17
Regresamos a Inovik Lake entre besos y miradas. No podía apartar las manos de él. Es adictivo. Conseguimos llegar a duras penas a la hora de la cena y ayudar a Hakbeom con el turno de noche. Ahora, mientras atiendo las mesas, estoy intentando ser profesional, por eso de que no está bien visto que uno se abalance sobre su jefe y porque, además, no estoy seguro de «en qué punto» se encuentra nuestra relación y me da tanto miedo pensar en ello que casi prefiero no hacerlo.
Bajo el escalón que conduce a la cocina y espero a que Hakbeom termine de repartir el puré de patatas en tres platos hondos. Sonríe, sin apartar la vista de lo que está haciendo.
— Así que lo han pasado bien por Fairbanks.
— Bastante bien, sí. Vimos una aurora boreal pequeña.
— En Fairbanks pueden verse auroras doscientas noches al año.
— ¿En serio?— y yo que pensaba que había sido todo un acontecimiento. Lástima que la segunda noche estuviésemos demasiado ocupados como para molestarnos en mirar por la ventana. Me toqueteo con los dedos el colgante del copo de nieve y los ojos de Hakbeom se dirigen ahí, pero si se pregunta de dónde lo he sacado, no lo dice en voz alta. O puede que ya lo sepa — Pues no tenía ni idea, pero son preciosas, parece cosa de magia. También buscamos oro. Fue divertido.
Hakbeom deja los platos a un lado y se acerca a mí. Inclina la cabeza y me mira fijamente, como si estuviese escarbando en mi alma.
— ¿Pero qué haces?
— Hay algo raro en tu expresión.
— ¿Estás enfermo? ¿Efectos secundarios del matrimonio?
— Pareces feliz.— la sonrisa de Hakbeom se ensancha — ¿Están juntos?
— ¿Qué? ¿Por qué dices eso?— miento fatal y no sé si admitirlo con total naturalidad o si lo que ha pasado es algo que tendría que quedar entre nosotros; todavía no he hablado con Jungkook del tema — Debería subir los platos, hay clientes esperando.
— Eso es un sí.
Vuelve a sonreír y me abraza fuerte, levantándome del suelo, antes de darme un beso en la frente. Jungkook carraspea al entrar en la cocina y nos mira como si estuviésemos mal de la cabeza.
— ¿Qué les pasa? Hace rato que tendrían que haber salido los primeros platos.— protesta y avanza hasta coger él mismo los purés de patata que faltan por servir.
Cuando regreso al salón, tiene el ceño fruncido.
Y la expresión no cambia una hora después, ya en su coche, de camino a mi cabaña por el oscuro sendero que conduce hasta el lago. Tan solo me ha dado un beso casto al entrar, antes de arrancar el motor, y empiezo a ponerme nervioso. Al ver que aparca y no quita la llave del contacto, me siento como si me estrujasen los pulmones. Si tuviese que ponerle una pega a esto de estar enamorado, sería lo delirante que resulta que cada gesto, cada sensación, sea tan intensa. Es como si todo se magnificase.
— ¿Estás enfadado porque he abrazado a Hakbeom?— pregunto vacilante, porque no me creo que a estas alturas sea tan tonto como para sentir celos. Y Jungkook podrá tener mil demonios, pero no es inseguro. No tanto como yo, al menos.
— No.— me sonríe tierno y se revuelve el cabello avergonzado — Lo de la otra vez no fue exactamente como piensas. No estaba celoso por creer que fueses a tener algo con Hakbeom, tan solo lo estaba porque él podía tocarte y yo no. Sabía que era incapaz de controlarme.
— Lo que tú digas, pero te ocurre algo.— afirmo — Has estado raro en el bar y también ahora. Llevas raro desde que llegamos a Inovik Lake.
— Estoy bien, Namjoon. No te preocupes.
El hielo recubre los cristales del vehículo. Jungkook me aparta con cuidado los mechones que revolotean sobre mi frente y desliza sus dedos por mi rostro antes de inclinarse y besarme. Gimo dentro de su boca. Me encanta cómo me besa, que consiga trasmitirme tanto solo con rozar mis labios.
