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Capítulo 11

Nos quedamos sentados frente al fuego, en silencio, hasta que Jungkook coge el libro que está sobre el sofá. Se queda mirando la cubierta unos segundos.

            — ¿De qué trata?

            — Es una novela de intriga. La chica tiene un acosador, hay cinco sospechosos y la cosa está empezando a ponerse muy fea.

            — ¿Y ya has adivinado quién es el malo?— pregunta mientras vuelve a dejar el libro a un lado y su rodilla roza otra vez la mía cuando se gira.

            — Todavía no, soy demasiado estúpido para esas cosas.

            Jungkook me mira con los ojos entrecerrados.

            — ¿Quién te hizo creer ese tipo de cosas sobre ti mismo? Fue Hyoseob, ¿verdad?

            — Hyoseob no existe.— susurro.

            — Namjoon, puedes decirme directamente que no quieres hablar, pero no me mientas. Es lo único que te pido si vamos a ser amigos.

            — ¿Amigos? ¿Desde cuándo? Perdona, pero no estoy muy al tanto de tus planes. De hecho, hasta hace unos veinte minutos no pensaba volver a dirigirte la palabra.

            — Siento lo del otro día.

            — Bien.

            — ¿Y eso qué significa?

            — ¡Que acepto tus disculpas! Dejemos el tema.— digo nervioso — Y tienes razón, sí, fue Hyoseob la persona que fue agujereando mi autoestima lentamente, pero también fui yo, porque si hubiese puesto una barrera para impedirle entrar en mi mente y ver todas las debilidades que tenía... En fin. Ahora ya es tarde.

            Observo las llamas anaranjadas que se mecen con suavidad frente a nosotros; el suave chisporroteo se ahoga a veces tras los violentos sonidos del viento en el exterior. Veo a Hyoseob si miro el fuego. Veo su mano sosteniendo el mechero, sus labios rodeando un cigarrillo apagado y la sonrisa lobuna que se apodera de ellos cuando decide no encender eso, sino otra cosa. Solo para hacerme daño. Consecuencias de no darle lo que quiere. Y me quiere a mí.

            — Namjoon.— giro la cabeza hacia él mientras me mordisqueo el labio inferior intentando encontrar pielecitas sueltas que arrancar; los ojos de Jungkook descienden hasta mi boca y vuelven a ascender segundos después — ¿Cuándo dejaste de vomitar?

            Todavía no he decidido si me gusta o me disgusta que sea tan directo.

            — Poco después de empezar a hacerlo. No, no es como piensas. No lo hacía siempre y mi madre se dio cuenta enseguida de que me ocurría algo, pero no por eso, sino porque comía menos. Comía nada, en realidad. Adelgacé demasiado y empezó a vigilarme. Me llevaron al médico y Matthew pagó un pastizal para que pudiese acudir a la consulta de uno de los mejores psicólogos especializados en desórdenes alimenticios. En parte sirvió, aunque nunca fui totalmente sincero con ese hombre. Pero dejé de vomitar. Odiaba hacerlo.— bajo la voz — Me cuesta más controlar el otro tema, pero él dijo que siempre quedaría... un rastro de la enfermedad, incluso habiéndola atacado a tiempo. A veces me olvido y soy normal, como normal, hasta que pasan unas semanas y me miro en el espejo y descubro que he engordado. O simplemente el pensamiento vuelve. Es como un bucle. Pero ahora estoy bien. Estoy... controlándolo.

Jungkook tarda casi un minuto en volver a hablar y el silencio que se propaga durante ese tiempo es casi doloroso. Quiero romperlo.

            — El otro día lo dije en serio: estás perfecto sin maquillaje.

            — Vacío.

            — ¿Te preocupa encontrarte?

            — No, no lo entiendes. Lo que me preocupa es no encontrar nada.

            Los ojos de Jungkook se mueven inquietos por mi rostro como si estuviese intentando memorizar cada señal, cada peca, cada gesto. Me gustaría cubrirme con la manta para impedir estar tan expuesto, pero sería muy raro, así que aprieto los dientes sin que lo note y aguanto el escrutinio.

            — ¿Lo dices en serio?— pregunta.

            — ¿Qué? ¿Ahora me dirás qué te sorprende?

            Tensa la mandíbula y sus dedos, apoyados sobre la colorida alfombra, se encojen con suavidad en un movimiento casi imperceptible.

