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Capitulo 13

Durante las últimas semanas hemos caído en un extraño patrón que se reanuda en entrenar por las mañanas, trabajar hasta que cae la noche, y hablar de asuntos no demasiado personales mientras me acompaña a casa. Ahora vuelve a salir cinco minutos antes para ir a por el coche. Ha vuelto a fumar.

            El sábado pasado asistimos a otra carrera. Era parecido a la de Tok, con pocos participantes, básicamente para el entretenimiento de los vecinos de la zona. Quedé sexto. No me encontraba bien, me dolía el estómago y tenía náuseas, probablemente porque la noche anterior no quise cenar y, ya de madrugada, me atiborré con un paquete de patatas fritas. No se lo dije a Jungkook, pero creo que empieza a conocerme lo suficientemente bien como para saber cuándo le escondo cosas y que, aunque intento mejorar cada día, sigo teniendo ciertas debilidades. La diferencia es que ahora quiero vencerlas. De verdad que sí. Pienso superar todo lo malo.

            Tampoco hemos vuelto a hablar del oso.

            El oso. Estoy obsesionado con él. No dejo de pensar en lo que ocurrió, en el bloqueo que sacudió a Jungkook, en la rareza de su reacción… Es como un rompecabezas que se me resiste. Uno más de tantos, porque sigo sin poder ganar a John al ajedrez y por mucho que me repita la importancia del tesón y la constancia, no veo la luz al final del túnel. Quiero ganar, pero no sé cómo, y eso solo consigue frustrarme más cada vez que nos sentamos por la tarde, a la hora de la merienda, y tomamos café o té mientras suena la música y él se regocija machacándome.

            El viernes, después de la comida, decidió pasar por la tienda de Naaja y su familia, y me quedo allí un rato con Sialuk hablando de los últimos libros que he leído y acabo de devolverle. Debatimos sobre el prototipo de protagonista que más nos gusta. Ella es de chicos buenos y dulces. Yo tiro más hacia el tópico de malote que en el fondo tiene buen corazón. Supongo que era predecible. Y durante un momento efímero, mientras charlamos y le hago compañía tras el mostrador, me tienta la idea de contarle que Jungkook me besó. Cada día que pasa tengo más confianza con la gente de aquí, pero, a la vez, me da la impresión de que si lo digo en voz alta será más real y ese instante ya no nos pertenecerá solo a nosotros, sino también a todos los demás.

            Además, me da miedo hablar de sentimientos.

            No quiero pensar en ello. Temo perder el control.

            La madre de Sialuk entra en la tienda cargada con una caja llena de bolsitas de té, nos sonríe y nos dice que podemos irnos y que ella terminará el turno de la tarde. Le damos las gracias y subimos a la casa familiar por la puerta trasera. Naaja no está y no negaré que me decepciona un poco no verla; le he cogido cariño.

   La habitación de Sialuk está tan ordenada como de costumbre. Me enseña los tres vestidos entre los que debe decidirse y me asegura que una amiga de su abuela lo confeccionará según el diseño que finalmente elija. El primero me horroriza: capas y capas de tul aquí y allá, muy pomposo. El segundo no está mal: la tela parece ligera y suave, de esa que resbala por la piel. Pero el tercero me enamora: también es sencillo, tiene pedrería en la zona del escote y la falda me recuerda a las alas de una mariposa, vaporosa y etérea. Sonrío y señalo la foto con el dedo.

            —Te quedaría precioso, Sialuk. Es… es impresionante.— admito y eso que no soy de los que se emocionan con las bodas y ese tipo de cosas — ¿Cuál te gusta a ti?

            — Estaba entre ese y el segundo, pero, ¿sabes qué? Tienes razón, es muy bonito y delicado. Creo que será perfecto.

            Me dejo caer en la cama, a su lado, y apoyo un codo en el colchón y la cabeza sobre la palma de la mano.

            — ¿Cómo empezaron a salir Hakbeom y tú?

            A Sialuk se le iluminan los ojos. Abre un cajón de la mesilla de noche y saca un par de fotografías que me enseña. En ambas están ellos, de pequeños, rodeados por otros tres o cuatro niños de su misma edad. Que bonito.

            — Ni siquiera sé en qué momento exacto surgió, ¿sabes? Simplemente, conforme íbamos creciendo, sentía con él cosas que no notaba con ningún otro. Ya me entiendes, eran tonterías, como reaccionar ante un roce, una mirada, una sonrisa. Hasta que un día una amiga se hartó de vernos tontear sin llegar a nada y nos dejaron encerrados una noche en el bar del abuelo de Hakbeom, después de que celebrásemos allí un cumpleaños. Cerró con llave por fuera.— una carcajada nostálgica escapada de sus labios — Y hacía tanto frío que casi nos vimos obligados a abrazarnos y… ya sabes, una cosa llevó a la otra…

            — Y ahora están a punto de declararse amor eterno.— resumo sonriente.