— Pero no vas a quedarte.— adivino.
— Esta noche, no. Necesitas descansar.
— ¿Qué? No. ¿Por qué? Quiero dormir contigo.
Duda, pero apenas una milésima de segundo.
— Mañana, te lo prometo. Dame solo unas horas…
— ¿Para qué?— insisto cuando se calla.
— Necesito ordenar algunas ideas, Namjoon. No es por ti. Nada de esto es por ti. Solo te pido un poco de tiempo y te prometo que intentaré… ser mejor.— entrelaza sus dedos con los míos y me frota la uña del meñique con su índice — Vendré temprano, sobre la hora de almorzar, y traeré algo de comer. Luego entrenaremos un rato y pasaremos juntos el resto del día, ¿de acuerdo?
Me sonríe, pero lo noto tenso.
Me inclino para darle un beso de buenas noches antes de bajar del coche. El aire gélido silba entre las ramas de los árboles. Escucho otra puerta del vehículo abrirse y me giro.
— Eh, copo de nieve, espera.— Jungkook me coge del brazo, rodea con una mano mi cintura y me pega a él. Vuelve a besarme, un beso largo y profundo — Nos vemos en unas horas. Buenas noches, Namjoon.
Le doy las buenas noches, algo más tranquilo, y subo por el caminito hasta la cabaña. Me llevo el susto de mi vida al encontrarme a Caos tumbado en el porche, esperándome; pone las orejas en punta, alarmado, cuando ve que doy un pequeño saltito y me llevo una mano al pecho. Le hablo mientras busco las llaves en el bolsillo y chasqueo la lengua.
— Te has vuelto a escapar. ¿Por qué no quieres estar con los demás? Son tus amigos, Caos.— él gimotea y se mete en casa en cuanto abro la puerta. Se tumba en la alfombra y me mira desde ahí con sus ojos pálidos mientras mueve la cola.
No tengo nada de hambre, pero me obligo a comer un poco del puré de patata y la trucha al horno que ha sobrado esta noche y que Hakbeom ha guardado en un recipiente para que me lo llevase. Está bueno, como todo lo que él hace. Los excursionistas que paran aquí antes de dirigirse al pico Dima suelen repetir precisamente por eso, porque la comida es genial y espero que el trato también sea un aliciente; intento ser simpático.
Después muevo las mantas del sofá al suelo y me tumbo al lado de Caos. Lo abrazo. Es suave y cálido. Pienso en Jungkook. Me preocupa. Su actitud desde que hemos llegado ha cambiado, lo noto en la tensión acumulada en sus hombros, en las dudas que se dibujan en su mirada. Tengo la sensación de que quiere decirme algo pero, finalmente, cambia de opinión, cierra la boca y sigue a lo suyo. Me gustaría que se abriese a mí. Todo. Todo él. No quiero obligarlo ni presionarlo, pero me gustaría…
Me gustaría mucho.
Y eso es en lo último que pienso antes de quedarme dormido y también el primer pensamiento que cruza por mi mente en cuanto me despierto a la mañana siguiente. Caos ya se ha levantado y está arañando la puerta con sus patas, desesperado por salir y correr e irse con los demás. Es un canalla.
— Nadie te ha secuestrado, estás aquí por elección propia.— protesto y me doy la vuelta entre las mantas, pero el perro se acerca e intenta lamerme el moflete — ¡Caos!— grito porque, demonios, es lunes, mi día libre, y quiero dormir un poco más.
Él insiste hasta que termino haciendo de tripas corazón y me pongo en pie. Hace frío. Busco la chaqueta más gruesa que tengo y me calzo las botas de pelo antes de salir y subir hasta la casa de John. Caos escapa disparado como si le fuese la vida en ello y corre por la nieve dejando tras su paso un reguero de huellas. John ya está fuera, cortando leña. No sé cuántas horas debe de dormir al día, pero seguro que muy pocas. Me dedica una amplia sonrisa.
— Alguien te ha hecho madrugar. El maldito ha dejado un bonito agujero en mi cobertizo. Otra vez. ¿Qué me dices de eso? Deberías reñirle o se pasará la vida haciendo lo que le venga en gana.
