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Capitulo 14

Hakbeom está sentado a mi lado en el sofá, en casa de Naaja, mientras Sialuk intenta elegir el menú perfecto para la boda. Hemos insistido en que la mejor opción es dejar esa decisión en manos de su futuro marido, pero ella no parece estar por la mano de obra.

            — El salmón es demasiado típico.

            — ¿Y qué más da? Nos gusta a todos.

            —Había pensado en algo más original.

            — ¿Costillas?— pregunta Hakbeom esperanzado.

            —Más. Original.— sisea Sialuk.

            — Podríamos usar esos mismos productos de forma diferente. Por ejemplo, hacer un pastel de salmón o saquitos de hojaldre rellenos.— propongo.

            — ¡Se puede!— Hakbeom sonríe — Un menú degustación con bocados pequeños en vez del habitual primer plato, segundo plato, postre…

            —Me gusta. Suena interesante.—admite Sialuk.

            —Está bien. Cariño, tú dame un par de días para que pienses en posibles recetas y eliges las que quieras de todas las propuestas, ¿qué te parece?

            Sialuk suena y se deja caer sobre él en el sofá y lo abraza. Me aparto a un lado, incómodo. Bueno, ahora se están besando. No quiero decir nada, pero ¡sigo aquí! Por suerte, Naaja aparece en el umbral de la puerta y reprime la risa al ver a su nieta protagonizando la escena de una película de sobremesa muy azucarada. Me llama y yo me levanto como si se acaba de declarar un terremoto de siete en la escala Richter.

            — Ustedes dicen a lo suyo.— bromea y se regocija cuando ve a Hakbeom sonrojarse hasta las orejas. Es tan rubio y tiene la piel tan pálida que es incapaz de disimular — Vamos, Siqiniq, acompáñame arriba.

            Sigo a Naaja por las escaleras y avanzamos por el pasillo tenuemente iluminado hasta llegar a su despacho. Una vez dentro, cierra la puerta a mi espalda.

            — Ya tenemos fecha para la boda.

            — ¿Perdón?

            — Será una sorpresa para Sialuk.— sonríe encantada — El día uno de enero. ¿Qué mejor forma de empezar un nuevo año, Siqiniq? Vamos a dejar que elija el menú y el vestido ya está casi listo; ¡oh, tendrías que verlo! Ha quedado precioso.— asegura — La cuestión es que hemos decidido decorar el bar con motivos navideños. Sialuk adora la Navidad, es su época preferida. Cuando era pequeña, insistía en colocar el árbol a finales de octubre y luego lloraba cada vez que había que quitarlo.

            —Es muy bonito, Naaja. Me gusta la idea y también la fecha, aunque es probable que le dé un infarto cuando se entere.

            — ¡Ahí está la gracia! El día de su boda debe ser divertido, alegre y memorable, más allá de ostentaciones innecesarias. Seguro que no se lo espera.

            — ¿Lo sabes?

            —Claro que sí.

            —Es genial.

            Sonrío y Naaja me devuelve el gesto.

            — El bar cerrará el día anterior para que tengan tiempo de prepararlo todo.— se inclina y coge un tarrito que hay sobre la mesa y me lo tiende. Leo la etiqueta «Epilobium angustifolium. Epilobio» — He oído que a veces sufres dolor de estómago. Debes hervir las hojas y tomarlo en forma de té. Funcionará, ya verás.

            — Gracias, Naaja.— contesto y trago saliva, sintiéndome algo culpable; Es cierto que a menudo me duele la tripa, pero también he usado esa excusa más de una vez cuando todos intentan cebarme.

            Me doy la vuelta.

            —Espera, Namjoon. ¿Hay algo más que desees preguntarme?

            La mirada dubitativa.

            —Hum, no, creo que no.

            Naaja arruga más el ceño, si es que eso es posible, porque su piel aceitunada ya está surcada de diminutos pliegues.

            — Sialuk me comentó que te preocupaba lo que pensé sobre ti el día que te conocí en la puerta del supermercado.— comenta — La oscuridad puede ser superficial y no siempre es mala, a veces lo bueno se protege tras ella. Es un recurso lícito que muchas personas usan porque necesitan sentirse seguras, resguardarse del resto del mundo. Namjoon, las cosas casi nunca son blancas o negras, lo más habitual es que sean grises. No creo que debas preocuparte; Estás conociéndote y no es tarde para ello. Hay personas que cruzan al otro mundo sin haber empezado a hacerlo. Tú tienes que aprender a llamar esa voz maliciosa que vive en tu cabeza y te habla de fracasos y engaños.

            —Lo intenté.

            — Lo sé.— coge otro tarro más, este opaco, y me lo tiende — Llévaselo a John. Es una crema para su dolor de espalda. Y, a propósito, quería pedirte otro favor. Necesito que lo convenzas para que asista a la cena de Navidad que celebraré en casa en Nochebuena. Por supuesto, cuento también con tu presencia, Siqiniq.

            Arrugo la nariz.

            — ¿Que convenza a Jungkook?

            —No. Un John Bale.

            — Húm.— noto que me arden las mejillas — Bien, prometo poner todo de mi parte, pero no te aseguro nada. Es un cabezón. Y gracias por las hierbas para el té.— levanto en alto el tarrito y lo agito a modo de despedida.

            Naaja se muestra dubitativa un instante, algo raro en ella, que siempre parece segura y tranquila, como si retuviese «la verdad» del universo en la punta de la lengua. Apoya una mano en mi hombro y presiona los labios en una muñeca antes de hablar.