            — Porque veo en ti justo lo contrario. Te veo lleno, muy lleno, casi caótico; como alguien con demasiados pensamientos, todos enredados entre sí y no sé... no sé ni lo que digo.

            — Júrame que ves eso.

            — Te lo juro, Namjoon.— dice serio — ¿Por qué te importa tanto?

            — Nadie desea ser un cascarón vacío y frágil, todos queremos ser el huevo y, a ser posible, con yema; es evidente que es la mejor parte. Luego existen una serie de fenómenos puntuales que llegan al mundo con dos o tres yemas, pero aspirar a eso sería casi un alarde de egocentrismo.

            — ¿Estás comparando la vida con un huevo?

            — La vida y lo que cada uno puede aportar al mundo. Lo que somos. Yo lo único que sé es que no quiero ser solo cáscara. Y si lo soy... intentaré ocultarlo. Ya está. Ey, ¿por qué te ríes?— lo miro enfurruñado — ¡Para! ¡Deja de reírt...!

            Pero me callo de golpe, en el mismo instante en el que me doy cuenta de que nunca lo había visto reír así, despreocupado. Su risa es como una lluvia veraniega, de esas que llegan en una tormenta inesperada y te empapan de arriba abajo. Deseo memorizarla, quedármela para siempre.

            — Deberíamos hacer la cena.— dice poco después — Yo me encargo. Quédate aquí frente al fuego, si quieres.

            — No. Voy contigo.

            Arrastro la manta hasta la diminuta cocina; no pienso desprenderme de ella y morir congelado. Jungkook abre los armarios de madera e inspecciona mi triste despensa con el ceño fruncido. Al final se decide por una lata de carne en conserva y otra de guisantes. Pone una sartén al fuego, vuelca el contenido de ambas latas y, mientras se calienta, añade especias y sirope de arce, imagino que para enmascarar el lamentable sabor habitual de las conservas; por suerte, las compré al poco de llegar y no me había visto en la tesitura de tener que usarlas hasta ahora.

— ¿Tan horrible sabe?

            — Lo suficiente como para ahorrarte el mal trago. Literalmente.

            Me gusta el Jungkook que hace el esfuerzo de intentar bromear, incluso aunque no sea precisamente su fuerte. Creo que eso es lo más gracioso de todo. Le sonrío.

            — Vaya, gracias.

            — ¿Tienes huevos?— pregunta con un rastro de diversión y deduzco que está recordando nuestra última conversación.

            — Creo que quedan un par.

            — Puedo hacer un revuelto.

            — Buena idea. Un desayucena.

            — Eres increíble.— niega con la cabeza, sin ser consciente de que su «eres increíble» provoca que me dé un vuelco el estómago y eso que no tengo muy claro si significa algo bueno o malo — Está bien, hagamos un desayucena; ¿me pasas los huevos?

            Poco después, los dos volvemos a estar sentados frente a la chimenea, en la alfombra, cenando en silencio. Por una vez, la ausencia de palabras no me parece tan terrible. Miro por la ventana mientras mastico; la nieve sigue empeñada en conquistarlo todo a su paso, porque no deja de caer.

            — Come más revuelto. Es proteína.

            Acepto el plato cuando Jungkook me lo tiende y pincho con el tenedor los trocitos amarillentos del huevo para llevármelos a la boca. Él no se deja ni un solo guisante y, cuando terminamos de cenar, me pregunto si se habrá quedado con hambre. Regreso al salón tras llevar los platos vacíos a la cocina.

            — Si tuviera barritas Twix...— suspiro.

            — ¿Qué tienen de especial?

            — Llevan caramelo. Me gusta el caramelo.

            — ¿Has probado a comprar caramelo?

            — No tiene gracia, ¡no es lo mismo!

            Jungkook no contesta, se levanta y mete otro tronco en la chimenea. Las llamas se desvanecen unos instantes para luego resurgir con más fuerza y apoderarse del nuevo invitado, rodeándolo hasta hacerle arder. Parpadeo, me escuecen los ojos después de mirar fijamente el fuego durante tanto tiempo.

            — ¿Seguiste viendo a Hyoseob después de aquello?

            — Sí.

            — ¿Por qué?

            — Porque sí, porque la necesitaba.— Jungkook me mira fijamente, intentando encontrar una respuesta que no le doy — No es justo que solo hablemos de mí y que tú te guardes todos tus secretos.

