El día que me salvaste...
Nunca lo dije y no tenias forma de saberlo. Creo que tenia 11 años y habia sido otro de esos dias de mierda. Mi vieja no estaba, supongamos que estaba trabajando. Yo habia discutido, como casi todos los días con ese malnacido que se empecinaba en arruinarnos la vida. Lo recuerdo bien, él le había pegado al perro y yo me enojé mucho y le grité. Me agarró del cuello y me sostuvo contra la pared mientras me gritaba en la cara. El aliento sobre mi rostro. No se como me solté. Salí y caminé pegada al tapial de una vieja fábrica que quedaba a una cuadra de casa. Y ahí venías vos, en tu bicicleta, esa que estaba "atada con alambre" y que era demasiado vieja, pero no había plata para comprar otra. La bicicleta tenía nombre, la llamábamos Abelarda vaya a saber alguien porque. El caso es que venías, me cruzaste y supongo que viste algo en mi cara porque me preguntaste si quería ir a comer a tu casa. Me subí atrás en la bici y nos fuimos.
Ese día me salvaste. Me salvaste como todas las otras veces. Ustedes apenas tenían para comer, arroz con mayonesa y tomates con orégano, y para mi era la mejor receta del mundo. Siempre lo compartieron. Helado de vainilla casero que nunca mezquinaron. Nos quedamos hasta tarde bajo la parra que crecía en tu patio y miramos tele en un televisor pequeño de esos viejisimos que enganchaba 3 canales. Y yo robaba que no se terminara, que no se hiciera la hora en la que me tenias que llevar a mi casa y volver a vivir un infierno.
Nunca dije nada, pero me salvaste miles de veces, aún con las bromas que yo odiaba y con los enojos que me hacías agarrar.
La vida te pegó, nos pegó mucho más, pero siempre salimos adelante.
Y hoy estamos acá. En la última pelea, en el último esfuerzo. Mi fuerza es tuya. Nuestra fuerza es tuya.
Sólo agradezco ese dia y todos los otros días. Cuando me llevaste, me acompañante, cuando te diste cuenta de que todo a mi alrededor se estaba derrumbando y en silencio estuviste a mi lado.
No se que va a pasar, no se como vamos a salir de esta, pero hoy estoy acá porque un día decidiste llevarme sin hacer preguntas, pusiste un plato delante mío cuando apenas tenían para ustedes.
¿Puedo ir a comer a tu casa una vez más? ¿Me pueden hacer helado de vainilla y sentarme bajo la parra con el sonido de las chicharras de fondo?
Un día más, una semana, unos años. No pido nada, pero a la vez lo pido todo.
Simplemente gracias.
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