            — Hay algo más que veo, aunque existe la posibilidad de que me equivoque y aún me aferro a esa duda.— le aguanto la mirada a duras penas — Veo un corazón roto.

            —No es verdad. No estoy enamorado de él.

            Ella niega con la cabeza suavemente.

            — Mientes.— sentencia — Pero no importa, porque no me estaba refiriendo a tu corazón, sino al de Jungkook. Vas a romperselo. Tú te irás y hay cosas que son frágiles, cosas que hay que saber manejar con cuidado…

Que sea el día de Nochebuena no le parece una «excusa de peso» para interrumpir nuestra rutina de entrenamiento. Jungkook asegura que tenemos toda la mañana libre para hacerlo y yo cedo. Al fin y al cabo, disfruto corriendo, incluso en esos días en los que la pereza me atrapa y me cuesta motivarme.

            Así que eso estamos haciendo ahora. Correcto.

            Corre por el sendero principal en silencio. Es como últimamente pasamos juntos nuestro tiempo. Callados. Él nunca ha sido un gran conversador, las cosas como son, y yo no consigo fingir que no ha pasado nada, así que prefiero esto a tener que convertirme en actriz profesional.

            No puedo sacármelo de la cabeza.

            Me gustaría hacerlo, arrancar ese pensamiento de raíz, clac, fuera, y seguir adelante con mi vida vacía. Pero no puedo porque ahora… ahora simplemente no lo entiendo. Me paso el día intentando averiguar qué es lo que no le gusta de mí. ¿Por qué empieza algo que no quiere acabar? Es que lo ha hecho dos veces. Dos. Demonios. ¿Tan horrible le parezco? Nunca me había rechazado nadie por partida doble y no sé en qué lugar deja eso a mi frágil autoestima.

            Intento no pensarlo. Intento cerrar los ojos cada vez que recuerdo que he engordado, que apenas me queda base de maquillaje, que soy poco inteligente y que me paso el día vestido con un chándal de neón que, desde luego, no me favorece. Pero cuando cae la noche y me tumbo en el sofá, todas esas estúpidas ideas que mantengo apartadas, vuelven a mí y me atrapan. No sé a quién pretendo engañar. Naaja dijo que tenía que acallar esas voces que siempre parecen cuchichear en mi mente todo lo malo, pero cuanto más lo intento, más me acuerdo de todos mis defectos; es casi como si les estuviese sacando brillo. Y quiero dejar de hacerlo, de verdad que sí, pero no puedo.

            Recuerdo el día en que el profesor Ethan Larvin me obligó a salir a la pizarra para hacer una raíz cuadrada. Matemáticas era la asignatura que peor se me daba, con diferencia, y eso que tampoco destacaba en las demás. La cuestión es que no tenía ni idea. Me quedé paralizado, con la tiza en la mano, rezando para que sucediese un milagro divino que me salve de la situación. Un incendio o algo así, qué sé yo. Empezaron a sudarme las palmas de las manos y hasta me costaba sosteniendo la tiza; me ponían de los nervios los murmullos de los compañeros que escuchaba a mi espalda.

            — ¿Cómo puedes no saber hacer el ejercicio a estas alturas del temario? Empieza por el principio. ¿Cuál es la raíz cuadrada de nueve?

Lo miré. Estaba totalmente en blanco.

            —No lo sé.

            — Es imposible que no lo sepas, piensa en un número que puedas multiplicar por sí mismo. Es fácil, Namjoon.

            — No lo sé.— insistí, temblando.

            No podía hacer que los engranajes de mi cerebro se pusieran en marcha, de verdad que no. El profesor se puso en pie emitiendo un suspiro cansado, pero antes de que pudiese decir nada más, la voz almibarada de Hyoseob flotó en el aire.

            —¡Oh, dios mío! Señor Larvin, debería subirse la cremallera de la bragueta, a no ser que tenga intención de dar un espectáculo. Por lo que se ve, parece bastante dispuesto.— agregó.

            La mitad de la clase ahogó una exclamación de asombro. El profesor bajó la vista hasta su pantalón para descubrir que tenía la cremallera en su sitio y la fulminó con la mirada.

            — Hyoseob, al despacho de la directora.

            — ¿Qué despacho?— enroscó en el dedo índice uno de sus tirabuzones de oro e hizo pucheros. La mayoría de los alumnos rieron.

            —Señorita Ko…

            — A riesgo de que me pierda, me temo que tendrá que llevarme usted mismo.— conclusiones poniéndose en pie de un salto. Llevaba una falda cortísima que dejaba al descubierto sus largas piernas torneadas y, antes de seguir al profesor fuera de la clase, me miró, sonriente y me guiñó un ojo. En ese momento la amé. La amé por conocerme tan bien, por saber cuándo me podía la presión y echarme una mano, por hacerme reír cuando minutos atrás estaba a punto de hacer un ridículo espantoso delante de todos.

            — ¿En qué estás pensando?

            La voz de Jungkook me distrae.

            — En nada.— miento.

            —Tenías el ceño fruncido.

            — Pensaba en Hyoseob.

            Sigo corriendo sin añadir nada más. Caos está contento y va rápido, así que hago lo posible por acoplarme a su ritmo mientras Jungkook avanza a mi lado, con la capucha puesta.

            — ¿Era un mal momento?

            — Prefiero… guardármelo.

            —Como quieras.

            Seguimos trotando un rato más. La tensión entre nosotros me resulta casi insoportable. Lo que de verdad me apetece es gritarle, pedirle algún tipo de explicación, entenderlo; pero lo único que hago es correr más y más, y concentrarme en el sonido rítmico de mis pies golpeando contra la calzada.