— ¿Para qué? Me ignora. No me hace caso.
— ¡Pues anda que a mí…! Como si se quedase sordo y ciego cada vez que intento hacerle entrar en vereda.— suspira y deja el hacha a un lado — ¿Has desayunado?
— No.
— Pues entra, ¿qué te apetece tomar?
— ¿Te queda chocolate de ese en polvo?
John responde que sí. Sé que compró un bote a propósito para mí, porque no es algo que él suela tomar. Entramos en casa y, ya en la cocina, le ayudo a preparar el desayuno. Me llevo mi taza de chocolate al comedor.
— ¿Jugamos?— pregunto.
— ¿Tan de mañana?
— ¿Por qué no?
— Como quieras.— dice afable. Con tranquilidad baja la aguja del tocadiscos y luego empieza a colocar sus fichas negras. Le da un sorbo a su taza de café e inicia la partida — ¿Todo bien por Fairbanks?— pregunta.
— Sí, quedé octavo.
— Eso he oído.
— Querría haber venido ayer a contártelo, pero era tarde cuando llegué. Fuimos directamente al Lemmini para que Hakbeom no estuviese solo durante el turno de cenas. Ah, ¿y sabes qué? Busqué oro. Pero no encontré nada. Bueno, en realidad solo me dieron un saquito de tierra y me explicaron cómo se buscaba. La mujer que estaba a mi lado tuvo más suerte.
Muevo un peón, me quedan catorce fichas todavía. John cierra los ojos cuando la música que suena de fondo alcanza su punto álgido y la emoción se palpa en el aire. Imagino unos dedos largos y masculinos, como los de Jungkook, moviéndose sobre un piano, deslizándose como si apenas supusiese un esfuerzo tocar una pieza semejante, uniendo las notas, formando un todo. Es una canción muy bonita. John adelanta uno de sus dos alfiles en el siguiente movimiento. Yo muevo el caballo y mato a uno de sus peones.
— Caos se lo pasó genial.— le cuento — Le encantó pasear por la ciudad y curiosearlo todo. Hasta comió una hamburguesa.— la sonrisa se borra de golpe de mi rostro cuando recuerdo algo más — Y vimos a Denton.
John alza la mirada.
— Mantente alejado de él si vuelves a cruzarte en su camino. No es trigo limpio. Hay personas que no están hechas para competir. Un buen rival debe saber ganar, pero sobre todo perder. Ahí es donde las personas demuestran de qué están hechas.
Cambio de casilla el caballo que me queda, distraído, y entonces lo veo. Me quedo muy quieto, con los ojos fijos en el tablero, antes de levantar la vista y descubrir que John acaba de ver lo mismo.
He ganado.
Aún no, todavía no. Pero casi. No puede hacer nada por proteger a su rey y tampoco tiene posibilidades de acabar con mi caballo. Juro que me empiezan a sudar las palmas de las manos y jamás he estado tan nervioso. John tarda unos segundos en asimilar la situación y, cuando lo hace, su rostro se contrae en una sonrisa inmensa y cálida. Me mira orgulloso y mueve un peón, tan solo por darme el placer de poder terminar la siguiente jugada. Mi caballito tiembla cuando lo levanto con dos dedos y tumba a su rey.
— ¿Jaque mate?
— Sin duda. Un gran jaque mate.— John se ríe.
— Jaque mate.— repito y ahora sí, me dejo llevar por la emoción, me levanto y salto como un loco. ¡Es que no me lo creo! Llevo meses perdiendo. Meses. Partidas y partidas con un mismo y conocido final: mi derrota. Si no hemos jugado cien veces, no hemos jugado ninguna. Es nuestra rutina por las tardes, antes de que me lleve al trabajo.
Cuando John vuelve de la cocina, después de llevar sendas tazas vacías, todavía sigo sin creérmelo.
— Bueno, un trato es un trato.— dice tras apagar la música y sentarse de nuevo frente a mí. Entrelaza sus enormes y curtidas manos — Tuvimos que pagarle a Denton para que renunciase a llevarse a Caos. Yo no tengo demasiado dinero ahorrado, así que Jungkook puso la mayor parte. Pero como el dinero no era un gran aliciente para alguien que ya nada en la abundancia, Denton le hizo jurar a Jungkook que no volvería a competir como musher.