            — Todavía no me lo creo.— admite entre risas — ¿Y tú? ¿Te espera alguien especial en San Francisco?—indaga.

            Recuerdo la sonrisa de Hyoseob, dulce y perversa a la vez. Destenso los nudillos cuando me doy cuenta de que tengo la mano izquierda encogida en un puño. Seguro que es porque en algún lugar de mi subconsciente la estoy estrangulando.

            — No, no tengo a nadie.

            Sialuk sonríe con los ojos.

            — No sufras. Ya llegará.

            Intento ignorar el cosquilleo que me sobrecoge cuando el rostro de Jungkook sustituye el recuerdo de Hyoseob. ¿A quién quiero engañar? Me estoy enamorando, pero no pienso confesarle algo así a Sialuk. Trago saliva, nervioso, y me pongo en pie con la excusa de ir al estudio de Naaja para llamar a mi familia.

            Sialuk no interfiere, complaciente como siempre.

            Marco el número de casa tras cerrar la puerta y, mientras suena un par de veces, me entretengo girando un tarro de cristal y contemplando el reflejo de la luz del halógeno que cuelga del techo; hay una pequeña etiqueta sobre la que han escrito con letra irregular «Achillea borealis, Milenrama». Pues, ni idea de qué es.

Mamá descuelga al quinto tono. Sonrío.

            — Ya empezaba a preocuparme…— refunfuña, pero la noto contenta — El otro día hasta llamé a este teléfono, pero creo que el número debía de estar mal o algo así, porque colgaron enseguida.

            —¡Mamá! No vuelvas a hacerlo. Te dije que el número es de una casa particular, no quiero que les molestes, solo vengo aquí de vez en cuando. Además, estoy cumpliendo con lo que le prometí a Matthew, llamo todas las semanas.

            - Tienes razón.

            — ¿Cómo están? Háblame de Ellie.

            Mamá me hace sonreír cuando me explica que a mi hermana sigue sin hacerle ninguna gracia ir a la guardería. Siempre ha tenido carácter y berreaba y montaba un escándalo todas las mañanas. Escucho sus últimas travesuras e intento recrear en mi cabeza todos esos momentos que me estoy perdiendo.

            Toqueteo otro tarrito, este lleno de semillas rojizas que suenan como un sonajero cuando lo sacude suavemente. Leo la etiqueta: «Sambucus racemosa, Saúco rojo». Tampoco sé para qué sirven, aunque la mayoría de las bayas de por aquí suelen ingerirse, pero hay cientos, millas de especies, algunas de ellas venenosas. Le digo eso mismo a mamá cuando me pide que le cuente algo interesante.

            — También he vuelto a correr.— confieso de pronto. No entraba en mis planes decírselo hasta más adelante, porque si mañana vuelvo a caer y dejo de hacerlo la decepción será mayor.

            — ¿Lo dices en serio, Namjoon?

            —Sí. Ahora es diferente. Corro con Caos.

            — No sabes cuánto me alegra por ti.

            «Por favor, que no se ponga a llorar», ruego para mis adentros. Mi madre es tan expresiva y emotiva que siempre deja que sus sentimientos fluyan y, a veces, ser consciente de cuánto me quiere y de cuánto daño le he hecho hace que me sienta como si me oprimiesen los pulmones.

            - Te noto mejor. En todo. Sé que estás bien, Namjoon. Si tuviese alguna duda, habríamos ido por ti de inmediato, lo sabes, ¿verdad? No me importa que seas mayor de edad, sigues siendo mi pequeño. — suspira hondo — Y además, ya no tienes que preocuparte por Hyoseob. Se acabó.

            Me quedo sin aire. Aprieto el teléfono.

            — ¿Qué quieres decir?

            — Sus padres llamaron a casa esta semana y me contaron lo que les dijiste; querían saber qué tal estabas. Hyoseob está recibiendo la ayuda que necesita. Ayuda especializada.

            Intento que no note que me tiembla la voz:

            —Tengo que colgar, mamá. Te llamo pronto, te lo prometo. Y dale un beso a Ellie y Matthew de mi parte. Cuídate.

            Dejo escapar de golpe el aire que estaba conteniendo.

            No sé qué pensar.

            Quiero reír y llorar a la vez. Y esta sensación tan contradictoria se parece mucho a lo que siempre he sentido respecto a Hyoseob. Porque la odiaba. Pero también la amaba muchísimo. Era demencial. Me desgastaba vivir en ese vaivén de emociones.

Supongo que de eso se valen las personas altamente manipuladoras. Así te hacen dudar de ti mismo. Con mentiras, atacando las debilidades, haciéndote sentir insignificante para después halagarte y volver a mantenerte dentro de tu pegajosa tela de araña. Tiemblo al recordar el juego emocional, las amenazas con hacerse daño a sí misma casi al final, cuando empecé a desprenderme de esa venda tejida de engaño que no me dejaba ver la realidad.