            — ¿Qué estás leyendo?

            — Nada interesante.

            No puedo creer que ahora sea él quien intenta que hablemos cuando siempre se ha mostrado más cómodo entre silencios eternos. Necesito guardar las distancias. Naaja no tiene ni idea de lo que dice, esa vieja está perdiendo la cabeza. ¿Cómo puede pensar que le romperé el corazón a Jungkook? Para empezar, ni siquiera estoy seguro de que tenga uno y, además, no hace falta ser muy intuitivo para predecir que el único que está saliendo mal parado de esta situación se llama «Namjoon», de apellido «Kim».

            Jadeo cuando llegamos a la puerta de casa.

            Estoy agotado y solo quiero darme una ducha, descansar un rato y prepararme para la cena de Nochebuena que se celebrará en casa de Naaja dentro de un par de horas. Me ha costado lo mío convencer a John, días de súplicas y ruegos, pero al final ha accedido. Le aseguré que me quedaría con él si se negaba a ir, porque no pensaba dejarlo solo, y eso fue lo único que hizo que cambiara de opinión, aunque a regañadientes.

    — Nos vemos esta noche.— tras despedirme de Jungkook, subo los escalones del porche todavía respirando algo agitado.

            — Espera, Namjoon.— me coge de la muñeca y tira de mí con suavidad. Bajo la mirada al lugar donde sus dedos parecen quemarme y luego vuelvo a alzarla lentamente hacia sus ojos — Estás enfadado.

            No inventos.

            Enhorabuena, Sherlock.

            Hace más de una semana que me rechazó por segunda vez y no sé si ha necesitado todo ese tiempo para advertir mi cambio de actitud o si, simplemente, la tensión creciente ha anulado su aparente indiferencia.

            — ¿Eso te sorprende?

            Jungkook no deja de mirarme.

            — ¿Qué puedo hacer?

            —Supongo que no.

            Me encojo de hombros y suspiro con resignación. No es que tenga demasiadas opciones partiendo de la base de que se niega a contarme qué le ocurre, y tampoco puedo obligarlo a que sienta algo por mí. Eso surge, no se busca. Lo peor es que me gustaría sentir más rabia cuando lo miro, pero no puedo; en cuanto encuentro sus ojos me derrito, me siento… otra persona. Yo antes no era así. No era ñoño ni tan sensible ni me pasaba el día recreando en mi mente tontas fantasías propias de un adolescente que compra revistas juveniles solo para rellenar el test que viene al final y que te revelará si tienes un admirador secreto. Este frío está aniquilando la poca cordura que me queda. Eso es.

            — Tengo tu regalo en el coche.

            — ¿Mi regalo?

            — Es Navidad.

            Vacilante, me sujeto a la barandilla del porche y vuelvo a bajar el escalón que ya había subido. No se me había ocurrido que fuésemos a intercambiar regalos navideños.

            — Yo no te he comprado nada.

            - Perder. Solo es… una tontería.— se frota el mentón con el dorso de la mano y me hace gracia verlo así, algo indefenso, después de mostrarse siempre tan serio y frío — Quédate aquí un minuto —pide, y baja por el sendero hasta el coche, abre el maletero y vuelve a subir cargado con una bolsa y una cajita de regalo diminuta que lleva en la mano derecha.

            — Sé que es típico lo que estoy a punto de decir, pero creo que no debería aceptarlo. Jungkook, ni siquiera sabía que ibas a…—extiendo las manos frente a mí, impotente—Si me lo hubieras dicho, habría intentado comprarte algo. Esto es como hacer trampas.

            Él me mira en serio.

            —Ya me has regalado algo.

            — ¿Qué?

            — Correr.

            — ¡Eso no es un regalo!— protesto.

            — Ya, deja de quejarte y cógelo.

            Suspiro sonoramente al aceptar los regalos. La cajita está envuelta en papel rojo brillante y tiene una estrellita dorada en la parte superior. Antes de que pueda quitar el primer trozo de celo, Jungkook me da la espalda y camina de nuevo hacia el coche.

            — ¡Oye! ¿No te esperas a que lo abras?

            Parece algo incómodo cuando me mira y niega antes de subirse al coche. «Pero qué raro es», pienso mientras veo desaparecer el vehículo por el sendero. Vuelvo a fijar la vista en el regalo, cojo la bolsa que dejó en la escalera y entró en casa. No negaré que tengo un nudo en el estómago y estoy nervioso, pero, en mi defensa, abrir regalos siempre me ha sumido en un estado de excitación digno de estudio. Es emocionante.

       Me siento en el sofá y desnuda la cajita que se escondía tras el envoltorio rojo. La abro. Es un colgante. Un colgante precioso que parece representar al chico que soy ahora, en este preciso instante. Me acerco a la ventana, saco la cadena plateada y el equilibrio entre mis dedos frente a la luz. Sonrío al ver el diminuto copo de nieve que cuelga de ella. Es tan bonito… Más que eso; este collar es también Alaska, es Caos, John y los demás. Pero, sobre todo, es Jungkook. Y sé que suena ridículo, pero me gusta la idea de llevarme, cerca del corazón.

            Casi mejor que no haya querido ver cómo lo abro, porque habría caído en la tentación de abrazarlo solo por lo mucho que me ha gustado. Quito el cierre antes de ponérmelo. Después, cuando saco el otro regalo que está sin envolver dentro de la bolsa de cartón, estallo en una carcajada.

            Es una caja.

            Una caja con veinte barritas Twix.