Me llevo una mano al pecho; casi no puedo respirar.
— ¿Qué? ¡No lo dices en serio! No me digas que lo aceptó…
— Muchacho, cálmate. Cerró el trato y Jungkook es un hombre de palabra, pero no tienes de qué preocuparte. Competir nunca fue su sueño. Denton piensa que sí porque él sigue obsesionado con ganar y es incapaz de ver más allá y darse cuenta de que lo que Jungkook realmente ama es estar con los perros, el esfuerzo, la rutina, crear un vínculo. A veces el mero proceso de entrenamiento durante meses y meses es mucho más satisfactorio que las escasas horas que dura una carrera.
Supongo que mi rostro refleja toda la angustia que siento.
— Aun así, ¿cómo ha podido comprometerse de esta forma? ¿Y si mañana vuelve a apetecerle competir? No, no es justo.
— En la vida existen prioridades.
Nos quedamos callados. No puedo dejar de pensar en ello, en que estuvo dispuesto a renunciar a algo suyo, a una elección propia y libre, solo para que pudiese quedarme con Caos. Aún tengo el rey negro de John en la mano y toqueteo la pieza para intentar tranquilizarme.
— Y mejor no le digas que te lo he dicho.
— De acuerdo.— dejo la ficha sobre el tablero.
— ¿Algo más que quieras saber, muchacho?
Pues ahora que lo dice…
— Sí. ¿Qué significa negligevapse?
— ¿Quién te ha dicho eso?
— Jungkook.— respondo dubitativo.
John suspira hondo, su pecho sube y luego baja, y parece tranquilo, en paz. Después se frota la barba, todavía pensativo, y una sonrisa pequeña y tierna curva sus labios.
— Negligevapse significa «Te quiero». Es una palabra inuit.
No es verdad. No puede ser verdad. John se está quedando conmigo, pero noto una sensación cálida en el pecho cuando veo que su expresión no cambia y que parece sincero. John ni siquiera entiende el concepto de lo que significa «bromear», así que es posible que… es posible que realmente Jungkook me dijese la otra noche que me quería. Se me disparan las pulsaciones y antes de que pueda procesarlo todo, llaman a la puerta.
John se levanta y abre.
Es Jungkook. Lleva en la mano dos bolsas de papel de la tienda de la familia de Sialuk y le tiende una a John después de dejar que este le dé un corto abrazo y le palmeé el hombro con su brusquedad habitual.
— Naaja me ha dado tarta de queso para ti.— dice y John asiente agradecido y acepta la bolsa. Los ojos de Jungkook me buscan y sonríe con la mirada al verme todavía sentado en el sofá, frente al tablero de ajedrez. Me noto tenso, incapaz de ignorar lo que acabo de descubrir — No te encontraba, he supuesto que estarías aquí. Ten, te he traído un dónut relleno de mermelada. Y este libro te lo manda Sialuk.
Me da una novela cuya portada muestra a una mujer vestida de época que sostiene un bonito paraguas rosa para protegerse del sol. Le doy las gracias también por el dónut y hago un esfuerzo por comerme la mitad mientras él habla con John en la cocina. No sé lo que dicen, apenas se les oye; es como si hablasen a propósito en susurros. Le doy la vuelta al libro e intento concentrarme en leer la sinopsis. Promete ser una lectura entretenida.
Unos minutos después, ambos regresan al comedor.
— ¿Nos vamos?— pregunta Jungkook.
— ¿Adónde?
— A entrenar.— me mira extrañado.
— Ah, sí, claro.
Consigo ponerme en pie de un salto y, tras despedirnos de John, salimos de la casa. Está nevando. Es como vivir encerrados en una de esas bolas de cristal que agitas para que los copos de nieve revoloteen. Vamos a mi cabaña para que me cambie de ropa; Jungkook ya ha venido vestido con un pantalón de chándal azul y sudadera. Encajo la llave en la cerradura y hablo al tiempo que abro la puerta.