            — No me has preguntado nada.

            — Claro, porque sabía que no contestarías.

            — Prueba a ver.

            Vuelve a acomodarse a mi lado y yo tardo unos segundos en advertir que me está dando carta blanca. No me lo creo. Este «momento transparencia» es falso.

     — ¿Qué significa tu nombre? Sé que es una palabra inuit, pero cuando se lo pregunté a John me mintió y me dijo que no representaba nada.

            — Significa «trozo de hielo».

            Me quedo callado.

            Qué nombre más... desolador.

            — Es triste. No me gusta.

            — Es lo que es.— Jungkook se encoje de hombros — Así que necesitabas a Hyoseob en tu vida.— prosigue, como si no hubiese habido una pausa en la conversación — ¿Y a tus padres les parecía bien?

            — Todo el mundo pensaba que Hyoseob era encantadora; es el tipo de chica que sabe captar la atención cuando entra en una habitación y que parece angelical. Solo las personas que tuvieron la mala suerte de enfrentarse a ella conocían la verdad.— explico y emito un suspiro cansado — Yo la amé. En algún punto que no sé concretar, conectamos de un modo insano. Lo hacíamos todo juntos. Nunca había sitio para una tercera persona entre nosotros; era obsesivo y al final empecé a agobiarme. Más que eso, me di cuenta de que Hyoseob me conducía por caminos que no quería recorrer.

            Jungkook se recuesta un poco hacia atrás y se apoya en un codo. Le paso un almohadón que no llega a usar, porque no cambia de postura.

            — ¿Y adónde llevaban esos caminos?

            — Antes tú. Los perros. John me dijo que tiempo atrás competías y entrenabas. Cuéntamelo. Quiero saber la historia.

            Se queda callado. El viento ulula fuera y arranca quejidos a las ramas de los árboles que encuentra a su paso. De pronto, la luz del comedor se apaga. Y también la de la cocina. Jungkook se pone en pie de inmediato.

            — Mierda, han saltado los plomos.

            — ¿Y ahora qué hacemos?

            — Nada, no toques nada.

            Lo sigo hacia la cocina y antes de poder cruzar el umbral de la puerta, él regresa sobre sus pasos y chocamos. Me sujeta por los codos y noto su aliento cerca, muy cerca.

            — Vamos al comedor, intentaré que el fuego dure hasta que se calme la tormenta.

            — Esto no me gusta nada.— murmuro mientras volvemos sobre nuestros pasos.

            — ¿Te da miedo la oscuridad?

            — Sí, y también la muerte.

            — No exageres, solo es un poco de mal tiempo. Coge las mantas y siéntate, las vas a necesitar porque de madrugada bajan aún más las temperaturas.

            — Dios. Esto es demencial.

            Veo a Jungkook sonreír; el fuego proyecta sombras y luces en su rostro de marcadas facciones, los ojos brillan de un modo extraño ante el fulgor y, en vez de azules, parecen dorados. Junta las brasas bajo los troncos y añade un par más de los finos. Quedan tres, dos gruesos y uno pequeño. Me da que esta noche vamos a conocer la palabra «frío» en su máxima expresión.

            Dejo en la alfombra todas las mantas con las que suelo taparme en el sofá —nunca parecen suficientes— y Jungkook para de toquetear el fuego y vuelve a sentarse a mi lado. Estamos muy juntos, los dos cara a la chimenea, nuestras piernas rozándose. Tengo que controlarme para no hacer ninguna estupidez.

            — Ibas a hablarme de los perros.— le recuerdo.

            — Sí, eso. Es una larga historia.

            — Presiento que tenemos tiempo de sobra, ¿o es que tienes una cita con el dentista? No jodas. Creo que entonces llegarás con retraso.— bromeo.

            Jungkook sonríe débilmente.

            — Terminé ahí por casualidad. Llevaba toda mi vida viendo carreras de mushing y nunca me había llamado la atención como para querer dedicarme a ello. Pero entonces la encontré a ella. Pirsuq.

     — ¿Una chica?— pregunto con un nudo en la garganta.