            Estoy feliz.

            La casa de Naaja es un cúmulo de voces, risas y gritos, todo salpicado por el agradable aroma a comida casera que flota en el ambiente. John parece un poco abrumado en un primer momento, como si deseas salir corriendo de allí, pero lo cojo de la mano y lo guía hasta la cocina, donde Naaja, su hija y otras dos mujeres lo reciben encantadas, y él se muestra algo más. animado cuando le tiende una cucharita de café y le dan a probar el menú de la cena.

            En el comedor hay un árbol de Navidad gigantesco que, literalmente, toca el techo; las ramitas de la copa están algo dobladas. Está cubierto de adornos y luces que parpadean al son de una acogedora melodía navideña. Sialuk y Hakbeom están sentados en el sofá frente al tablero de Scrabble, enzarzados en una batalla silenciosa. Jungkook está de pie, apoyado en la pared, cerca del árbol, observándoles.

            Alza la vista hacia mí cuando se percata de que he entrado en la estancia. Sus ojos resbalan con una lentitud demencial por mi barbilla hasta posarse en el cuello y encontrar el pequeño copo de nieve de plata. Le sonrío. Ha comenzado a sonar White Christmas, afuera nieva y, si hace unos meses alguien me hubiera dicho que me sentiría en casa con todas estas personas, me habría parecido un comentario de lo más gracioso.

            — ¿Quién gana?— pregunto.

            — Ella, como siempre.— gruñe Hakbeom.

            Sialuk se ríe. Dejo el abrigo en el brazo del sofá y me acomodo frente a ellos, en la mullida alfombra, cerca del fuego que calienta la estancia. Me fijo en los calcetines que cuelgan de la parte superior de la chimenea, los espumillones de brillantes colores metalizados y la mesa ya medio puesta, decorados con una repisa color cereza y un centro navideño hecho con piñas, bolas y lazos dorados.

            Jungkook se sienta a mi lado y, al cruzar las piernas al estilo indio, su rodilla rosa la mía. Mientras Sialuk y Hakbeom siguen concentrados en su partida de Scrabble, él también mira a nuestro alrededor, valorando la decoración.

            — Nada ostentoso.— bromea — Bienvenido a la casa de Santa Claus.

            Me río y retuerzo los dedos bajo los guantes, de los que todavía no me he desprendido.

            — Gracias por los regalos. No tenías por qué hacerlo y son perfectos.— medio en broma, medio en serio, añadido — No deberías conocerme tan bien. ¿Cuándo lo compraste?

          — Hace tiempo, el día que te apunté a la primera carrera. No era algo que hubiera previsto, pero lo vi y no sé…— Jungkook toma una bocanada de aire — Mi intención era dártelo entonces, después de correr, pero ocurrió lo del oso y ya sabes…

            — El oso.— repito.

            Él se apresura a romper la tensión.

            — Lo de las barritas fue solo para no tener que oírte lloriquear más por ellas.

            Le doy un codazo entre risas, aunque, en el fondo, estoy intentando reordenar mis ideas. No sé cómo debería sentirme. Jungkook siempre consigue desbaratar todos mis «planes» y hacerme dudar. Es demasiado opaco. El día que me apuntó a esa carrera fue justo después del primer beso que nos dimos durante la tormenta de nieve, cuando no apareció por el trabajo por la mañana.

            — ¡Maldita mar!— grita Hakbeom.

            — ¡Gané! ¡Otra vez!— exclama Sialuk sonriente — Te toca hacerme la cama durante una semana.

            —Cariño…

            — Pecado de excusas. Una apuesta es una apuesta.

            John entra en el salón cargado con un par de platos que deja sobre la mesa. Saluda a los chicos con un gesto de cabeza y le da una palmadita a Jungkook en la espalda cuando se acerca.

            — La cena está casi lista.

            — Menos mal.— Hakbeom se levanta aliviado — A este paso me iba a convertir en su esclavo.

            Nos dirigimos entre risas a la cocina y ayudamos a llevar los platos que faltan a la mesa. Hay una cantidad ingeniosa de comida. En serio. Bolitas de patata, salsa de arándanos, bisque de langosta, sopa, pan tostado, melaza de abedul y un pollo relleno enorme que corona el centro de la mesa.

            Madre. Mía.

            Una tropa del ejército entera se dejaría la mitad. De hecho, algunos platos no caben en la mesa y Naaja le pide a su nieta que aparte el tablero de Scrabble para usar también la mesita central. Antes de que dé comienzo la cena, por suerte, llaman a la puerta y se unen a la fiesta los padres de Hakbeom. A él lo veo a menudo con la quitanieves; ella es algo más escurridiza y no suele frecuentar el bar.

            Me siento junto a John. Los invitados empiezan a comer, a charlar ya contar anécdotas divertidas de gente que no conozco, así que intento seguir el hilo de alguna conversación mientras me llevo una bolita de patata a la boca. El padre de Hakbeom grita más que habla y es el único que consigue llamar la melodía navideña que sigue sonando de fondo. Aunque estoy acostumbrado a comerlo con panqueques, a un poco de melaza de abedul en el panecillo.

         — Eso se viene al terminar la cena.— me sermonea John.

            — Ya casi he terminado.— bromeo.

            — Namjoon, no tiene gracia. Venir.

            — ¿Has probado la sopa de raíces?— pregunta la madre de Sialuk — Solemos hacerla cada Navidad, es típica de los nativos de Alaska. Lleva varias raíces: negaasget, iitat y marallat.

            "Tararear. Sopa de raíz. ¡Genial!"