— ¿No podemos cancelar el entrenamiento por un día de nada? Está nevando y hace mucho frío y no he dormido bien porque Caos se escapó y se mueve mucho en sueños y además…
Jungkook me silencia con un beso brusco. Me apoya contra la puerta que acaba de cerrar y se pega lo suficiente a mí como para que respirar se torne una tarea complicada. Sus manos se mueven ansiosas por mis caderas y reptan por mi cintura mientras sigue besándome de esta forma tan… apasionada e intensa que provoca que tiemble y me convierta en gelatina. Le rodeo el cuello con las manos y él jadea cuando nota que me froto contra él, ansioso por sentirlo de nuevo. Me coge en brazos y me tumba sobre las mantas que siguen revueltas en la alfombra.
— ¿Esto significa que cancelamos el entrenamiento?— pregunto, aunque a duras penas puedo hablar.
Jungkook se ríe y me baja de un tirón la cremallera de la chaqueta. Nos desnudamos mutuamente y somos incapaces de dejar de mirarnos mientras lo hacemos. Quiero saberlo todo de él. Quiero lo bueno, pero también las partes malas. Quiero aceptar sus errores, sus defectos. Me gustaría decírselo, pero cuando abro la boca me aturullo y las palabras no salen.
Siento un vuelco en el estómago cuando sus manos me tocan. Desliza los dedos por mi tripa y luego me besa ahí, al lado del ombligo, y su boca asciende por las costillas y termina en mi hombro y la barbilla. Nuestros labios vuelven a encontrarse. Esta vez lo noto diferente. Cuando su cuerpo encaja con el mío, cuando nos fundimos en uno solo, lo hacemos lentamente, sin prisa, memorizando cada instante. Recorro su espalda con mis dedos, los hundo en su piel, le insto a ir más rápido. Nuestros jadeos envuelven la estancia. Jungkook se mece contra mí con suavidad y me acaricia con las manos, con los labios, busca mis ojos en todo momento y me obliga a mantenerlos abiertos, fijos en los suyos, mientras nos derretimos juntos entre el placer que nos sacude y las emociones contenidas que al fin dejamos salir, libres.
Cuando todo ha terminado y logro respirar con normalidad, lo abrazo, me tumbo sobre él y le mordisqueo el mentón antes de darle un beso dulce y lento, muy lento, hasta que le arranco un gemido ahogado.
— Siento lo de anoche. Tenías razón, debería haberme quedado.
— No, no quiero que hagas algo porque «debas», tan solo cuando de verdad «quieras».— digo, y trazo círculos sobre la piel de su pecho.
— Sí que quería, Namjoon.
Levanto la cabeza hacia él.
— ¿Algún día me contarás qué es lo que te pasa? Porque sé que estás sufriendo. Podría ayudarte. Yo nunca había hablado de Hyoseob con nadie hasta que te conocí a ti y creo que me sirvió; abrirme, recordarlo todo y verlo con perspectiva.
— Algún día. Te lo prometo.— concede.
Nos quedamos tumbados durante horas, a ratos hablando, a ratos en silencio, medio adormilados. No me importa. No hacer nada especial tiene su encanto mientras pueda tocarlo y olerlo y sentir su corazón latiendo bajo mi oído. Y es imposible que me canse en algún momento de abrazarlo entre risas, hacerle cosquillas o apretujarme contra su cuerpo hasta que no quede ni un centímetro de espacio entre nosotros.
— ¿Quieres saber de qué trata el libro que me has traído?
— ¿Por qué sigues preguntándomelo? Dímelo sin más, Namjoon. Siempre te contesto que sí, siempre quiero saber cualquier cosa que te apetezca contarme.
Sonrío y lo beso y me tumbo sobre él.
— Ella es una joven que aspira a casarse con un duque, pero entonces se cruza en su camino un hombre rico, con una mala reputación a sus espaldas, la besa en una fiesta y… saltan chispas. Imagino que tendrá que debatirse entre la boda que siempre ha anhelado o estar con la persona que de verdad le gusta.
— Suena como todos los demás.— se ríe.