            Hyoseob era tóxico.

            Y ahora ya no está en mi vida. Por primera vez desde que era casi un niño soy libre, estoy solo conmigo mismo, no forma parte de un pack indivisible.

            Respiro hondo y regreso con Sialuk, que me recibe con una sonrisa, una taza de chocolate caliente y un montón de tortitas recién hechas y regadas con jarabe de arce. Seguro que no se imagina lo mucho que valoro una merienda tranquila y una buena conversación después de años donde lo «normal» era cualquier cosa menos eso.

            Me gusta nuestra rutina.

            Jungkook tiene el don de conseguir que un día sea perfecto solo con estar presente en él. ¿Cuántas personas pueden decir lo mismo? Es probable que mi conclusión tenga mucho que ver con lo que siento por él. Me gustaría decir que, a medida que lo conozco más, me convenzo de que estamos bien así, limitándonos a un par de miradas anhelantes al día. Pero no. No sería cierto. De hecho, empieza a resultar incómodo fingir que solo me interesa como amigo, porque lo que siento cuando lo veo está lejos de parecerse a la calma que me produce encontrarme con Hakbeom, por ejemplo.

            Y, además, no lo entiendo.

            No entender las cosas es algo que siempre me ha frustrado. Y no solo en referencia a las emociones de otra persona, sino también cuando se trata de algo más banal, como un tonto problema matemático. Hace que me sienta impotente, como si me atasen las manos con una soga transparente y, encima, nadie más pudiese ver precisamente eso, ¡que estoy atado! Así es imposible que pueda resolver nada.

            Jungkook es uno de esos problemas sin respuesta.

            A veces lo miro, lo miro durante horas, como si una parte de mí hubiera deducido que, si mantengo los ojos fijos en él durante una eternidad, la respuesta correcta aparecerá ante mí con un tintineante «¡Ding, ding, ding!». Tendré una solución, me darán quince puntos y ganaré el concurso, y correré hacia él con los brazos en alto, eufórico y radiante y…

— Namjoon.— me llama secamente, pero no aparta la mirada del reloj con cronómetro que lleva en la muñeca — Estás bajando el ritmo, concéntrate. Si no puedes ir más rápido, dímelo, pero no hagas estos cambios bruscos; Vamos a intentar mantenernos a cinco.

            — Bien.— logro decir entre jadeos.

            El suelo resbala un poco y voy con tiento. El sendero que conduce al pueblo es el único lugar que no está recubierto de nieve. Los primeros días, hace semanas, se derretía al poco de caer. Después adoptó una consistencia blanda y caminar por ella era similar a hacerlo sobre una nube esponjosa, y ahora es una cosa intermedia. Está por todas partes; el frío manto recubre las rocas, las montañas, el tejado de las casas, las copas de los árboles y el suelo. El mundo es blanco.

            — ¡Hace frío!— protesto — Y me duele la garganta.— es verdad, me escuece un poco, no es que me esté muriendo, pero… — ¿Cuánto falta todavía?

            Lo veo debatirse mientras me mira de reojo.

            —Está bien, para ti.

            — ¿En serio?

            No me creo que «el general» haya accedido a que dejemos un entrenamiento a medias a no ser que sea un milagro divino. Puede que tenga que ver con que la Navidad está cerca. Bromas aparte, Jungkook es exigente. Me gusta que lo sea, porque nadie nunca me ha instalado a que dé lo mejor de mí. Hace que me esfuerce. Y después de esforzarme siempre noto una satisfacción cálida en el pecho.

            — Hace un rato que pasaste el objetivo de hoy.— dice, al tiempo que da media vuelta y empieza a caminar de regreso a casa. Caos se resiste un poco cuando entiende que el paseo ha llegado a su fin, pero nos sigue porque no le queda más remedio.

            — ¿Y por qué has hecho eso? ¡Me estaba muriendo!

            Se ríe y niega con la cabeza.

            — Eres un drama con patas.

            — No tiene gracia.— refunfuño y piso sobre la nieve con todas mis fuerzas como método infalible para reflejar mi enfado — ¿De dónde sacas eso? ¿Qué tengo de dramático?

            — ¿Todo?— alza una ceja y luego sus rasgos se suavizan; acaricia a Caos cuando este se acerca y camina a su lado — La meta tiene que variar. Lo hago para que no te condiciones inconscientemente. Solo era una prueba para ver si podías dar más de ti. Y sí que puedes.

            Avanzamos un rato en silencio. Los abetos que crecen aquí y allá parecen susurrar entre ellos cuando el viento los sacude, como si estuviesen contándose un montón de secretos. Miró y Jungkook. Está relajado. Mantiene la vista al frente mientras anda con pasos largos y seguros.

            — ¿Cuándo se irá el frío?— pregunto.