            Intento fingir una sonrisa mientras me sirve un par de cucharadas en un cuenco. Me llevo una a la boca. Bueno, no está tan mal, podría ser peor. Tomo una segunda y, al levantar la vista, advierto que Jungkook me mira desde el otro lado de la mesa. El corazón me llega tarde más rápido. Qué triste. En esta situación, Hyoseob diría algo así como: «No pensé que fueses a caer tan bajo. ¿Una mirada estúpida y ya estás que te mueres? Pensaba que eras más inteligente que todo eso», y después se limpiaría una uña y se iría caminando con la cabeza bien alta.

            Odio seguir pensando en qué haría o dejaría de hacer Hyoseob si estuviese aquí. Parece mentira que una persona, una normal de carne y hueso, pueda meterse tanto en la piel de otra, apropiarse de sus pensamientos. No sé si algún día conseguiré eliminarla del todo. De momento, me conformo con haberla dejado atrás. Me siento libre. Ya no tengo una sombra que se dedica a juzgar cada uno de mis actos.

            — ¿Probaste las hierbas que te di?— pregunta Naaja.

            Le digo que sí, pero sin añadir que el té sabía a rayos porque, además, lo importante es que Naaja estaba en lo cierto y me alivió el dolor de estómago hace un par de noches.

            —Sí, y funcionó.

            — Nunca hay que subestimar lo que nos ofrece la naturaleza. Te prepararé más para que te lo tomes la noche antes de la carrera. La próxima es dentro de dos semanas, ¿cierto?

     —Sí, y funcionó.

            — Nunca hay que subestimar lo que nos ofrece la naturaleza. Te prepararé más para que te lo tomes la noche antes de la carrera. La próxima es dentro de dos semanas, ¿cierto?

            — Sí.— responde Jungkook sin levantar la mirada de su plato.

            — ¿Es la de Fairbanks?— pregunta Hakbeom.

            Jungkook asiente y se sirve más sopa de langosta.

            — ¿Con esquís?— se interesa su padre.

            — No, él todavía no ha probado el skijöring.

            — Quizás el próximo año.— agrega Sialuk — Es diferente, pero a la gente de por aquí le encanta. Vas sobre esquís y uno o dos perros ayudan a tirar de ti, aunque no es sencillo controlarlos, mantener el equilibrio, la dirección…

            — Dudo que el año que viene Namjoon siga aquí.— la interrumpe Jungkook, y creo que no solo yo percibo el tono áspero que desprenden sus palabras. Suspira incómodo cuando casi todos los presentes centran su atención en él.

            — Bueno, ¿quién sabe?— me apresuro a añadir — De momento no tengo intención de marcharme, así que… Húm, realmente esta sopa de raíces está mucho mejor de lo que su nombre promete.— concluyo con la intención de zanjar el tema .

            Sialuk sonríe e ignora la tensión palpable.

            — ¡Hay tantas cosas que hacer en Fairbanks! Seguro que lo pasarán genial. Deberían hospedarse en Aurora-Express. Hakbeom y yo estuvimos allí hace un par de años y nos encantó.

            Levanto la mirada del plato.

            — ¿Dormiremos allí?— pregunto.

            —Sí. Está a más de cuatro horas de camino en coche.— contesta Jungkook.

            — ¿Irán por la AK-2 E?— pregunta el padre de Hakbeom y desconecto un poco de la conversación cuando empiezan a comentar posibles desvíos o cambios de ruta si cortan algunos tramos de carretera por culpa de la nieve.

            John se muestra tranquilo, mejor de lo que había previsto. No deja de picotear y probar todos los platos y Naaja insiste en que coja una porción más grande cada vez que se sirve de nuevo. No me puedo creer que lleve años celebrando solo la Navidad, es muy injusto que alguien tan bondadoso como él no tenga con quién compartir estas fechas.

Cuando la cena termina, y antes de que saquen los postres, subo arriba y llamo a casa. Matthew descuelga y toca un par de botones con su graciosa torpeza habitual antes de conseguir darle al indicado y activar la opción de manos libres. También ellos tienen villancicos puestos de fondo y me echo a llorar en cuanto escucho a Ellie canturreando como puede Silent Night. Mamá intenta animarme contándome qué es lo que han preparado para cenar y lo divertido que ha sido cuando Matthew se ha reído por un anuncio de la televisión y ha terminado atragantándose con el vino entre carcajadas.

            No podría estar en un lugar mejor. En casa de Naaja me siento seguro, pero es imposible que nadie pueda jamás sustituir a mi familia. Y los echo de menos. Los echo mucho de menos. Su olor, mamá suele usar un suavizante con aroma a lavanda, las sonrisas que no puedo ver a través del teléfono y el puré de calabaza que cocina cada Nochebuena. Dios. Me arrepiento tanto, tanto, tanto de haberme comportado como un idiota durante las últimas Navidades. ¿Cómo podía no valorarlo? ¿Cómo podía darme igual colocar el árbol o pasar un rato junto a ellos en el sofá, bajo la luz tenue del comedor? Lo tenía todo y no fui capaz de coger las riendas de mi vida y disfrutarlo.

            — Cariño, deja de llorar.— pide mamá con suavidad.

            — Es que…— aprieto el teléfono — He sido un idiota.

            —Ibiota.—escucho que repite Ellie balbuceante.

            — ¡Recórcholis! Ellie, palabrotas no.— la riñe Matthew mientras mamá intenta no reírle la tontería — Vamos, despídete de tu hermano antes de lavarte los dientes e irte a dormir, ¿o es que quieres que Santa Claus vea que estás despierta y no te deje regalos? ?