— ¡De eso nada!— protesto.
— Lo que tú digas.— comenta burlón. Su estómago ruge — Creo que necesito comer algo.
Dejo que se levante para vestirse y me quedo unos minutos más remoloneando bajo el calor de las mantas. Al final, cuando lo escucho trajinar en la cocina, me decido y busco a tientas mi ropa antes de ponérmela e ir a ver qué está haciendo.
Huevos revueltos, cómo no.
Sonrío y lo abrazo por la espalda. Me he convertido en un pulpo pegajoso con largos tentáculos y mi único deseo es mantener a Jungkook sujeto entre ellos. No es normal esto que me pasa. Nunca había sentido tal necesidad por estar cerca de alguien. Da un poco de miedo pensar en un «nosotros» y no solo en un «yo».
Jungkook reparte los huevos revueltos con beicon en dos platos.
— No, no quiero.— me apresuro a decir.
— Oh, sí que quieres.
— Jungkook…
— Namjoon…
Nos retamos con la mirada.
— Me he bebido una taza de chocolate y me he comido medio dónut. Te lo digo en serio, peso como mil kilos más desde que llegué aquí y no tengo más hambre.
— Ahora estás perfecto. En tu peso. Por fin.
— Después de dejarme cebar como un pavo navideño.
— Más bien después de hacerte entender que no solo estás más guapo, sino que necesitas comer si quieres seguir compitiendo. Tú mismo. Fue el trato que hicimos, ¿recuerdas? O comes bien o no corres. No puedes gastar más calorías de las que ingieres y no intentes rebatir eso.— concluye.
Suspiro y me siento junto a la mesa pequeña de madera de la cocina que casi nunca uso. Me paso una mano por la tripa antes de coger el tenedor. Sigue estando plana, pero algo más… redondeada.
Jungkook tiene razón, sé que tiene razón, pero…
A veces no puedo evitar pensar que estoy comiendo demasiado y que si pierdo el control seré menos atractivo y se reirán de mí y no cabré en ropas que… Bueno, ahora que lo pienso, hace una eternidad que no me pongo una de esas ropas ajustadas para ninguna fiesta estúpida. Migajas que quedan en mi cerebro tras toda una vida con Hyoseob, supongo. Y aunque fuera el caso, nunca me terminó de gustar la ropa que usaba en ciertas ocasiones. Creo que, si ahora tuviese que ir a una fiesta, me pondría unos vaqueros ajustados, una camiseta suelta y desenfadada y una chaqueta de cuero, en plan motero. Sí, me gusta. Pincho con el tenedor un poco de revuelto y me lo llevo a la boca. Está rico.
— Namjoon, entiendo que es complicado para ti encontrar una estabilidad. En la comida, quiero decir.— agrega y extiende una mano sobre la mesa y coge la mía — Pero tan solo sigue esforzándote e intenta no tropezar y todo irá a mejor. Confía en mí.
— Ya estoy mejor.— admito con la boca llena.
— Lo sé.
Terminamos de comer y fregamos juntos los platos, vasos y cubiertos con el agua hirviendo, porque hace un frío endemoniado. Después pasamos el resto de la tarde entre las mantas, mi lugar preferido de ahora en adelante, frente a la chimenea que Jungkook ha encendido; abrazándonos, descubriéndonos, tocándonos. No sé qué hora es cuando me apoyo en un codo y lo miro con una sonrisa tonta en la boca, pero ha empezado a anochecer.
— ¿Iremos a ver algo la próxima semana, cuando vayamos a Anchorage? Podemos hacer lo mismo, quedarnos una noche más, dar una vuelta por la ciudad, salir a cenar…
— Sí, lo haremos.— suspira hondo y me abraza fuerte.
— Y daremos largos paseos con Caos.
— Eso también.
Nos quedamos unos minutos callados. Tengo muchas preguntas rondándome por la cabeza. Me acaricio el colgante del copo de nieve con los dedos antes de abrir la boca.
— ¿Por qué dejaste que todos te llamasen «Jungkook»? Dijiste que tu verdadero nombre era Kayden, ¿no? ¿Qué te hizo renunciar a él?