            Arruga la frente.

            — Acaba de llegar.

            — ¡Eso no es verdad! Ya hace un mes que empezó a nevar.— insisto, y no es que no me guste la nieve como tal, lo que no me gusta es este aire gelido que te cala hasta los huesos y se queda ahí para siempre; Tengo la piel seca, los labios algo agrietados y ya no recuerdo esa sensación de cerrar los ojos y notar el sol acariciándote hasta las pestañas con esa suavidad que desprende el calor.

  — Tienes la suerte de haber ido a parar a una zona bastante agradable, créeme. El norte de Alaska, eso sí que es duro.— señala y después ralentiza el ritmo hasta casi dejar de caminar y se moja los labios con lentitud; si supiese los pensamientos que cruzan mi mente cada vez que hace eso, probablemente lo evitaría — ¿Estás pensando en marcharte?

            — ¿Qué? No, claro que no.

            Sigue mirándome.

            — Si en algún momento necesitas que alguien te lleve hasta la estación de tren más cercana, sabes que puedes pedírmelo, ¿verdad?

            — ¿Por qué haces esto?

            — No quiero que te sientes atrapado aquí.

            — No estoy atrapado.— lo veo pasarse una mano por el oscuro cabello y suspirar nervioso. Intento pensar en algo para cambiar de tema — ¿Es cierto lo que dicen? Que cada copo de nieve es único y no existe otro igual.

            Jungkook tarda unos segundos en contestar. Retomamos el paso.

            — En realidad, creo que el dicho nace por las muchas variedades que existen, depende de la temperatura y otros factores. Están las estrellas hexagonales delgadas, las agujas, las columnas huecas, placas, dentritas…

            —Padre santo. Eres un friki de la nieve.

            Me río y Jungkook me miran sorprendidos, y luego sus labios dibujaron una sonrisa traviesa, de esas que casi nunca se permite esbozar. Se agacha con su serenidad habitual, coge un poco de nieve y la moldea entre las manos.

            — ¿Qué estás haciendo?— pregunto.

            Aunque empiezo a ser inmune a sus rarezas, todavía consigue sorprenderme de vez en cuando. Ahora es una de esas ocasiones. Está serio, parado en medio del camino, con Caos moviendo la cola a su lado y las manos formando una… una…

            —Namjoon.

            El sonido ronco de su voz provoca que alce la mirada hacia su boca. Y ese es el momento en el que una bola de nieve me golpea en el hombro derecho. Miro el lugar del impacto, todavía alucinando porque Jungkook haya hecho algo tan… ¿insesperado?, ¿divertido?, ¿impulsivo?

            Sonrío, cojo un puñado de nieve y se lo lanza como si fuese confeti de colores antes de salir corriendo. Caos me sigue animado, con la lengua fuera; Creo que el pobre se piensa que continuamos con el entrenamiento. Jungkook hace otra bola de nieve, la aprieta entre sus manos para darle consistencia y me da de lleno en la cabeza. Suerte que llevo un gorro de lana.

            — ¡Ey, ahí no vale!— protesto, me agacho y lo imito apretando la nieve entre las manos enguantadas.

            — ¿Desde cuándo existe esa norma?

            —Desde ahora. Eres tan aburrido que jamás pensé que fuésemos a necesitar fijar ciertas reglas. No te pega nada lanzar bolas de nieve, ¿sabes? Pero si quieres guerra...

            El azul de su mirada se ensombrece bajo las pestañas oscuras cuando entrecierra los ojos. Tararear. Quizás me pasó un poco.

            — Aburrido, ¿eh? — sisea.

            — No quería decir eso. No exactamente.

            Sonrío con timidez, en son de paz, pero tan solo recibo a cambio otra bola de nieve que me impacta en la cintura. Grito como un histérico y corro hacia un lado del camino. Me escondo tras un abeto pequeño y Caos me sigue, como siempre. Se mueve a mi lado, agitado.

— ¿Qué haces ahí parado, colega? ¡Ataca al enemigo! Vamos, ¡ataca!— insisto y escucho la risa profunda de Jungkook apenas a unos metros de distancia.

            Separo una frondosa rama entre los dedos para ver cómo viene hacia aquí y, en cuanto nuestras miradas se cruzan, lanza otra bola que impacta en el árbol. Caos ladra. Le acaricio un segundo para tranquilizarlo y luego hago una enorme pelota de nieve. Me encojo de cuclillas hasta que escucho sus pasos cerca, muy cerca, y entonces salgo disparado lo más rápido que puedo, lo agarro por sorpresa y el montón de nieve golpea su mejilla derecha. Cierra los ojos un segundo, probablemente procesando mi buen tiro y, cuando los abre de nuevo, leo la venganza en su mirada.

            Vuelvo a gritar, esta vez entre risas.

            Y corro, corro, corro.