            — ¡¡¡Nooooo!!!

            —Bueno, pues. Dile adiós a Namjoon.

            —Abios, Namjoon.—gorjea.

            —Buenas noches, pequeña.

            Tengo que morderme el labio inferior y tragarme las lágrimas para no derrumbarme. Es doloroso oír esa voz y saber que está tan lejos, que no puedo achucharla y que tuve que alejarme por su propio bien.

            — Cariño, escúchame.— dice mamá en cuanto se despide de ambos y se queda a solas — Lo estás haciendo muy bien, lo sabes, ¿verdad? Echaba de menos a mi pequeño, al verdadero Namjoon. Que volviésemos a hablar, que me contases tus cosas y nos riésemos de tonterías como hemos hecho estas últimas semanas, pero no sabía cómo llegar a ti. Lamento no haberlo hecho mejor. No, no me interrumpas.— se apresura a añadir — Sé que es horrible que sea Navidad y estemos a millas de kilómetros de distancia, pero, cariño, en el fondo, estamos mucho más cerca hoy de lo que lo estuvimos el año pasado o el anterior.

Llorando en silencio.

            Tiene mucha razón.

            Los últimos años me comporté fatal. Les dije que me dejasen en paz cada vez que intentaron convencerme para ir a comprar los regalos, me negué a visitar a los padres de Matthew el día de Año Nuevo diciéndole que el plan me parecía «un tostón» porque tenía una resaca increíble después de despedir el año de forma poco saludable en una fiesta y, en resumen, no participé en nada que implicase sostener un adorno en la mano.

            Lo peor es que esos años son irrecuperables y no vale de nada que me lamente por ello. Suspiro hondo, me calmo y le cuento a mamá el menú de la cena, porque sé que le encanta cotillear qué se cuece —literalmente— por otras casas, y después le hablo de la gente que está ahí abajo y ya conoce de otras conversaciones. Antes de colgar, el pongo al corriente sobre la próxima carrera, y vuelve a decirme que me quiere, que tiene ganas de verme y que está orgullosa de mí.

            Orgullosa. Me lo repito mentalmente un par de veces antes de regresar junto a los demás y mordisquear un trozo de chocolate con gesto ausente mientras Sialuk me propone ser su pareja en la próxima partida de Scrabble.

            Hemos pasado la tarde cargando cajas repletas de adornos con motivos navideños y llevándolas hasta el Lemmini. Es 31 de diciembre, el último día del año, y tenemos que dejar el bar listo y decorado para que mañana se celebre la boda más bonita del mundo. Porque no será la más cara, ni la más planificada, pero siendo Sialuk y Hakbeom los protagonistas, estoy seguro de que estará llena de magia y amor.

            Rebusco con John entre las cajas que están en la habitación de invitados, en la que he dormido un par de noches hasta la fecha, pero aquí ya no quedan más adornos, tan solo recuerdos polvorientos y olvidados; libretas, diarios, una bufanda y un gorro azul, una caja de latón, una vela roja, un par de lápices…

            — No importa, creo que tendremos suficiente con la cantidad de trastos que hemos recogido esta tarde. — digo sacudiéndome las manos — Gracias de todas las formas.

         Al salir, veo a Jungkook fuera, en medio del prado cubierto de nieve, rodeado por los perros; se inclina, coge una rama y la lanza lejos, siguiendo que Bach, Pamiiyok y Tchaikovsky salgan disparados a por ella.

            Sonrío mientras camino hacia él.

            — ¿Te diviertes?

            Jungkook sentado con la cabeza.

            — ¿Lo echas de menos?— pregunto.

            —Casi todo el tiempo.

            — ¿Y por qué no vuelves a dedicarte a esto? Y me refiero a regresar en serio, no a lo que ahora hacemos tú y yo.

            — ¿Bromeas?— me mira burlón — ¿Lo nuestro no es serio? Te recuerdo que en una semana tenemos una carrera en Fairbanks y, si quedan entre los veinticinco primeros, podríamos participar en la de Anchorage.

            — ¿De verdad?

            —Claro.

            En cuanto Caos ve que estoy acariciando a Mozart, se acerca a toda velocidad. Aguanto la risa; Me encanta ponerle celoso. Le doy su dosis de mimos mientras él mueve la cola y pienso en las palabras de Jungkook.

            — De todas formas, sigue sin ser lo que hacías antes.

            — Ya, pero algunas cosas es mejor dejarlas atrás.— estira los brazos en alto y se da la vuelta — Vamos, será mejor que nos pongamos en marcha si no queremos pasar la madrugada entre adornos navideños.

            Unas horas más tarde, ambos nos hacemos a la idea de que vamos a pasar lo que queda de noche decorando el bar. La madre de Sialuk y unas amigas que han venido a ayudar se han marchado hace ya un rato, son las once y todavía faltan muchos adornos por colocar. De momento, hay un árbol inmenso que John ha traído al mediodía, y que hemos llenado de relucientes bolas de colores y esponjosos espumillones. También le hemos dado un aire nuevo a la barra del bar, que está rodeada por un lazo rojo de gasa, y todas las mesas están cubiertas por manteles color frambuesa con ribetes plateados y centros con piñas, acebo y angelitos tallados de cristal.

            — Faltan algunos adornos más.— comento — Pero lo importante son las luces y los farolillos. Le darán un toque diferente al ambiente.