Su respiración se vuelve más profunda y tarda unos segundos en elaborar una respuesta. Sus brazos siguen alrededor de mi cintura.
— Porque ya no era la misma persona. Tenía sentido.
— ¿Qué quieres decir?
— No me apetece hablar de eso ahora, Namjoon.
— ¿Por qué?
— Porque no es el momento.
Me aparto y me incorporo hasta sentarme. Él hace lo mismo. Me debato interiormente mientras lo miro. No sé qué debo hacer. No sé si está bien querer hurgar más, pero me confunde el contraste entre lo cálido que es a veces y lo frío que se vuelve de repente, como si realmente sí conviviesen dos personas dentro de él, Jungkook y Kayden, de algún modo retorcido…
— Nunca es el momento.— protesto.
— Namjoon, basta.
Se levanta. Yo también.
— ¿Podrías, aunque sea, esforzarte un poco?
— Lo hago. Ya lo hago. Pero es complicado.
— ¿Qué tipo de complicación?
— ¡Namjoon, joder, olvídalo!
— Eres un egoísta. Yo te he contado toda mi mierda.
Me llevo una mano a la boca, tembloroso. No he querido decir eso. No quiero obligarlo ni que se sienta comprometido, pero tampoco me siento capaz de seguir ignorando que le ocurre algo que lo atormenta. Que cuando nos besamos las otras veces y terminó apartándose fue por una razón. Y esa razón no era yo, ahora está claro.
— Ya te he dicho que lo hablaremos. Algún día. Cuando pueda.
— ¿Qué? ¿Es que estás casado o algo así?— bromeo.
Jungkook aprieta la mandíbula. No me mira. Sus ojos siguen fijos en el suelo de madera de la cabaña y está quieto, en medio de la estancia, perdido en sus pensamientos. No dice nada. ¿Qué significa eso…? Se me atascan las palabras en la garganta y el corazón me empieza a latir fuerte, descontrolado. Mi voz se convierte en un susurro casi inaudible.
— Jungkook, ¿por qué no lo niegas?
Se lleva los dedos al puente de la nariz y presiona con fuerza. Suspira hondo y luego me mira. Es la primera vez que lo hace desde que nos hemos puesto en pie.
— No estoy casado, Namjoon.
Entonces, ¿por qué ha reaccionado así? Mi instinto me dice que acabo de dar con el verdadero problema. Y de pronto lo veo claro, en todo su esplendor, como si todas las capas acabasen de fundirse para revelar la horrorosa verdad.
— Dios, no.
— Namjoon…
— Hay alguien más, ¿verdad? Es eso.
Jungkook no responde. Siento que me ahogo.
¿Por qué no me dice que estoy loco? Que solo son imaginaciones mías, que me he dejado llevar por una idea tonta que no tiene sentido. Quiero que lo haga. Que me corrija y me abrace y me susurre al oído que en realidad no le ocurre nada.
Jungkook se lleva una mano al cuello de la capucha y lo estira un poco, como si le costase respirar, y luego se gira y va hacia la cocina. Lo sigo, temblando. Casi puedo sentir cómo me voy rompiendo a cada paso que doy. Crac, crac, crac, trocitos de mí que voy pisando y dejando atrás.
— ¿Por qué?— pregunto en un gemido entrecortado.
Él traga saliva, sus dedos cerrados en un puño.
— ¿Por qué lo has hecho?— repito alzando la voz. Jungkook no contesta, no me mira ni se mueve, y su falta de reacción solo consigue alterarme más, hacerme perder el control — ¿Por qué, joder? ¿Cómo puedes hacerme algo así?
Él intenta abrazarme, pero me revuelvo entre sus brazos. Ahora mismo solo siento rabia y desdén, y no tengo ganas de que me toque, como si esto no lo cambiase todo. Las lágrimas no desahogan, escuecen, y respiro a trompicones.
— ¡Cálmate, Namjoon!
— ¿Que me calme? Sal de aquí. ¡Vete!
— No hagas esto más complicado aún…
— Solo vete. No te estoy pidiendo nada más.