            Yo sigue. Creo que ha olvidado las bolas de nieve y su máximo objetivo ahora es atraparme. Distingo la cabaña a lo lejos y hago un último esfuerzo, pero no puedo dejar de reír, y eso hace que respirar entrecortadamente y perder la concentración.

            Jungkook me atrapa.

            Ahora sé cómo se siente una inocente gacela frente a un león hambriento.

            Me empujo por la espalda, resbalo y, cuando intenta sostenerme, los dos terminamos cayendo al suelo. Y sí, antes de que me equivocara. La nieve tiene poco que ver con lo que imagina que será caminar sobre una nube, porque caer sobre ella es doloroso, está dura y, obviamente, helada.

            Tardo unos segundos en recuperar el control. Estoy tumbado boca arriba, respirando agitado, exhausto; el cielo es liso, de un tono gris luminoso que me recuerda al nácar, y las copas de los árboles se estiran para alcanzarlo. O eso es lo que contempla hasta que el rostro de Jungkook interfiere en mi campo de visión.

            — Conque aburrido, entonces.

            — ¿Todavía sigues con eso?— bromeo — Lo dije hace como un millón de años. Empezará a estudiarse en los libros de historia clásica dentro de poco.

            — Húm, encima listillo.— le brillan los ojos y el azul es intenso, turquesa; me sujeta las manos y el gesto me desconcierta, momento que él aprovecha para coger un montón de nieve y restregármela por la cara — Esto sí que pasará a la posteridad.

            — ¡Qué demonios!

            Jungkook se ríe con todas sus fuerzas cuando escupo un trozo de nieve. Y de pronto, soy muy consciente de que su cuerpo, todo él, está sobre mí, sacudiéndose a causa de las carcajadas. Me arden las mejillas y mi corazón mete quinta de golpe, sin avisar. Se me seca la garganta y tengo que tragar saliva para deshacer el nudo que me oprime. Es tan... tan él, tan suyo, tan único, que quiero besarlo. No, «querer» no es la palabra.

            Necesito besarlo.

            Y antes de que pueda pensar en los pros y los contras o valorar las posibles consecuencias, lo hago.

            El beso.

            Con una mano acuno su mejilla mientras que con la otra rodeo su cuello para acercar su rostro al mío y su risa se extingue en cuanto nuestros labios se rozan. Los suyos son suaves, perfectos, pero están rígidos y noto cómo se debate interiormente y enfrenta su lucha particular. Me gustaría saber por qué duda. Yo no tengo ni un ápice de indecisión. Me gusta Jungkook, a pesar de ser opaco, incluso con todos los huecos que faltan por rellenar. Suena irracional, pero sé de lo que hablo por la sencilla razón de que nunca antes había sentido nada igual. Es vértigo. Es estar en el filo de un acantilado, mirando hacia abajo, decidiendo si te atreves a precipitarte al vacío o das un paso atrás y regresas a la seguridad, a tu confortable existencia sin sobresaltos.

  Yo me arrojé hace tiempo. Salté sin más.

            Imprimo en el beso todo el deseo reprimido durante estas últimas semanas y él lanza una especie de jadeo contenido antes de entreabrir los labios y dejarse encontrar. La tentadora y cálida cavidad de su boca contrasta con el frío que noto en la espalda, pero dejo de ser consciente de que sigo tumbado sobre un inmenso montón de nieve cuando nuestras lenguas se rozan y casi puedo ver fuegos artificiales detonándose a mi alrededor.

            Nuestras bocas encajan. Conectamos.

            Una oleada de calor me sacude cuando Jungkook presiona mis labios con más fuerza. El beso se vuelve apremiante, furioso, y sus manos se aferran entre puños a mi pecho. ¿Cómo era eso de respirar? Creo que tenía que ver con inspirar, aspirar o algo así. No importa. Ahora mismo no me importa nada más allá de lo que estoy sintiendo; la sensación burbujeante en mi estómago, su lengua húmeda, el cosquilleo que se apodera de mis extremidades.

            Se fue de tener frío.

            Quiero más.

            Quiero que este beso sea eterno.

            Noto lo rápido que le tarde el corazón al posar una mano en su pecho, y luego la deslizo hacia arriba, hacia sus hombros, el cuello y la mandíbula. Jungkook emite un gruñido seductor y se aprieta más contra mí. Nunca había estado tan excitado y, por lo que puedo deducir a través de la ropa, él siente lo mismo. Ese chispazo que surge en cuanto lo veo se está transformando en un incendio que avanza implacable; Deberíamos levantarnos, entrar en casa y acabar con esta tortura de una vez por todas. De hecho, creo que es la mejor idea que he tenido en mi vida cuando, de pronto, abrumado y jadeando, Jungkook se aparta y se queda inmóvil.