            Jungkook mira a su alrededor, cansado. Cada vez que pronuncia la palabra «lazo», parece a punto de vomitar. Me gusta que sea capaz de tragarse su opinión al respecto y ponga todo de su parte para conseguir que la boda de sus amigos sea memorable.

            — ¿Qué cara crees que pondrá Sialuk cuando la despierten mañana y le digan que es el día de su boda?— me pregunto riendo y él también sonríe.

            — Un sable. Mejor no dejar a mano en la mesita nada punzante.— nos quedamos un par de minutos en silencio antes de que Jungkook vuelva a hablar — ¿Lo dijiste en serio en su momento? Aquello de que cuando encuentres a esa persona especial, te bastaría con eso. Que no quieres casarte.

Niega con la cabeza.

            — Quédate aquí, iré a preparar algo para cenar.

            Abandona el comedor y se mete en la cocina. Yo me entretengo colgando de las paredes unos muñecos de felpa que representan renos, campanillas y diversos motivos navideños. Después, saco de las cajas todas las luces que encuentro y las dejo a un lado pensando en lo mucho que nos va a costar separar los cables. Hay unas guirnaldas redondas de color nacarado que irían geniales decorando la pared que está tras las sillas en las que se sentarán los novios.

            Jungkook regresa diez minutos más tarde y deja sobre la barra un plato y sendos vasos de zumo de arándanos. Me limpio las manos en los vaqueros y me subo a uno de los taburetes; él se sienta a mi lado, muy cerca. Son dos sándwiches. A uno le ha recortado la corteza. Sonrío, lo cojo y me lo llevo a la boca.

            — Tengo esto para el postre.— digo en cuanto trago el primer bocado y saco del bolsillo de la sudadera dos barritas Twix.

            — Gran aportación.— opina tras coger una — Eres consciente de que vamos a celebrar el año nuevo aquí, ¿verdad?

            —Bueno, podría ser peor.

            — ¿Peor?— pregunta divertida.

            — El año pasado me pasó la mitad de la noche vomitando.

            — ¿Vomitando? ¿Por… eso?

            — No, no es lo que estás pensando. Ya te dije que hace años que no he vuelto a hacerlo, no a propósito, quiero decir. Vomité porque había bebido demasiado, entre otras cosas. Un desastre.

            — ¿Qué otras cosas?

            — ¿Para qué necesitas saberlo? Prefiero ahorrarme los detalles más escabrosos, no quiero resultarte aún menos atractivo. Quédate con la idea de que me pasaron años haciendo todo lo que no debía. Es un buen resumen.

            Frunce el Ceño.

            — ¿Eso piensas? ¿Que me pareces menos atractivo por todo lo malo que me ha contado sobre ti?— asiento lentamente y bajo la mirada — Dios, Namjoon, no es eso. No. Jamás te juzgaría por algo que ya has hecho y por lo que además te arrepientes. Cuando te miro solo veo a alguien muy humano, real, que no esconde sus errores. ¿Sabes cuánta gente está dispuesta a admitir sus defectos con tanta sinceridad? Casi nadie. De hecho, te adjudicas más fallos de los que realmente tienes.

            —¿Tú lo haces?

            Jungkook niega con la cabeza.

            —No puedo. No soy tan valiente.

            — ¿Por qué?

            —Porque me volvería loco.

            Se levanta y recoge los platos vacíos.

            Respiro hondo. Recuerdo las fiestas a las que acudíamos, los desconocidos entre los que nos mezclábamos y la música ensordecedora, las luces, el ardor en la garganta por el alcohol, la sensación de estar flotando, de ser etéreo, de estar roto. Y luego los ojos de Hyoseob, brillantes, dilatados, y su lengua sosteniendo una pastilla con un dibujo de un elefante que termina pasándome con un beso húmedo. Después se echa a reír, me coge de la mano y me arrastra a la marea de gente que se balancea al son de la música. Cierro los ojos, alzo los brazos y me dejo llevar.

Partes de mí, del antiguo Namjoon.

            Cuando Jungkook regresa al comedor y empieza a desenredar el manojo de lucecitas, me paro a su espalda y, al hablar, lo hago en voz baja:

            — Probé cosas.— confieso y agradezco que él no se gire — Y hubo más. Me expulsaron una semana durante el último año de instituto porque me atraparon fumando en los servicios, no pude mandar la solicitud a ninguna Universidad al no conseguir aprobar matemáticas y me pasé los siguientes tres años aceptando trabajos de todo tipo que dejaba al poco tiempo. Lo único que hacía era salir de fiesta, conocer personas y fundirme el poco dinero que ganaba. — cojo aire bruscamente — Una vez intenté conducir el coche nuevo de Matthew después de haber bebido y rayé toda la carrocería del lateral derecho. Cuando lo vio al llegar a casa, ni siquiera se molestó en reprenderme. Creo que estaban cansados ​​de hacerlo, de sermonearme y ver que no servía para nada, de intentar amenazarme con cosas que a ellos les dolía más cumplir que a mí que lo hiciesen. Me ausentaba de casa algunas temporadas. Fui... el peor hijo del mundo. Y por eso, por eso me odio tanto, porque no tenía razones para ser así, no tuve unos padres abusivos ni egoístas, así que no existe ninguna excusa a la que pueda aferrarme más allá de que el problema siempre fue mío y solo mío. Esa es la triste verdad.

            Jungkook permanece inmóvil unos segundos, con el cable de las luces todavía enredado entre sus manos. Después, emite un sonido suspiro, las deja en el suelo, se gira y me abraza muy fuerte. Escondo el rostro en su pecho, sintiéndome arropado entre sus brazos. Escuche su corazón. No quiero soltarlo, pero cuando el abrazo empieza a ser más largo de lo normal, me obliga a distanciarme de él.