            — No.— su voz se tiñe de nostalgia — Era una hembra alaskan malamute. Estaba herida, en la cuneta de una carretera. La habían abandonado por ser mayor; supongo que no les servía, no quisieron alimentar una boca más y la dejaron a su suerte. Yo... estaba un poco solo en aquella época, así que me la llevé y, cuando se curó unas semanas más tarde, fui incapaz de dársela a la familia de acogida que ya había encontrado para ella. Se quedó conmigo. Teníamos un vínculo bastante especial, algo parecido a lo que tú has desarrollado con Caos.— suspira y echa la cabeza hacia atrás — Pero como te digo, Pirsuq tenía ya cierta edad y murió tres años más tarde.

            — Es una historia bonita. Y triste, también.

            — Pirsuq hizo que me diera cuenta de lo que quería hacer. Se me daba mejor estar con los perros que con las personas, y me topé con un adiestrador que era un buen tipo, un tipo justo, como John. Te sorprendería cuántos criaderos maltratan a los animales o los abandonan si no les son útiles. Me enseñó todo lo que sé. Empecé en competiciones pequeñas y fui escalando poco a poco de nivel. No hay mucho más que contar, Namjoon.

            — ¿Y por qué dejaste de hacerlo?

            — Eso es otra historia.

            Ante la sequedad que percibo en su voz, no insisto. Lo noto cómodo a mi lado por primera vez casi desde que nos conocemos y no quiero estropear este momento. Sé que tendrá sus recovecos, igual que yo, y lo respeto. Me froto las manos delante de la chimenea y lo miro por encima del hombro.

            — ¿Qué significa Pirsuq?

            — Te vas a reír...

            — Dímelo.— pido sonriente.

            — «Tormenta de nieve».

            — Menuda casualidad.

            Me tumbo boca arriba y observo la oscuridad del techo. No espero que lo haga, pero Jungkook me imita apenas un minuto después. Se tumba a mi lado, hombro con hombro, y permanecemos callados durante una eternidad, escuchando el rumor del fuego y nuestras respiraciones acompasadas.

            Las palabras nacen sin más, primero se atascan unos instantes en la garganta, densas, hasta que salen de golpe, sin avisar.

            — ¿Has estado enamorado alguna vez?

            Escucho a Jungkook respirar hondo.

            — Sí.

            Lo imagino. Lo imagino feliz y enamorado de alguna chica transparente de esas que regalan sonrisas complacientes. En menos de una milésima de segundo me alegro por él y, a la vez, le odio. Y luego me odio a mí por ser tan egoísta. Tengo la boca seca y trago saliva antes de hablar.

            — ¿Y es cierto lo que dicen? ¿Vale la pena?

            — Sí.

            — ¿Te arrepientes?

            Él tarda unos segundos en contestar.

            — No. Nunca.— admite — ¿Y tú?

            — He estado con muchos chicos, pero ninguno ha sido especial. Antes lo buscaba, pero después dejé de intentarlo. No me enorgullezco demasiado de cómo me comporté durante esa época.

            — ¿A qué te refieres?

            Contengo el aliento. Su proximidad disminuye mis niveles de concentración. Su mano está a tan solo unos centímetros de la mía. Podría alargar los dedos y tocarlo; solo un roce para memorizar el tacto de su piel. Cierro los ojos.

        — A que me gustaría cambiarlo. Si pudiese volver atrás, cogería una goma y borraría sus rostros; eliminaría el calor de esos cuerpos y las caricias, y todas las estupideces que dije en ese momento porque tan solo eran palabras vacías.

            — No vale la pena pensar en lo que pudo haber sido pero no fue.— susurra Jungkook, sin moverse — De algún modo retorcido, tu pasado te ha conducido hasta aquí, a cómo eres en este instante.

            — ¿Y si no me gusta cómo soy? La vida debería ser como cuando compras un electrodoméstico y al cabo de un par de semanas te das cuenta de que no es lo que querías; así que vas a la tienda, explicas tus razones, lo devuelves, te reembolsan el dinero y todos tan contentos. ¿Hola? ¿Dónde está el mostrador en el que cambian vidas? Tengo mi ticket preparado desde hace tiempo.

            — Creo que iba sin garantía y no leíste bien las condiciones.— contesta divertido — Pero, si te sirve de consuelo, a mí me gusta cómo eres. Me gustas así. Y piénsalo, a saber dónde estarías ahora si las cosas fuesen diferentes; seguro que no en Alaska, atrapado en una cabaña por culpa de una tormenta de nieve.

            En eso tiene razón.