            Abró los ojos. Me mira con tal intensidad que me pregunto qué demonios estarán viendo. Dejo escapar un suspiro ahogado al sentir sus dedos ascendiendo por mi mentón hasta acariciarme con el pulgar el labio inferior; su mirada se queda ahí, detenida en mi boca. Después, cuando ya estoy a punto de suplicarle que vuelva a besarme, niega con la cabeza para sí mismo y su rostro revela la angustia y la desolación que es incapaz de trasmitir con palabras.

            —Lo siento, Namjoon…

            — No, ¡no hagas eso otra vez!— apoyo una mano en su mejilla y lo obliga a mirarme — ¿Por qué? No lo entiendo. Explícamelo.

            - I can't.

            - Por favor…

            Siento el viento helado colarse entre ambos cuando su cuerpo se separa del mío. El miedo, latente, tiñe su mirada mientras se pone en pie. Me incorporo, todavía confuso, y me quedo sentado en la nieve, incapaz de dejar de mirarlo.

            — ¿Qué es lo que pasa?— pregunto con un hilo de voz.

            Jungkook suspira con brusquedad y se lleva una mano a la frente al tiempo que camina de un lado a otro con la vista fija en el cielo. Pasa una eternidad hasta que se deja caer junto a mí, en la nieve, y me sostiene la barbilla con la punta de los dedos. Hay una súplica silenciosa en sus ojos, pero no, no quiero verla, no quiero.

            — Pasa que soy un puto egoísta.— contesta con la voz rota — Te lo dije, Namjoon. Estoy jodido, muy jodido. Y odio hacerte daño, porque cuando estoy contigo, durante ese tiempo, lo olvido… todo.

            Vuelve a levantarse y da un paso atrás, y luego otro y otro.

            Ignora el dolor que refleja tu rostro.

            Es el karma. Es eso.

            Me he pasado toda mi vida utilizando a las personas. No exactamente como lo hacía Hyoseob, porque ella, como descubriría más tarde, siempre supo que jamás podría llegar a enamorarse de ninguna de ellas. Yo, en cambio, albergaba la esperanza. Pero, mientras no llegaba, disfrutaba, reía, follaba, me divertía. Nunca le prometí nada a nadie, pero ahora me pregunto si alguno de esos rostros sin nombres sentiría algo más por mí. Antes solo miraba mi propio ombligo. Quizás le rompí el corazón a alguien sin ser consciente de lo que estaba haciendo. Quizás le hice daño a otra persona.

            Dudo que Jungkook sepa lo que hoy me ha hecho sentir. No se imagina hasta qué punto alcanza todo lo bueno y, también, todo lo malo, y lo complejo de mezclar ambas emociones, contrarias, que se repelen ya desde este instante deben permanecer juntas dentro de mí.

            Quiero sacarlas.

            Quiero quedármelas.

            No sé qué quiero.

   — Tengo tarta de queso, pero es de ayer, está un poco dura. Puedo calentarla en la sartén por el lado de la galleta, si te apetece.— John se agacha a mi lado y deja la taza de chocolate en el suelo, frente a la chimenea — Creo que también tengo arándanos maduros y algún fruto seco debe de quedar en la despensa.

            Lo abrazo antes de que pueda decir nada más. Es un abrazo un poco torpe y raro, porque él está de cuclillas y yo tengo que estirarme hacia un lado para alcanzar su pecho, pero no se aparta. Por fin noto las lágrimas calientes, pugnando por salir hasta que lo consiguen. Me estremezco mientras John me acaricia el pelo valiéndose de su serenidad habitual. Huele a madera; es un aroma cálido y familiar. Deseo esconderme en algún lugar perdido y no volver a salir en mucho, mucho tiempo.

            —Tranquilo, muchacho.

            Me aparte de él todavía con ojos llorosos.

            — Siento molestarte a todas horas.— murmuro balbuceante — Debes de pensar que soy un niño estúpido, peor que un grano en el culo.

            John sonríe y se sienta a mi lado, cruza las piernas con cierta dificultad y me da una palmadita en la espalda con una de sus enormes manos. El piano que suena de fondo enmascara el crepitar del fuego.

            — Tengo la suerte de no saber aún cómo es un grano en el culo, así que debo de ser un hombre afortunado.— dice y luego su voz se torna más suave — Namjoon, no eres estúpido, ni mucho menos una molestia para mí. Al revés. Estás aquí, ¿no? Antes de que tú llegas…—hace una pausa y suspira hondo—Hacía mucho que no tenía visitas. Creo que me había olvidado de lo que era compartir un rato agradable con alguien, con un amigo. Así que no digas cosas que no son verdad.— vuelve a adoptar su habitual tono severo — Piensa que al menos tu presencia hace feliz a un viejo como yo, no es que sea mucho, pero…

            — Sí que es mucho. Para mí, sí.

            Sonrío entre lágrimas y después vuelvo a abrazarlo.