Lo empujo en dirección a la puerta. Estoy temblando, envuelto en un torrente de lágrimas. Necesito perderlo de vista. El dolor me quema, me sacude y me ciega, y en este momento soy incapaz de centrarme en ninguna otra emoción; lo único que sé es que hay otra persona en la vida de Jungkook y que saberlo me hace sentir como si me estuviesen oprimiendo el corazón para luego retorcerlo entre los dedos.
Es aún más insoportable cuando intenta retenerme de nuevo contra él, mirándome con expresión suplicante. Ahora mismo no lo comprendo. No comprendo qué significa el brillo que hay en sus ojos ni su respiración agitada. No puedo meterme en su piel porque estoy demasiado dentro de la mía, hundiéndome. Me sacudo entre sus brazos.
— ¡Basta! ¡Para de una jodida vez!— grita, descontrolado — ¡Él está muerto! ¿Lo entiendes?— su rostro se desfigura en una mueca de sufrimiento — Está muerto.— repite con un hilo de voz. Luego me suelta, sin fuerzas, y no mira atrás cuando sale de casa y cierra la puerta a su espalda con un golpe seco.
19 de mayo
Querido diario,
El otro día, hablando por teléfono con papá, me preguntó si era feliz y me di cuenta de que sí, soy muy feliz y tengo la suerte de ser consciente de ello y poder valorarlo.
Nunca he sido negativo. Creo que, en parte, porque mis padres me enseñaron a no serlo. Me enseñaron que, frente a un problema, siempre había una o varias soluciones, y que si tropezaba con una roca en el camino, lo único que tenía que hacer era aprender a saltarla o rodearla y seguir siempre hacia delante. Soy de los que piensan que la infancia nos marca, ya sea para bien o para mal, pero no podemos escapar de esos años llenos de aprendizaje. Y yo aprendí a disfrutar de las pequeñas cosas, a sonreír casi todo el tiempo, a intentar sumar y no restar. Sé que, aun así, tengo mis defectos. Creo que a veces soy caprichoso, testarudo y un poco iluso. Me ciego pensando que todo son arcoíris y buenas intenciones, y me olvido de que el mundo no es así.
Y luego está Kayden…
Nunca pensé que querría tanto a alguien, pero lo miro y tiemblo, me toca y me derrito, y cuando habla… es magnético; todo lo que dice o hace resulta interesante. Hemos llegado al punto en el que acepto que somos muy diferentes, casi contrarios, y a pesar de eso estoy loco por él. Es como si entre ambos compensásemos las debilidades del otro. Yo soy demasiado positivo; él cae a menudo en la negatividad. Yo adoro la carne y Kayden, el pescado. Yo tomo el café con cuatro de azúcar, él sin nada. Yo me paso el día sonriendo y a veces Kayden es un cascarrabias. Yo llevo toda la vida deseando casarme; él estaría encantado de no hacerlo…
En realidad, hace días que estoy dándole vueltas a una idea. ¿Y si nos casásemos de un modo diferente? Así sería algo clásico, por mí, y algo alejado de los estereotipos, por él y porque creo que si le obligo a ponerse un traje y a escribir unos votos le dará un síncope. Podríamos casarnos nosotros solos. Los dos. Sin nadie más. En medio de un glacial cercano, por ejemplo. Bajo las montañas. Aquí, en Alaska. Creo que a Kayden le gustaría y le haría más feliz que una boda típica. Podríamos hacerlo durante alguna escapada en la que vengamos a casa, a visitar a la familia y a los amigos, sin planificarlo demasiado.
Ahora que falta poco para marcharnos, no he dejado de mirar alrededor, de caminar por el puerto y alzar la vista hacia las montañas y valorar todo lo que hay aquí. Quizá volvamos. También es una opción. Podríamos regresar dentro de unos años, cuando haya acabado los estudios, y retomar nuestra vida en Alaska.
Podríamos hacer tantas cosas, en realidad…
Eso es lo bueno. Saber que el futuro está en blanco y que tenemos un montón de lápices para pintarlo como queramos, juntos.
Les traigo un nuevo capítulo espero disfruten de ello con todo mi amor
Mrs.KimJoon's 🐼🐨💜
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