            Supongo que cada acción tiene consecuencias, algunas buenas, otras malas y la mayoría inesperadas. Alaska es una de esas consecuencias inesperadas. Y Jungkook también. Me giro un poco hacia él y, gracias al resplandor del fuego, distingo el contorno de su rostro, la mirada clavada en el techo, y esos apetecibles labios entreabiertos.

            Me muevo por un impulso raro cuando tanteo en la oscuridad y encuentro su mano derecha. Lo toco. Mis dedos cubren los suyos con suavidad. Veo que Jungkook contiene el aliento ante el gesto. Acaricio los nudillos y deslizo la yema por las uñas cortas hasta el borde, y luego trazo un camino en dirección contraria y me estremezco al palpar el inicio de la cicatriz; es rugosa, enigmática.

            — Namjoon...— es casi como un ruego.

            — ¿Cómo te la hiciste?

            — Fue un accidente.

            — ¿Qué pasó?

            — Me atravesó la rama de un árbol.

            Casi puedo sentir el profundo dolor mientras mis dedos continúan ascendiendo por el brazo sin perder esa especie de guía en forma de cicatriz que dibuja una línea recta. Me gusta tocarlo. Me hace sentir vivo; es como si provocase una especie de vibración que zarandea cada célula dormida.

            No sé cuánto tiempo pasa hasta que me acurruco a su lado, pero, cuando lo hago, él no se mueve. Su cuerpo está en tensión, como si de un momento a otro fuese a sonar una alarma de incendios. No me importa. Apoyo la cabeza en la almohada, cerca de su hombro, y le rodeo la cintura con un brazo, pegándome más a él. Me quedo así, quieto, tranquilo al fin. No sé qué es más relajante, si el apacible crujido del fuego o poder escuchar cómo late el corazón de Jungkook. Lo oigo débil, pero constante; apenas un susurro rítmico.

            Huele endemoniadamente bien.

            Tengo que hacer ejercicios de autocontrol para no hundir la nariz en su nuca y respirar contra su cuello. Porque eso es exactamente lo que ahora mismo deseo hacer, entre muchas otras cosas. Cosas que no debería sentir. Cosas que no sé cómo ni dónde catalogar y sobre las que me gustaría leer en algún tipo de guía sobre «sensaciones y emociones desconocidas».

            Cuando, pasado un rato, empiezo a pensar que se ha dormido, su voz ronca se alza en la estancia y lo envuelve todo. Me envuelve a mí, para empezar.

mucho.

            Y entonces entiendo que el beso no ha sido un «comienzo», sino más bien una especie de despedida. Agradezco que no me vea, porque a pesar de morderme el labio no consigo contener las lágrimas que caen en silencio. Ni siquiera sé si lloro de tristeza o por el cúmulo de emociones que me ha sacudido de golpe, pero es triste tener al alcance de la mano algo así y dejarlo ir. Es tan triste...

            Los tímidos rayos del sol que acarician el cristal de la ventana se muestran brillantes al reflejarse en la nieve. Parpadeo, confuso, y me doy la vuelta entre las mantas para descubrir algo que ya sabía: Jungkook se ha ido.

Me quedo un rato ahí, rememorando el tacto de su piel y el sabor de sus labios. Hemos dormido en la alfombra y en la chimenea apenas quedan brasas tras el fuego de ayer. Supongo que simboliza bien cómo me siento. Tardo un poco en levantarme, sin valor para desprenderme de las mantas que arrastro a mi paso, y, al llegar a la puerta de la cocina, me quedo quieto, mirando el plato que hay sobre la encimera.

            Jungkook ha hecho el desayuno.

            Revuelto con guisantes.

            Sé que debería odiarlo por haberse ido, pero mis labios se curvan en una sonrisa sin antes pedirme permiso y me digo que, muy en el fondo, sabía que ese beso era solo un momento de debilidad. No puedo enfadarme con él después de lo que me ha hecho sentir. Podría haberme pasado la vida caminando en círculos por el mundo sin llegar a descubrir jamás cómo es que alguien te bese así, como si fueses el destino al final de un largo recorrido por el desierto. Le debo eso a Jungkook. Se lo debo.

            Cojo el plato, me lo llevo al comedor y lo apoyo en mis rodillas tras sentarme en el sofá. Pincho un trozo de revuelto y me lo llevo a la boca. Mastico y, mientras lo hago, pienso en sus palabras. Ojalá pudiese creerle.