            No recuerdo cuándo fue la última vez que me sentí así de triste. Existen muchos tipos de tristeza: está la que va acompañada de dolor, la que se esconde tras la rabia, la que simplemente aparece un día y se queda y no sabes por qué ni cómo, y la tristeza por amor, que es muy extraña, porque estar deprimido por algo tan bonito es un sentimiento complejo y difícil de manejar.

            — ¿Qué ha pasado, muchacho? Te dije que Jungkook no era un mal tipo, todo lo contrario, pero de ahí a que tuvieses que elegirle justamente a él de entre todo el pueblo…— chasquea la lengua — Se ve de lejos que tiene sus demonios.

            —A Jungkook no le gusta.

            —Namjoon…

            — ¿Por qué piensas que estoy mal por él? Podría ser por cualquier otra cosa. Por los pobres caribús. Por el horrible frío que hace. Porque aquí es casi imposible encontrar un poco de leche decente.

            John arruga la frente y se frota la barba con la palma de la mano.

— Pasan juntos todo el día. Y todavía llevas puesta la ropa de entrenamiento.

            —No quiero hablar de esto contigo, John. Es incómodo.— admito al fin mientras fija la vista en el fuego.

            - Como quieras. Puedes quedarte a pasar la noche aquí, si no te apetece estar solo. Tengo una habitación de invitados y salmón fresco para cenar.

            Asiento con la cabeza y el sonrío.

            Nos quedamos un rato más ahí, los dos sentados frente a las llamas anaranjadas y amarillas que bailan dentro de la chimenea. Me gusta la casa de John, es acogedora, con todos sus muebles rústicos y sus antiguasllas. Cuando vuelvo a recordar por enésima vez el tacto suave de los labios de Jungkook, me giro y le pregunto si podemos jugar una partida al ajedrez. Él accedió entusiasmado. Le doy la espalda a la chimenea, pero no me levanto de la alfombra. Cojo mis fichas, las negras, y las coloco en mi lado del tablero mientras John hace lo mismo con las suyas. Saco un peón. Él también. Muevo el mío otra casilla en la siguiente jugada y espero al turno de John.

            — ¿Has estado enamorado alguna vez?

            Levante la mirada del tablero.

            —Sí, hace años.—carraspea.

            — ¿Y cómo era? ¿Que Paso?

            Sonríe burlón y avanza con un alfil otra casilla.

            — Así que el señor quiere que respete su intimidada, pero quiere poder hurgar en los amoríos de los demás. Interesante posición.

            — No, bueno, no es exactamente así.— bajo la mirada hacia el tablero — Bueno, tienes razón. Soy muy cotilla.— digo — Resulta que a Jungkook no le gusto. Fin de la historia. Ahora te toca a ti; Háblame de ese amor del pasado.

            John deja escapar una brusca carcajada.

            —Le importas más de lo que crees, Namjoon.

            — ¿Cómo lo sabes?

            — Porque antes apenas hablaba y ahora, al menos, está intentando volver a comportarse como una persona normal. Se esfuerza. Tú también has cambiado desde que llegaste aquí, en el buen sentido.

            — ¿A qué te refieres?

            Reprimo una mueca de angustia cuando veo morir cruelmente a una de mis torres. Creo que la partida terminará pronto. No es el mejor día para exigirme concentración.

            — Tus gestos son más suaves, ya no estás tan a la defensiva y pareces más contento. Además, has dejado de ponerte tanta cosa de esa… ¿Cómo lo llamabas…?

            — ¿Sombra de ojos?

  — Eso.— afirma — Y estás más lleno. Estás mejor.

            — Es decir, que estoy más gordo.

            — ¿En qué cabeza cabe eso?

            —Da igual. Olvídalo.— suspiro — Cuéntame esa historia.

            — No hay mucho que explicar y tampoco se me da bien hablar de estos temas, pero ella era especial. Preciosa. Y muy alegre, aunque tenía carácter. Era testaruda para sus cosas. Siempre me gustó eso, hay defectos que tienen su encanto. Éramos jóvenes cuando nos conocimos y vivimos un amor apasionado, sin horarios ni barreras. Por aquel entonces, viajaba mucho durante la época de competiciones, hacía contactos, me relacionaba con gente del mundillo, y ella siempre me acompañaba; sabía de negocios y era buena calando a la gente. Tiempo después, llegaron unos años más tranquilos… pero muy felices…— veo que parpadea más de lo normal antes de ponerse en pie de golpe — Será mejor que vaya a la cocina y lo deje todo listo antes de la hora de la cena.

            Asiento y desaparece de la estancia.

            Creo que estaba a punto de llorar.

            No es justo que amar resulte tan doloroso.

            Cuando regresa al comedor, sigo sintiendo curiosidad por saber qué le pasó, pero no hago más preguntas y él no vuelve a tocar el tema. Jugamos otra partida antes de preparar juntos la cena y, después, nos comemos el salmón en silencio, disfrutando de la mutua compañía. Cuando bostezo por cuarta vez consecutiva, John insiste en que debo descansar y me acompaña hasta el cuarto de invitados.