            Lo miro. Ojalá pudiese saber qué piensa.

            — ¿Recuerdas lo que hablamos la noche de la tormenta de nieve? — pregunta con la voz ronca — Todos cometemos errores, Namjoon. Algunos, reversibles. Los tuyos, por ejemplo. No es que debas alegrarte por las malas decisiones que tomaste, pero, de algún modo retorcido, todo lo que fuiste te conducido aquí, a este instante, a estar ahora mismo decorando un bar de un pueblo perdido para una boda de dos personas increíbles, con un tipo que dice cosas raras como única compañía para pasar la última noche del año.

            — Entonces…— trago saliva — ¿Por qué te arrepientes de haberme besado? Lo hiciste dos veces. Y no lo entiendo. Pensaba que era por mí, por todo lo malo que arrastro conmigo. Cuando vine a Alaska... recuerdo que pensé que, si algún día me enamoraba de alguien, nunca le contaría la parte más fea de mi vida, lo oscuro, y fingiría que ese pasado no existe. Quería dejarlo atrás, olvidarme de quién había sido.

            — ¿Qué quieres decir?

            Bajo la voz al volver a hablar.

      — Que me he dado cuenta de que eso no tendría sentido. Si lo hiciese, la otra persona no podría enamorarse de mí, tan solo de lo que le dejase ver, ¿qué valor tendría eso, entonces? Sería un engaño. Y tiene que ser un todo.

            —Un todo.— repite.

            —Sí.

            —No es tan sencillo, Namjoon.

            — ¿Por qué?

            Vuelve a centrado en las dichasas luces. Esta vez sus movimientos son menos elegantes, más bruscos; tira sin delicadeza de un par de cables y solo consigue que el nudo central se apriete más. Tensa la mandíbula.

            — ¿De verdad quieres saberlo?

            — Joder, sí, ¡claro que quiero!

            Me paro frente a él aunque intenta evitarlo. Tiene que inclinarse para poder encontrar mis ojos. Me gustaría tocarlo, extender las manos y posarlas en su pecho, que sube y baja y sube y baja al compás de su profunda respiración.

            — ¿No te das cuenta de que solo complicaría más las cosas? Namjoon, no puedo darte lo que tú estás buscando. Ya no me queda nada. Y aunque las cosas fueron diferentes, seguiría siendo una estupidez. ¿Para qué? ¿Para echarte de menos cuando decidas marcharte? Yo…— se frota el mentón y aparta la mirada — Lo siento. Me dejé llevar. No deberías haberte besado. Fue un error.

            El sujeto de la manga de la sudadera oscura que viste antes de que me esquive y vuelva a fingir que la decoración le parece algo de sumo interés. Sus ojos no se desvían esta vez, aunque sé que desea hacerlo; Está agobiado, como si se sintiese enjaulado.

            — ¿Y si no me marcho nunca?

            — Namjoon, deja de decir estúpidos.

            — ¿Por qué? Esa posibilidad existe.

            — ¿Qué mierda sucede contigo?— alza la voz, furioso — ¿Quieres quedarte toda tu vida sirviendo mesas? ¿Esas son tus expectativas? No me hagas reír. Joder, pensaba que eras más listo. Solo estás aquí de paso; Alaska es tu purgatorio personal pero no tu destino.

Intento esconder mi engaño.

            — No ha entendido nada, Jungkook. Si piensas que servir mesas es poca cosa o peor que la vida que llevaba en San Francisco, es que no has escuchado ni una sola palabra de todo lo que te he contado hasta ahora.

            — No, no quería decir eso.— expulsa el aire entre dientes y su mirada clara se enternece — Es solo que te mereces algo mejor, algo mejor que esto, que yo, que todo lo que puedes tener aquí.— zanja el tema y coge las dos barritas Twix que hay sobre la barra; me tiende una, le quita el envoltorio a la suya y le da un mordisco justo antes de mirar su reloj. Sonríe cuando levanta la mirada — ¡Ey, Namjoon!

            — ¿Qué?— saboreo el caramelo y Jungkook sigue el movimiento de mis labios al hacerlo. Se acerca, me rodea la cintura y me pega a él con suavidad antes de darme un beso en la mejilla, muy cerca de la comisura de la boca. Aguanto la respiracion.

            —Feliz año nuevo, copo de nieve.

12 de marzo

Querido diario,

            A veces lo miro y me parece casi imposible que ni siquiera haya pasado un año desde que lo conozco. Tengo la sensación de que llevamos juntos un montón de tiempo, de que siempre ha estado ahí, escuchándome, apoyándome. Necesitaba un fin de semana a su lado como este, sin problemas ni discusiones tontas, tan solo cocinando, viendo películas, riéndonos y haciendo el amor. Anoche, la última vez que lo hicimos, fue perfecto, conectamos, hubo un momento en el que nos miramos y todo lo demás quedó lejos, fuera. Solo estaba Kayden.

            Un rato después, con el codo apoyado en el colchón, me recreé observándolo, recorriendo la línea de su mandíbula con la punta del dedo índice mientras él respiraba hondo con los ojos cerrados y se dejaba acariciar. Me incliné, lleno de felicidad, y le besé en la nariz, en el pómulo, en los párpados cerrados. Terminé tumbándome sobre él entre risas y Kayden se dejó mimar y me rodeó con sus brazos.

            Nos miramos. Había amor en sus ojos.

            «Estamos bien», dijo.




🐼🐨💜...

          

           

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