            Pero no puedo. Sigo escuchando la voz de Hyoseob en mi cabeza, los comentarios que dejaba caer como pequeñas minas que yo luego explotaba cuando no soportaba verlas más, rodeándome. Los «no sé qué te estará diciendo ese psicólogo, pero dudo que te quepa ése pantalón que te compraste a principios de mes, ¿has vuelto a probártelo? Deberías hacerlo». O «existen tres tipos de personas: las delgadas y follables, las regordetas y adorables, y las gordas horribles. Si sigues comiendo esas barritas Twix tuyas terminarás pasando del primer club al segundo y es una pena, porque tienes unos ojos bonitos. Me encantan tus ojos, Namjoon».

            Hasta que un día debió de tocar alguna tecla equivocada que me hizo saltar y gritarle que cerrase la puta boca. Y no sé si fue por el tono áspero y duro que usé o por la mirada asesina que le dediqué, pero bajó el mentón mientras tragaba saliva con dificultad, fijó la vista en sus zapatos de tacón rojos y nunca más volvió a decirme nada.

            No vuelvo a ver a Jungkook hasta que acudo a trabajar al bar al día siguiente. Tan solo hay un par de clientes ya servidos y él está tras la barra, anotando algo en una libreta. Alza la cabeza y me mira con cautela. Me quito la chaqueta, la cuelgo en el perchero y me pongo el delantal negro que siempre uso mientras rodeo la barra. Me detengo a su lado. Noto la tensión en los músculos del brazo que mantiene apoyado sobre la madera.

            — ¿Alguna novedad?— pregunto.

            Le oigo suspirar y veo cómo sus dedos sostienen con una fuerza injustificada el débil y desamparado bolígrafo que ha tenido la desgracia de caer en sus manos.

            — Yo... Namjoon...

            — ¿Hakbeom está en la cocina?— lo corto, porque advierto lo mucho que le cuesta hablar y no quiero una de esas conversaciones incómodas que solo lo complican todo mucho más.

            — Sí, está ahí.

            — Bueno, iré a saludarlo. Ahora vuelvo.— me alejo un par de pasos, pero me giro antes de dejar la barra atrás — Por cierto, Jungkook, seguimos con el plan de siempre, ¿no? ¿Entrenamos mañana al mediodía?

            Tarda en hacerlo, pero al final asiente y me dirige una mirada cargada de cariño; no sé descifrarla, pero me basta. De momento, me conformo con que las cosas estén bien entre nosotros, algo que no quita que lleve más de veinticuatro horas rememorando el beso que nos dimos, la vehemencia con la que sus manos se aferraban a mí, las palabras que escaparon de sus labios...

    — ¡Menos mal! Ya has llegado.— Hakbeom sonríe, como siempre — He estado a punto de enviar a alguien para que fuese a buscarte esta mañana. Jungkook no se encontraba muy bien y además ha tenido que ir a Rainter por unos asuntos, así que pensé que quizá tú podrías sustituirlo, pero no estaba seguro de si me mandarías a la mierda, así que, bueno, llevo un poco de retraso. Toma, ¿puedes rallar un poco de jengibre?

            Me tiende una especie de raíz que huele a limón, cojo el rallador y empiezo a frotar hasta ver las virutas húmedas caer en el cuenco.

            — ¿Jungkook estaba enfermo?

            — Eso me dijo, así que sí.

            — Mañana tenemos pensado entrenar y no me ha comentado nada.

            Hakbeom sonríe de medio lado, me quita el cuenco con el jengibre y me pide si puedo machacar unas cuantas bayas en un mortero de barro. No pongo objeciones. Hakbeom sabe que en la cocina soy un poco limitado y siempre me encomienda las tareas más mecánicas y simples.

            — Se toma muy en serio ese tema. Y más ahora que vas a participar en esa carrera. Mi teoría es que lo echaba tanto de menos que era incapaz de acercarse de nuevo al mundillo sin una buena excusa que le obligase a hacerlo. Ya sabes, Jungkook tiende a castigarse de formas un tanto raras. Bueno, no, no he querido decir eso. Es difícil de explicar. Yo solo...

            — Hakbeom, ¿de qué carrera hablas?— lo interrumpo.

            — ¿De la que te has inscrito? En Tok, dentro de dieciséis días. Ocho kilómetros.

            Frunzo el ceño y dejo de remover las coloridas bayas.

            — Espera un momento, ahora vuelvo.

