo mi cuerpo, despertando en mí un deseo que nunca antes había sentido. Temblé cuando el beso se tornó más desesperado y las manos de Kayden se perdieron bajo el suéter que llevaba puesto. Lo miré fijamente y dejé de respirar cuando la yema de su dedo índice acarició con delicadeza el contorno de mi ombligo.

«Kayden...», rogué en una especie de gemido, y saltaron chispas cuando me moví contra él y comprobé que estaba tan excitado como yo.

«Deberíamos parar».

«Iba a pedirte que siguieses».

Sonrió y apartó las manos de mi cuerpo antes de besarme con suavidad y dejar que volviese al asiento del copiloto. Dijo: «Tenemos todo el tiempo del mundo, Gihoon» y giró la llave del motor de arranque. Me ardían las mejillas y entendí que Kayden había deducido que mi experiencia sexual era más bien nula y había decidido ir despacio.

No hablamos mientras él conducía de regreso a casa con la mano derecha sobre mi rodilla, como si necesitase tocarme. Cuando aparcó cerca de la puerta, me aseguré de que mi madre no estuviese asomada a la ventana antes de mirarlo.

«Entonces... podría decirse que, oficialmente, eres mi novio. O algo así», dije e intenté no volver a sonrojarme.

«Algo así, no. Es así. Siempre que tú quieras».

Tardamos una eternidad en despedirnos. En realidad, ocurre lo mismo cada vez que tenemos que decirnos adiós. Ojalá los relojes se parasen cuando lo tengo enfrente. Ojalá.











💜🐼🐨

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