            Es una habitación pequeña con una cama individual y varias cajas de cartón en el lado opuesto, apoyadas sobre la pared. Hay una mesita de madera y una lámpara con forma de media luna. Las sábanas y las mantas huelen a polvo, pero no se lo digo. Me acurruco entre ellas y John me observa durante unos segundos antes de darme las buenas noches y apagar la luz.

4 de marzo

            Querido diario,

            Ayer tuvimos una fuerte discusión.

            Nunca había visto a Kayden así, hablando con tanta frialdad y desdén. No parecía el mismo. Se muestra siempre tan tranquilo, tan sereno, que era como si estuviese saliendo a relucir una parte muy oscura que nunca me había permitido ver. Y no me gusta que exista. I don't like. Quiero al chico que sonríe y que siempre encuentra esa palabra que me levanta el ánimo, el chico que me limpia la barbilla de nata y me mira fijamente cuando piensa que no le veo.

            Le pedí explicaciones por lo de su familia y eso pareció molestarle. Acababa de recogerme para ir a merendar y, ya en el coche, empezó a comentar que la cena con mi madre la noche anterior había ido genial. Yo le corté antes de que girase la llave del contacto y le pregunté por qué nunca me había comentado que sus padres eran poco menos que los dueños de media Alaska.

            «¿Qué importa eso?», contestó.

            «No sé, creo que si vamos a tener un futuro juntos y en común, lo normal es que lo sepamos todo el uno del otro».

            «Pues ahora ya lo sabes».

            «Kayden, no. Tendrías que habermelo dicho antes».

            «¿Por qué?», su ceño empezó a fruncirse.

            «¡Porque es tu familia, demonios! ¿Cómo puede importarte tan poco? ¡No me lo creo, no es posible que ignore que existe de esta manera!».

            Kayden se humedeció los labios y su mirada adquirió un tono sombrío.

            «Para mí están muertos. Todos», sentencia. «Siento no ser siempre moldeable a tu gusto, Gihoon, pero no cederé en esto. Tuve que vivir en esa maldita casa hasta que cumpli los dieciocho y me marché el mismo día de mi cumpleaños, sin nada. Tú no sabes cómo hijo. Tenemos formas diferentes de pensar; sé que para ti la sangre condiciona cualquier cosa, pero para mí no. Esa es mi filosofía de vida y no pienso cambiarla, ni siquiera por ti…», se mordió la lengua. «Gihoon, te quiero, pero necesito que confies en mí, que entiendas que si tardo más en hablar algo contigo no es por ti, es porque a veces yo no estoy preparado».

Me quedé mirándolo en silencio unos segundos.

            «¿Cómo hijo?», insistí, ignorando sus palabras.

            Kayden suspir hondo y apoy la cabeza en el respaldo del vehculo. Parecía agobiado y sin ganas de hablar, pero, demonios, ¡yo también tengo derecho a saber sobre su vida! Él lo sabe todo de mí. Hacer.

            «Son malas personas. Tratan a los trabajadores del servicio como si fuesen escoria y prefieren quemar el dinero en la chimenea antes de dárselo a alguien que lo necesita. Literalmente. Mi padre se dedicaba a darle guantazos a mi madre cada vez que estaba furiosa por cualquier tontería, y ella aceptaba ese trato a cambio de poder comprarse joyas, ropa y otras cosas inútiles. Cada vez que le pedía que se divorciase y nos marchásemos lejos, me miraba como si fuese un estúpido; nunca he conocido a nadie que adorase tanto el dinero y el lujo como ella. Tiempo después, mi hermano mayor se casó y fue como si la historia se repitiese, pues trataba a Loria, su mujer, como a un trozo de mierda y ella lo permitía. Intenté ayudarla e incluso le conté mis planos de fuga, pero supongo que no le tentó la idea de renunciar a la riqueza de la familia y tener que empezar a trabajar con sus propias manos», Kayden cogió aire de golpe. «Y esa es la historia de mi vida, Gihoon, ahora ya lo sabes. Pero esto no cambia nada, no cambia lo que soy ni todo lo que conoces de mí. Lo que ves en este instante es la única realidad, todo lo demás forma parte del pasado».

            Tragué saliva e intenté similar sus palabras.

            «Siento que tuvieras que pasar por todo eso».

            «No lo sientas, ya es historia».

            Metió la llave en el contacto, pero cerré mi mano en torno a la suya antes de que pudiese girarla y arrancar el coche.

            «De verdad que si en algún momento necesitas desahogarte o hablar con alguien del tema, sabes que estoy aquí».

            Me miró y ahí fue cuando vi ese tono más sombrío en sus ojos.

            «No te preocupes. Ya te lo he dicho, para mí están muertos», concluyó.





🐼🐨💜...

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