            Hakbeom sonríe inocente antes de que salga de la cocina. Jungkook está tan serio como de costumbre, cobrándoles a un par de clientes.

            — ¿Me has inscrito a una carrera?

            — Pensaba decírtelo en cuanto tuviésemos un rato a solas.

            — ¿Después de todo lo que...?— me callo y entierro ese beso en algún lugar muy profundo, aunque fue tan bonito que no merece que lo esconda de esta forma ruin, pero lo hago al ver su expresión suplicante — Deberías habérmelo consultado antes.

            — Sé que te habrías negado.

            — ¿Por qué?

            — Porque siempre piensas que no puedes hacer las cosas incluso antes de intentarlo. Vi el pánico que te entró hace semanas en cuanto dejaron el tablero del Scrabble sobre la mesa; temías tanto hacerlo mal que ese miedo te impedía concentrarte. Yo confío en ti. Y necesitamos una meta para avanzar en los entrenamientos. Ahora la tenemos. Querías tomártelo en serio, ¿verdad? Pues esto es serio, un compromiso. Estamos juntos en esto, Namjoon.

5 de febrero

            Querido diario,

            Llevo un tiempo sin escribir aquí. He estado ocupado con las clases, los trabajos de fin de curso que ya empiezo a preparar, mis amigos y... Kayden, claro.

            El pasado fin de semana le dije a mi madre que me quedaría a dormir en casa de Aria, aunque en realidad pasé la noche con él. Odio mentirle, pero sé que no lo entendería, no sería capaz de ponerse en mi lugar y ver que lo que siento por Kayden es especial, diferente; ella perdió hace tiempo la fe en el amor. Estoy seguro de que papá fue su alma gemela, pero, en algún momento indefinido, sus caminos se separaron; por eso a día de hoy, incluso a pesar de ya no estar juntos, siguen teniéndose tanto cariño.

            Volvimos a preparar la cena entre risas y anécdotas. Parece mentira que, a pesar de llevar juntos ya casi medio año, todavía tengamos tantas cosas que contarnos. Kayden es el típico chico al que le interesa cualquier tema. Da igual sobre qué le hables, todo le resulta fascinante, siempre escucha, atento. Es intuitivo. Y tiene una personalidad marcada, fuerte, y sí, eso da pie a que de vez en cuando discutamos, porque es muy firme en lo que a sus ideas se refiere, pero al mismo tiempo me encanta que sea diferente al resto del mundo, que tenga sus principios y esté dispuesto a defenderlos.

            Después de cenar, pusimos una película y nos tumbamos en el sofá. Lo besé. Lo besé hasta hacerle perder el control, porque sabía que sería cauto conmigo y no era eso lo que necesitaba. Lo necesitaba a él. Ir un paso más allá. Y sé que lo único que pretendía era darme tiempo, dejarme un margen para pensar y decidir si realmente quería que mi primera vez fuese suya. Pero claro que quería. Tuve la certeza de que él era esa persona especial desde el primer día que lo conocí, cuando me quitó con la punta de los dedos la nata que había resbalado por mi barbilla y sentí esa conexión...

            Nunca creí que hacer el amor sería tan doloroso y placentero a un mismo tiempo. Creo que el contraste de sensaciones no me dejaba pensar con claridad, pero Kayden estaba sobre mí, besándome en la frente, susurrándome que me quería muchísimo y haciéndome sentir la persona más especial sobre la faz de la tierra.

            Lo hizo con cuidado y no dejó de preguntarme si necesitaba parar. Y cuando por fin encajó en mí, cuando sentí su cuerpo en mi interior, fue como un fogonazo de emociones que se enredaron en la parte baja de mi estómago y me impulsaron a pedirle que se moviese más rápido. Fue mágico y bonito y tierno, y sonrío como un tonto cada vez que recuerdo el momento y los que vinieron después: las horas tumbados en la cama, abrazados, hablando en murmullos mientras nos tocábamos y nos decíamos mil «te quiero» con la mirada.

            No dormimos ni diez minutos.

            Había imaginado muchas veces cómo sería mi primera vez, pero ninguna de esas fantasías podría haberle hecho justicia. No dejo de pensar en lo afortunado que soy por tener a Kayden en mi vida. Debería sonreírle al mundo todas las mañanas. De hecho, pienso hacerlo. Voy a sonreír. Voy a sonreír todos los días.

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